viernes, diciembre 31, 2010

Los buenos deseos de un año que empieza

PROSPERIDAD EN EL TRABAJO Y EN LA FAMILIA

En las fiestas de Navidad y Año Nuevo se desea, a los familiares y las amistades, felicidad y prosperidad, que todo vaya bien y que las personas estén contentas.

En algunos casos los deseos incluyen algún consejo que se considera de utilidad para que realmente la persona sea feliz y tenga prosperidad: “¡Que estés muy unido a Dios!”, “¡Que encuentres un buen trabajo!”, “¡Que te vaya bien en los negocios!”, “¡Que te puedas reunir con tu familia!” En otros casos se expresa el deseo sin especificar nada y que cada uno vea la forma de ser feliz y de conseguir prosperidad.

En el 99% de los casos la prosperidad y la felicidad tienen que ver con la familia y el trabajo.

Mucha gente no la pasa bien en Navidad porque tienen problemas familiares o porque los problemas del pasado afectaron a la familia y quizá se encuentren lejanos o separados. A esas personas les puede doler que se celebre una fiesta que resalte los valores familiares. Les parece que quedan excluidos. En cambio, los que tienen familia y están unidos, encuentran en la Navidad una gran fiesta.

El trabajo y la familia

Para algunos el trabajo y la familia deben ser dos campos totalmente separados. Cuando se aceptan estas distinciones lo más probable es que la conducta del trabajo sea distinta a la de la casa. Quienes piensan así procuran no llevar a la casa los asuntos del trabajo y al entrar a la casa se esfuerzan en crear un ambiente distinto. En algunos casos funciona bien y la familia vive al margen del trabajo de uno de sus miembros y todos están unidos respetando la privacidad laboral de cada uno. Otros, en cambio, que son cuidadosos en sus trabajos, tienen a la familia bastante descuidada. El prestigio lo tienen en el trabajo y no en la casa.

Puede ocurrir que el trabajo limite la vida del hogar o se convierta en una justificación o en un refugio, para no estar en la casa, (sucede cuando las cosas no están bien en la casa). Hay quienes han malogrando la vida familiar por una excesiva y desordenada dedicación al trabajo. La actitud de autonomía, tan arraigada en la sociedad contemporánea, por influjo del relativismo, presenta unos márgenes de libertad muy peligrosos para la vida familiar.

Son menos los casos en que la familia, o los asuntos familiares, perjudican o disminuyen el tiempo dedicado al trabajo. Aunque también puede pasar, cuando no se sabe respetar la libertad de un familiar o se minusvalora su trabajo.

Los trabajos familiares

Existen también trabajos familiares donde todos los miembros de una familia se reparten las responsabilidades y trabajan juntos y unidos. Cuando funcionan bien son un ejemplo de eficiencia, honradez y lealtad que perdura con el tiempo.

También existen otros intentos de trabajos familiares cargados de conflictos entre los miembros de una familia. Son realmente destructores de la vida del hogar, porque al estar enfrentados unos con otros, generan constantemente odios y resentimientos entre ellos.

El secreto de la unidad y la prosperidad en la familia y en el trabajo

Para ser eficaces en el trabajo, en la vida familiar y en los trabajos familiares, el acento no hay que ponerlo en los sistemas sino en las personas.

Si las personas están bien formadas y son buenas, la familia y los trabajos caminarán bien. Con las personas buenas se puede trabajar. Ahora queremos subrayar la bondad de las personas no la capacidad o la preparación o capacitación que puedan tener.

Existen personas muy bien capacitadas y con una extraordinaria capacidad para determinado campo de trabajo, pero por ser conflictivas, por descuidos en su formación o por tener una personalidad un tanto alterada, no son idóneas para tenerlas en cuenta en determinados puestos de trabajo.

Cuando no se tienen en cuenta los criterios morales de una persona (su honradez, su lealtad, su capacidad ética) y se busca contratar al genio, que tiene grandes capacidades para determinados trabajos o funciones, es entonces cuando se desvirtúa todo y se da cabida a la corrupción (que no es solo por el dinero). Así nos encontramos con “talentosos” que han roto su familia y nadie los quiere en su casa por la conducta que han tenido. Los mejores no suelen ser los más brillantes, sino los más buenos.

