viernes, noviembre 26, 2010

Palabras del Papa Benedicto XVI sobre el uso de los preservativos

UNA ACLARACIÓN OPORTUNA

Hace unos días se presentó el libro-entrevista “Luz del mundo” donde el Papa Benedicto XVI responde a preguntas sobre la vida y la conducta del ser humano.

Los medios de comunicación, con una interpretación ligera y tendenciosa, quisieron dar a entender que el Santo Padre admitía el uso del condón en las relaciones sexuales.

Transcribimos el texto con las palabras del Santo Padre sobre el tema:

“La sola fijación en el condón significa la banalización de la sexualidad, y es justamente la fuente peligrosa por la que los seres humanos no encuentren ya en la sexualidad la expresión de su amor, sino solamente una esperanza de droga, que se suministran a sí mismos. Por ello, la lucha contra la banalización de la sexualidad es también una parte de ese esfuerzo, para que la sexualidad sea valorada más positivamente y pueda desplegarse en su expresión más positiva en la totalidad del ser humano. Yo diría que cuando un prostituto hace uso del condón, este puede ser un primer acto hacia una moralización, un primer pedazo (una primera parte) de responsabilidad, para desarrollar nuevamente una conciencia en orden a reconocer que no todo está permitido y que no se puede hacer todo aquello que se desea. Pero no es esta la forma propia de hacer frente al mal. Esta debe encontrarse ciertamente en la humanización de la sexualidad”

Entre quienes están habituados a la prostitución un primer acto hacia la moralización, para evitar el contagio del sida, podría empezar por el uso del preservativo. Es solo un primer esfuerzo que debe estar dirigido a una toma de conciencia para encontrar luego el verdadero sentido de la sexualidad.

La verdad de la enseñanza de la Iglesia sobre la moral en temas sexuales no ha cambiado en nada.


¿Porqué la Iglesia se opone a los métodos artificiales de control de la natalidad?

· Porque van contra las leyes naturales que regulan la función reproductiva de la pareja.

· Algunos métodos como los DIUS, las píldoras y las inyecciones pueden ser abortivos.

· Relajan las costumbres, porque crean facilidades para tener relaciones “sin riesgo de tener hijos”, con lo que proliferan las relaciones extramatrimoniales desvirtuando así el matrimonio.

· Se crea una mentalidad anti-vida, porque se cierra el acto sexual a la transmisión de la vida, y por lo tanto conduce al aborto, si es que el método falla.

· El sexo no es para satisfacer placeres, tampoco para jugar o divertirse.

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viernes, noviembre 19, 2010

La atención de los enfermos

EL MUNDO DEL MORIBUNDO

Todo moribundo tiene su mundo. Los achaques de una enfermedad, o unas limitaciones, pueden trastocar la objetividad de sus apreciaciones, o dicho de otra manera: con esas circunstancias suele aumentar el volumen de la subjetividad para juzgar sobre su propia enfermedad y sobre los cuidados que está recibiendo.

Es necesario recordar que un moribundo adquiere, por su misma situación, un derecho más grande a ser comprendido y atendido, que los demás.

No debería haber un abismo considerable entre el mundo del moribundo y los mundos de las personas cercanas. Las distancias, lamentablemente, las terminan poniendo los sanos, etiquetando al enfermo como una persona desarreglada por su enfermedad. Se termina advirtiendo, con una llamada de atención, para los que no lo conocen sepan a qué atenerse y para que el mismo enfermo limite sus derechos o peticiones: “te vamos a dar lo que necesitas y no lo que a ti se te ocurra”.

Las desavenencias, entre el enfermo y sus familiares, podrían originar situaciones de crueldad con el propio enfermo que se sentiría incomprendido y dolido con la propia familia, no por los achaques de la enfermedad, sino porque la familia no entendió su situación de moribundo, y no están dispuestos a mayores esfuerzos o concesiones con él.

Los achaques o limitaciones de un moribundo, no asimilados por la familia o por quienes estén a su lado, podrían derivarse en situaciones injustas de maltrato con desatenciones, que son consentidas también, por el cansancio o el mal humor de los mismos familiares.


