jueves, febrero 27, 2014


Un gran obstáculo para avanzar
EL CÁNCER DEL ESPÍRITU CRÍTICO
Una de las grandes heridas que el hombre tiene en su naturaleza dañada por el fomes pecatti está en el juicio. El amor propio, que es inevitable, congela un pensamiento negativo contra algo que no le parece y de paso también condena a la persona que defiende esa postura. Si no se cura la herida, puede hacer “metástasis” y termina matando las relaciones humanas. En no estar de acuerdo no debería desembocar en una crítica amarga y dañosa.
Cuando una persona incuba, con sus argumentos, una rebeldía interior,  que suele ser fastidiosa e incómoda, entonces pierde la paz y surgen automáticamente motivaciones que le empujan a la murmuración o a la crítica interna. La mente elabora argumentos que parecen de una evidencia contundente, como para demostrar que se lleva la razón y si persisten, la cabeza empieza a dar vueltas, como un carrusell, con chispazos de lucidez y con temores de olvidar esas “razones evidentes”. Es un dolor de cabeza.
Cuando la crítica continúa y no hay una buena disposición para  encontrar una solución a esos impases, la herida tiende a agravarse. El que permanece en esa situación se desestabiliza con la marea persistente de sus razonadas, que van pasando de la ira al aburrimiento y del aburrimiento a la ira; un sonsonete crítico que con el tiempo, al perder la fuerza de los primeros momentos, lo va hinchando con sabores amargos que dejan  en su corazón una pena dolorosa.

Silencios inoportunos
La congelación de criticas en la interioridad de las personas crea silencios, inoportunos y peligrosos, para las relaciones humanas. El espíritu crítico siempre es anti.  Es una oposición voluntarista que se expresa con fuerza y a veces con temor. En las palabras críticas se puede notar la herida del corazón. Algunos han querido maquillarla añadiéndole el término: constructiva, pero la experiencia ha demostrado que la crítica siempre es negativa y como tal hace daño si no se corrige a tiempo.
Los silencios, que son consecuencia del espíritu crítico, niegan los espacios debidos para la comunicación. Esos espacios sagrados que deben ser utilizados habitualmente por los seres humanos para sus relaciones familiares y sociales, tienen que estar libres de resentimientos y recelos. No son espacios para la aprobación o desaprobación de las personas o de los argumentos, sino más bien para estar conectados en unas relaciones humanas de amor, que son como el respirar.
Esas relaciones humanas de amor, que no pueden parar, deben buscar siempre la verdad, que trae la luz que aclara y sosiega, regula las pasiones de las partes en desacuerdo, para que surja la conversación serena de los pros y contras de los argumentos, sin estridencias, y así, poco a poco, se va tejiendo la solución más conveniente para todos.
No estar de acuerdo, no debe ser tampoco una invitación al silencio, para evitar enfrentamientos o polémicas, sino a la conversación pronta para resolver los desacuerdos.
Es más cómodo callar, pero, con este sistema, se termina, inevitablemente, en el resentimiento y en la distancia, con un endurecimiento o enfriamiento de las relaciones personales, que habría evitar a toda costa. 