El criterio de selección social se encuentra bastante alterado por requerimientos que no deberían contar para elegir a una persona. Lamentablemente muchas elecciones se hacen con criterios políticos, atendiendo a intereses personales o de grupo. Una inteligencia sesgada a aspectos intelectuales o a logros interesantes en los temas profesionales que no incluya una armoniosa relación de la persona fiel a sus compromisos familiares, no sería inteligencia.

El 2011 es un año que empieza con una campaña política. En unos meses serán las elecciones presidenciales. Habría que pedir mucho al Todopoderoso para que los peruanos, de todos los niveles, aprendamos a elegir. Que nos fijemos más en la integridad de las personas y en los criterios que tienen con respecto a la vida para poder acertar a la hora de elegir.

¡FELIZ AÑO 2011!

Y QUE EL SEÑOR NOS TRAIGA BUENOS GOBERNANTES

Con mis oraciones y bendición

P. Manuel Tamayo

miércoles, diciembre 22, 2010

La invasión del materialismo en la Navidad

EL AMOR Y LA PROSPERIDAD DEL REY DE REYES

Belén y el Calvario parecen fracaso y son prosperidad.

El influjo del materialismo comercial, que adorna las ciudades, parece exitoso, pero es realmente, en la mayoría de los casos, efímero y caduco.

Los reyes magos abandonan sus palacios orientales para ir a un establo a dejar sus presentes a un rey que no trae nada material.

Los hombres de hoy quieren abandonar los establos y desiertos, huyendo de todo lo que sea dolor y sufrimiento, para ir en busca de los grandes palacios que están llenos de cosas materiales. Piensan que así serían ricos y no se imaginan que por ese camino, cada día se empobrecen más.

Mientras Moisés se fue a rezar al monte Sinaí, los israelitas se olvidaron de él y de los valores trascendentes y empezaron a adorar un becerro de oro.

El tácito consenso materialista del siglo XXI tiene a legiones adorando al becerro de oro; muchos viven embelesados y distraídos perdiendo cada día la dignidad, la felicidad y la Vida.

La Navidad siempre nos trae un Rey que parece indefenso y es Todopoderoso. Ese Rey viene para señalarnos un camino que parece de pérdida y es de ganancia. La lógica de Dios no es la lógica de los hombres. La historia es elocuente con sus enseñanzas, cuando vemos lo que perdura.

El mensaje principal del Rey de reyes es el Amor. El Rey nos entrega con su vida un Amor para que lo llevemos con nosotros. Juan Bautista anuncia que el mundo debe convertirse con la penitencia para poder recibir el Amor.

El Amor no se recibe de cualquier manera. El Amor es recibido por un ser que fue creado para trabajar. El Amor no se recibe para la comodidad, se recibe para el cumplimiento del fin. Solo se entiende el amor con la lógica del sacrificio, que es el camino de la Cruz. Solo sabe amar el que sabe llevar la misma Cruz del Redentor.

El becerro de oro que impide el amor, son los excesos de diversiones y placeres, que hasta los más emblemáticos intelectuales quisieran justificar para hacerlos compatibles con otras exigencias de una lógica “más humana”, que se aleja de la divina.

No se trata de humanizar lo divino sino de divinizar lo humano. Para eso viene Dios.

El hombre perfecto, que viene también como modelo, es el que nos entrega la lógica de un camino que es válido para todas las generaciones.

¡FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO!

Con mis oraciones y bendición

P. Manuel Tamayo

viernes, diciembre 17, 2010

Falta de brújula en los sistemas educativos

EDUCAR: ¿PARA TRIUNFAR O PARA SERVIR?

Hoy aparecen en los diarios y en la televisión abundantes propagandas sobre las calidades de las universidades, colegios, institutos y academias. Páginas a todo color y folletería de lujo. Muchas instituciones educativas se presentan de un modo impecable, ofreciendo a sus posibles alumnos el oro y el moro: la conquista de un status mejor, el ideal de un posesionamiento social de nivel, el éxito de una carrera universitaria y un liderazgo profesional en el mercado.

