jueves, setiembre 29, 2011

Protestantes de facto

DICEN QUE SON CATÓLICOS

Hoy existen muchos bautizados en la Iglesia católica que piensan y viven como protestantes. Se llaman católicos y no siguen a la Iglesia y al Papa, que es el Vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia. Los católicos rezamos todos los domingo y fiestas de guardar el Credo, en esa oración expresamos nuestra fe en la Iglesia: “creo en la iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica…”

Los protestantes se separaron de la iglesia católica con Lutero con el principio de Sola Scriptura, o sea, la libre interpretación de la Sagrada Escritura, ya no querían leer la Bilbia dentro de la Iglesia sino cada uno por su cuenta, interpretándola al pie de la letra. En cambio el católico lee la Escritura dentro de la Iglesia y cree firmemente en ella, con la interpretación que da la Iglesia.

Los católicos aprenden en el catecismo que la Iglesia está asistida, desde su fundación, por el Espíritu Santo y a ella se le ha entregado el depósito de la Revelación para que lo cuide, lo conserve y lo propague por todo el mundo. Dios le dio a los apóstoles la misión de propagar su palabra por todo el mundo y les prometió su asistencia: “yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos” De allí que la doctrina de la revelación es predicada por los pastores de la Iglesia en unión con el Papa y toda la Iglesia

Si existen los mandamientos no puede haber libertad absoluta

Como podemos comprobarlo por la historia el protestantismo va a influir en el pensamiento liberal para que el hombre sea partidario de la libertad absoluta y busque una autonomía también absoluta. Con este modo de proceder se oscurece la virtud de la obediencia ya que el hombre buscará hacerlo todo de acuerdo a sus propias convicciones. El camino para lograrlo sería la libertad total o absoluta.

La mentalidad protestante, proclive a resaltar la subjetividad de las personas, debilita la objetividad de la verdad y podría rechazar a la metafísica que la sustenta desde el punto de vista filosófico o racional. Desde esa perspectiva era fácil señalar a los defensores de la doctrina católica como dogmáticos, radicales y poco amigos de la libertad de pensamiento.

La Iglesia forma a los católicos para que conozcan la verdad, que viene de fuera del hombre, con la luz de la fe y los esfuerzos de la razón. Hay una verdad revelada predicada por la Iglesia. En ella se encuentra un código ético: la ley de Dios: los diez mandamientos, que están inscritos en la naturaleza humana y forman lo que se llama la ley natural.

La Iglesia enseña que para ser libres es necesario conocer la verdad y vivir de acuerdo a ella. En el catecismo se distingue entre la libertad de conciencia (libertad absoluta), que no debe existir para el hombre porque no puede ir contra las leyes que Dios ha previsto para su moral, y la libertad de las conciencias, que la iglesia defiende porque cada hombre tiene libertad para elegir, dentro del camino del bien, (o sea, respetando las leyes de Dios), el camino que desee.


El amor a Jesucristo y a la Iglesia

Hoy, lamentablemente, algunos católicos han querido marcar una distancia con respecto a las normas de la Iglesia. Dicen que creen en Dios y en Jesucristo pero han dejado de practicar los sacramentos (que fueron instituidos por el mismo Jesucristo) y muchas veces los cuestionan, especialmente la confesión, aduciendo que el sacerdote es un hombre y que ellos se confiesan directamente con Dios.

Una importante mayoría de católicos no asisten a Misa los domingos y no les importa que la iglesia les diga que están en pecado mortal, por haber roto con el precepto de la primera ley de la iglesia: Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar.

Otros no tienen en cuenta las enseñanzas de la Iglesia y admiten ideologías que son incompatibles con el pensamiento cristiano como el marxismo, o el liberalismo ateo, que han sido censurados innumerables veces por el Magisterio de la Iglesia. Algunos de los que defienden una apertura de pensamiento no están dispuestos a reconocer la verdad. Buscan más bien “taparle la boca” a la iglesia. No es difícil darse cuenta que admitir cualquier “verdad” menos la que difunde, desde hace milenios, la Iglesia, para que los hombres la hagan vida en sus vidas, es negar también a Jesucristo.