El arte de hablar sin discutir
No estar de acuerdo tampoco significa entrar en la discusión. Todas las personas deben conquistar el arte de hablar sin discutir y esto se consigue luchando contra el amor propio, que es en definitiva el causante de todos los conflictos humanos.
El extremo opuesto al amor propio es el amor a los demás, que corresponde a la virtud de la caridad. No es posible un acuerdo auténtico sin caridad, se quedaría en el nivel de la tolerancia, que podría admitir el sacar a relucir, por un tiempo, la bandera de la paz. Sería solo una tregua engañosa, que solo sirve para la foto política del momento. Las treguas no curan las heridas.
El arte de hablar significa conversar queriendo a los interlocutores. Cuando se quiere a las personas todo se arregla con el diálogo. Si se tiene que corregir,  se corrige a tiempo.
Cuando hay caridad la disposición de ayudar persististe siempre, en medio de los errores o desavenencias humanas. No hay inconveniente en conversar para solucionar los temas que se están tratando, respetando siempre a las personas y siendo leales a los compromisos adquiridos.
Cuando falta la caridad y hay exceso de amor propio, existe inevitablemente una incapacidad para resolver los problemas humanos; se teme contristar y se opta por el silencio porque las críticas o desacuerdos, que producen un malestar interno, podrían caer en los exabruptos de una ira incontrolada. En esta situación la opción sería: callar para no herir.
Los que optar por la crítica abierta y no les importa herir, (no son pocos), publican los errores ajenos con una irreverencia hiriente y mordaz. Buscan hundir y desprestigiar al adversario y si pueden lo meten a la cárcel; luego velan para que no salga nunca.  Los que  buscan castigar así se olvidan  del perdón.
La persona llena de caridad: perdona, comunica, conversa, busca soluciones, aconseja, corrige, está siempre disponible y con buena disposición para ayudar. Como dice San Pablo: “la caridad no tiene límites” siempre se puede amar más y comprender mejor a las personas.
San Josemaría decía:  “No hagas crítica negativa: cuando no puedas alabar, cállate” (Camino n. 443) Todo se puede decir de un modo positivo y sin herir ni espantar, basta pedirle a Dios: “¡auméntame la caridad!” Con esa virtud escuchamos a Dios con asombro, admiración y un afán grande de aprender. Si perdemos la caridad se mete esa critica punzante que  deteriora y hace perder el sentido sobrenatural. “Es mala disposición oír la palabra de Dios con espíritu crítico” (Camino n. 945). Qué ridícula resulta la persona que quiere enmendarle la plana a Dios con un espíritu crítico descarnado.

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jueves, febrero 20, 2014


En el ocaso de la vida
INSTANTES DE PLENA SALUD
Cuando nace un niño todo el mundo está pendiente de sus primeros movimientos: si abrió los ojos, si hace muecas, si sonríe, si llora. A los ojos de sus familiares todo parece admirable.
Cuando una persona está moribunda y yace en la cama ocurre algo parecido por parte de sus familiares: si abre los ojos, si escucha, si hace algún gesto, si se comunica. Cualquier movimiento puede ser interpretado como genial en esas circunstancias y los familiares se alegran porque todavía está dando síntomas de vida o de comunicación.
Dios está presente al principio y al fin, cuando se nace y cuando se muere. Con la fe y la vida interior de trato habitual con Dios se puede apreciar la intervención divina en esos instantes. En el ocaso de la vida suele aparecer como una pequeña primavera, como si el enfermo sanara dejando atrás sus males. Esta situación causa asombro, admiración y alegría entre los suyos. Algunos piensan, ingenuamente, que ya se curó, otros dicen que se está despidiendo, otros lo toman como algo normal y rutinario, solo constatan que así pasa con todos, son los misterios de la naturaleza humana.
Los instantes de plena salud en medio de una grave enfermedad pueden ocurrir también con personas que se han curado; ellos cuentan emocionados esos momentos de lucidez que a los ojos humanos podrían parecer los propios de una elevada imaginación.  Cuando hay una mayor experiencia, y no se trata solo de los familiares o de alguna persona allegada que cuenta esos sucesos, se descubre que son espacios que otorga la Providencia para que sean inteligentemente aprovechados. Evidentemente son pruebas de la infinita misericordia de Dios que quiere que todos los hombres se salven, es como una oportunidad más, y la última, en el umbral de la muerte. Habría que preguntarse ¿cuántos habrán logrado su salvación en esos instantes?

Tiempo para curar el alma
No esta mal que una persona piense en esos espacios de buena salud  que podría tener cuando se encuentre en el umbral de la muerte. Puede tratarse de segundos, minutos, horas o días. Un tiempo precioso para arreglarlo todo. Los sacerdotes hemos tenido, gracias a Dios, la oportunidad de ver a muchas personas aprovechar el tiempo en esos instantes de salud.
Los que están mejor preparados aprovechan esos momentos para confesarse, o recibir la comunión, o tener una conversación más seria y profunda con el sacerdote y también con algún familiar o amigo. Son instantes de salud otorgados por la Providencia para sacar un beneficio provechoso en bien de las almas: la del moribundo y la de sus seres queridos.

