jueves, marzo 29, 2012

Para amar correctamente

EL ORDEN INTELIGENTE

El orden es una virtud que posee muchas aristas donde se combinan la funcionalidad con la belleza. El orden es consecuencia de una valoración profunda. Muchas veces se ha dicho que la función crea el órgano. Ahora podríamos decir que el auténtico amor crea el verdadero orden. Y el auténtico amor está lleno de matices. La caridad consiste en querer desigual a los que son desiguales. Podría parecer un contrasentido pero no lo es. La verdad es la que da sentido a las cosas, enseña miles de variables a tener en cuenta, y se proyecta en una correcta jerarquía de valores expresada con una profunda certeza.

El orden no es poner las cosas en el sitio donde se ven bien, ni salir en la foto con personas fotogénicas que hacen armonía con nosotros. Salir retratado con otros debe responder a un sentido de fondo que luego se aprecia al ver la foto. Los que salen saben qué representa ese retrato. Una foto desordenada no tiene sentido, invita a romperla y no a conservarla, está demás y se elimina. La calidad y la técnica podrían ser muy buenas pero no lo es todo.

Ordenar una biblioteca de acuerdo a la estética exterior de los libros (tamaño, color peso, etc.) podría ser bellísimo para la decoración, pero no para el lector que requiere de un orden distinto. Y cuando se trata de la biblioteca tienen prioridad los lectores, por lo tanto el orden correcto debe de estar al servicio del lector.

Las casas no deben decorarse de acuerdo al criterio del decorador sino al criterio del que va a vivir allí. Establecer unos esquemas o criterios de orden, para que todos se sometan, buscando una eficacia ajena a la voluntad de los que allí viven, no es lo más acertado. Más acertado es tener en cuenta las preferencias de los inquilinos y en todo caso sugerirles que consulten a un especialista que los pueda orientar.

El orden de las personas buenas puede incomodar, pero no suele perjudicar

Someterse a criterios o esquemas de otros no hace infelices a las personas, ni tampoco perderían su libertad. Por lo tanto no se debe exagerar elaborando teorías radicales.

Lamentablemente hoy la “bendita” autonomía de la conciencia de la sociedad relativista está confundiendo las cabezas de muchas personas. El hombre “autónomo” quiere decidirlo todo y subraya como esclavizante tener que someterse a una decisión ajena. Esta convicción, ligera, superficial y poco inteligente, responde al consenso de una sociedad que ha perdido la brújula.

Además, todos podemos constatar que, cuando las personas se alejan de la verdad, aparece al mismo tiempo, como síntoma característico, la pérdida de la finura humana junto a una suerte de agresividad cerril, que en ocasiones es hiriente. El que padece de esta enfermedad del espíritu, que ahora se ha convertido en pandemia, descalifica a quienes no piensan como él, colocando su opinión a nivel de dogma, como si fuera una verdad inmutable. Subjetiviza el dogma y dogmatiza su opinión.

Hace unos años nuestras mamás nos daban de comer lo que tenían y como no habían más platos que lo que ellas preparaban, había que comérselo todo. Nos obligaban a comernos toda la comida que nos servían. No solo no nos hicieron daño sino que nos hicieron un enorme bien, aunque estuvimos sometidos a sus sistemas verticales y autoritarios. Las recordamos con cariño y agradecimiento eterno. Ellas favorecieron nuestra libertad, porque nos daban todo con amor y para nuestro propio bien.

También nuestros maestros nos sometían a sistemas de disciplina con horarios apretados y exigencias estrictas que había que cumplir. Tampoco nos hicieron daño, al contrario favorecieron el desarrollo de virtudes humanas que enriquecen nuestra personalidad, para ser personas útiles y serviciales en la casa y en la sociedad.

Haber tenido una formación exigente en nuestra juventud es un enorme privilegio que agradecemos toda la vida. Nos da pena que otras personas no hayan tenido esa fortuna. Lamentablemente muchos padecen las consecuencias de esas falencias: inmadurez, irresponsabilidad, engreimientos, caprichos, egoísmos, indiferencia, falta de sensibilidad para ayudar a los demás, etc.

Las ventajas del buen uso de la libertad

Los tiempos actuales traen también más oportunidades para escoger. Más cosas pueden estar al alcance de las grandes mayorías. Sin embargo estas ventajas no indican que exista más libertad. La abundancia de cosas no hace libres a las personas, al contrario en muchos casos aparecen grandes esclavitudes. La libertad se alcanza con personas que poseen un orden inteligente. El orden que les permite amar con acierto y profundidad.

Es falso creer que se es libre por ser “independientes” o “autónomos”. El espíritu ligero de liberalidad crea un complejo persecutorio que se convierte en una fuerte esclavitud. El vacío de valores producido por una rebeldía irracional va acompañado de un resentimiento con angustia existencial, que puede caer en una fuerte depresión. Los escapes por la pretendida “independencia” pueden originar una pérdida de identidad y del sentido de la vida.

Para ser libres es imprescindible la lucha y el sacrificio, que incluye la renuncia a muchas cosas que gustan por otras que son mejores. No todo lo que gusta hace bien. Para eso está la conciencia, que es necesario formar, de acuerdo a las nociones del bien y del mal. De una conciencia bien formada surge la responsabilidad para acertar en la toma de decisiones.

La inteligencia nos hace ver que el orden ideal es el que favorece al bien de las personas. No es el sometimiento que se busca de los demás para lograr una comodidad o un beneficio personal, tampoco los reglamentos de una formalidad sin relación directa con las necesidades de las personas.

