viernes, agosto 30, 2013


LA POLTRONA DEL RELATIVISTA
La nueva civilización del siglo XXI trae como personaje central al relativista que se ha ido deslizando hacia un status que a primera vista parece cómodo y tranquilo, pero conforme pasa el tiempo, cuando las cosas se le van complicando de una manera inesperada, e incluso sorpresiva, no sabe qué hacer, y puede caer en una severa depresión.
Además resulta que relativistas son miles o millones de personas que, aunque no se lo crean, no han conquistado un nuevo sistema de vida sino que se han deslizado o se han dejado caer en una especie de estuche, o trinchera, donde les parece estar seguros. Su lema podría ser: evitar compromisos y no complicarse la vida.
Quienes tienen cierta solvencia económica (muchos se han visto privados de ella) pueden sentarse en una poltrona para descansar oyendo música y saboreando unas chelitas o un buen wisky de etiqueta, solos o acompañados.  Suelen ser personas que procurarán limitar al máximo sus responsabilidades para tener “tiempo libre”, pensando que tienen libertad cuando pueden hacer lo que le da la gana con su tiempo sin mayores compromisos. Se cuidan de no quedarse atados, ni con nadie ni con nada, para disfrutar de las bondades que, por ahora, les da una acariciada “independencia” que poco a poco se ira convirtiendo en soledad, que puede ser incluso grata en sus inicios, pero después ya no.
El relativista de marras, por la presión social, se vería obligado a renunciar a ciertos criterios que responderían a la moral objetiva, (la que marca las diferencias entre el bien y el mal); y si los tiene, no quisiera manifestarlos externamente, prefiere guardárselos para no contristar, porque así podría parecer abierto y tolerante con todas las personas, sin hacerse problemas para respetar las distintas opciones de vida que elijan. Por este motivo, hace feo a las censuras o a intervenciones en la vida de otros; suele estar contra la violencia, aunque puede gustarle películas de acción con muchas balas y sangre, o las noticias amarillas de los diarios que cuentan historias escabrosas.
La mayor parte de relativistas son  de aquellas personas que viven criticando conductas  de los que a su criterio se portan mal, pero no hacen nada para corregirlas; siguen en su inacción buscando siempre lo más cómodo, lo que creen que es “seguro” y lo placentero.
Es lógico que tengan temor de aconsejar a sus hijos y a sus amigos, para no parecer intolerantes o impositivos. Prefieren callar y no decir nada hasta que llega el día en que explotan y rompen hasta lo más sagrado, luego lloran sobre la leche derramada sin que se llegue a ninguna solución que indique una conquista de algo mejor.
Generalmente se observa en sus vidas, de un modo casi habitual: deslizamientos y caídas por asuntos banales, huidas de compromisos y deberes, separaciones por preferir ir por cuenta propia, inacciones: lavarse las manos y no sentirse comprometidos, permisivismo: dejar que cada uno haga lo que quiera, dar una imagen de “tolerancia”, junto a desánimos o desesperaciones; dejar que crezca una bola de nieve y se junte con otras, para hacer un alud, que caerá causando estragos.
Algunos de estos relativistas, para tranquilizar sus conciencias, dicen que en política son   partidarios de las izquierdas, unos porque está de moda y otros porque creen que la “preocupación social”, que dicen tener, (muy sesgada por cierto), es el auténtico amor al prójimo que reclama el cristianismo, sin entender lo que es y significa la Iglesia en el mundo, ni la prédica de la verdad que hace Jesucristo y que luego encargará a sus sucesores para difundirla por todas partes.
Dicen aceptar todas las opiniones y la propia la dogmatizan otorgando siempre, en un ambiente de permisivismo liberal, una patente de corzo para que sus hijos actúen sin complejos, tragándose el miedo para no quedar mal ni con ellos, ni con el consenso general de  la época. Prefieren no hablar de los temas espinosos y dejar que cada uno haga lo que le parezca. Su irresponsabilidad es tan grande como su cobardía. Después vienen las consecuencias.
La permisividad como mentalidad expulsa al responsable que quiere arreglar las cosas y al mismo tiempo aumenta el desorden con la informalidad  generándose una situación de caos y abandono. Todo se vuelve desagradable y para no reconocer los propios errores se le echa la culpa a lo formal y a lo ordenado, a las leyes que señalan el camino correcto.  
Con esta mentalidad es fácil  sumergirse en la mentira, y quedar impregnados por ella perdiendo la noción de lo real y sin otra opción que huir hacia lo placentero, que suelen ser las diversiones a todo meter. El exceso de diversiones es como la droga para huir de una realidad caótica y desagradable.
Desde los años 60 ha ido creciendo en el mundo un proceso de descomposición moral que ataca fundamentalmente a la familia y crea una multiplicación de situaciones de infidelidad y rupturas de compromisos como si fuera lo más normal del mundo y no pasara nada.  La gente la pasa muy mal.
Los que han nacido después de los 60 han tenido una presión social con fuertes ofertas de materialismo que ha influido en sus vidas al punto de estar convencidos de tener necesidad, ellos y todos, de buenos espacios para la diversión, o dicho en otras palabras: les parece que todo debe ser divertido y piensan que de no ser así se caería en un aburrimiento existencial.
Esta mentalidad ha ingresado incluso en algunos programas educativos, y la sustentan algunos psicólogos, que piensan más en contentar a sus clientes y así resolver sus problemas, que en el conocimiento real de la antropología del ser humano, que llevaría a decirles la verdad y no engañarles con una “solución” de escaso tiempo. Quienes caen en los efectos del relativismo contemporáneo podrían estar incapacitados para entender el amor al sacrificio y a la cruz de los cristianos. Amor auténtico que les hace perseverar siendo fieles a sus compromisos. Allí está la clave para lograr auténtica felicidad que se busca.
Agradecemos sus comentarios