Quien mira las propuestas puede contemplar un maravilloso mundo de ofrecimientos y promesas al estilo de los programas políticos más influyentes o de las propagandas comerciales más persuasivas del mercado. Si bien es importante distinguir la calidad de las instituciones, porque hay grandes diferencias entre unas y otras, ahora quisiéramos poner la luz sobre las motivaciones, lo que se ofrece al alumnado, las metas que se deberían alcanzar para ser exitosos en la vida.

Lamentablemente la gran mayoría de ofrecimientos y motivaciones responden a un modo de ver la vida con una excesiva carga materialista y con ausencia de profundidad en los valores trascendentes, que son esenciales para el verdadero progreso de las personas.

Estos ofrecimientos de hoy, salvo honrosas excepciones, están cargados de motivaciones que inclinan la balanza hacia la conquista del beneficio personal, el gusto y la satisfacción de realizar en la vida lo que uno se propone para tener éxito.

El público que escucha las propagandas de las instituciones que ofrecen educación suele creer, al menos en un primer momento, todo lo que se promete para lograr las metas de la excelencia y el éxito. Hay más credulidad cuando los interesados son muchachos imberbes sin experiencia de la vida. Ese espacio de credulidad es hábilmente utilizado por las instituciones para su propio negocio, ofreciéndole al alumno las facilidades del caso para que ingrese y para que pueda llevar con éxito sus estudios.

La mayoría de los que empiezan, (cachimbos), sintiéndose triunfadores por haber ingresado, suelen vivir una luna de miel no muy prolongada. Sin embargo esas instituciones aprovechan también los fracasos para ofrecerles otras posibilidades de seguir adelante y así no perder al cliente. Siempre se apunta en la dirección del éxito y de la competividad.

Los alumnos que continúan sus estudios seguirán escuchando discursos sobre la excelencia, el liderazgo y el éxito, que los motiva a querer conseguir esas metas que se convierten en ideales para poder participar en el mercado vigente. A los más exitosos se les anima a sacrificar sus diversiones para decidirse por una de entrega más seria al mundo de la competividad y de la excelencia.

Lo que ocurre después podría ser algo semejante a lo que le pasa al automovilista que ingresa al tráfico de Lima; aunque lo haga con el firme propósito de manejar muy bien, poco a poco el sistema lo volverá agresivo, ambicioso, “mosca”, y a veces hasta tosco y grosero. Llega un momento en el que para sobresalir, tiene que pasar por encima los demás, aunque todas las reglas escritas le inviten al orden y al buen trato. La presión lo obliga a estar a la defensiva para no perder y entonces los demás se convierten en rivales o en temibles agresores. A la larga terminaría luchando contra los demás para poder sobrevivir. Las amabilidades serían solo medios para no contristar, o estrategias para persuadir y poder ganar. Para algunos es importante no caer mal y ser aceptados por la mayoría.

La competividad entre instituciones educativas les hace perder su finalidad

Los educadores vemos pasmados que este sesgo y deterioro se da en diversas instituciones educativas que, tal vez sin querer, se han ido mercantilizando y materializando. Afirman, de un modo teórico, lo que se debería hacer y terminan haciendo cosas distintas, que comprometen su finalidad. Los criterios sobre las virtudes y la moral se quedan para los discursos que adornan muy bien el marketing para la competencia, algo parecido a los adornos de Navidad en las tiendas. Lo que importa es el negocio y no el significado de fondo.

Hoy por hoy, muchos colegios y universidades quieren ser cabeza de grandes proyectos exitosos que sean rentables. Los temas formativos propios de le educación se estrellan con la trampa del triunfalismo protagónico de las instituciones que buscan competir con la educación para escalar puestos en el mercado. Todos quieren tener a los mejores y ganar espacios, se jactan continuamente de sus triunfos y se colocan en la lista de los más emblemáticos. La competencia ya no es para ser mejores sino para estar en el mercado. Hoy se le llama mejor al más exitoso y no al más bueno.

Al más bueno no se le llama porque le faltan grados de “malicia” para la competividad, para aceptar unas “reglas” del juego torcidas, para una suerte de viveza que utilice la trampa y la esconda. Pasar desapercibido para servir, sin buscar recompensa, no parece ser vocación de ninguno, en los ambientes de la competividad. Aunque parezca paradójico, también en educación se están arrojando serpentinas de carnaval con mensajes sugerentes que invitan al espectáculo mediático, al show, con mucho ruido y pocas nueces.