Es más inteligente la persona que se da cuenta de la necesidad de un orden para poder amar y alcanzar, cuanto antes, el bien que el hombre necesita para ser feliz.

Agradecemos sus comentarios.

jueves, marzo 22, 2012

Exigencias desatinadas

EL ORDEN CRUEL

A primera vista todo lo ordenado y reglamentado parece correcto y hasta estético, aunque con el tiempo podría descubrirse, en algunos casos, que no todo lo que brilla es oro.

Para muchas personas, y tal vez para las grandes mayorías, lo ordenado y lo legal es siempre lo correcto. Tendría que ser así de acuerdo a la lógica humana y a la moral, que regula la conducta del hombre. Sin embargo cuando el bien y lo bueno, no llegan con la aplicación de la ley, comienza a recorrerse un camino áspero donde aparecen dudas, sospechas, desilusiones y hasta decepciones.

Lo que no está bien no debería ser maquillado para que no se note. Ninguna ley debe respaldar lo incorrecto o inmoral. Con las trampas y las argucias, nada santas, que algunas veces se utilizan para salir de situaciones complicadas, solo se consigue que las personas que normalmente creen en la justicia y en la correcta aplicación de la ley, se vean obligadas a tomar decisiones forzadas: cerrar los ojos y seguir adelante, amparándose en lo legal, aunque sepan que no es lo correcto, o “levantar la liebre” protestando cuando se está aplicando una ley “mentirosa”, arbitraria o injusta.

La etiqueta de legalidad no garantiza que las acciones humanas sean buenas y correctas. En la práctica podemos observar la cantidad de acciones injustas que se cometen en nombre de la justicia, y los procedimientos de quienes, en vez de buscar la justicia y la verdad, acatando las normas como debería ser, buscan más bien escaparse de ellas para encontrar una “libertad” de acuerdo a sus intereses. No les importa mentir con tal de salir airosos y no tener que cumplir con determinados requisitos.

Cada día se hace más urgente descubrir, y ojala no sea muy tarde, los elementos distorsionadores que matan el espíritu de la ley y la limpieza de las actuaciones humanas: intenciones ocultas, manipulaciones para conseguir beneficios propios, robos sistemáticos consentidos, etc.

¿Qué es lo que realmente se busca?

Se dice que el papel lo aguanta todo y efectivamente es así. Los grandes proyectos lucen ordenados y estéticos. Todo está armoniosamente sustentado y de acuerdo a ley. Sin embargo es necesario ver siempre lo que hay en el fondo de las personas y lo que realmente quieren hacer. Es fácil que se termine haciendo lo que dicta el corazón, aunque se citen leyes, o reglamentos que “respeten” procedimientos y sistemas.

En principio no habría por qué dudar de las leyes y de los reglamentos dados, ni tampoco de los sistemas establecidos, porque en primera instancia es bueno admitir que están pensados para el bien de las personas, aunque siempre se pueda sugerir alguna modificación, que mejore la aplicación de esas disposiciones.

Está claro que nadie debe dar una ley para maltratar a otros y quitarles su libertad, a no ser que se trate de delincuentes o terroristas que deberían estar en la cárcel. Las leyes para los hombres, hacen libres a los hombres. El que aplica la ley debe estar amando a los demás y creando espacios de libertad. Ni el orden ni la ley deberían ser armas para atacar. Cuando se dice, utilizando un viejo refrán: “para el enemigo la ley y para el amigo la epiqueya” se quiere explicar cuál debe ser el espíritu de la ley para que sea usada con sentido común y uniendo siempre justicia con caridad. La epiqueya no lleva a la impunidad, no es una reducción de la ley sino la interpretación benigna que hace una persona ecuánime y sensata que realmente quiere a su prójimo y por lo tanto tiene en cuenta circunstancias que ayudan a comprender mejor a las personas, en distintas situaciones, antes de tomar las decisiones del caso.

El orden personal sin caridad se convierte en un enemigo

En los asuntos domésticos, o de ordinaria administración, podríamos encontrar personas que, de acuerdo a reglas fijas establecidas, se preocupan más por lo que hacen o no hacen los demás, sin preocuparse por los demás. Incluso algunos pueden creer que el amor a los demás sería hacer cumplir los reglamentos sin más. Una vida ordenada de exigencias podría ser cruel para el prójimo que se tiene al lado, cuando no se tiene en cuenta la valoración de las personas o sus padecimientos.

Nadie, en sus buenos cabales, actuaría con el sadismo de una crueldad despiadada, sin embargo cuando falta amor se podría estar creando, muchas veces sin advertencia, un malestar habitual en los que están más cerca. Esto suele ocurrir cuando se vive dentro de un aislamiento ordenado y perfeccionista. Quien está en “sus cosas” se molesta fácilmente con la gente que se le acerca. Le parece que no responden a sus requerimientos, que no entienden su situación, o que no están “cumpliendo” las reglas. Sus quejas son salidas de tono hirientes que, con el tiempo, generan antipatías y rechazos.

Una exigencia exagerada podría traer aneja una dureza habitual en los tratos y una tensión permanente en los ambientes del hogar y del trabajo. La gente huye de quien ha perdido el sentido habitual del trato fino y delicado.

Ser digno de admiración no es equivalente a ser querido. Se puede admirar y reconocer valores sin que exista un afecto personal. Quien produce irritación por sus modos está ocasionando, sin querer, rechazos a su persona, aunque sea un estricto cumplidor de la ley e intachable en su conducta.

Las exigencias despiadadas o exageradas, cuando pasan los años, suelen engendrar situaciones de violencia lamentables y penosas. Nadie quiere estar cerca de esas personas que son “correctas” pero poco humanas (con habituales desatinos, torpezas, exageraciones, durezas, gritos, mal humor, pesimismos, críticas, etc.).