jueves, agosto 22, 2013


El influjo mundial del Rey de los deportes
LA ALEGRÍA DEL FÚTBOL EN LA VIDA
Guste o no el fútbol tiene un protagonismo importante en la historia mundial. Cada vez son más los países que se suman a la práctica de este deporte emblemático que hace felices a millones y puede contribuir a la paz y concordia de todos los pueblos. Por encima de tratados o de documentos históricos, existen buenos jugadores que con el arte de llevar la pelota, mueven los corazones de miles de jóvenes y mayores que descubren, que más allá de los uniformes de un club o de los sentimientos de un país, está la solidaridad de pueblos que disfrutan, con la fiesta del fútbol, una suerte de fraternidad universal.
Desde la inocencia infantil millones se han sentido felices cuando les regalaron  la primera pelota o el día que pisaron por primera vez una cancha de fútbol; el estar en el gramado para ver de cerca a un jugador profesional ha sido para muchos motivo de una gran satisfacción que deja en el recuerdo una huella imborrable.
Si la afición crecía con los años la memoria grababa las mejores jugadas de los grandes partidos y los nombres de los jugadores más importantes de la historia. Ser hincha  significa fundamentalmente tener amor por la camiseta de un equipo y poseer un sano afán de competividad, que es también una tendencia simpática, motivadora de una generosidad, casi sin límites, para entregar los hurras  y las arengas partidarios, hasta la afonía, animando a los jugadores del propio equipo a que pongan todo en la cancha.

La lealtad de un hincha construye la unidad y el respeto entre los seres humanos
El que entiende de fútbol y conoce la naturaleza humana, sabe bien que mostrar la sinceridad de una afición no divide a las personas, al contrario las une. Un buen jugador y un buen hincha prefiere y entiende mejor al jugador y al hincha rival que al que quiere mostrar una imparcialidad para no contristar, este último puede pensar que así puede estar más cerca de todos y ocurre lo contrario. Da gusto encontrar jugadores e hinchas con un amor incondicional a la camiseta de su equipo dispuestos a dar esa “guerra” que no es de violencias y odios.

