jueves, mayo 24, 2012


 Las injusticias de la opinión pública
PERSEGUIDO POR SER BUENO
Hoy, por los efectos del relativismo, no está tan claro lo que es bueno y lo que es malo. Existe, en la mayoría, una gran confusión, que es aumentada por los excesos de información sesgada y politizada del mundo mediático. La presión es inevitable y siempre influye, aunque alguno crea que es inmune. Con la fuerza de la propaganda el más aventajado termina influenciado por lo que escucha machaconamente de un modo reiterativo y  hasta “dogmático”
A pesar de la falta de claridad en el conocimiento de las personas, la gran mayoría se atreve a calificar al prójimo con una certeza inaudita. Se alaba y se critica sin “pelos en la lengua”. Los juicios se alimentan por las contiendas y al exagerarse las posturas, se pierde la disposición para reconocer aciertos en la parte contraria. Las críticas contra el “enemigo” son contundentes y radicales. Los odios que se encendieron de un modo superficial  se conservan  en criterios voluntaristas hasta la terquedad, como si fueran razones de peso. No puede haber coherencia en un juicio cuando no está presente la comprensión y el perdón. La coherencia es consecuencia del amor y no de la lógica del consenso.
En algunas personas las nociones de bien y de mal están mezcladas con simpatías o antipatías por los modos o maneras que no gustan, sin que se tenga muy en cuenta el fondo de los asuntos.  Para ellos los modos de ser o las costumbres, también serían determinantes para calificar a las personas, sin necesidad de ver las motivaciones interiores o las circunstancias que podrían modificar una actuación. Se puede decir que domina en la apreciación general de las personas una gran superficialidad y muy poco conocimiento.
El punto más grave está en la pérdida del sentido de lo bueno y de lo malo o de lo que está bien o mal. Todas las personas  deben formarse para saber dónde está lo bueno y lo malo. Quien piensa que el bien está en él y el mal en los demás estaría lleno de soberbia, que es el pecado más grande. El no saber que se tiene el mal dentro puede originar problemas muy graves en las intervenciones de las personas, en lo que se haga y en lo que se diga. Con gran sabiduría afirmaba el médico de los “Hermanos Karamazov” cuando decía un poco asustado: “me vuelvo enemigo de la gente cuando la tengo cerca. Podría cobrarle aborrecimiento a la persona más buena tan solo por que se mete el dedo en la nariz…”
El aborrecimiento colectivo por alguna persona suele proceder de las presiones sociales que siguen la línea de lo que sería políticamente incorrecto. Estas posturas no son siempre atrevidas e irreverentes, se actúa también con diplomacia, una suerte de hipocresía vestida de seda, como si se dominara muy bien la situación. Las posturas diplomáticas no son consecuencias del amor al prójimo ni de la valorización real de las personas, son puro juego político que utiliza a las personas, escondiendo lo que convenga, para no contristar.
La mejor forma de transmitir el bien es la amistad, pero esta debe ser auténtica. Debe estar tejida con el verdadero amor a los demás y no con posturas. El que lleva el bien con la amistad es rechazado en una sociedad relativista que no quiere reconocer la verdad.
El mejor amigo del mundo fue Jesucristo porque nos trajo lo que era necesario para salvarnos y para ser felices, sin embargo el hombre, con el consenso colectivo lo rechaza y luego lo mata. En aquellos tiempos lo políticamente correcto era gritar: “¡crucifícalo, crucifícalo!” ¿dónde estarán los que se portaron así?   y hoy nos preguntamos ¿dónde terminarán los que condenan al amigo que trae la verdad que libera? Jesucristo y los que le siguen a Él son perseguidos y condenados por ser buenos.
El diablo engaña para que parezca malo Jesús y su Iglesia, exagera, hace propaganda, repite calumnias, señala defectos, manipula, hace campañas. Todo para desprestigiar la obra de Dios en el mundo que busca, antes que nada, salvar las almas. Así ha sido la historia y continúa siendo. La Iglesia siempre crece con el signo de la contradicción y habría que decir lo que repetía el mismo Jesús:  “el que pueda entender que entienda”
¿Por qué será que el que quiere ser bueno con la verdad termina rechazado y tal vez perseguido?
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jueves, mayo 17, 2012