El orden como consecuencia del amor

El orden no debe ser por el orden, ni la hora por la hora. La virtud de la puntualidad es amor a los demás. Se llega porque se ama. Es la alegría de llegar donde está el prójimo que se quiere (cuando se llega pronto a la casa) o es el firme propósito de no hacer esperar a nadie, (nos dolería hacer perder el tiempo a una persona). Cuando se transmite el amor se transmite el orden correcto. El orden sin amor termina siendo agresivo y creando distancias entre los seres humanos. Cuando se ama con orden se pasan mil cosas por alto y se crece, al mismo tiempo, en finura y en delicadeza, en el trato con los demás

Si el orden no es consecuencia del amor no existe la virtud como tal y la persona se desorienta por completo, no sabe ni de dónde viene ni a dónde va. Se pierde la brújula.

Algunos termina usando para el mal lo que está pensado para el bien y caen fácilmente en la corrupción: el hombre malicioso que se hace rodear de un “orden” que lo proteja para poder intervenir a su antojo abusando de los que no tienen protección. Son poderes adquiridos para dominar y tener la exclusividad en los manejos. Es la conquista de un liderazgo inmoral que daña a los seres humanos que son sometidos a esquemas diseñados por el “poder” del más fuerte, o la “ley de la selva”

Otros caen en situaciones de informalidad y sufren las consecuencias de esos desarreglos que llevan al caos. Pierden la seguridad de un orden que los proteja.

La Iglesia reza siempre para que las personas sepan encontrar el camino correcto y sean ejemplo de honradez y rectitud y a los que tienen responsabilidad de dirigir a otros les pide santidad. El orden querido por Dios se consigue con la ley del Amor a Dios, que es la caridad.

Agradecemos sus comentarios

martes, marzo 20, 2012

La Iglesia y la PUCP

ET LUX IN TENEBRIS LUCET (San Juan 1,1-18)

Querido Gonzalo:

Todos quisiéramos ser fieles al lema de la PUCP, que está recogido de las Sagradas Escrituras: La luz brilla en las tinieblas.

Todas las personas debemos defender la verdad, sino estaríamos perdidos. La corrupción viene por la mentira y la salvación por la verdad. Someterse a la verdad es ser libres. La verdad no esclaviza. La misma Escritura dice: “la verdad os hará libres”

La obediencia es una virtud para seres inteligentes que entienden que debe haber una autoridad que guíe a los demás por los caminos correctos y por lo tanto, para no equivocarse es necesario obedecer a ciertas indicaciones, pautas o criterios que marcan el rumbo correcto.

Todos obedecemos al capitán de una nave cuando viajamos sin sentirnos esclavizados ni disminuidos, lo mismo sucede con el médico o con cualquiera que nos pueda instruir para que nos vaya bien. Obedecer a los padres en el hogar es necesario para realizarse como persona, igual los alumnos del colegio con respecto a sus profesores, lo mismo los fieles dentro de la Iglesia.

En los aspectos morales encontramos que la Biblia está dirigida al hombre para que cumpla con la Voluntad de Dios que pide obediencia a unos mandamientos y por lo tanto a una moral objetiva. El primer pecado del hombre, que relata el Génesis, es la desobediencia de nuestros primeros padres Adán y Eva, porque querían ser como dioses y allí se origina la descomposición del hombre. Aparece el pecado: oposición a Dios y a todo lo de Dios.

La sociedad humana está estructurada de un modo vertical. Empezando por la familia la cabeza es el padre. Luego podemos contemplar que en todas las instituciones y trabajos se funciona con gente que manda y gente que obedece, con autoridades y súbditos. Así es y seguirá siendo la vida de la humanidad. Es lo natural. Para que tenga sentido la horizontalidad debe respetarse la verticalidad.

El poder de la autoridad o de la ley no es sinónimo de corrupción para unos y esclavitud para otros. El estar alto no significa querer un poder para abusar con él. No me imagino por ejemplo al Papa Juan Pablo II abusando del poder. Todo el mundo lo quería, llenaba plazas y el día de su muerte millones lo fueron a ver a la capilla ardiente y el día de su sepultura las multitudes pedían ya su canonización. ¿Era acaso una persona abusiva que esclavizaba a los demás, estaba corrupto y hacía daño? Como él hay miles y millones que siendo autoridad y ejerciéndola conducen todo a buen puerto. Los mismos futbolistas buscan un entrenador con autoridad.

Tuve la enorme fortuna de vivir tres años en la misma casa que el Fundador del Opus Dei en Roma. Era un hombre que irradiaba amor a los demás por todas partes. Era de esas personas nobles y buenas que tú estás dispuesto a seguir hasta el fin del mundo. Nos hablaba de seguir por un camino de santidad en medio del mundo y nos pedía ser fieles para no salirnos del camino. Nos hacía ver que el camino del bien era muy ancho y que se podía recorrer de muchas maneras pero sin salirnos de él. Obedecíamos con verdadera alegría y con muchas ganas porque lo que te decía era coherente, de una gran sabiduría y te hacía un bien enorme.

Ese hombre que conocí en Roma era Gran Canciller de la Universidad de Piura. Le tenía un enorme cariño al Perú, rezó e hizo rezar para que los peruanos nos queramos mucho y estemos muy unidos (era un consejo muy bueno para obedecer, ¿o no?).