Hoy es fácil encontrarse a jovenzuelos que frisan los 30 años y oírles hablar de las mejores marcas y de los últimos negocios, y muchos de ellos haciendo reverencias a los mundos fantásticos de la ciencia-ficción donde señalan héroes exitosos, que son, salvo honrosas excepciones, gente desaliñada y sin criterio moral. Es un modo de estar en la luna que parece de nivel.

Es muy fácil hablar de educación cuando se la confunde con un negocio de competencia. Se pueden adquirir los conocimientos de sistemas educativos exitosos, e incluso optar por uno de ellos para sacar adelante una empresa educativa, pero con óptica mercantilista, la educación se transforma en una discreta capacitación o instrucción. Se pierde la formación de las personas para ser personas.

Lamentablemente muchas instituciones educativas se encuentran sumergidas en estas corrientes sesgadas que están llevando la educación al despeñadero. Contrasta lo que ofrecen las propagandas educativas con la realidad. El hombre de hoy no está educado está herido. La educación está en crisis. Todos se lamentan de estas carencias y deterioros.

Es fácil hablar de educación en el mercado y proyectarse a metas de competividad. Lo difícil es estar con los alumnos en el día a día y conducirlos bien, con dominio y llegada. Para conocer hay que estar. La educación es la única ciencia que no se puede enseñar sin el contacto profesor-alumno. Para formar al alumno como debe ser hay que estar con él, conocerlo y quererlo. No hay otro sistema. Y el tema principal de la educación es formar las virtudes y desarrollar las capacidades para que las personas puedan servir amando. Educar para el egoísmo es un contrasentido. El alumno debe ver en el profesor la persona buena que siempre está buscando lo mejor para ser bueno con los demás.

Es necesario que los sistemas educativos vigentes revisen sus metas y vean bien si las motivaciones que están ofreciendo corresponden realmente a la formación de sus alumnos.

Agradecemos sus comentarios

Falta de brújula en los sistemas educativos

EDUCAR: ¿PARA TRIUNFAR O PARA SERVIR?

Hoy aparecen en los diarios y en la televisión abundantes propagandas sobre las calidades de las universidades, colegios, institutos y academias. Páginas a todo color y folletería de lujo. Muchas instituciones educativas se presentan de un modo impecable, ofreciendo a sus posibles alumnos el oro y el moro: la conquista de un status mejor, el ideal de un posesionamiento social de nivel, el éxito de una carrera universitaria y un liderazgo profesional en el mercado.

Quien mira las propuestas puede contemplar un maravilloso mundo de ofrecimientos y promesas al estilo de los programas políticos más influyentes o de las propagandas comerciales más persuasivas del mercado. Si bien es importante distinguir la calidad de las instituciones, porque hay grandes diferencias entre unas y otras, ahora quisiéramos poner la luz sobre las motivaciones, lo que se ofrece al alumnado, las metas que se deberían alcanzar para ser exitosos en la vida.

Lamentablemente la gran mayoría de ofrecimientos y motivaciones responden a un modo de ver la vida con una excesiva carga materialista y con ausencia de profundidad en los valores trascendentes, que son esenciales para el verdadero progreso de las personas.

Estos ofrecimientos de hoy, salvo honrosas excepciones, están cargados de motivaciones que inclinan la balanza hacia la conquista del beneficio personal, el gusto y la satisfacción de realizar en la vida lo que uno se propone para tener éxito.

El público que escucha las propagandas de las instituciones que ofrecen educación suele creer, al menos en un primer momento, todo lo que se promete para lograr las metas de la excelencia y el éxito. Hay más credulidad cuando los interesados son muchachos imberbes sin experiencia de la vida. Ese espacio de credulidad es hábilmente utilizado por las instituciones para su propio negocio, ofreciéndole al alumno las facilidades del caso para que ingrese y para que pueda llevar con éxito sus estudios.

La mayoría de los que empiezan, (cachimbos), sintiéndose triunfadores por haber ingresado, suelen vivir una luna de miel no muy prolongada. Sin embargo esas instituciones aprovechan también los fracasos para ofrecerles otras posibilidades de seguir adelante y así no perder al cliente. Siempre se apunta en la dirección del éxito y de la competividad.