AMAR ES MUCHO MÁS QUE TOLERAR
Al terminar de leer el artículo “El ateo, el marxista y el intolerante”, que escribió Alfredo Bullard en “El Comercio”  saqué rápidamente el lapicero para apuntar la avalancha de respuestas que se me venían a la cabeza. El artículo, a primera vista parece muy persuasivo, sin embargo pone en berlina a los católicos que profesan la fe tal como lo enseña la Iglesia.
Sin mayor explicación afirma que un cristiano intolerante convertirá su fe en dogma y se condenará a la ignorancia”  acaso no sabe que la fe es creer en los dogmas que enseña la Iglesia y que la defensa de la fe es la defensa de la verdad. No es que la verdad se tenga que adaptar a los tiempos, son los tiempos los que deben adaptarse a la verdad.
Dentro del contexto que estamos considerando podría parecer que Jesucristo sería el mayor intolerante de todos los tiempos, porque predicó la verdad, que no estaba de moda, y el mundo la rechazó. No toleraron a Cristo y lo mataron de una manara brutal. El que rechaza la verdad se equivoca. La verdad se debe amar y la verdad lleva al amor, que es mucho más fuerte que la tolerancia.
El que ama se moja, interviene, da la cara y corre el riesgo de ser rechazado y criticado, como Jesucristo. La historia está llena de mártires que han sabido dar la vida por la fe. Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” y Jesucristo llama amigo al que hace lo que Él dice. Esa es la mejor definición de amistad. El mejor amigo sería el que dice la verdad y consigue que el otro sea libre y feliz.
El que ama de verdad conoce bien y se entera bien de las cosas. Al que le falta amor se queda en la superficie, no se da cuenta. Su profundidad podría ser meramente intelectual, de libro, teórica y no la del amor. El que ama está presente y está a gusto porque tiene el corazón en las personas que trata. Las trata con el cuidado de un padre o de una madre, le interesa mucho el bien de los demás. El que tolera tiene un “respeto” de poca categoría humana. Su tolerancia le lleva a cuidarse él colocándose a una “prudente” distancia para no “mojarse” y no “complicarse la vida”, tiene miedo y la Sagrada Escritura dice: “el que tiene miedo no sabe querer”

¿Quién elige: Dios o el hombre?
En otro párrafo de su artículo el Sr. Bullard afirma que “el mayor valor de la educación del hombre no está en la convicción final, sino en el proceso de su elección”  Habría que atender antes a lo que dice Jesucristo y está recogido en los evangelios: “no me han elegido ustedes sino que yo los he elegido para que vayan y den fruto y el fruto permanezca”  
El hombre presuntuoso quiere enmendarle la plana a Dios y elegir él. Religión significa: elección de Dios. Dios nos elige dándonos un deber (los mandamientos) y una misión (hacer lo que Él quiere), para ambas cosas se requiere de la obediencia. El que sabe obedecer es el que aprende a amar. “Si guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor”  y entiende bien lo que es la autoridad. Nadie tiene más autoridad que el que sabe amar. Por lo tanto lo sensato será elegir obedecer y obedecer es amar. Cristo nos enseña a amar obedeciendo a Dios Padre y fue obediente hasta morir en la cruz. Nadie puede decir que sabe amar sacando el pie del plato con una presuntuosa desobediencia.
En cuestiones de fe no caben “libres pensadores” sino más bien los humildes pensadores que saben que hay una Verdad que los supera y es la que viene de la Autoridad de Dios, que no puede engañarse ni engañarnos. Verdad que acepta el buen cristiano y engrandece su espíritu, se hace un gigante. El hombre de fe no es un amilanado o reprimido que se encuentra sometido por una autoridad que lo oprime y no lo deja ni respirar. El hombre de fe es totalmente libre porque fue rescatado por la verdad y por lo tanto sabe amar con una comprensión extraordinaria que lo llena de paz.
El cristianismo no es la tolerancia sino el amor. El que defiende la fe con la vida (la verdad) no es intolerante,  es el que más ama. El amor es mucho más que la tolerancia.

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jueves, mayo 10, 2012


 La verdad es necesaria para amar
SENTIDO CRISTIANO DEL HUMANISMO

El cristianismo ha sido es y será siempre la revolución más grande de la historia que le dio al mundo el sentido de su existencia con la vida, pasión, muerte  y resurrección de Jesucristo. En la Sagrada Escritura, enseñada por la Iglesia, cuyo fundador fue Jesucristo, se encuentra el camino que las personas deben seguir para cumplir con su finalidad de seres humanos.
El humanismo por excelencia es consecuencia de la cristianización del mundo iniciado por Jesucristo y continuado por los apóstoles y sus sucesores en la tradición viva de la Iglesia. Es una historia rica donde los hombres se encuentran con la verdad, que los libera, los hace felices en la tierra y después les permite alcanzar la gloria en la vida eterna. Todo ese proceso es un rico humanismo.
De todos los cristianos los católicos llegan en la actualidad a 1,300 millones de fieles. En el 2011 ingresaron al catolicismo un millón quinientos mil. El Papa por donde va remueve a las multitudes. Ven en él al Vicario de Cristo, que no hace más que recordar las verdades fundamentales que Jesucristo predicó en su vida pública.
La Iglesia es nueva y antigua a la vez. Está viva por la presencia de Cristo y entrega lo necesario para vivir con paz y libertad. Son millones los testigos en el mundo de esta realidad. No puede haber en el mundo un humanismo más grande que el cristianismo y su expansión a lo largo de los siglos en millones de personas de toda clase y condición.