Yo veía que los piuranos de la universidad trataban con enorme cariño a su gran canciller. Años después el actual Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría visitó nuevamente la universidad. Todo el mundo se volcó para recibirlo con cariño. Nos sentíamos acogidos y agradecidos con su visita. El ambiente era de cordialidad y alegría natural. No era ningún montaje, como el que hacen los gobiernos totalitarios para impresionar al mundo haciéndoles creer que todos están de acuerdo.

El 2010 el Gran Canciller de nuestra universidad volvió a visitarnos. Se organizaron encuentros multitudinarios con la participación de muchísima gente. Allí estaba toda la comunidad universitaria profesores, personal de servicio, alumnos, padres de familia, todos unidos en un mismo querer, felices y agradecidos por la visita del Gran Canciller. Lo que te estoy narrando en este párrafo son hechos reales que además están filmados. Me gustaría pasarte las películas de esos días de visita para que veas el gratísimo ambiente que había y la felicidad de toda la gente. Como me gustaría que la PUCP y las otras universidades tengan algo similar.

Tienes razón cuando hablas de la corrupción del poder. Nadie puede estar de acuerdo con un poder corrupto. Te acordarás, -y tú estuviste en la presentación de mi libro: “La presencia de Dios en la lucha contra la corrupción”- que denunciaba los abusos de un autoritarismo injusto.

Cuando las autoridades se portan mal hacen mucho daño. La Iglesia siempre reza por las autoridades (civiles, militares o eclesiásticas) para que sean fieles y sepan ejercer sus cargos con un espíritu constante de servicio y verdadero desprendimiento.

Jesucristo sufrió mucho por Judas que lo traicionó. En la Iglesia el Papa y todos los cristianos hemos sufrido mucho por los que no supieron ser fieles con sus compromisos y traicionaron a la Iglesia. En tu escrito mencionas al fundador del sodalicio y no fue él, sino otra persona que tenía al lado; ¡que Dios tenga misericordia de todos los pecadores, incluidos nosotros! . Nadie es inmune, todos podemos caer. Es por eso que necesitamos oraciones. Los que rezan son los que triunfan.

En tu libro Oído en el silencio distingues entre la culpa real y la culpa imaginaria y pones el acento sobre esta última para que el hombre no se “condene” en la tierra a ser súbdito de una ley aplicada por una autoridad que le pide su libertad para someterlo.

San Josemaría Escrivá decía: “también se alimenta al buey para llevarlo al matadero” La ley no está hecha para esclavizar al hombre sino al contrario para que sea libre. El hombre que se sale de la ley de Dios y quiere ejercer la autoridad se tuerce fácilmente y engendra ese tipo de autoridad que tú repudias y yo también.

No podemos olvidar que hace muchos siglos llegó al mundo Jesucristo para anunciarnos el Reino de los Cielos y en lo más elemental de su mensaje nos hizo ver que todos los hombres somos pecadores. El mismo San Pablo decía “siento una ley en mis miembros que es distinta a la ley de mi mente y me esclaviza, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” Jesucristo llegó como el Mesías, el salvador, el liberador, el redentor. Y es la Redención la que continúa haciéndose hasta ahora en toda la tierra.

Sentirse culpable de ser pecador no es acomplejarse y perder la libertad, es reconocer la verdad para ser libres con el Redentor. Si el Reino de los Cielos se alcanza con el mérito propio (fructificar los talentos) y la gracia de Dios (sacramentos), es una verdad de la Revelación que la Iglesia nos enseña. Nadie se siente menos por tener que obedecer a Dios, tampoco se pierde la libertad al estar dentro de la Iglesia siguiendo unas indicaciones.

Cristo no viene solo para rescatar a un grupo de personas privilegiadas, viene para todos. La salvación no es privilegio de unos pocos. Es para todos.

En este conflicto de la Iglesia y la PUCP procuraremos que gane Dios y la verdad. Lo que está en juego es lo trascendente. Los que rezan y procuran estar en gracia de Dios desean que todos ganen, que todos sean felices, que todos estén unidos, que traten muy bien a la gente, que todos se quieran. Que se vayan las tinieblas y retorne la luz. Como dices en tu libro: “las cosas pueden ser mejores y aprender tiene sentido…Mi método ha sido abrirme a diversos saberes heredados y ponerlos en diálogo con la vida” Y eso es lo que estamos haciendo. Estamos más cerca.

Un fuerte abrazo:

Manuel

La Iglesia y la PUCP

CUANDO LA SAL SE TORNA INSÍPIDA

Carta a Gonzalo Portocarrero

Querido Gonzalo:

Hace unos días alabé tu magistral artículo sobre el espejismo de las rentas y me identifiqué con él en la percepción que hacías de la realidad. Hoy en cambio, al leer el artículo “¿Pura Obstinación?” publicado en el mismo diario no puedo decir lo mismo, al contrario discrepo en el enfoque que haces, aunque dejes en interrogante algunos puntos de la controversia.

Seguramente te parecerá lógica mi postura de tener que defender a las instituciones y al sector donde me encuentro yo, como tu defiendes con lealtad a la institución que estuvo a tu lado toda la vida y que te dio grandes oportunidades para tu realización. Con ese mismo sentimiento muchos defenderán a la universidad que les dio los conocimientos y las facilidades para que sean unos brillantes profesionales.

Tú y yo estudiamos en La Recoleta, el colegio de los Sagrados Corazones, la congregación de padres franceses que nos educó entre 1955 y 1965. Una congregación perteneciente a la Iglesia Católica donde nos dieron una educación conforme a las exigencias de la fe que enseña la Iglesia. Particularmente le tengo mucho cariño y agradecimiento a la formación que recibí de los padres de los Sagrados Corazones. Estuvimos en la misma clase y somos de la misma promoción.