Las falsas ilusiones de un mundo sin Dios
El mundo habla de aprovechar el tiempo y las oportunidades como si nuestra vida fuera infinita. Nadie quiere pensar que en poco tiempo se va a morir y cuando lo piensan se deprimen, como si nada tuviera sentido.
La realidad nos hace ver que lo que le da sentido a la vida es lo que viene después. El tiempo se debe aprovechar de acuerdo a la realidad, y si no se aprovechó bien, habrá que recurrir a ese precioso espacio en el umbral de la muerte para decirle a Dios: “Yo también quiero entrar en ese lugar de felicidad. Ahora me encuentro aquí atrapado con una enfermedad terminal. En unos instantes voy a morir. ¿qué tengo que hacer ahora para salvar mi alma?
Solo se puede ser consecuente con la verdad. Ser consecuente con la mentira no deja de ser una gran estupidez. Tenerlo todo a mano para salvarse y no aprovechar esos momentos es la desinteligencia más grande que el hombre pueda tener. Ser terco y caprichoso con un voluntarismo orgulloso que va contra la vida, es lo más terrible que pueda pasar con la malicia del pecado que corrompe al hombre.
La inteligencia se corrompe cuando la voluntad no le deja ver la verdad. Quizá estas palabras pueden parecer duras y sonar a radicales. Están expresadas con el mayor amor por las personas y sobre todo a las que están alejadas de Dios.
No es fácil que una persona alejada de Dios entienda el sentimiento de amor que un creyente tiene para las personas que se encuentran heridas por el pecado. Además algunos se encuentran hirientes contra los creyentes y emperrechinados en no querer saber nada con la religión.
El que tiene fe ama, está sereno y tranquilo, puede esperar el tiempo que haga falta.  Sabe bien que el alejamiento de Dios puede llevar a los hombres a los hombres a tener odio contra Dios y contra todo lo que provenga de Él. Los sucesos históricos en todas las épocas son elocuentes.
Los que pasan cerca al moribundo que se encuentra en el umbral de la muerte, pueden darse cuenta y ver a un derrotado, que no puede más y se va a morir, o a un triunfador que dará un salto, por su fe y su amor, a una vida de felicidad que es muy superior.
Cerca del moribundo pueden estar los familiares, los amigos entrañables pero también los médicos, las enfermeras, los técnicos de salud y el personal de servicio del hospital. Todo un mundo que se concentra en unos ambientes y que puede ser bastante variado. Los instantes de salud de esa primavera en el ocaso de la vida, puede ser motivo para que muchas conciencias descubran la realidad y se postren ante ella. Otros no se darán cuenta. Como dice el Señor en los Evangelios: “el que pueda entender, que entienda”
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viernes, febrero 14, 2014


SER Y SENTIRSE AJENO
En el siglo pasado el novelista peruano Ciro Alegría escribió “El mundo es ancho y ajeno” Con ese título quería expresar el sentimiento del hombre de a pie que al caminar por las calles veía y comprobaba que nada era suyo. Tenía cercanas muchas cosas pero no las podía ni tocar porque eran ajenas.
La experiencia de pasear por las calles atiborradas de gente es muy enriquecedora para el que se fija en los rostros de los que se cruzan con él, aunque cabe también el acostumbramiento de pasar sin más, por rutas habituales, sin hacer ninguna observación.
El que no se fija seguirá su ruta de todos los días y le parecerá que todo camina con normalidad. Se acostumbrará a ver un escenario o paisaje de gente que pasa. En cambio el que hace un pequeño esfuerzo para observar a las personas encontrará un mundo interesantísimo de similitudes y diferencias que contrastan con él mismo.
Si es buen observador se dará cuenta si encaja o no dentro del cuadro de sus conciudadanos. Esta primera advertencia es de gran importancia para situarse bien y conseguir que las relaciones con los demás (con las personas que habitualmente trata) sean exitosas.