El humanismo integral en la doctrina social de la Iglesia

Por otro lado, el concepto humanismo integral ha pasado a formar parte plena de la Doctrina Social de la Iglesia a partir del hecho, ciertamente inusitado, de que Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio (1967), citando como ejemplo precisamente el libro Humanismo Integral,  declara que es el verdadero y pleno humanismo que se ha de promover.

Por su parte, Juan Pablo II no solamente ratificó esa declaración en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987), conmemorativa de los veinte años de la Populorum Progressio, sino que convirtió el concepto 'humanismo integral' en parte sustancial de su preocupación por la cuestión cultural de nuestros tiempos. Más tarde Juan Pablo II continuó los esfuerzos del filosofo cristiano Maritain para establecer las bases intelectuales de una teoría personalista de la democracia y de un 'humanismo integral'."

"El hombre del humanismo cristiano – dice Maritain – sabe que la vida política aspira a un bien común superior a una mera colección de bienes individuales... que la obra común debe tender, sobre todo, a mejorar la vida humana misma, a hacer posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los frutos de la cultura y del espíritu... aprecia la libertad como algo que hay que ser merecedor; comprende la igualdad esencial que hay entre él y los otros hombres y la manifiesta en el respeto y en la fraternidad; y ve en la justicia la fuerza de conservación de la comunidad política y el requisito previo que llevando a los no iguales a la igualdad, "hace posible que nazca la fraternidad cívica..."

Maritain propuso el ideal del Humanismo Integral o de la denominada Nueva Cristiandad: «Este nuevo humanismo, sin común medida con el humanismo burgués y tanto más humano cuanto no adora al hombre, sino que respeta, real y efectivamente, la dignidad humana y reconoce derecho a las exigencias integrales de la persona, lo concebimos orientado hacia una realización socio-temporal de aquella atención evangélica a lo humano que debe no sólo existir en el orden espiritual, sino encarnarse, tendiendo al ideal de una comunidad fraterna»

El humanismo cristiano cree en la providencia de Dios Padre, espera la salvación del mundo por medio de su Hijo unigénito, Jesucristo, y propugna la caridad en la verdad, es decir, el amor fraterno o fraternidad humana, como ley fundamental del Cristianismo, para el progreso y desarrollo integral del ser humano y de la humanidad, dando respuestas a los temas del hambre, miseria, pobreza, guerras, violencia, injusticia, desigualdad, analfabetismo y enfermedades endémicas que padece y sufre.
El papa Benedicto XVI inicia su encíclica diciendo: “La Caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del autentico desarrollo de cada persona.  Expone el pensamiento y la acción del humanismo cristiano sobre el desarrollo integral del hombre y de los pueblos, vivificado en la caridad verdadera, es decir, en la fraternidad entre los hombres.

El cristiano encuentra la libertad cuando desarrolla su capacidad como persona sirviendo a los demás con amor. Un amor que implica renuncias a satisfacciones o beneficios propios en bien de los demás. Las motivaciones extrínsecas (placer y dinero) y las intrínsecas (desarrollo y progreso para uno mismo) no le entregan al hombre libertad y felicidad. Son necesarias, para todas las personas, las motivaciones trascendentales,  que son las que miran al servicio de los demás sin esperar en una recompensa.


Que acertadas son las palabras de San Josemaría cuando dice: “Nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor ¡en cristiano! Cruz; Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí, y después, eternamente” (Surco 52).
El signo del cristiano es la cruz, allí se encuentra el humanismo más grandioso de la historia. Quien sabe seguir la invitación que hace Jesucristo de llevar la Cruz es el que encuentra la libertad y la felicidad. Hablar el idioma de la cruz es mucho más importante que el inglés.
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jueves, mayo 03, 2012