Salimos del colegio en 1965 cuando ya había empezado una fuerte crisis en la Iglesia (seminarios cerrados, sacerdotes que se secularizaron, ideologías que politizaron algunos sectores, etc.). Mirando solo a nuestro querido colegio vemos que ahora, la congregación de los Sagrados Corazones se ha reducido bastante, casi no hay sacerdotes, la formación religiosa se ha disgregado y hasta se ha perdido. Nuestros formadores han fallecido y no hay nuevas vocaciones para una continuidad.

Al salir del colegio tomamos rumbos distintos, tú en la Universidad Católica y yo en los ambientes del Opus Dei, que tú también conociste cuando estábamos en los últimos años del colegio.

No creo que nuestros caminos hayan sido divergentes, creo más bien que son convergentes y estamos andando para volver a encontrarnos. Nos pasará de acuerdo a lo que decimos habitualmente los educadores que la formación principal se recibe en la infancia. Creo que en la infancia recibimos una buena formación (es algo que podemos rescatar los dos) y yo creo que la formación que recibí después consolidó más mi formación de la infancia (en esto podrás discrepar) y por eso soy sacerdote.

Por la formación recibida me he mantenido en una misma línea: la de mis padres, de mis maestros del colegio, de mis profesores de la universidad y de mis formadores. En mi no ha habido variaciones sino continuidad. Y cuando me fijo en la doctrina de la Iglesia (catecismo, moral, teología, liturgia, etc.) veo la misma línea y la continuidad.

En la historia de la Iglesia sucedieron hechos tan graves como significativos cuando se produjeron rupturas que exigían cambios. Por ejemplo Lutero o Enrique VIII, que dieron origen a unos cismas. Quienes apoyaban esas posturas tildaban a la Iglesia como corrupta con oscuros intereses que perjudicaban a las mayorías. Luego la historia puso luz sobre la vida de esos líderes y de muchos de sus seguidores, se podían apreciar también las intenciones de fondo de algunos. Dentro de la Iglesia también existieron líderes con intenciones torcidas que no dieron ningún ejemplo con sus conductas. Y existieron muchos santos que fueron ejemplares y cuentan muchos seguidores. Entre ellos hay Papas, Obispos y sacerdotes, también mártires que dieron su vida para defender la fe de la Iglesia.

Sin embargo, al margen de los aciertos o errores de los seres humanos, existe, gracias a Dios, una doctrina que marca un rumbo y crea al mismo tiempo una sólida unidad. No es solo una unidad de pareceres sino una unidad de vida reflejada en una salud espiritual de comunión con la Iglesia: sacramentos y vida de piedad. “Una misma fe, un mismo bautismo, una sola Iglesia” y lo podemos apreciar también en la respuesta de las grandes mayorías católicas, en la misma actividad de la Iglesia (movimientos, devociones, jornadas, misiones, catequesis, etc.). Nadie llena más plazas y calles que la Iglesia. No lo podrás negar.

Traigo a colación estas apreciaciones para poder explicar lo que está ocurriendo entre la Iglesia y la Católica y que tú llamas Obstinación del Cardenal Cipriani, en tu artículo y no entiendes qué es lo que busca.

Te cuento que al poco tiempo de llegar al Perú, después de mi ordenación sacerdotal en Barcelona, el año 1974, visité al Cardenal Juan Lanzaduri, que era a la sazón, Arzobispo de Lima. Fui a presentarme como un sacerdote recién ordenado que iba a trabajar en Lima. Recuerdo que después de hablar de mis futuras actividades me dijo que él tenía en la diócesis de Lima dos preocupaciones: los sacerdotes y la universidad católica.

De los sacerdotes decía que algunos no le querían obedecer porque se habían apartado del camino por influjo de las ideas marxistas que estaban presentes en la, ahora trasnochada, Teología de la liberación, y de la universidad Católica le preocupaba su “apertura” hacia ideologías anticristianas que estaban haciendo daño a los estudiantes (incluía por supuesto a la Teología de la liberación, entre otras posturas liberales).

Años después me enteré que el Cardenal se había retirado de la Junta de la Universidad por discrepar con los criterios de quienes estaban dirigiendo esa casa de estudios (había de por medio un asunto grave que no quisiera mencionar por respeto a las personas que todavía están relacionadas con la universidad).

Tú afirmas, quizá no estabas informado, que la PUCP tuvo una fluida relación con los Arzobispos anteriores y con la Iglesia Peruana, y no fue así, el Cardenal Landázuri estuvo alejado mucho tiempo, tampoco la tuvo con Mons. Vargas Alzamora que intentó que la universidad respetara su identidad católica ajustándose a las normas de la Iglesia, sin conseguirlo. Además quisiera añadir aquí, por si acaso, que la Iglesia no es nacional sino Universal y que la sede está en Roma. Y de Roma recibe la PUCP el título de Pontificia.

Las cosas están claras. El arzobispo de Lima es la cabeza de la Iglesia en Lima y la Pontificia Universidad Católica se llama así porque es una universidad de la Iglesia y además resulta que el Arzobispo de Lima es el Gran Canciller de esa Universidad. Lo que quiere el Cardenal y la Iglesia es que haya sinceridad y se reconozca las cosas como son. Por eso son las intervenciones.