Los enemigos de una sana competividad y los falsos endiosamientos
Como todo en la vida los excesos y el fanatismo son los principales enemigos del buen fútbol y de los ambientes de fiesta y solidaridad. Cuando el desorden penetra en los corazones de los hombres estos se vuelven violentos y peligrosos. El fútbol bien llevado y jugado con verdadera deportividad no produce violencias. La garra y la fuerza que se pone para ganar son estímulos constantes que aumentan la alegría. La lealtad de los rivales a sus propios equipos es digna de admiración y respeto. En las contiendas deportivas nunca se ve al rival como enemigo. El fútbol tampoco lo es todo, no se debe caer en las locuras o delirios de un triunfo, ni en los pesimismos de una derrota. Los fanáticos no tienen espíritu deportivo. Un buen futbolista sabe ganar y sabe también perder. Lo mismo podríamos decir de la hinchada.

Los triunfos del perdedor
Al perder un partido se puede apreciar la alegría del rival que ha ganado. El equipo perdedor ha sido causa de la alegría del equipo ganador con todas sus consecuencias favorables. Ese conocimiento enriquece la sabiduría que es necesaria para la propia vida. Saber perder es poseer una categoría humana de nivel donde se reconoce el  merecido triunfo del rival y se saca experiencia. El deportista que perdió se llena de humildad y de esperanza, le toca ahora corregir los errores para volver a salir con la cabeza levantada. Son lecciones que se aprenden para proyectarse mejor en el futuro y poder ser felices en  la vida.
El Papa Francisco es un hincha disciplinado del San Lorenzo de Almagro, paga religiosamente las cuotas de su club de fútbol y sigue a su equipo durante el campeonato. Hace unos días lo visitaron en Roma las selecciones de Italia y Argentina que iban a jugar un partido dedicado a él. El Papa aprovechó la ocasión para aconsejarles: "En el juego, - les decía- cuando estás en el campo, se encuentran la belleza, la gratuidad y la camaradería. Si a un partido le falta esto, pierde fuerza, aunque el equipo gane. No hay sitio para el individualismo, todo debe ser coordinación para el equipo"  "aunque sean personajes, permanezcan siempre hombres, en el deporte y en la vida. Hombres, portadores de humanidad" "vivan el deporte como don de Dios, una oportunidad para hacer fructificar sus talentos, pero también es una responsabilidad", "aprovechen para sembrar el bien". "Sean conscientes de esto y den ejemplo de lealtad, respeto y altruismo",”recen por mi "porque también yo, en el 'campo' en el que Dios me ha puesto, pueda jugar una partida honesta y valiente para el bien de todos nosotros".

La admirable belleza del fútbol (obra del talento de los futbolistas y de un buen director técnico)
En el juego se encuentra la belleza cuando los jugadores hacen maravillas con la pelota y la belleza es mucho más grande cuando todo el equipo funciona. Los toques bellos del balón no deben ser para el lucimiento personal sino para la armonía del equipo. Esos toques que permiten que el equipo avance hasta el arco rival para anidar la bola en la ned con un hermoso gol que levanta a la hinchada de su asiento y la hace bailar de emoción. Son jugadas que se dan con gratuidad en un ambiente de camaradería. Todos juegan queriéndose mutuamente y ayudándose a ser felices. Las mejores técnicas se ponen al servicio de los demás y todos en conjunto se entregan a los espectadores, que vibran con una hermandad inusitada en un espectáculo donde todos se sienten ganadores. Es la fuerza de la unión de los que son portadores de humanidad, son los talentos fructificados para la alegría de miles, que también, como los jugadores, miran al Cielo para agradecer a Dios.
El Papa Francisco les decía a los jóvenes en Brasil: “Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que juguemos en su equipo. A la mayoría de ustedes les gusta el deporte. Aquí en Brasil, como en otros países, el fútbol es una pasión nacional ¿si ó no? Pues bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama a formar parte de un equipo? Tiene que entrenarse y entrenarse mucho. Así es nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo nos dice: ´los atletas se privan de todo´ y lo hacen para obtener una corona marchita;  nosotros en cambio, por una corona incorruptible.  ¡Jesús nos ofrece algo más grande que la copa del mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda, una vida feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, allá en la vida eterna. Pero nos pide que paguemos la entrada. La entrada es que nos entrenemos para estar en forma, para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe”
La vida es como un partido de fútbol, hay dos tiempos: juventud y madurez. Juguemos bien nuestro partido para ganarnos la entrada al Cielo. Que la belleza de nuestras jugadas sean para el triunfo del equipo entero y de todos los amantes del fútbol.