Los costos de la individualidad o soledad

En la sociedad actual existe una aguda crisis familiar que aleja a las personas de su propia casa, cada uno quiere vivir su mundo y busca que respeten su independencia. Cuando llega la enfermedad o las limitaciones a un familiar, surgen los problemas para su atención. Si falta amor en la familia, ninguno querrá ocuparse del enfermo, todos buscarán evadir esa tarea y no se sentirán responsables.

Cuentan que un padre de una familia numerosa, que se había portado mal con su esposa y sus hijos y vivía muchos años fuera de su casa, cayó con una grave enfermedad. La persona que vivía con él se fugó y cuando los médicos llamaron a la esposa y a los hijos, éstos no querían hacerse cargo y preferían que el padre se muera. Casos como éste hay miles en la sociedad y son muy tristes.

La solución está en recomponer la familia y lograr que los seres humanos se quieran de verdad. Hay instituciones de la Iglesia dedicada a la gente abandonada y están con los moribundos hasta sus últimos momentos, dándoles el cariño que tal vez nunca recibieron, ni de su propia familia. Esas obras de misericordia, que pasan desapercibidas, son encomiables y valiosísimas para el bien de la humanidad.

Los moribundos en el hogar

Hoy quisiéramos detenernos en el mundo del moribundo que tiene familia y gente cercana que lo atienda. No todas las familias y las atenciones son iguales. Existen muchas diferencias y muchas deficiencias. Es necesario conocer el mundo del moribundo para saber: ¿cómo está?, ¿qué le duele?, ¿qué quisiera?, ¿qué le gusta?, ¿qué detalles se pueden tener con él?, ¿cómo atenderle mejor?, ¿cómo darle una buena compañía?, ¿cómo hacer para no dejarlo solo o que no se sienta solo? y así poder atenderlo, como Dios manda, en esos momentos difíciles de la vida.

Lamentablemente muchas familias piensan que no tienen tiempo para atender al familiar enfermo y actúan con la política de que “cada palo aguanta su vela”. Se advierten, entre ellos, para que cada uno sepa resolver sus problemas (seguros, compra de medicinas, consultas a los médicos, etc.).

Si nos paseamos por los hospitales de Lima nos encontraremos con personas de la tercera edad haciendo sus colas, con unas recetas largas en sus manos, esperando horas para pasar por una rápida consulta, que es muchas veces superficial. Se les ve solos llevando sus propios achaques y tratando de manejar la enfermedad que padecen como puedan. Muchos se dedican solo a eso y se pasan el día entero entre salas de espera y consultas. Cuando llegan a moribundos y los instalan en un cuarto, recién la familia reacciona un poco, tal vez solo para ir a visitarlo antes de que se muera, y quedarse con el recuerdo de que hicieron algo por él.

El moribundo metido en su propio mundo de dolor, puede observar distintas conductas en las personas que se acercan a él:

· El familiar o amigo que lo trata con cariño y es oportuno con los detalles y las cosas que dice. Se entera de lo que está pasando con el enfermo y sabe de los procedimientos. Le da alegría y quisiera que siempre esté.


· El familiar o amigo que está solo por cumplir y está mirando el reloj para irse. Suele estar con prisa y con cierta incomodidad. Es un tanto brusco. Prefiere que no esté.


· El “amigo” que viene acompañando a otro y no tiene ninguna iniciativa. No cuenta para nada y algunas veces estorba. Le es indiferente.


· El “amigo” que se alegra de su desgracia (porque podría sacar provecho personal). Le gustaría que no se recupere, aunque se porta diplomáticamente simulando una preocupación por su salud. Le da cólera o pena su hipocresía.


· El Jefe que lo mira solo e función del trabajo que abandonó y le falta diligencia y comprensión para entender cómo está y preocuparse también de su recuperación. Le da pena su cortedad.


· El médico competente que lo sigue con diligencia y se preocupa de él. Le da mucha paz.


· El médico de turno que lo revisa como un objeto más. Le incomoda mucho.


· El sacerdote que le da esperanza con los sacramentos y la oración. Lo consuela, le da valor y lo tranquiliza.


La caridad cristiana en esos momentos es fundamental para meterse en el mundo del enfermo y hacerle ver que tiene compañía y ayuda, que se le quiere de verdad. Hace muchos años San Josemaría Escrivá visitó a una religiosa en un hospital y le preguntó si la atendían bien. Ella dijo que sí, que la atendían bien pero que extrañaba el cariño de su mamá. San Josemaría se quedó impresionado y decía que esto no debería pasar. El cariño que se debe dar a los enfermos debería ser semejante al que reciben de su propia madre.