Últimamente el Papa Benedicto XVI ha dicho que no se puede amar a Cristo si no se ama a la Iglesia. Jesucristo fundó la Iglesia y le entregó a Pedro (el primer Papa), las llaves del reino de los cielos, con un poder para atar y desatar. El Papa es el Vice Cristo en la tierra.

El prestigio milenario de la Iglesia

La Iglesia existe desde la fundación de Cristo y se ha extendido por el mundo entero. Ha tenido entre sus files innumerables mártires y santos; personas realmente ejemplares que la historia ha reconocido y que han dejado una huella imborrable de verdad y de bien en la humanidad.

En el mundo hay una tradición cristiana, sembrada por la Iglesia, que continúa vigente y aún está creciendo. La podemos ver en los recientes viajes del Papa (Jornada mundial de la Juventud en Madrid y Alemania) y en tantas otras ocasiones en que la Iglesia se manifiesta.

Los católicos que tienen fe en la Iglesia quieren al Papa, a los obispos y a los sacerdotes que están unidos a los obispos y al Santo Padre. A todos se les tiene veneración y cariño. Se les trata con respeto porque son representantes de Dios. Es verdad que la Iglesia está formada por hombres y que algunos pueden fallar. Los fallos y errores graves que han tenido algunos eclesiásticos en los últimos años no han llegado ni al 1% del número total. Los enemigos de la Iglesia han magnificado los hechos para que parezca que son más y así alejar a los fieles de sus pastores. En esto el Santo Padre ha sido enfático para que se sancione a los culpables.

El ecumenismo en la Iglesia

La Iglesia sigue en su labor de ecumenismo con los cristianos separados y ahora tendrá que hacerlo con los que se han bautizado como católicos y viven como protestantes. La doctrina de la Iglesia está clara, se encuentra en los catecismos. Es necesario que las personas se aclaren con el camino que quieran seguir en sus vidas. La Iglesia les ofrece el camino de siempre: seguir a Jesucristo a través de los sacramentos. El camino de la libertad es el de la verdad de la doctrina revelada por Jesucristo que la Iglesia predica y es el camino de la felicidad para todos. Ese es el camino de los católicos que viven dentro de la Iglesia y aman a su Jerarquía. Que no digan que son católicos los que no viven de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia. No basta con creer en Dios. El demonio también cree en Dios.

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viernes, setiembre 23, 2011

Los desatinos de la espontaneidad

LA HORA LOCA

Cuando éramos niños y sonaba el timbre para salir al recreo nos entraba una alegría grande que nos impulsaba a correr alocadamente para ganar rápidamente el patio y la posibilidad de colocarnos en una mejor posición para iniciar los juegos previstos para esos momentos de expansión.

Los profesores, al vernos salir en estampida con una euforia que se manifestaba en nuestras carreras y gritos destemplados, nos miraban con una forzada comprensión, y parecían susurrar a media voz: “¿Qué vamos a hacer? son niños y necesitan desfogarse…”

Efectivamente la clase era como un lugar donde había que hacer lo que te decían y el recreo era el espacio que estaba permitido para que hagamos lo que queramos. Hasta aquí todo estaba muy bien.

Ahora, con el paso del tiempo, nos preguntaríamos si en aquellos años, todos los niños encontrábamos en el recreo nuestro espacio de libertad.

Los que gritábamos desfogándonos para ganar los mejores espacios y sentirnos dueños de nuestros propios actos, dentro de una competencia infantil, éramos libres en ese ejercicio aunque en el camino atropelláramos a otros y los dejáramos fuera de nuestros juegos. Tampoco nos dábamos cuenta que otros compañeros, de nuestra propia clase, ni siquiera competían con nosotros y vivían el recreo de una manera distinta; a nosotros no nos importaba lo más mínimo y los ignorábamos.

En esos ambientes infantiles del colegio se elaboraba automáticamente todo un mundo de aparentes ganadores y perdedores. Los más poderosos ejercían su liderazgo sobre los más débiles. Las pasiones humanas infantiles solo tenían la ley de la selva que daba prioridad al más fuerte. En esos mundillos nos bandeábamos y así se iba forjando nuestra personalidad, algunos salían airosos de los escollos, otros quedaban atrapados por sistema de rigor, que nos parecía normal. También había quienes vivían al margen, dentro de sus propios mundos, que no compartían con nadie.