Encajar en el cuadro
El situarse bien dentro de un grupo humano es fundamental para que las relaciones sean armoniosas. Situarse no es colocarse en un lugar preferencial o beneficioso, sino estar en el sitio donde se debe. Se dice que una persona es inteligente cuando sabe situarse bien en el lugar que le corresponde.
Si falta la advertencia orientativa para situarse bien, faltaría la brújula para saber hacia dónde debe caminar. Las consecuencias de ese tipo de desorientación afectan directamente las relaciones humanas: se pierde la confianza, se atropella, se generan distancias, falta credibilidad, o simplemente no hay química. Los demás dirán: “esta persona no entiende”

Conocer y aceptar la realidad
El hecho de sentirse ajeno o integrado en un grupo humano no es el problema principal. El verdadero problema se tiene cuando se piensa que se está integrado y no es así. No se trata de integrarse sino de conocer la realidad. El esfuerzo por integrarse puede proceder de un sentimiento voluntarista de querer ser como los demás. Ese empeño suele ser contradictorio porque cada uno es como es. Resulta forzado y poco natural imitar formas que no van con el modo de ser de una persona.
El hecho de ser y sentirse ajeno es acertado cuando procede de un conocimiento real. Constatar la realidad es la clave para la integración, con las similitudes y diferencias del caso. Para acertar en estas apreciaciones es necesario saber que todo ser humano tiene en su naturaleza la ley natural que se resume en hacer en bien y evitar el mal. Ninguna persona podrá decir que es propio de su ser el ser malo, o no ser bueno. Toda persona debe luchar para ser mejor de acuerdo al bien, que es objetivo para todos.

Conocer y querer las diferencias
Dentro del camino del bien hay múltiples variedades que hacen distintas a las personas. El conocimiento de esas variedades es la cultura necesaria para que funcionen bien las relaciones humanas. Al observar a las personas es cuando viene la advertencia de sentirse ajeno. No es desinterés, tampoco encerrarse en sí mismo, al contrario es una apreciación por las diversidades de los demás y el respeto hacia las personas. Sentirse ajeno es respetar lo que no es propio. Ninguno puede sentirse propietario de las personas, tampoco de sus cosas. Se le suele llamar ladrón al amigo de lo ajeno.
Sentirse ajeno, dentro de las consideraciones que estamos haciendo, es también una actitud indispensable para la armonía en las relaciones familiares. Es muy bueno descubrir lo distinto que son los propios familiares y sus cosas. Esto no quiere decir que no existan similitudes y que no se compartan las cosas dentro de la casa. Las diferencias y similitudes se conocen y se respetan cuando se ama a las personas.
El niño que quiere jugar con sus hermanos, y estar integrado a ellos,  debe aprender a respetar los distintos modos de ser de sus hermanos y entender que ellos también poseen cosas propias, que él debe respetar. Solo se puede enseñar a compartir cuando se posee algo propio. El valor del compartir procede de la generosidad de dar algo que se tiene.
La ausencia de amor va generando conflictos de incomprensión y separación. Es la falta de entendimiento para los modos de ser y poseer. Sacar la bandera de la independencia por las incomprensiones humanas no es el camino de la libertad y mucho menos el del bien.
La persona que ama poco queda fácilmente desubicada , no por ser distinta, sino porque le falta amor para sentirse ajeno (respetar lo del otro) sin alejarse y más bien situarse en el lugar que le corresponde.
En los niveles sociales puede ocurrir lo mismo. El hombre de la costa que se establece en la sierra debe sentir sus diferencias con respecto a los habitantes de esa región para que los pueda comprender y querer. Pretender ser como ellos imitando formas de ser que no soy suyas y sentirse con derecho a tener lo mismo que los demás tienen, es un error que genera distancias y faltas de entendimiento.
Si bien a los inmigrantes se les aconseja que se hagan al lugar donde van, esto no quiere decir que deben conseguir ser y sentirse iguales y con los mismos derechos que  los nativos. Como ocurre siempre, unos se adaptarán mejor, y otros, por diversos motivos, no se adaptarán nunca. En cualquier caso la adaptación  es la inteligencia para situarse bien. Muchas veces el que llega tendrá que decir: soy muy distinto a los habitantes de este lugar. La aceptación de esa realidad es su mejor adaptación, que todo el mundo aplaude porque es verdad.
Existe un común denominador el los que, con la inteligencia y el amor, consiguen situarse bien. Es una suerte de parentesco espiritual. Cae bien dentro del cuadro. Todos lo aceptan, en los ámbitos hogareños lo consideran de la familia y en los ámbitos sociales es muy querido, aunque sea extranjero y tenga diferencias de edad y de costumbres. Esta adaptación con aceptación tácita es propia del que sabe amar y no está pensando en sí mismo. Su vida rompe esquemas, no es como los demás pero es para todos, a todos les gusta. Lo estamos viendo en el carisma y la aceptación del Papa Francisco.
Un sacerdote que se fue al Japón estaba tan contento de estar allí que le salieron rasgos japoneses. Los habitantes de la ciudad donde se encontraba decían que era más japonés que los japoneses.
Por el contrario si omite el esfuerzo de querer a los demás crece un cayo que separa y aísla. Es entonces cuando el hombre se siente ajeno, “yo no soy para eso” diría el que no se integró.
Hay muchas personas que no se integran, se quedaron fuera por distintas circunstancias y les parece que tienen derecho de vivir alejados o a distancia de los demás, o a vivir según sus costumbres propias.
Es un modo distinto de sentirse ajeno: verse con una incapacidad para conseguir algo de los demás porque no se supo cultivar verdaderas amistades, ni inspirar confianza. Algunas personas consiguen ser admiradas por sus cualidades pero no queridas por los demás. En este modo de sentirse ajeno no se interviene,  se prefiere pasar desapercibido y se crea automáticamente mundo a parte, bastante original, donde cada día crece la falta de llegada a los demás y se puede caer en un aburrimiento, o depresión existencial. Se creía que los sistemas iban a funcionar, pero éstos, sin las personas, perdieron su eficacia.