Los alumnos que continúan sus estudios seguirán escuchando discursos sobre la excelencia, el liderazgo y el éxito, que los motiva a querer conseguir esas metas que se convierten en ideales para poder participar en el mercado vigente. A los más exitosos se les anima a sacrificar sus diversiones para decidirse por una de entrega más seria al mundo de la competividad y de la excelencia.

Lo que ocurre después podría ser algo semejante a lo que le pasa al automovilista que ingresa al tráfico de Lima; aunque lo haga con el firme propósito de manejar muy bien, poco a poco el sistema lo volverá agresivo, ambicioso, “mosca”, y a veces hasta tosco y grosero. Llega un momento en el que para sobresalir, tiene que pasar por encima los demás, aunque todas las reglas escritas le inviten al orden y al buen trato. La presión lo obliga a estar a la defensiva para no perder y entonces los demás se convierten en rivales o en temibles agresores. A la larga terminaría luchando contra los demás para poder sobrevivir. Las amabilidades serían solo medios para no contristar, o estrategias para persuadir y poder ganar. Para algunos es importante no caer mal y ser aceptados por la mayoría.

La competividad entre instituciones educativas les hace perder su finalidad

Los educadores vemos pasmados que este sesgo y deterioro se da en diversas instituciones educativas que, tal vez sin querer, se han ido mercantilizando y materializando. Afirman, de un modo teórico, lo que se debería hacer y terminan haciendo cosas distintas, que comprometen su finalidad. Los criterios sobre las virtudes y la moral se quedan para los discursos que adornan muy bien el marketing para la competencia, algo parecido a los adornos de Navidad en las tiendas. Lo que importa es el negocio y no el significado de fondo.

Hoy por hoy, muchos colegios y universidades quieren ser cabeza de grandes proyectos exitosos que sean rentables. Los temas formativos propios de le educación se estrellan con la trampa del triunfalismo protagónico de las instituciones que buscan competir con la educación para escalar puestos en el mercado. Todos quieren tener a los mejores y ganar espacios, se jactan continuamente de sus triunfos y se colocan en la lista de los más emblemáticos. La competencia ya no es para ser mejores sino para estar en el mercado. Hoy se le llama mejor al más exitoso y no al más bueno.

Al más bueno no se le llama porque le faltan grados de “malicia” para la competividad, para aceptar unas “reglas” del juego torcidas, para una suerte de viveza que utilice la trampa y la esconda. Pasar desapercibido para servir, sin buscar recompensa, no parece ser vocación de ninguno, en los ambientes de la competividad. Aunque parezca paradójico, también en educación se están arrojando serpentinas de carnaval con mensajes sugerentes que invitan al espectáculo mediático, al show, con mucho ruido y pocas nueces.

Hoy es fácil encontrarse a jovenzuelos que frisan los 30 años y oírles hablar de las mejores marcas y de los últimos negocios, y muchos de ellos haciendo reverencias a los mundos fantásticos de la ciencia-ficción donde señalan héroes exitosos, que son, salvo honrosas excepciones, gente desaliñada y sin criterio moral. Es un modo de estar en la luna que parece de nivel.

Es muy fácil hablar de educación cuando se la confunde con un negocio de competencia. Se pueden adquirir los conocimientos de sistemas educativos exitosos, e incluso optar por uno de ellos para sacar adelante una empresa educativa, pero con óptica mercantilista, la educación se transforma en una discreta capacitación o instrucción. Se pierde la formación de las personas para ser personas.

Lamentablemente muchas instituciones educativas se encuentran sumergidas en estas corrientes sesgadas que están llevando la educación al despeñadero. Contrasta lo que ofrecen las propagandas educativas con la realidad. El hombre de hoy no está educado está herido. La educación está en crisis. Todos se lamentan de estas carencias y deterioros.

Es fácil hablar de educación en el mercado y proyectarse a metas de competividad. Lo difícil es estar con los alumnos en el día a día y conducirlos bien, con dominio y llegada. Para conocer hay que estar. La educación es la única ciencia que no se puede enseñar sin el contacto profesor-alumno. Para formar al alumno como debe ser hay que estar con él, conocerlo y quererlo. No hay otro sistema. Y el tema principal de la educación es formar las virtudes y desarrollar las capacidades para que las personas puedan servir amando. Educar para el egoísmo es un contrasentido. El alumno debe ver en el profesor la persona buena que siempre está buscando lo mejor para ser bueno con los demás.