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viernes, noviembre 12, 2010

En el mes de los fieles difuntos II

CONDUCTAS EN EL UMBRAL DE LA MUERTE

Hay tantos modos de morir como personas hay, y distintos modos de estar y ver a otro que se muere. La conducta del ser humano en esos espacios finales de la vida, tiene enorme importancia para la felicidad de las personas.

Si a cualquiera de nosotros nos anuncian que en unos días vamos a morir ¿qué haríamos? Es fácil imaginarse ahora lo que podríamos hacer en esos momentos. Hasta podemos tener pensado algo concreto, sin embargo, no podemos saber cómo vamos a portarnos en ese momento y cómo se van a portar las personas que nos rodean.

Cuando nos preguntan ¿cómo nos gustaría morir? La mayoría suele contestar: “en mi cama sin ningún dolor, cerrar los ojos…” Otros dirían: “trabajando en lo que me gusta, tener un paro cardiaco y…” Si es difícil acertar en la lotería es mucho más difícil programar la forma y el modo en que vamos a morir.

En efecto, muchas personas se mueren de la forma y del modo que nunca pensaron. En este tema abundan las sorpresas, que luego se cuentan como cosas increíbles que pasaron.

Los espacios de tiempo en el umbral de la muerte

Queremos ahora poner el reflector en el umbral de la muerte, ese espacio, corto o largo, que posiblemente tendremos todos al final de nuestra vida, de tal modo que podamos estudiar la diversidad de situaciones y de reacciones posibles que nos ayuden a prepararnos mejor para ese trance, tan difícil, que nos tocará vivir. El estudio también será muy útil cuando nos toque ayudar a un familiar o a un amigo que se encuentre en esa situación. Podemos afirmar con certeza que una gran mayoría no saben qué hacer, ni cómo orientar las cosas en esos momentos.

El tiempo que tenemos al final de la vida, debería ser muy bien aprovechado por nosotros y las personas que están a nuestro lado. Son espacios útiles para todos donde abunda la gracia de Dios y donde se pueden lucrar buenas ganancias para el futuro. Son momentos delicados donde las personas se enriquecen con la proximidad de la vida eterna del que está a punto de partir y con las virtudes que todos colocan, como la alfombra de una escalera, para subir Cielo.

Funciones, procedimientos y conductas frente al enfermo

Cuando hay un moribundo en casa, o hay que atenderlo en una clínica, las familias y las amistades cercanas se llenan de cuestionamientos y tienen distintas teorías de lo que se debería hacer con el enfermo. En algunos casos se originan desavenencias por los desacuerdos en los procedimientos adecuados.

En primer lugar habría que distinguir los papeles y las funciones que corresponden al enfermo, al médico y a las personas que están cerca:

Sobre el diagnóstico de la enfermedad y los tratamientos el médico es el que tiene la palabra. La confianza y el respeto al médico tratante es fundamental para el enfermo y para la familia. Basta que surja una pequeña desavenencia entre el médico y algún familiar para que el ambiente se enturbie. El enfermo necesita tener confianza en el médico para estar tranquilo. Los familiares o amigos deben ser muy prudentes cuando hablan con el enfermo sobre las atenciones o indicaciones del doctor.

A los familiares del enfermo o a los amigos no se les puede pedir que hagan lo que no pueden hacer.

Quien ama a un familiar o a un amigo enfermo está dispuesto a hacer lo que sea para acompañarlo y evitarle el dolor. Es muy bonito ver el sacrificio que hace, por ejemplo, una madre frente a su hijo enfermo, o la esposa para atender al esposo moribundo. El amor al ser querido es una gran motivación para aprender a cuidarlo. Sin embargo los enfermeros, o los especialistas en cuidados paliativos, son personas utilísimas para estar al lado del enfermo. Nunca son un estorbo, son más bien una ayuda de primer orden. La especialización que tienen es necesaria para esos momentos y es compatible con el cariño que pueden y deben poner los familiares y amigos.

Habría que subrayar algo que es de suma importancia: nunca los enfermeros sustituyen a los familiares; tampoco los familiares pueden sustituir a las personas especializadas en esos cuidados. Cada uno tiene su espacio, que suele ser intransferible. En una sociedad organizada se debe realizar el esfuerzo necesario para que todas las personas puedan tener, en sus últimos momentos, un personal especializado a su lado.