Además Gonzalo, tu afirmas, ligeramente en tu artículo, que la espiritualidad del Opus Dei está basada en la glorificación indiscriminada del sacrificio y en el ciego acatamiento del poder. Nos estás diciendo con eso que nosotros somos unos sumisos asustados que estamos prácticamente resignados a aceptar un sacrificio que nos quita la libertad. Supongo que serás consciente que el Opus Dei es una Prelatura aprobada por la Iglesia Católica y que su Fundador, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer fue canonizado por el Papa. Yo no entiendo como un profesor de la Universidad Católica pueda decir algo así de una institución de la misma Iglesia, a no ser que haya sido mal informado o la lealtad con su casa de estudios, en estos momentos de conflicto, no le permita medir sus apasionamientos.

Que sepas Gonzalo, que el en Opus Dei y en toda la Iglesia, estamos rezando para que este conflicto se solucione. Si tú buscas la verdad, y eso yo lo creo firmemente, porque te conozco, continúa en ese camino, tú también me dirías lo mismo, por eso nos tendremos que encontrar en la misma vereda.

A nosotros nos pasa lo que a la PUCP y a la Iglesia, lo que nos separa no puede ser más fuerte que lo que nos une y si somos honrados y leales a la verdad nuestros caminos no serán divergentes sino convergentes.

La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, es quien nos cuida para que la sal no se torne insípida y la doctrina sea la misma que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo y que la Iglesia custodia.

Recibe un fuerte abrazo

Manuel Tamayo

jueves, marzo 15, 2012

Gorduras que matan

MORIR POR COMER

Siempre han preocupado en el mundo los que se mueren de hambre. Existen todavía lugares donde falta comida y se siguen viendo situaciones dramáticas de desnutrición, sin embargo, gracias a Dios, están aumentado las iniciativas de ayuda para alcanzar alimentos a los más pobres. Si éstas no llegan a todas las poblaciones es porque existen situaciones políticas inhumanas e indignantes que lo impiden. Hoy existen alimentos suficientes para calmar el hambre de todo el mundo, incluso si se duplica el número de los habitantes de la tierra.

Esta vez no trataremos el tema del hambre en el mundo sino el de las personas que mueren por comer. Aunque parezca mentira los números de estas víctimas van aumentando considerablemente en todos los países del mundo, y especialmente en los más desarrollados. Tal vez tenerlo todo a mano y usarlo de acuerdo a las apetencias es más peligroso que no tenerlo. Los que se esfuerzan para comer un plato sencillo suelen tener más salud que los que tienen todos los platos a su merced.

La obesidad se ha convertido, en los países del primer mundo, en la gran epidemia de este siglo.

Muchas personas con sobre peso intentan ocultar su estado, de las miradas ajenas y de sus propios prejuicios y miedos. Algunos se descuidan tanto que se abandonan por completo llegando a situaciones que podrían calificarse de peligrosas.


El que tiene exceso de peso siente vergüenza de su propio cuerpo y suele aislarse de los demás, pensando que ya no tiene remedio. Por eso es necesario que asuma su situación cuanto antes, para poder revertirla. Si ha probado tratamientos para adelgazar y le han fallado, es posible que se sienta inútil, incapaz de controlar lo que le pasa, y no quiera seguir indicaciones.


En la mayor parte de los casos la causa de la gordura se inicia por el consumo excesivo de grasas, frituras, gaseosas, dulces y la escasa actividad física. Si una persona con exceso de peso, no se cuida, aumenta el riesgo de padecer trastornos del sueño, hipertensión, diabetes, colesterol alto, ataques cardíacos, y también tendría que tener en cuenta que la mortalidad por cierto tipo de cáncer aumenta por el sobrepeso.

La cultura de la salud

El mantener una buena nutrición es importante para desarrollar una actividad completa y prevenir las enfermedades. Se pueden evitar o modificar muchas complicaciones si se atiende bien el estado y las deficiencias nutricionales. Es una cultura que toda persona debe tener.

Las personas que se sobrealimentan en respuesta a ciertos estados emocionales viven insatisfechas. En algún momento, tal vez durante la infancia, aprendieron que una comida abundante era la manera de celebrar un evento alegre, o un modo para encontrar placer y así salir de un malestar o de un aburrimiento terrible.

Tener paciencia para un largo tratamiento

El tratamiento de una persona con sobrepeso debe de ser por etapas, ya que no finaliza cuando consigue el peso correcto, sino cuando ha modificado sus hábitos de vida de tal forma que no vuelva a recuperar el sobrepeso. Es necesario que siga con el control de los diferentes especialistas (médico, nutricionista, psicólogo, etc) que lo están atendiendo.

También es necesario que acepte un régimen alimentario adecuado a su estilo de vida. Debe entender que con el seguimiento exclusivo de la dieta no ha resuelto el problema, sino que se trata de un proceso largo, donde debe adquirir hábitos nuevos, que le permitan tener una alimentación equilibrada de acuerdo con sus necesidades.

Es importante que sienta la motivación para perder peso. No es lo mismo que una persona quiera perder peso por razones estéticas que por razones médicas. Cada persona necesita saber en qué medida la alimentación, el consumo de bebidas, los hábitos de evacuación, el sedentarismo, etc. influyen directamente en el sobrepeso. También necesita ejercer control sobre todos y cada uno de los factores que regulan no sólo su apetito, sino también su exceso de peso.

Debe aprender a controlar su ingestión, así como sus hábitos de consumo, sus relaciones sociales, y sobre todo actividades donde hay comida de por medio. Además, los cambios que vaya logrando debe mantenerlos durante toda su vida.

La gula es un pecado que no se puede ignorar. Muchos de los argumentos usados contra el fumar y tomar, se aplican igualmente al comer de más.