Progresos y retrocesos en educación

Gracias a Dios, con el progreso de las ciencias educativas se pueden controlar ahora los mundos del recreo infantil para evitar situaciones irregulares producidas por una espontaneidad desbocada sin control ni orientación.

Es interesante observar que este cuadro de desfogue infantil también se repite en la sociedad con los jóvenes y los adultos, cuando en aras de la libertad, se quitan los controles y se da espacio para la espontaneidad. En el lenguaje juvenil se suele llamar “la hora loca”, un espacio donde todo es desfogue.

Es verdad que los seres humanos necesitamos expandirnos libremente dejando de lado las tensiones, quisiéramos tener espacios para: conversar, cantar, reír, jugar, etc. y poder descansar a gusto, sin molestias ni controles, encontrando los lugares o momentos donde uno se sienta feliz para expresar nuestros sentimientos de alegría o pena, con nuestros familiares o amistades más entrañables, sin ningún tipo de presión, sin miradas fiscalizadoras o críticas que impidan nuestras intervenciones sencillas y sinceras.

La psicología de la piñata

Los mexicanos nos enseñaron con sus famosas piñatas a desfogarnos un poco golpeando con un mazo a un muñeco cargado de sorpresas. Había que golpear duro y sin miedo, cuando todo caía era menester zambullirse al suelo para coger el mejor regalo. Todo se hacía bajo la mirada atenta de los mayores que cuidaban nuestros juegos para que no ocurriera un accidente en medio del barullo competitivo.

La piñata es la imagen de la competencia alegre que nos une a todos en una celebración donde se rompen escrúpulos y tensiones y todos pueden ganar compitiendo sanamente.

La hora loca, a la que nos estamos refiriendo, tiene otra connotación: hay un permisivismo indebido, es un desfogue desordenado donde vale todo, no existe ningún tipo de ley o control. Es como si hubiera que realizar lo que está prohibido, o lo que no debe permitirse. Es un desfogue insano, a veces grosero o grotesco, lejano a la bondad y elegancia de las personas educadas. Es tirarle tierra al respeto y a la amabilidad con las personas. Es permitir la irreverencia, la arrogancia, las bromas de mal gusto, las ironías hirientes, la burla por los defectos del prójimo. Es permitir liderazgos impropios donde gana el más atrevido, por no decir el más egoísta, o el que desprecia al resto con su vanidad enfermiza, la del charlatán, o la del ostentoso que sólo se mira a sí mismo. El “complejo” de la autoestima podría crear una “superestima” que es más peligrosa y nociva para la vida social que las “timideces” del que no se atreve a expulsar hacia fuera lo que tiene dentro.

Para resolver estos escollos y poder actuar con tino es necesario distinguir entre la naturalidad y la espontaneidad. La naturalidad lleva a que la persona actúe con sencillez (que es una virtud y toda virtud es una expresión de amor. La suma de todas las virtudes es la delicadeza en el trato. Cuando una persona es virtuosa es fina en sus expresiones y trato, se dice que es una “bellísima persona”).

Hacia fuera deberían salir las virtudes auténticas, que no son disfraces, sino expresiones que surgen de un amor que se ha conquistado y que sabe poner frenos (los frenos de los carros no son para que no caminen sino para que no choquen), a tendencias o pasiones que pueden producir un daño a uno mismo o a los demás. Es sencillamente descubrir que el mal también está dentro de los seres humanos y hay que luchar contra él. Quien sabe controlarse no está reprimido.

Los que buscan con la educación que las personas sean espontáneas están olvidando el campo de las virtudes humanas que nunca surgen de un modo espontáneo, son consecuencia de un esfuerzo y una lucha. Los educadores (padres de familia o profesores) son quienes deben exigir a los educandos las virtudes que deben tener sus hijos o alumnos.

Los educandos no están en condiciones de elegir su propia educación, nadie puede dar lo que no tiene. Se equivocan los ambientes educativos “democráticos” donde los alumnos puedan elegir los parámetros de su propia educación. Los colegios que han optado por dejar “libres” a sus alumnos para que ellos elijan como quieran han conseguido que muchos de ellos se vuelvan irrespetuosos, arrogantes y desatinados para temas de fondo que exigen de una madurez.