Agradecemos sus comentarios

jueves, agosto 15, 2013


El mal uso de los números
EL RELATIVISMO EN LOS NÚMEROS
Se suele decir que las matemáticas corresponden a las ciencias exactas, donde dos más dos son cuatro y punto, no se discute más; pero la experiencia también nos hace ver que para muchas cosas los números son relativos, las precisiones matemáticas no siempre expresan la realidad. Los filósofos antiguos ponían a las matemáticas en el segundo grado de abstracción por debajo de la filosofía que ocupaba el primer grado.
Hoy, por el influjo de economicismo, todo se quiere medir de acuerdo a los números. Se elige y se califica de acuerdo a las mayorías. Si la mayoría lo ha elegido es legal y por lo tanto se considera bueno. El consenso de las mayorías se considera  equivocadamente como una categoría moral y éste exige que el hombre de hoy haga caso a lo que la mayoría acepta, para que sea aprobado por la sociedad.

El miedo a la verdad complica la vida del hombre (lo debilita)
El hombre de hoy se asusta con la verdad objetiva, rechaza lo que podría tenerse como criterio, le parece que afirmar una verdad es peligroso porque suena a imposición o a rechazo de otras opciones. Cree que lo más seguro es no defender posturas firmes para no caer en el dogmatismo y no se da cuenta que con esa conducta está cayendo en la tiranía del relativismo,  ya que, al reforzar su autonomía para sentirse libre, se amarra en la esclavitud del propio yo, perdiendo la capacidad de un compromiso real para las relaciones humanas. Opta, sin darse cuenta, por una vía inhumana de un permisivismo que le impide reconocer la verdad y sujetarse a ella con firmeza; se va debilitando  y va cayendo poco a poco en la inseguridad de la tristeza, de la soledad y de la desesperación. Aunque tenga buena voluntad se siente inútil al pretender una unidad divorciada de la verdad.
Las actitudes melifluas de muchos, que temen tener una intervención que afirme una convicción sólida, con respecto a un criterio moral, desemboca en un permisivismo disfrazado de libertad que termina siendo, en realidad, una auténtica crueldad, porque sería como no alcanzar la medicina urgente a una persona que la debe tomar, por temor a contristar.
El miedo de no entrometerse y el deseo de quedar bien en el consenso general, es una mezcla de vanidad con ciertas dosis de cinismo (no hay otra palabra). Cinismo porque existe una malicia oculta que pretende compaginar, con una falsa “comprensión”, las actitudes de un mundo moderno, que “hay que entender”,  con unos “valores” subjetivos que están lejos de las exigencias de la verdad.  De estos parámetros surge la “verdad política” que es una mentira que todos ocultan por consenso. Saben que es mentira pero la prefieren a la verdad, real y objetiva, que ven como una amenaza, agresiva e impositiva.

Atrapados por el consenso de “una verdad” contra la verdad
De este tipo de conducta surgen tremendas esclavitudes, personas atrapadas por las mentiras de un consenso generalizado, por “verdades” políticas que miran más a las “leyes” que a las personas. Cuando se pierde la caridad, la justicia  podría convertirse en una gran injusticia. Basta unir los números con las leyes sin tener en cuenta otras circunstancias y tendremos lamentables maltratos.
Si se pierde el amor al prójimo y el respeto por la vida de las personas aparecen críticas despiadadas que califican negativamente a los seres humanos sin que se les de opción al perdón y al arrepentimiento. Dirían que si una persona hace algo malo es porque es mala, y entonces debe ser castigada y separada. Se le expulsa y no se quiere saber nada de ella, queda separada y abandonada. Solo se recuerda su mala conducta.
Si la mayoría condena a alguien, todos deberían condenarlo. Hoy nos encontramos con muchos descalificados que ya no tienen opciones ni oportunidades porque el consenso social  le ha cerrado las puertas.
Esta misma superficialidad y falta de tino existe para las alabanzas. Todos aceptan el valor y la calidad de una persona tan solo porque presentó el curriculum vitae. En muchas ocasiones suena ridículo la lectura del mismo: una lista interminable de grados académicos recibidos, de pertenencia a diversas jefaturas o puestos de trabajo, de premios recibidos y de obras realizadas. La sociedad aplaude al hombre que es presentado con sus pergaminos lleno de distinciones.