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viernes, febrero 07, 2014


Los cambios que se requieren
LA CREATIVIDAD PERSUASIVA DEL APÓSTOL
Solo puede transmitir a Dios el que lo tiene en su interioridad. El hombre que no tiene a Dios y no se preocupa por tenerlo, si habla de Dios podría convertirse en un charlatán, o en un teórico que no convence.
El que tiene a Dios hace normalmente lo que Dios le pide y su conducta termina contrastando con la lógica de los consensos humanos de las sociedades sin Dios. Solo el que tiene una vida interior rica lo entenderá a cabalidad. Los demás lo pueden admirar o rechazar. Los que están más cerca, si están lejos de Dios, le pondrán las dificultades de sus limitaciones. Los que no tienen suficiente vida interior no lo entenderán en muchos aspectos, lo verán como alguien muy especial y distinto.
Un auténtico apóstol podría ser querido, tolerado o rechazado. Hay que tener en cuenta que los grandes santos han vivido en ambientes de incomprensión y de envidia, por parte de los más cercanos, incluso de sus propios hermanos.
Hoy es necesario romper “moldes”  con vidas coherentes que aspiran a la santidad. Las reformas que hacen falta las deben ejecutar los que tienen a Dios en su interioridad. Como decía San Josemaría Escrivá: “hay que ahogar el mal en abundancia de bien”

Cambio de estructuras   (los edificios de hoy no se construyen como los de ayer)
Muchas veces se ha visto la fidelidad solo como la lealtad a determinadas estructuras, sistemas o procedimientos. Muchos han exigido el cumplimiento de determinados reglamentos pensando que el cumplimiento exacto de esos mandatos garantiza el éxito de la misión.
También se puede decir que ese modo de pensar fue motivado por situaciones de guerra. Surgieron, como es lógico, exigencias drásticas con carácter obligatorio a sistemas estratégicos elaborados por los jefes. Las opiniones personales no importaban para nada. Lo importante eran las decisiones de la cúpula tomadas por los generales, que deberían ser aceptadas por todos.
Hoy estamos viendo, y el Papa Francisco está poniendo los reflectores, que existen muchos organismos y sistemas en la Iglesia que han perdido el espíritu que los animaba, porque los que los manejan se han quedado en sistemas que fueron diseñados de acuerdo a unas circunstancias determinadas y que ahora, al cambiar las circunstancias, esos sistemas ya no deberían tener vigencia.
Habría que advertir en este punto que el problema no está en los sistemas sino en las personas. Cuando la persona no funciona bien puede aferrarse a un sistema donde se acomoda mejor. Una persona que funciona bien sabe qué medios debe emplear en cada momento. Vive al día.
Basta el amor a Dios para descubrir cuáles son los medios adecuados a emplear: lo que debe prevalecer y la creatividad para innovar. Con Dios siempre hay progreso y cambio. Se rejuvenece y no se envejece.
El que lleva a Dios en su corazón sabe adaptarse a nuevos sistemas y dejar los anteriores cuando ve que ya son obsoletos. Si bien sirvieron en el pasado, en unas circunstancias diferentes, ahora podrían convertirse en un obstáculo serio para la evangelización.
En algunos sectores de la Iglesia existen todavía algunos sistemas que responden a la mentalidad de una época pasada, con las circunstancias que hemos mencionado más arriba. De allí la advertencia del Santo Padre.