Si bien todos los autoritarismos y las tiranías son malas, son mucho peores las tiranías de los hijos sobre los padres y la de los alumnos sobre sus maestros.

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jueves, setiembre 15, 2011

El arte de saber elegir en el mundo libre de lo opinable

LA FILOSOFÍA DE LA OPCIÓN

El progreso y el desarrollo de la humanidad nos entregan un mundo rico en posibilidades para poder escoger. Lo que antes parecía un sueño ahora es una realidad, el hombre de hoy puede darse el lujo de elegir dentro de un espectro mucho más amplio. Lo que se requiere ahora es acertar para elegir la mejor opción, la que enriquece más, la más valiosa, la más acertada. Como la competividad ha crecido y hay un esmero general en presentar las cosas bien, parece que todo es bueno y la elección se hace realmente más difícil.

Cuando se trata de cosas pequeñas que no tienen mayor trascendencia no importa elegir alguna opción entre varias ofertas (ropa, comidas, lugares de paseo, etc). La elección no va a afectar mayormente la vida de las personas, todo seguirá igual (cualquier gaseosa que se elija apagará la sed). Cuando se trata de algo de mayor trascendencia hay que tener mucho cuidado en lo que se elige.

Cambio de mentalidad (en el mundo de lo que es elegible)

Al referirnos al amplísimo mundo de lo elegible, donde existe una gran variedad, hay elecciones muy importantes, otras pueden ser urgentes y otras no tienen mayor relevancia. Debemos advertir que en los últimos tiempos se ha producido un cambio de mentalidad con respecto a las épocas anteriores.

La primera consideración sería para el reconocimiento y la aceptación de la realidad: antes las ofertas eran limitadas, ahora se han multiplicado y las calidades han mejorado.

Las ofertas limitadas de las épocas anteriores creaban una valoración de las cosas y una mentalidad más proclive para aceptar lo que había (en los hogares se educaba para comer la comida que servían, en la televisión solo se podía ver el canal oficial, en los comedores públicos había un solo menú, habían muchos monopolios: productos de una sola marca oficial, etc.).

Cuando las cosas se empiezan a multiplicar y crecen las ofertas, la calidad también mejora (se nota en los productos y en las atenciones). Esta realidad crea un nuevo modo de ver las cosas, una filosofía para elegir bien y rápido, entre las diversas opciones y saber que todos tienen más posibilidades para decidir con responsabilidad y libremente.

Esta capacidad adquirida por todos, ha sido motivada por la multitud de ofertas interesantes de calidad, que existen en el mundo. Ahora se puede elegir acertadamente entre muchas opciones igualmente valiosas. Ya no tiene sentido insistir para elegir una sola opción (salvo alguna excepción). La multiplicación de las ofertas es un triunfo de la libertad que favorece a todos, hay más posibilidades para enriquecer la vida y fortalecer la voluntad de las personas.

Estas apreciaciones que estamos haciendo ayudan a entender los requerimientos que hay que tener en cuenta, en esta época, para formar a las personas. Ya no se puede formar bien a la gente con una mentalidad anticuada, subrayando una sola opción como única, sería como pedir la carreta y desechar el avión. Los consejos que señalan una sola opción ya no funcionan en un mundo donde hay un mar de posibilidades de muy buena calidad.

Antes era necesario recurrir a personas que sabían para poder elegir algo conveniente. Hoy las cosas se presentan con tal llegada que ya no hacen falta tantas advertencias ya que se han abierto campos de libertad para que la elección de cada uno sea estrictamente personal. La educación debe orientar a las personas para que sepan elegir. Es por eso que las nociones del bien y del mal deben estar muy claras. La gente debe descubrirlas para que puedan elegir bien.

Cuando hablamos de ofertas es bueno presentarlas todas, para que las personas elijan libremente. Ya no se puede decir: “¡tienes que escoger esto!” de un modo imperativo o mostrar un desacuerdo porque alguien eligió algo que a nosotros no nos gusta. Nos tiene que gustar que haya variedad en las elecciones y en las opciones, así nuestro campo de conocimiento es más amplio y nos permite conocer mejor a las personas y poder quererlas con sus diferencias.