El mal uso de los números para las alabanzas o las condenas
El Papa Benedicto XVI decía que “rebajar a una persona a la condición de número era denigrarla”
Los números pueden ser una “tapadera” para ocultar algo, o un instrumento cruel para destrozar a una persona. Una contabilidad se puede ver muy ordenada con los asientos justificados por facturas o boletas adjuntas,  y muchas veces las cantidades han sido abultadas para obtener ganancias escondidas, incluso con el consentimiento de los que quieren cerrar los ojos,  porque permiten que se gane de esa manera.
En muchos negocios las “tapaderas” están a la orden del día. Cuando no se ve y parece que todo está en orden, se aprueba y no pasa nada. En muchos negocios existen consensos de encubrimiento, yo te cubro, pero tú también me cubres a mi, cuando lo necesite.  De este modo los que tienen rabo de paja continúan en los negocios, y en cambio los que son honrados se convertirían en un estorbo, son unos idiotas, enemigos de las mayorías y  habrá que quitarlos de en medio.

La política de la compensación y la repartija
La política de la “tapadera” que lleva un malicioso cinismo, crea la política de la compensación. Esta política no se rige por la verdad sino por el negociado, que es un acuerdo para repartija entre ellos.  De acuerdo a los beneficios se negocia tratando de que el adversario no sea enemigo. Hoy dejo que tú mandes, pero mañana me toca a mi.
Es entonces cuando se escoge de acuerdo a las apetencias de los distintos grupos para contentar a todos. No se tiene en cuenta la verdad sino la compensación. Es escoger a una persona por motivos políticos, para contentar al adversario o para pagar un favor que se hizo en un negociado. Existen verdaderos “artistas” para construir cuadros laborales o sociales que son verdaderos negociados, maquillados con elementos de legalidad. Que todo parezca legal.
Como puede verse, los números azules, de los distintos cuadros, son relativos porque están maquillados por razones de conveniencia. Son cuadros “arreglados” para que sean aceptados por las mayorías y así sus ejecutores pueden beneficiarse por lo bajo.
Y cuando los números son rojos, con pruebas contundentes que descalifican a las personas, las víctimas han perdido, y se quedan sin opción, porque “legalmente” los adversarios ganaron la partida con jaque y mate.  Así es de injusta la vida cuando es manejada por consensos mayoritarios que ocultan la verdad por razones de conveniencia para que “triunfen” los que supieron jugar mejor la partida de ajedrez.
Habría que ver quién pierde y quién gana de verdad.
Agradecemos sus comentarios

viernes, agosto 09, 2013


Combatir al peor enemigo
EL DESIERTO DEL YO

Caminar en un desierto debe ser sofocante y angustiante, donde el espejismo del agua es una falsa esperanza que termina en frustración. Así le pasa al hombre que se deja llevar por su propio yo en el camino de la vida.

El yo es más peligroso de lo que parece. Hacerlo crecer lleva a la ruina y a la destrucción de uno mismo y de los demás. Si algo hay que custodiar para no perder la seguridad personal y social es el yo. Al yo se le controla y se le combate con la propia voluntad.

Es necesario que la voluntad, unida íntimamente al querer, frene los ímpetus del yo tirano que quiere mandar y poseer, buscando que todo gire en torno a la propia individualidad. El querer debe estar ordenado para que la voluntad funcione, porque sino ésta se pierde. Una persona sin voluntad o con una voluntad débil está perdida, tiene inseguridad, se llena de dudas y desánimos. Es entonces cuando se cierra en sí misma, para desgracia suya, optando por la indiferencia (no quiere saber nada con nadie) o por una intervención hiriente (atropella y maltrata donde interviene).


Cuando no se combate el yo se corrompe la voluntad
La corrupción de la voluntad es la corrupción del querer. Es la peor corrupción que puede existir porque afecta lo más íntimo de la persona, lo que es indispensable para la armonía en las relaciones humanas.