Mentes que se quedaron en el pasado
El obstáculo más grande son las personas que se han aferrado a procedimientos antiguos y no saben desprenderse de ellos.  Les parece que cambiar es una falta de lealtad a lo que siempre se ha vivido y  les cuesta mucho aceptar las alternativas nuevas que se les propone. Ellos defienden las estructuras que les dan seguridad y comodidad.
“Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador” (Evangelii gaudium, n. 26)
Es necesario insistir que el problema principal es aferrarse a sistemas que ya no van. Además quienes están cogidos de ese modo suelen tener problemas en su relación con los demás, unos más y otros menos: lejanías, durezas, injusticias, maltratos, pocos amigos de verdad, clientelismo de rigor, soledad, aislamientos y una tristeza que va creciendo y que es matizada por comodidades que actúan como las drogas: engañan y no dejan ver la realidad. En esas personas las manías pueden crecer notablemente y el mal humor podría irse apoderando de sus vidas.

Creatividad para darle vida y alegría a las acciones que acercan a las personas.
El dinamismo que impone Jesucristo a quien lo lleva es de tal magnitud y fuerza que actúa “como un río que se sale de madre” (Mons. Álvaro del Portillo”). El cristiano debe ser valiente y decidido para no detenerse frente a los obstáculos y no dejar que las personas se detengan llevando un ritmo cansino y acomodaticio. Nadie debe quedarse, todos deben salir.
“Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina” ( Ob. cit. n.11)
No se debe caer en el voluntarismo de persistir en algo que no llega. La nueva propuesta debe estar llena de juventud y alegría. Un corazón dilatado por el amor de Dios suele ser juvenil y sencillo. Es la manera de poder aprender de los más sencillos y contar siempre con ellos para las mejores decisiones. Es saber que allí, en esa relación con el pueblo,  hay mucho de Dios.
“Cada porción del pueblo de Dios, al traducir en su vida el Don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes. (ob. cit. n. 122).
Las nuevas expresiones que se requieren para la nueva evangelización proceden de la cercanía de los apóstoles con la gente. Al verdadero apóstol le preocupa más la gente que los sistemas o procedimientos. Dedica su vida a la gente, a estar con ellos, a servir, a resolver problemas humanos. Su genialidad es estar con los demás, su creatividad es para llegar a la gente y conseguir hacer maravillas con ellos. Son cualidades que surgen de una rica comunicación con Dios y con los demás. Se tiene el arte de saber escuchar y de saber aprender de los demás. Así lo advierte el Papa Fancisco:
“Si uno quiere adaptarse al lenguaje de los demás para poder llegar a ellos con la Palabra, tiene que escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención” (ob. cit. n. 158)
El que más sabe de la gente es el que está con Dios y con la gente; en otras palabras: Dios con su amor nos conecta con la gente para que aprendamos de ellos y podamos servirles adecuadamente. En la relación con los demás no importa la edad, se puede ser amigo de todos y aprender de cualquiera, también de los más jóvenes.
“Los jóvenes nos llaman a despertar y acrecentar la esperanza, porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauce de vida en el mundo actual” (108)
La creatividad no es obra del artista humano sino del hombre con fe y amor a Dios. A él se le ocurren cosas que asombran y sorprenden a los demás. Es una creatividad que está en consonancia con los signos de los tiempos y que pega en los distintos ambientes de los tiempos actuales.

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