Con esta realidad se deja más libre a la gente sin encajonarlas dentro de unos esquemas fijos, que antes, por las limitaciones y circunstancias de la época, eran, para todos, los únicos y seguros.

La libertad para elegir con responsabilidad

Hacemos estas consideraciones teniendo en cuenta el amplio espectro de lo elegible y lo opinable. También hay que tener en cuenta que la presentación de las ofertas puede estar limitada por el factor económico o por otra circunstancia; sin embargo la mente debería tener siempre una buena apertura, para poder decirle a los demás: Tú eres libre y escoge lo que quieras, y que nadie se vea en la incomodidad de tener que presentar una sola opción y tratar de imponerla como única y segura.

Sin ir muy lejos, en nuestro país la gastronomía ha crecido de un modo considerable. Antes cuando alguien iba a un restaurante encontraba uno solo menú. Hoy existen muchas posibilidades, incluso se han multiplicado los bufetes, con una gran variedad de platos. También en los hogares existen distintas posibilidades a la hora de comer. Hoy se pueden preparar diversos platos sin mayores costos. Insistir en tener que comer algo obligado, porque no hay otra cosa, ya no tendría mucho sentido (a no ser que existan razones específicas).

Al haber muchas posibilidades la responsabilidad para elegir crece, además el aprendizaje de fijarse bien para elegir, frente a un abanico de posibilidades, consigue que la persona haga propios los temas escogidos, comprometiéndose más con ellos; y permite que pueda generar, al mismo tiempo, unos hábitos de entendimiento, que asegura su constancia con lo que elije.

La persona ya no está haciendo algo impuesto o sugerido por otro, su compromiso no es un sometimiento ciego; se le pide que su decisión sea personal, seria y suya. La elección que hace le pone un cimiento firme a su querer y lo hace auténtico.

La mentalidad que había, de tener que aceptar algo necesariamente, creaba, sin querer, personas sometidas a sistemas, que luego, con el paso de los años, terminaban abandonándolo. En los ámbitos educativos recordamos cuando los colegios religiosos obligaban a sus alumnos a asistir a Misa diaria, porque pensaban que era el sistema ideal para formar buenos cristianos. Al cabo de los años se vio que ese sistema producía el efecto contrario.

El sistema ideal es enseñar las cosas de tal manera que las personas quieran libremente lo que es bueno y encuentren también en la libertad, las facilidades para llevarlo a la práctica.

Cuando observamos el festival gastronómico de Mistura nos quedamos admirados de la gran variedad de platos y ofertas que tiene la comida peruana. Esta apreciación va junto a la responsabilidad de elegir con moderación y prudencia algún plato entre los miles que se ofrecen. Sería una grave irresponsabilidad de los organizadores fomentar una feria de la gula para que los comensales coman con voracidad y torpeza. El desorden puede convertir algo que es sano y nutritivo en grotesco y denigrante. La responsabilidad depende de cada uno, no solo de comer con templanza, sino también de saber irse a tiempo y de situar lo referente a la comida en el sitio que le corresponde.

La educación tiene ahora el gran reto de enseñar a usar la libertad para que la gente sepa elegir responsablemente y tengan en su vida una acertada jerarquía de valores.

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jueves, setiembre 08, 2011

Consecuencias del relativismo

EL ESPEJISMO DE LA INDEPENDENCIA

Un problema doloroso y extendido de nuestra sociedad relativista es el afán precoz que tienen los jóvenes de independizarse de sus padres. Podrían existir motivos nobles que exijan una separación o distancia del hogar: los estudios en otra ciudad, asuntos familiares urgentes, seguir un camino divino, etc. Siempre existieron circunstancias válidas para estas excepciones. Sin embargo ahora se trata de la conquista de una libertad y autonomía personales para vivir con independencia y sin ninguna influencia de la familia.