El que es incapaz de controlar sus hábitos alimenticios, probablemente también será incapaz de controlar otros hábitos; y así podría caer en situaciones de lascivia, avaricia, ira. Una persona que no controla sus palabras puede caer fácilmente en chismes, murmuraciones o calumnias y estaría en continuos conflictos con las personas. El hombre no debe permitir que sus apetitos lo controlen, sino más bien debería tener sus apetitos controlados.

Dios nos ha bendecido al llenar la tierra con alimentos que son deliciosos, nutritivos y aún placenteros. Debemos honrar la creación de Dios, disfrutando de estas comidas, y consumiéndolas en cantidades apropiadas y con orden.

Agradecemos sus comentarios

jueves, marzo 08, 2012

No todos los dolores son iguales

EL SANO DOLOR CRISTIANO

Si tenemos que escoger los pasajes más significativos de la vida de Jesucristo saldrían en primer lugar todos los que se refieren a la Pasión: la oración en el huerto, la flagelación, la coronación de espinas, el camino del vía crucis y la muerte en el Calvario. Allí se encierra el misterio de nuestra salvación y por lo tanto de la libertad definitiva.

Los dolores más significativos de los cristianos son consecuencia de la identificación con Cristo y de su doctrina que debe ser predicada para todo el mundo y para todas las épocas. Ésta tiene su punto neurálgico en la Pasión, muerte y Resurrección. Una vez, al año, durante la semana santa, se recuerdan estos momentos de gran trascendencia para toda la humanidad.

La pureza del dolor humano

De acuerdo a estos esquemas surgen dolores naturales en las personas cristianas que están amando como Dios las amó, o sea igual que Cristo. Es un modo de amar de gran calidad y categoría, que es saludado por todas las personas nobles. Quién no recuerda, por ejemplo, las lagrimas del Papa Juan Pablo II en el muro de las lamentaciones o al contemplar las favelas en Brasil.

Cualquier persona cristiana, de la edad que sea, sufre cuando los seres humanos lesionan la moral cristiana y tienen una vida desordenada. Así un niño de una familia cristiana, que vive protegido por la unión de sus padres en el hogar, -protección necesaria para todo ser humano-, sufre lo indecible cuando se entera que en alguna casa los papás se han peleado y por ese motivo se están separando; el sufrimiento es mucho más grande, y puede tener consecuencias perturbadoras, cuando se trata de sus propios padres.

Los papás que viven unidos en el amor de su propio matrimonio sufren tremendamente cuando se enteran, por sorpresa, que una hija ha quedado embarazada sin estar casada. La primera reacción es un dolor muy grande, después vendrían los “arreglos” y la comprensión para ayudar a la hija. Nadie aplaude un hecho así, aunque las cosas después puedan enderezarse.

Es grande el dolor de la esposa cuando se entera que su marido sacó los pies del plato y fue infiel con otra mujer. Y es más grande el dolor, de ella y de sus hijos, cuando el marido pretende “arreglar” las cosas de modo que se vea bien el tener dos mujeres y que no pasa nada. Todas las explicaciones que pueda dar, carecen de fundamento, chocan con lo sano y natural y si consigue que se le tolere, estaría poniendo un parche en heridas sangrantes que difícilmente cerrarán. Una situación así, nunca podrá ser algo loable y ejemplar.

También es enorme el dolor de un sacerdote cuando percibe en una persona apreciada, una ignorancia religiosa de consideración, y le duele mucho más cuando esa persona le porfía que puede vivir muy bien al margen de la moral cristiana. La ignorancia impide ver, sin embargo lo más doloroso es la falta de disposición para conocer la verdad: no hay peor ciego que el que no quiere ver.

La cerrazón contra la doctrina moral es la terquedad más grave, que además está motivada por las fuerzas del mal. Las tentaciones son siempre trampas que esconden la verdad para que triunfe la mentira.

El sacerdote sufre al ver esta realidad porque ama a las personas y desea para ellas la felicidad en la tierra y después en el Cielo. Si no sufriera por estos motivos no tendría fe en la doctrina que habitualmente predica y entonces tampoco tendría sentido su sacerdocio. Un Cristo que no sufra no es Cristo y Cristo sufre lo indecible por amor a los demás.

Las paradojas de una sociedad sin brújula

Vivimos en una época donde se presentan al mismo tiempo situaciones adversas. Es como una moneda con dos caras, en una se dan las conversiones y en la otra las deserciones con respecto a la fe. Existen muchos movimientos nuevos a favor de la Iglesia con gente comprometida y llena de esperanza y al mismo tiempo aparecen y se multiplican los agnósticos y una legión de “liberales” atados por un relativismo que predica la autonomía de la conciencia, donde se esconde la verdad para sentirse “libres” de compromisos y más cómodos para pasarla bien, sin las exigencias de la religión.

El contraste también se da en los excesos de credulidad de los sincretismos populares, donde la magia se confunde con lo sobrenatural, y lo virtual o fantástico, con lo real.

El Papa Juan Pablo II decía que la sociedad entera estaba enferma y había que curarla. La curación de estos males vendría, como siempre, con la prédica de la doctrina verdadera, a través de los medios que están al alcance de todos en la época actual.

La Iglesia, que tiene la misión de predicar, no se cansará de insistir con la doctrina revelada para que el hombre se encuentre con la verdad y viva de acuerdo con ella.

Cualquier arreglo, cómodo, de algún cristiano que no entienda las exigencias de un modo de andar correcto, sería como edificar una casa en terreno falso, puede resistir una temporada pero luego se vendría abajo. Es necesario edificar sobre terreno firme para que la casa no se caiga.

El dolor del cristiano por las desviaciones morales de la época lleva constantemente al desagravio: “¡Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen!” con la gran esperanza de saber que ¡con Dios se arregla todo!, como Dice el Papa Benedicto XVI.