Es necesario que los sistemas educativos vigentes revisen sus metas y vean bien si las motivaciones que están ofreciendo corresponden realmente a la formación de sus alumnos.

Agradecemos sus comentarios

viernes, diciembre 10, 2010

De espaldas a la verdad

LAS INJUSTICIAS DEL CONSENSO GLOBAL

Ponerse de acuerdo, no armar lío, tolerar, ser persona de mente abierta, divertirse y conseguir desenvolverse bien en los diferentes ambientes sociales, son metas muy cotizadas en los tiempos actuales para tener éxito en la vida. Se podría decir que es la mentalidad de las mayorías. Hay un consenso social global que respalda este modo de pensar y proceder, y por lo tanto, nadie debería salirse de esos parámetros si quiere vivir adaptado en el mundo contemporáneo.

Los consensos se fabrican con las ideologías de la época y con lo que se pone de moda en los distintos sectores sociales: lo que se acepta, lo que se rechaza, lo que está bien visto por todos, las costumbres, los modos y las modas. Parece que no interesa mucho si está bien o si está mal y que lo importante es lo que piensa o lo que hace la mayoría. En todo caso el bien y el mal dependerían más de la subjetividad del consenso que de la objetividad de la verdad.

Un adolescente me decía que yo estaba fuera de la realidad cuando escuchaba en la radio canciones criollas, “¡que nadie escucha!” , lo afirmaba categóricamente mirando a otro de su edad que asentía con la misma certeza. El sesgo que tienen los chicos hacia las canciones que “todo el mundo” escucha ahora,(siempre en inglés) es atroz; ni cuenta se dan del empobrecimiento cultural y espiritual que pueden padecer encerrados en sus mundos limitados.

Los consensos en la historia

Un tema de mayor calibre es el que podemos recordar de los siglos anteriores cuando hubo un consenso global a favor de la esclavitud, que no estaba mal vista y se permitía, incluso con la participación de las grandes mayorías en el tráfico de esclavos.

El consenso más cruel de la historia fue el que permitió la crucifixión de Hijo de Dios en el Calvario. Soltar a Barrabás (el hombre más cruel y sanguinario) y crucificar a Jesús (que vino a predicar el amor a Dios y a los demás), era estar con la política del momento. Lo que ahora podríamos llamar la verdad mediática o el consenso político (lo que es conveniente, políticamente hablando).

La vida sigue igual a pesar de los siglos que han pasado y el consenso de las grandes mayorías sigue cometiendo injusticias en todo el mundo. Ya no es la época de la esclavitud es ahora la época del relativismo, que es otro tipo de esclavitud.

El consenso en el Relativismo de la época

El consenso de hoy es la presión para que todo de igual. No es conveniente defender posturas de las que pueden producirse enfrentamientos. Es el tiempo de la tolerancia, del pluralismo de ideas, de aceptar ideologías e incluso mezclarlas, de ser abiertos para experimentar cualquier novedad, de ser informales y nada rigurosos con leyes o reglamentos, que no existan presiones en la vida, que todo sea relax. El consenso para pasarla bien sin que nadie se oponga y por supuesto que a nadie se le ocurra sobresalir demasiado, porque eso podría ser injusto para otros.

Se quiere formalizar el acuerdo para la espontaneidad y para pasarla bien, muchas personas, sin darse cuenta, viven con esa mentalidad. No pueden concebir que las cosas se hagan de otra manera. Si falta lo divertido y lo que a la gente le gusta, es como si faltara el aire para respirar. Es una mentalidad que ha ido tomando cuerpo y que está llevando a la sociedad en general al despeñadero. Se oye decir, como si fuera un gran consejo: “haz lo que te gusta porque si haces lo que no te gusta te irá mal” (es evidente la superficialidad de esta aseveración).

Arreglar las brújulas para poder andar

Si no hay una reacción a tiempo que les haga ver el peligro de esos consensos, no se podría avanzar en ningún proyecto serio a favor del hombre y de la humanidad en general. Este tipo de consenso es como una anestesia que duerme a todos.