Dentro de estas independencias existen muchas variaciones y algunas bastante penosas como las de los jóvenes que cortan todo tipo de comunicación con su familia para que estos no se metan con su vida y porque piensan que se deben hacer solos para tener valía. Errores de ese calibre se multiplican por doquier. Algunos tienen su origen en los excesos de autoritarismo de los padres o en la sobreprotección que ejercieron sobre el adolescente inmaduro. Las rebeldías modernas son bastante crueles porque se tejen en ambientes donde falta el cariño familiar.

Cuando se pone amor siempre se recoge amor. Es necesario que el amor sea auténtico y de calidad y no un apegamiento que procede de un corazón egoísta y posesivo del padre o de la madre. El amor de un padre frívolo que solo busca un hijo para sus sentimientos produce a la larga un contundente rechazo. Hoy, desgraciadamente, muchos hijos declaran persona no grata, a sus propios padres. Estas desgracias ya fueron anunciadas en las Sagradas Escrituras: “y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir” (Mt, 10, 21).

El miedo a la vida y la mentalidad antivida

Cuando en una familia, por ignorancia o malicia de los padres, se comete un aborto se produce como un envenenamiento colectivo en el hogar que luego es difícil de curar. La familia es el lugar de la vida por excelencia, es el espacio maravilloso para nacer y para morir. Nacer fuera de la familia resulta tan fatal como morir fuera de ella. Los que nacen y mueren en casa, rodeados del cariño de los suyos, tienen la dicha de ese privilegio, que debería ser para todos.

Dentro de una familia el miedo en tener más hijos es en el 90% de los casos una inseguridad de los padres motivada por querer “vivir” (no tener dificultades para hacer más cosas en la vida) y por la presión social antivida del mundo liberal y materialista. Los afanes que surgen de esta mentalidad contagian un modo de vivir acelerado que saca a las personas de su casa como si la familia estuviera demás y como si el éxito dependiera de lo que se haga fuera del hogar. El orden está totalmente invertido.

De esta mentalidad surge el afán de independencia de los que todavía se encuentran bajo la patria potestad. Están viendo desde muy jóvenes esa posibilidad, que no es más que un espejismo, porque cuando salen “libres” de sus casas, se van encontrando una realidad distinta a la que se imaginaron. Si fuera solo el choque con la realidad, bien valdría la experiencia para aprender y orientar todo como es debido. Lo que resulta trágico es que la gran mayoría no está preparada para los retos que ofrece una sociedad “enferma y mentirosa”. Los “cartones”, los premios que se otorgan y el poseer una buena solvencia económica, no son garantía de haber conquistado un sistema de vida coherente y sano para la felicidad propia y de la familia. Muchos viven una fantasía que podría terminar en tragedia.

La falta de seguridad social se da también en los hogares

La falta de seguridad, que es una falencia social que todo el mundo reconoce, no se limita a los peligros producidos por los robos y las violencias de los desadaptados; hoy se han multiplicado situaciones de violencia dentro de los propios hogares. Es interesante observar las motivaciones que tienen los familiares que se encuentran dentro de estos calvarios en el hogar. Quienes viven dentro de esas presiones quiere huir de la casa, la calle resulta más atractiva y es posible que esas personas que sale ya no crean en la familia.

Como excepción que confirma la regla, algunas personas han hecho su vida sin tener un ambiente familiar apropiado (algunos fueron educados por los abuelos, los tíos, o fueron adoptados por otra familia, etc.). Hay gente muy valiosa que ha salido adelante a pesar de haber tenido un pasado trágico con ausencias familiares. Cuando cuentan sus historias hay que felicitarlos, pero nunca se podrá deducir que las condiciones que tuvieron para su formación fueron las ideales.

Al margen de esas excepciones para la mayoría no tener familia produce inseguridad y también, en algunos casos, problemas de personalidad con graves desadaptaciones sociales. Algunos quisieran arreglar las cosas desde sus propios problemas y fabrican teorías originales. Sus mensajes son comprensibles pero tienen de la limitaciones de su propio origen (resentimientos, soledad, celos…). La sociedad no puede describirse desde las enfermedades o desde los problemas arraigados en las propias personas. Es necesario mirar la auténtica antropología del ser humano para tener siempre a mano la falsilla para confrontar. Eso no significa que no haya que atender los desarreglos o complejos que cargan los seres humanos y que muchas veces, por su urgencia, tiene prioridad, significa que no podemos olvidar lo que debe ser la persona para que cumpla con su finalidad y sea feliz.