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viernes, marzo 02, 2012

Las penas del justo

COHERENCIA DEL DOLOR Y LA PENA

Muchas y variadas son las penas que padecen los seres humanos por sus semejantes. No a todos les duele igual, con la misma intensidad y de la misma manera. La subjetividad es amplia y llega también a los extremos, y así nos encontrarnos con reacciones muy distintas frente a los mismos acontecimientos.

Si quisiéramos señalar lo que da pena de un modo general, a las personas de cualquier época o lugar, diríamos que todo el mundo sufre cuando:

· muere un ser querido

· lo traiciona un amigo

· le roban una pertenencia

· pierde algo que valora mucho

· recibe una calumnia

· no es valorado o reconocido

· le va mal en los negocios

La lista podría seguir y ser interminable. Parecería que existe un consenso y que todo el mundo sufre por lo mismo, sin embargo no es así.

Las distintas causas de las penas

Hay sufrimientos comprendidos y otros que son rechazados. Un hijo puede comprender y valorar el dolor de su papá por una enfermedad suya y al mismo tiempo rechazar el dolor que tiene, su mismo padre, cuando él llega tarde a la casa. Una persona sin recursos para estudiar, puede valorar mucho el sufrimiento de sus amigos por esa carestía suya y rechazar el dolor que tengan, sus mismos amigos, porque se encuentra en una situación de pecado.

El alejamiento de la verdad y la ignorancia son causa de grandes sufrimientos y equivocaciones. La falta de disposición para conocer bien a los demás crea mecanismos de defensa que dispara la imaginación creando preocupaciones que no deberían darse. Podrían surgir de allí enfermedades psicológicas de consideración, que hacen sufrir más a quienes las padecen y a sus familiares. Por ejemplo el que cree que alguien lo persigue o lo odia suele vivir angustiado con esa preocupación, o el hipocondríaco, que piensa que está enfermo y recurre a todo tipo de medicamentos o el escrupuloso, que se siente miserable, perdido y sin arreglo. Son situaciones irregulares que exigen de una atención especial.

El sufrimiento del que tiene fe

En los aspectos espirituales, la lejanía de una persona con respecto a Dios causa en sus seres queridos creyentes grandes sufrimientos. Al que se encuentra en esa situación de distancia le parece que todos deberían respetar la opción que ha elegido y que nadie debería sufrir por eso. No percibe que el creyente no se está preocupando por la opción elegida sino por las consecuencias que van a venir por esa aparente “libre” elección.

Quien se encuentra en esa situación debería pensar que la persona con fe tiene la certeza de que esa persona querida no solo ha elegido algo sino que ha elegido mal y por lo tanto se encuentra en un mal camino que le hace daño y que pone en peligro la salvación de su alma. El dolor del que tiene fe es un dolor de amor, por la suerte o el estado del que ama. No es un fastidio o una indignación por alguien que piensa distinto.

Cuando el creyente sufre por el descamino del pariente o del amigo, le está diciendo: “yo no quiero que te vaya mal, yo quiero que seas feliz” y se lo dice con toda sinceridad porque lo quiere mucho.

Sería una falta de inteligencia rechazar ese dolor que tiene una motivación honrada y sana, que procede de un corazón que ama de verdad. No es el caso del hipocondríaco, del escrupuloso o del que sufre por amor propio.

También la persona con fe podría estar enferma y tener un desarreglo en su personalidad, pero no sería por la fe, que es una virtud y no una simple credulidad. Existen millones de seres humanos con fe y con una coherencia de vida ejemplar, que sufren mucho por la falta de fe de un ser querido.

Los sufrimientos de las personas buenas por su familia y el prójimo son distintos de los sufrimientos de los que tienen desarreglos ocasionados por enfermedades, descuidos, equivocaciones y también de todos aquellos que tienen ambiciones de beneficio personal. Puede existir también un sufrimiento noble, sano y sincero en una persona que no tiene fe.

El sufrimiento más elevado responderá a un entendimiento que capta la realidad en su verdadera dimensión y quién lo padece quisiera poner de su parte, todo lo que haga falta, para sanar y curar lo que está herido o roto. Hay una intención y una disposición noble, sana y sensata a la vez.

No se le puede pedir a la persona con fe, que ama a los demás, que no sufra. “El dolor es la piedra de toque del amor” Lo importante es saber distinguir entre los sufrimientos. El amor de una persona con fe merece respeto y veneración, como muchos otros sufrimientos nobles. Es muy probable que su dolor no sea desesperado y angustioso porque está matizado por la esperanza en los medios sobrenaturales y en la intervención divina. El dolor puede ser profundo pero, gracias a lo sobrenatural, se conserva la serenidad y la paz. Y así podemos afirmar que la entereza de una persona con fe es digna de admiración y contribuye a las buenas relaciones entre los seres humanos en el mundo.

Los sufrimientos de las personas en general son una llamada a la generosidad. El dolor del que se porta mal puede ser muy grande, por lo que padece y por la indisposición que pueda tener cuando no se quiere dejar ayudar. Estas situaciones se dan, lamentablemente, dentro de muchos hogares, entre los miembros de una misma familia, y muy especialmente en los padres con respecto a sus hijos.

El modelo de sufrimiento más noble que hay en el mundo es Jesucristo, que padeció y murió por nosotros en la Cruz. Del mismo modo, el sufrimiento de la Virgen al pie de la cruz, es tremendamente noble y coherente. Ella nos enseña a saber estar con amor junto al dolor y perseverar allí.

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