Hay que advertir que fueron los consensos los que dieron origen a las guerras más atroces de la humanidad.

Hoy nos encontramos en un círculo vicioso tapado por las nubes de un economicismo banal que ocupa muchas cabezas pensantes y caminan sin brújula tratando de llevar a los demás hacia un norte virtual que ni ellos mismos se lo creen (éxito, excelencia, liderazgo, posesionamiento social).

Urge una mayor sinceridad en los temas para lograr que las personas no caminen en función de unos intereses creados por los poderes emblemáticos, que con banderas de libertad, siguen acogotando a los más débiles. Se utiliza a todos para el “éxito” de unos pocos.

Es la hora de derrotar al consenso del hombre que busca sus intereses y hace lobby para conseguir, con sus amigos, incrementar sus ganancias y su poder, perjudicando al resto. Necesitamos hombres libres que busquen la libertad de todos con la verdad y el bien.

La justicia es la constante voluntad de darle a cada uno lo suyo. Es una virtud que nos hace vivir en función de los demás, para que todos sean felices. Es una virtud que desarrolla nuestra generosidad para conseguir lo mejor para los demás. Es una virtud que nos mantiene en un servicio constante a los demás.

El justo está siempre haciendo justicia. Hacer justicia no es demandar, es amar y servir con amor. El mal se consigue con abundancia de bien. Si la voluntad funciona bien se consiguen las mejores cosas para los demás al margen de lo que hagan otros. Dentro de un mundo de injusticias el justo tiene éxito. Es un contraste muy grande. Su actitud desinteresada y desprendida es una llave para el progreso y para la confianza con todos.

Agradecemos sus comentarios

jueves, diciembre 02, 2010

El costo de los engreimientos y del facilismo

CUANDO EL REY SE CONVIERTE EN TIRANO

Cuando nace un bebe todo el mundo hace fiesta en torno a él y rápidamente se convierte en el centro de atracción de toda la casa. Los familiares se turnan para estar con él y darle todo el cariño que pueden. El bebe se convierte ipso facto en el rey o en la reina del hogar.

Los papás del recién nacido embelezados con la criatura le graban hasta la respiración. Todo lo que hace el bebe les parece maravilloso y genial. Cuando llegan las visitas cuentan con riguroso cuidado las mil anécdotas o incidencias del “rey de la casa”, convencidos de que sus interlocutores no quieren oír otras cosas. La criatura va creciendo entre besos y caricias de los suyos, con elogios desmedidos que se repiten por doquier.

Enseñarles pronto a ser generosos, a sacrificarse y a servir a los demás

Mientras el niño no tenga uso de razón no pasa nada, al contrario, el afecto que reciba de los suyos le ayudará a crecer bueno y sano. En cambio, más adelante, cuando empieza a pensar, hay que enseñarle, cuanto antes, a servir y a ser generoso con los demás, para que los engreimientos no se le trepen a la cabeza y se vuelva un tirano insoportable.

El niño debe aprender que todos somos iguales y que él no tiene más derechos que los demás. Los padres tendrán que ir por delante con el ejemplo renunciando a muchos beneficios y aceptando muchos sacrificios. Así el niño aprenderá que mucha gente necesita de su esfuerzo y será feliz, no porque tiene muchas cosas o porque consigue un buen status, sino porque es útil para ayudar a los demás, sin buscar una recompensa para él. Que tenga la satisfacción de servir y punto. Esto último hay que remacharlo.

La tragedia del niño engreído

Lamentablemente en muchos hogares las cosas no suceden así. Los padres siguen tratando al niño como a un rey y no se dan cuenta del daño que le están haciendo. El niño engreído exigirá todo tipo de atenciones: que le hagan caso en todo, que lo lleven a donde él quiere, que le compren lo que desea. Se sentirá bien cuando sus padres consienten sus caprichos. En la etapa previa a la pubertad puede ser que no de mayores problemas pero después, en medio de la adolescencia, se convertirá en un verdadero tirano que exigirá sacrificios a su favor sin poner nada de su parte y tratará a sus padres como si fueran sus sirvientes, a veces de un modo despiadado e hiriente.