Las dudas de los hombres generan inseguridad

Una mentalidad relativista donde reina la duda también produce inseguridad. La mala relación del ser humano con el pasado o el futuro por ausencia de valores trascendentes es un fastidio que se carga y se quiere olvidar. Los que viven torturados y cegados por el pasado no logran percibir, ni pueden reconocer los valores que han recibido. La mala relación con el pasado les hace vivir temblorosos y dubitativos, llenos de sospechas y conjeturas increíbles, tejidas con argumentos mediáticos superficiales, por el consenso en una mayoría relativista que se siente autónoma.

Los liberales modernos que profesan el ateísmo o el agnosticismo suelen vivir en un mar de dudas dentro de un existencialismo donde falta la definición y la esperanza por un futuro seguro y firme. Los hijos que surgen de esos hogares, optan por una precoz independencia porque piensan que la seguridad que no tienen en su casa la conquistan con la propia autonomía. Luego los mismos padres que crearon a sus hijos liberales sufren las consecuencias de las desatinadas decisiones que tomaron en la vida sin consultarles nada y algunos tendrán que correr con el gasto de costosas facturas económicas y morales para cubrir los desastres que ocasionaron con sus desafortunadas intervenciones.

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jueves, setiembre 01, 2011

Cuando se ataca a la madre el hijo defiende

FIDELIDAD A LA IGLESIA

En la naturaleza humana está escrita la ley natural que se resume en la constante voluntad que hay en el hombre de querer hacer el bien y evitar el mal. Para lograrlo el hombre necesita conocer, además de la ley natural, las enseñanzas que recibe en la educación de sus padres y de los maestros que le señalan el camino correcto a seguir. La práctica de esta tradición se vive y se acepta en el mundo entero.

Posee además la naturaleza humana una facultad que Santo Tomás de Aquino llamaba potencia obedencial. Es como una “antenita” para recepcionar la verdad. El hombre tiene en su naturaleza una capacidad para recibir la verdad, pero es obedencial. La verdad se recibe con la obediencia. Es por eso que el niño solo aprende cuando obedece.

Los padres y los maestros deben trasmitirles a los niños la verdad. Serían crueles si les transmitiesen la mentira. Para poder transmitir la verdad es necesario conocerla y tenerla. Nadie da lo que no tiene. Todos los seres humanos recibimos las verdades más profundas a través de la obediencia. El argumento de autoridad tiene un peso tremendo para aprender y cuando pasan los años, para reconocer los criterios que nuestros padres nos transmitieron con amor. ¡Cuánto valen en la vida los consejos recibidos de las personas buenas! Las personas que saben querer suelen estar más cercanas a la verdad porque son motivadas por el amor que tienen a los que aman. Esas personas dan lo mejor de su ser, y para eso se unen a quienes transmiten los valores que el hombre necesita para ser bueno. Es lo que se llama tradición.

Cuando falla la relación del hombre con la verdad falla también en la comunicación

Se pueden producir grandes contradicciones en la educación por ignorancia o por malicia de los que deben transmitir la verdad. Es imposible transmitir la auténtica verdad sin amor. De allí que el Papa diga que la caridad es el gran argumento de los cristianos. El amor debe ser real, no egoísmo, amor posesivo o apego. Querer que los demás sean mejores para que sean felices. Solo la verdad puede hacer libres y felices a todos.

Cuando se rechaza la verdad se “inventan” otras “verdades” que son mentira

En los tiempos actuales la verdad está siendo perseguida y maltratada en muchas instancias. Como la verdad compromete con un camino exigente y de sacrificio, las inclinaciones del pecado, presentes en la naturaleza de todos los seres humanos, la rechazan a como de lugar. Así se generan los odios y persecuciones modernas, cambiando los argumentos racionales de fondo por consensos políticos, o antipatías mediáticas, que exageran o inventan situaciones, para que parezcan errores de consideración que no se deben permitir. Se construyen mentiras con retazos de verdades sacadas de contexto y se lanzan piedras de forma irreverente y con los ojos vendados.