En los lugares de extrema pobreza suele estar al lado del enfermo la persona que más lo quiere, muchas veces sin los conocimientos ni los recursos necesarios para atenderlo bien. Otras personas, que no tienen familia, se encuentran moribundos en hospitales u hospicios públicos, dependiendo de la atención que reciban en esos lugares. Lamentablemente hay muchos descuidos y abandonos que ¡claman al Cielo! Todas las personas tendrían que morir rodeadas del cariño de sus seres queridos y amigos.

La conducta del enfermo

Cuando una persona entra en el umbral de la muerte, porque su situación es irreversible con un pronóstico de empeoramiento paulatino hasta que le llegue el día final, su conducta responderá a su modo de ser y a la trayectoria que ha tenido en su vida (familia, amistades, formación, virtudes, cultura). Sin embargo puede ser que, cuando la persona vaya empeorando, las limitaciones físicas o dolores le ocasionen una variación desfavorable en su conducta que llama la atención.

No hay que extrañarse cuando una persona, que había sido muy buena y de muy buen carácter, altera su personalidad con una conducta irreconocible, como si hubiera perdido las virtudes y cualidades que adquirió. Las limitaciones o los dolores que van llegando en el umbral de la muerte pueden alterar al más santo y virtuoso. Cuando hay una descompensación general en el organismo humano se puede perder el manejo o dominio de las propias acciones. En esos momentos no hay que tener en cuenta la conducta para el curriculum del enfermo que se está en el colofón de su vida.

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viernes, noviembre 05, 2010

En el mes de los difuntos

EL ARTE DE MORIR

Se muere como se vive. Para aprender a morir hay que aprender a vivir. Los que aman la Vida son los que mejor saben morir, porque mueren para Vivir. Los grandes maestros de la vida son también los de la muerte. No se puede vivir sin tener en cuenta la realidad de la muerte. Esta está inserta en el programa de todo viviente y no se puede prescindir de ella.

Aunque la muerte sea algo sencillo y natural, causa estremecimiento y rechazo en las personas, es un trago amargo, algo difícil de calibrar, que produce reacciones muy diversas en los seres humanos.

Para el que ama la Vida, la fe de seguir viviendo es una prolongación de su querer, el amor que lo arrastra desde arriba es un amor que lo está esperando con verdadero gozo y quienes están a su lado con la misma fe le dirán: “hasta luego, nos veremos dentro de poco”. Así el morir se convierte en un tránsito hacia una vida mejor con una compañía de primer nivel.

La inseguridad de la debilidad humana

Cuando la preparación para la vida se ha quedado en lo efímero y caduco, la realidad de la muerte resulta terrible, tanto si se rechaza, por el miedo de morir, como si se acepta con una desesperanza depresiva. Los cálculos que hacen, los que no creen en la Vida, para ese trance difícil del morir, sea o no sea doloroso, se convierten en verdaderos laberintos, y surgen habitualmente reacciones desproporcionadas que producen conflictos.

Es triste observar en estos tiempos, de relativismo, los cuadros que presentan quienes, por una grave enfermedad, desean acercarse a un suicidio asistido o a la Eutanasia, por miedo a sufrir antes de morir. Las cavilaciones que hacen, con una buena dosis de angustia o desencanto, desembocan en la creación de ambientes inseguros, donde están ausentes la serenidad y la alegría: excesos de nerviosismo, preocupaciones delirantes, carencia de lucidez, criterios extravagantes. Un ambiente maquillado donde no se oyen los consejos oportunos de las personas que tienen esperanza y amor.

Algunas veces no es la persona enferma quien crea esos ambientes, sino los familiares o el personal médico y de salud que buscan una solución rápida, que luego termina siendo inadecuada y desproporcionada. Los médicos quieren acabar con el tema y los familiares, imbuidos de una falsa compasión, sufren más que el paciente sin poder soportar el peso de esas circunstancias de dolor.

Cuando falta amor no se soporta el dolor

Cuentan que un homosexual que había contraído matrimonio con una persona de su mismo sexo no podía soportar que su pareja estuviera muriéndose de sida y hacía todo lo posible para que le aplicaran la eutanasia. En cambio la pareja enferma, que se encontraba en el umbral de la muerte, estaba evaluando la oportunidad de pedir perdón por su vida desordenada y convertirse a la vida cristiana.