Cuando la amabilidad está demás
LA MECANIZACIÓN DEL TRATO

Quién no se ha quedado decepcionado y hasta mortificado si al llamar por teléfono escucha la respuesta “amabilísima” de la grabadora que no nos deja comunicarnos con quien queremos hablar. Peor es cuando llamamos a una empresa y la grabadora nos da opciones para marcar y vamos pasando de una a otra y cuando, después de un largo recorrido, llegamos a la que nos interesa, nos puede suceder dos cosas: que suene el timbre sin que nadie nos conteste o recibir la respuesta de una persona que habla automatizada a mil por hora, con frases aprendidas de memoria, pidiéndonos opciones que no nos interesan. Con ese sistema se nos hace imposible dar las explicaciones para encontrar la solución que buscamos.
Eso no solo ocurre con el teléfono. Pasa igual en las oficinas cuando nos reciben personas que están como robotizadas, nos dicen frases esteriotipadas o nos hablan con un lenguaje técnico para impresionarnos, y cuando planteamos una dificultad para que la resuelvan nos repiten de memoria el reglamento que se convierte en una barrera para nuestras aspiraciones.
Un día fui a un cementerio para rezar y como faltaba media hora para abrir, según el reglamento, el portero no me dejó entrar; yo tenía que regresar para dictar una clase, pero el portero, amparado en el reglamento, era incapaz de hacerme pasar. Para llegar al cementerio había tenido que cruzar toda la ciudad en medio del tráfico. Ninguna razón entraba en su cabeza. Estaba mecanizado y su “fidelidad” a la letra resultaba incongruente. Necesitaría un poco más de luces para que su cabeza pudiera entender las razones y un poco más de virtudes humanas para pechar con la propia responsabilidad la excepción que confirma la regla.  
Otro día fui con un aparato malogrado a la ventanilla de una oficina de atención al público. Me recibieron con una gran amabilidad y me agradecieron por haber ido hasta allí y tener confianza en ellos. Luego mientras explicaba lo que le ocurría a mi aparato la persona amable miraba su computadora y parecía más interesada en lo que leía que en mi explicación. Cuando terminé mi escueta información sacó del libreto tres posibles explicaciones que escuché atentamente. Regresé a mi casa con la esperanza de que mi aparato funcionara con la aplicación de alguna de las opciones que me habían alcanzado. Pero no tuve suerte. Volví con la intención de explicarle a la persona que me atendió amablemente que ninguna de las opciones que me dio, pudo arreglar mi aparato.
Al llegar a la oficina muy amablemente me orientaron hacia otro empleado, a pesar de que pedí hablar con el anterior, tuve que aceptar con las disposiciones establecidas. El empleado de turno me saludó con frases parecidas al anterior y luego mientras yo daba la explicación miraba atentamente su computadora y cuando terminé de explicarle volvió a decirme las tres opciones del libreto. Yo le dije que ya las había escuchado, las había aplicado y que no había conseguido solucionar mi problema. Me replicó diciendo que una de esas opciones tenía que ser y que probara con otros aparatos parecidos al mío y que si tuviera alguna dificultad podía volver a la oficina porque nosotros “estamos para servirle y atenderle con mucho gusto”  
No salí tan convencido esta vez, las dudas me restaban la paz,  sin embargo quise creer lo que me habían dicho y opté nuevamente por hacer caso a los consejos recibidos. Al regresar a casa pensaba que con la amabilidad se puede persuadir,  pero en ese momento yo no quería ni amabilidades ni que me convenzan en lo que tendría que hacer, solo quería que arreglaran mi aparato.  Como era de esperar tampoco tuve suerte, el aparato seguía fallando. Volví a la oficina para presentar mi reclamo. Me sentía mortificado por el sistema que me había hecho perder un tiempo que no tenía.
Al llegar tuve que pasar nuevamente por todos los procedimientos burocráticos para llegar a una ventanilla donde estaba un tercer empleado que no sabía nada de mi caso. Hizo los saludos respectivos que me sonaron falsos y procedió de la misma manera. Ya experimentado fui decidido a que se tomara otra medida para que se arregle mi aparato de una vez por todas. El empleado al ver mi actitud consultó a otro empleado que parecía más importante y decidieron hacer una revisión profunda a mi aparato. Me fui con un primer alivio de esperanza.
Cuando pasaron los días fui a recoger mi aparato con la esperanza de encontrarlo arreglado. Pase por los procedimientos de rigor y caí en una ventanilla donde un cuarto empleado que no me conocía me saludó amablemente y me entregó mi aparato. Le habían hecho una “limpieza” y ya no tendría por qué fallar. Me fui ingenuamente contento, pensando que todo estaba solucionado.
Al cabo de unos días mi aparato presentó la misma falla. Sentí indignación y cierta impotencia. Empecé a pensar qué podría hacer y me acordé de un amigo que conocía a una persona que tenía un alto cargo en esa empresa. Lo llamé, le conté lo que me había pasado y me dijo que llamaría de inmediato.
Cuando fui a la empresa, esta vez recomendado, me atendió una persona con una amabilidad verdadera, se interesó por mi aparato y en ese momento encontró cuál era la falla y me entregó otro nuevo. Por fin se había solucionado mi problema y me sentí muy contento.
Busqué al amigo no para hacer una injusticia sino para que se haga justicia. Pensé en los miles que son mecidos por los rigores de un sistema lleno de amabilidades pero sin la llegada humana que toda persona necesita para ser bien atendida. La mecanización es siempre un estorbo, las personas necesitamos de la atención de los seres humanos que entienden los que nos está pasando y nos ayudan a salir, cuanto antes, de nuestros problemas.
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