Una persona con la voluntad dañada hiere, ataca, rechaza, no puede controlarse y se llena de confusión. Si no se corrige vivirá adornando la mentira para que se vea simpática y así justificar su conducta.  Afirmará que lo que dice es lo correcto y que los demás se equivocan, juzgará drásticamente a las personas calificándolas de agresivas y mal intencionadas, exagerando la nota.

Será una persona con secreteos y medias verdades que no dice claramente lo que tiene dentro porque le avergüenza o  porque ve que no posee los argumentos suficientes. Su pobre interioridad la conduce  al pesimismo y puede ser que a la depresión; en ese estado su yo reclama con urgencia autoestima, quiere salir de la pesadumbre a toda costa, buscando los “paños calientes” de una falsa comprensión y exagerando la nota para llamar la atención. El mayor negocio del mundo es comprar a las personas por lo que valen y venderlas por lo que se creen que valen. La vanidad es una mentira muy cara sobre la valía personal y solo conduce al desierto.

La ayuda de los demás para combatir al yo
La única manera de combatir al yo es con una fuerte voluntad. Solo se puede conseguir cuando se deja intervenir en la propia vida a personas cercanas que saben amar y por lo tanto pueden corregir.

El primero corrige es Dios, que nos envía a su Hijo Jesucristo (funda la Iglesia e instituye los sacramentos).  Jesucristo dice: “Yo corrijo y reprendo a los que amo”. Allí se encuentra la fuerza para la voluntad.  Jesucristo afirma con su prédica la realidad del hombre pecador  que necesita corregirse para poder estar cerca de Dios y de los demás.

Los padres y la familia, son instrumentos de Jesucristo, para que el hombre pueda corregirse y no dejar que el yo se desvíe y destroce el camino que lleva a la felicidad. Los seres queridos colaboran con los medios necesarios para el hombre pueda combatir el yo y ganar en humildad.

La Iglesia fundada por Jesucristo como arca de salvación nos entrega un  medio esencial para corregirnos: el sacramento del perdón. Para acudir a él nos enseña que somos pecadores, culpables de nuestras faltas y debemos pedir perdón. Así empezamos a combatir el yo.

La humildad es la verdad. Es reconocer lo poco que somos y al mismo tiempo reconocer la grandeza de los medios, que recibimos de los que nos quieren, para reforzar nuestra voluntad y poder amar con libertad. Gracias a lo que recibimos podemos amar. Ese es el amor que nos hace libres y felices de verdad.

Con la virtud de la humildad podemos aplastar diariamente al yo para que no salga y no cauce destrozos. Ese dominio es fundamental para que las relaciones humanas sean armoniosas.

Las personas que tienen su yo descontrolado sufren las consecuencias de la soberbia: se calientan, se pelean, se llenan de resentimientos, viven heridas y  a la larga se quedan sin nada, lo pierden todo y aunque vivan muchos años, si no combaten al yo, solo podrán comprobar que están en el desierto, perdidos con una gran soledad.

Agradecemos sus comentarios





viernes, agosto 02, 2013

Crónicas de la JMJ

MI ALEGRÍA ES MÁS GRANDE QUE MI CANSANCIO

Fueron las palabras del Papa Francisco al llegar a la ciudad de Roma después de asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. Todos los peregrinos que estuvimos allí podemos expresar lo mismo y así nos unimos al Santo Padre. Esa misma sensación la tuvimos al volver a nuestros países, por eso podemos decir también que nuestra alegría fue muy superior al cansancio de los desplazamientos, las inclemencias del clima y los desórdenes de un río humano que se salió de madre y se desbordó, sin que pudieran hacer nada los organizadores, simplemente tiraron las esponja. El campo de fe, previsto para la Vigilia y la Misa de envío, se convirtió en un pantano y no se pudo utilizar. El cambio de lugar desconcertó a muchos, pero todo salió en medio de la algarabía juvenil, con el esfuerzo y la colaboración de cada uno. No pasó nada y aunque hubieron largas esperas y apretones,  quedamos muy contentos y agradecidos. Ha sido una experiencia inolvidable

La presencia del Papa y entusiasmo de más de tres millones de jóvenes dejaron un saldo altamente positivo en esta nueva versión de la jornada. La lluvia y el frío de los días centrales no amilanaron el ímpetu y la alegría, fue realmente impresionante. Para Sudamérica ha sido una inyección de optimismo y ahora se ha convertido en el continente de la esperanza.