Toda la sociedad vive hoy bajo una nube pesada del relativismo que esconde la verdad y crea “verdades” a gusto del cliente con argumentos sentimentales alimentados por seducciones de poder o de placer. Se ha generado una mentalidad de “apertura” equivocada que la llaman “libertad de pensamiento”, sin advertir el error o la trampa que se encierra en esa frase, que suele ser más maliciosa que ingenua, cuando se rechaza la auténtica verdad. Nadie puede afirmar que el hombre tiene 5 ojos o cien pies. El que lo diga está en el error, tampoco se puede decir que una mujer es hombre o viceversa. La verdad es objetiva y no subjetiva.

El error de la libertad absoluta

Las motivaciones de un liberalismo que defiende como principio la libertad absoluta son burdas seducciones de poder o placer. Las exige hombre rebelde que no quiere que lo limiten, porque quiere ser la ley para acomodar las cosas a su antojo, sin que nadie se meta con él, y piensa que puede hacer lo que le da la gana, con tal de no hacerle daño a nadie. Es paradójico porque el que actúa así termina metiéndose violentamente en la vida de los demás causando conflictos. De allí el aumento de la violencia y de la inseguridad en el mundo.

La potencia obedencial en la naturaleza humana existe para que el hombre reciba la verdad obedeciendo a lo que se le pide, y luego la misma verdad que recibe le exigirá seguir obedeciendo toda su vida, para no salirse del camino. La inteligencia la ha creado Dios para que le hombre encuentre la verdad en la creación y para que acepte la verdad de la revelación, por la fe que el mismo Dios le alcanza a través de la Iglesia. Cuando el hombre descubre que Dios es quien más lo quiere, descubre al mismo tiempo la verdad que le transmite. La aceptación de Dios se hace con amor para corresponder al amor y con alegría, cuando se descubre que la libertad se alcanza con la verdad, (todas las conversiones de los hombres siempre han estado llenas de júbilo).

La misión de la Iglesia es transmitir la verdad

La Iglesia la funda Jesucristo para cuidar y trasmitir la verdad que el hombre necesita. La Iglesia, por mandato de Dios, está recordando siempre la verdad. La verdad que la Iglesia transmite está protegida por el Espíritu Santo. Es una verdad que viene de la eternidad. La Iglesia vive del Cielo y todos los que nos encontramos dentro de ella tenemos esa protección. No es una protección contra otros, es la protección de la verdad que es el amor que el mismo Jesucristo nos alcanza a través de los sacramentos que recibimos, especialmente la Eucaristía, que es el mismo Dios y que para nosotros es prenda de la gloria futura.

El júbilo y la alegría de los ambientes multitudinarios que la Iglesia organiza en torno al Papa son preparados con miles de horas de oración, ofrecimiento de sacrificios y adoraciones a la Eucaristía. De allí el éxito, también mediático, en todos los países del mundo. Quienes participan en esas celebraciones se encuentran contagiados por un júbilo que ni ellos mismos se lo explican. No hay en el mundo algo similar.

No se puede querer a Dios sin querer a la Iglesia

El enemigo de Dios quiere separar a Dios de la Iglesia. Siempre ha sido así, no es algo nuevo. El que empieza a separarse de la Iglesia y dice que no se ha separado de Dios no se da cuenta que ya estaba desde hace tiempo lejos de Dios. Se puede ver en su trayectoria. La fidelidad a la Iglesia no es un fanatismo voluntarista ni un gesto de simpatía sentimental, es una unidad y coherencia de vida que va acorde con las enseñanzas de su Magisterio, en todo lo que es materia de fe y costumbres.

La fidelidad a la Iglesia es el amor a su doctrina, la adoración a Dios, la veneración a la Virgen y a todos los santos, el amor a los Papas, a los obispos a los sacerdotes y a todo el pueblo cristiano: es la fortaleza de la unidad dentro de la Iglesia. El auténtico amor de una persona se nota en sus relaciones, como se lleva, como trata, como valora, como cuida, como venera, como une.

El buen hijo es el que quiere cada día más a sus padres, el buen hijo de la Iglesia es el hijo de Dios que quiere cada día más a Dios y a la Iglesia.

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