Una situación terrible y dramática al mismo tiempo, porque ellos, que no habían conocido el amor verdadero, no estaban en condiciones de soportar el sufrimiento con una adversidad de esa naturaleza. Al que estaba sano le parecía que se debería aplicar la eutanasia cuanto antes, para evitar el sufrimiento de todos. En cambio al enfermo, tal vez por el sufrimiento de enfermedad o por la cercanía de la muerte, se le abría un panorama nuevo: pedir perdón y cambiar de vida. Morir bien.

Recuerdo haber atendido a un chico joven con sida unos días antes de su fallecimiento, mientras sus padres, abatidos por ese problema, esperaban fuera, el chico me decía, después de haberse confesado, que ese era el mejor momento de su vida. Yo también estaba convencido de eso. Al salir le dije a sus padres que el chico empezaba una nueva vida y que ellos estaban allí para lograr que sea feliz, esos pocos días que le quedaban. Su vida encontró el sentido que había perdido. Luego murió con mucha paz y su familia recuperó la esperanza.

El trauma de matar

No es lo mismo acercarse al familiar enfermo con la intención de acompañarlo y aliviarle el dolor, que acercarse con intención de aplicar la eutanasia para evitar el dolor. El sentimiento es distinto. El amor verdadero no llevaría nunca a la eutanasia, en cambio el egoísmo sí. Cuando crece el egocentrismo fallan las relaciones humanas, uno sufre más por su ego que por la otra persona.

En los ambientes donde se va a dar un suicidio asistido o se aplicará la eutanasia, se percibe nerviosismo, desasosiego, duda, prisa. La familia se inquieta porque todavía no se muere, esos deseos son percibidos por el paciente que, aunque se recubran de gestos cariñosos y amables, le hacen sufrir más. Cuando todos aceptan que hay que adelantarle la muerte al paciente, ya no hay nada que decir, es como un condenado que espera al verdugo. Luego, cuando se aplica la eutanasia, es como si algo se acabara, “el último que apague la luz y cierre…” queda una tristeza y una huella de culpabilidad difícil de borrar.

El costo de no contar con Dios

Es fácil comprobar que cuando la sociedad se aleja de Dios el anciano se puede conviertir en una molestia incómoda. Herbert Hendin catedrático de psiquiatría en el New York Medical College en su exitoso libro Seducidos por la muerte, (Planeta, 2009, Madrid), afirmaba categóricamente: “En una cultura en que la vida no tiene continuidad, en que la vida carece de significado más allá de sí misma, la muerte deviene más amenazadora e intolerable” (op. cit. p. 205) y más en los países liberales y materialistas, que es donde se encuentran los mayores índices de suicidios.

La lucha contra el dolor

Gracias a Dios se ha extendido por todo el mundo el desarrollo de los cuidados paliativos que no incluyen la eutanasia ni el suicidio asistido entre sus programas. Se trata de ayudar a los pacientes que se encuentran en esas situaciones con todo el apoyo humano posible y los recursos técnicos modernos, para que tengan una mejor calidad de vida y puedan morir, si es el caso, con las mejores atenciones y el cariño de sus familiares y amistades.

Gracias a los avances de la ciencia médica se puede aliviar el dolor en personas que se encuentran en una fase terminal de su enfermedad. En esos casos está permitido el uso de fármacos para aliviar el dolor, aunque pueda devenir la muerte.

No se busca matar sino eliminar el dolor. No es lo mismo que la eutanasia donde se busca matar para eliminar el dolor. La ciencia moral permite, cuando se trata de un cuadro irreversible y el paciente está prácticamente en estado vegetal, desenchufar los aparatos y no poner medios extraordinarios para mantenerlo en vida, aplicando solo los medios ordinarios. El médico que omite un tratamiento en esas circunstancias no está matando. En cambio con la Eutanasia se va directamente a matar.

Qué diferente es cuando se ama de verdad la Vida y se sabe acompañar al ser querido en esos momentos de dolor, con el alivio de la oración y el esfuerzo humano para que tenga una calidad de vida que le permita llegar victorioso a la felicidad eterna.

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