Río de Janeiro fue un hogar para todos. La acogida de los cariocas fue mucho más que una hospitalidad, se percibía la paternidad de un Papa sudamericano y la fraternidad de los brasileños que con sus costumbres y modos propios nos hicieron sentir su cariño. Tuvieron múltiples manifestaciones de generosidad con los extranjeros. A los que se perdían, que era inevitable, los acogían y los orientaban. Se podría decir que todos ellos hicieron de buen samaritano, aunque en estos casos no se trataba de gente herida, sino de despistados y cansados. Les agradecemos mucho todo lo que hicieron por nosotros.

Todo Brasil fue una fiesta grande llena de alegría de la que participaban todos sin ninguna exclusión. En el libro del peregrino aparecían los santos de la zona donde también se apreciaba la gran unidad en la variedad.  Santos distintos pero unidos en el amor a Dios y a los demás. Y esta vez, en la JMJ, la foto de las muchedumbres estaba compuesta por múltiples modos de ser, era un verdadero mosaico de razas y colores que gritaba desde el fondo del alma: "esta es la juventud del papa" y este año, por decisión del Santo Padre se unieron los ancianos que llevan la sabiduría y también podrían gritar con el ímpetu juvenil: "esta es la senectud del Papa" Yo no sabía dónde incluirme, porque justo en Brasil cumplí 65 años, pero con los jóvenes me sentía juvenil. El día de mi cumpleaños recibí dos grandes regalos: estar al lado del Prelado del Opus Dei, mi obispo, en una tertulia dirigida a los sacerdotes y recibir la invitación para poder asistir a una Misa que el Papa celebró al día siguiente en la Catedral. Me sentía en el Cielo.

Todos hemos quedado impresionados de la llegada del Santo Padre a la gente, de sus gestos y sus palabras directas y sinceras. El Papa nos ha dicho lo que necesitábamos todos, ha dado en el blanco con cada uno y él dijo cuando llegó a Brasil: “No traigo oro ni plata, traigo a Jesucristo” y a los jóvenes les invitó que formaran parte del equipo de Cristo, que Jesucristo trae mucho más que el mundial de fútbol.

A todos nos pidió que empezáramos por nosotros mismos y al los sacerdotes nos dijo que teníamos que promover la cultura del encuentro. Que nuestras relaciones humanas no debe tener en cuenta, como ocurre en el mundo, la eficiencia y el pragmatismo, sino que debemos poner la solidaridad, la fraternidad y ser servidores de la cultura del encuentro. Salir para encontrar a los que están en la periferia, ser callejeros de la fe y no tener miedo de salir.

A los jóvenes les dijo que el verdadero campo de la fe eran ellos y les pidió para que dejen a Dios trabajar ese campo, que pueda entrar la semilla de Jesús, que recen, que acudan a los sacramentos y que ayuden a los demás. Les dijo también que nunca estamos solos, que somos parte de una gran familia que es la Iglesia y que ellos también, igual que San Francisco, podían construir una iglesia, no una pequeña capilla sino una Iglesia grande. San Pedro dice que somos piedras vivas y los jóvenes deberían ser los protagonistas de la historia. “Tú corazón joven quiere construir un mundo mejor”. “Veo que muchos jóvenes salen a la calle porque quieren una civilización más justa”  “No dejen que sean otros, ustedes son los protagonistas de la historia”

Los días de la JMJ serán inolvidables. Ahora nos toca repasar lo que hemos vivido y llenos de agradecimiento empezar, sin demoras, la construcción de la nueva civilización del amor. Es una meta ambiciosa para el año de la fe con el convencimiento y la esperanza de que para Dios nada hay imposible. Contamos además con la ayuda, constante y eficaz, de nuestra madre la Virgen María.