Cuando se dan estas crisis los papás no saben qué hacer, dudan si intervenir con exigencias o dejar que el tiempo arregle las cosas. Cada día que pasa sentirán, con más inquietud, que van perdiendo autoridad con el hijo. Les da miedo intervenir con quien fue nombrado “rey” por ellos mismos y ahora se ha convertido en un “tirano” insoportable.

Se equivocan los padres cuando promocionan demasiado a sus hijos para que logren un posesionamiento en la sociedad en base a prebendas o beneficios obtenidos por amistades o por un “mérito” apañado por un sistema que los protege, dándoles facilidades. Es penoso ver a padres y maestros gestionar escaños sociales para favorecer a quienes todavía no merecen esas oportunidades. Un amor equivocado les puede cegar y después, a la vuelta de los años, la vida les pasará la factura con algún infortunio inesperado: hijos pródigos sin un retorno de perdón y con un pronóstico doloroso y desolador.

Trabajar con seriedad en los cimientos de la formación

A los chicos hay que formarlos para que puedan servir en todos los terrenos, con un verdadero desprendimiento y un amor que crezca de día en día. El liderazgo que falta es el del servicio auténtico. No deben sentirse superiores a nadie, ni dueños o propietarios de un status diferente.

En este mundo de competividad muchos viven sumergidos en una mentalidad de querer algo mejor que el otro. Si uno adquiere un teléfono del año, el otro estará esperando el modelo siguiente para ganarlo, …y así con todo. Es una pena cuando los ambientes educativos se convierten en mercantilistas y frívolos, en los procedimientos y en los fines. Cuando se “crean” oportunidades embelesando a los jóvenes con ambiciones egoístas.

Ya no se forma al chico para que sea bueno sino para que sea competitivo. Los que no son formadores piensan que puede ser compatible la formación y la competividad, (entendida como la búsqueda para la conquista de una mejor posesión de beneficio individual al margen de los demás).

En muchos sectores actuales, donde falta la profundidad de la ciencia educativa, se han colado los microbios del modernismo con planteamientos planos y sesgados que apuntan al éxito de la selectividad en base a las estadísticas de los sistemas actuales más emblemáticos. Es como si en los ambientes de cine se dijera que ahora las mejores películas son las comerciales y las más taquilleras. Si en el cine no se admite una afirmación tan ligera, en educación no se debe caer en la miopía de afirmar que lo mejor es lo que está en cartelera.

Formar para servir y no para competir de un modo egoísta

Al chico hay que formarlo para servir más que para competir y sobresalir dejando de lado a los otros. Se hace urgente distinguir la competividad fomentada por motivaciones egoístas de la competencia sana y disciplinada fomentada en los ambientes educativos para la formación de las personas. La competividad (tal como se entiende hoy) hay que colocarla fuera de los ámbitos educativos.

El colegio y el profesor cuando forman bien a los alumnos: enseñan a comprender, a querer, a servir, a ayudar y dar la mano, a ceder, etc. Esto es lo que el alumno debe aprender en su casa y en el colegio. En las competencias deportivas de un colegio el acento se debe poner en la formación de las virtudes humanas y en la disciplina más que en la competividad de querer aplastar al rival sintiéndose superior con el triunfo.

La sana competencia que puede haber en un ambiente educativo no es la competividad despiadada y de argolla que se ve en la sociedad.

Se aprende a ganar sin humillar, valorando mucho al perdedor, sin dejarlo de lado. Se aprende también a perder, valorando y protegiendo al ganador y no agrediéndolo. Estos postulados no son utopías. Se logran precisamente en los colegios cuando existe una buena direccionalidad hacia la formación y un buen liderazgo por parte de los educadores. Pero en sistemas donde se echa leña para que crezcan ambiciones de beneficios personales, el servicio al prójimo se quedaría una teoría que se menciona y se repite.

No formar un auténtico amor al prójimo en la interioridad de las personas es una grave omisión que afecta a la estructura esencial de la personalidad del ser humano y a la sociedad en general.

Es imposible formar a las personas y llegar a las metas educativas más altas si no se curan antes estas heridas graves que existen en los ambientes educativos más emblemáticos de nuestra sociedad.

Agradecemos sus comentarios