miércoles, setiembre 24, 2014


Los buenos deseos del corazón
¡QUE TODO SALGA BIEN!
Es la expresión que se usa habitualmente cuando se quiere a una persona, a una familia, a un grupo de personas, a una ciudad, a un país y al mundo.
Son los buenos deseos de un corazón que quiere lo mejor para su prójimo frente a los acontecimientos que se presentan: un cumpleaños, una fiesta, un aniversario, un evento cultural, un viaje, una actividad deportiva, un acuerdo, una operación médica, unos exámenes, unos trabajos, una negociación, unos resultados, una decisión importante.
Cada persona puede distinguir en su interioridad el calibre y la intensidad de sus deseos. Existen muchos modos de desear algo, por ejemplo: desear aliviar el dolor que se padece es distinto que desear la comida más apetitosa, desear que un ser querido se cuide en el viaje es distinto que desearle una feliz Navidad.

Los buenos deseos y las creencias
Los buenos deseos pueden estar en el corazón de todas las personas, en cambio la virtud de la esperanza la tiene el creyente que espera la fuerza divina, o gracia de Dios, para que se cumplan los buenos deseos, que deben estar en armonía con el querer de Dios.
Los deseos humanos del que no tiene fe en Dios, son buenos pero pueden quedarse simplemente en deseos. Las personas muchas veces se ven frustradas porque no se cumplen sus deseos, algunos, que son un poco supersticiosos, recurren a brujos, adivinos, chamanes, gitanos para que les lean la suerte y puedan cumplirse sus deseos. Otros creen en el influjo de los amuletos o en las cábalas para obtener grandes bienes.
Existen también creencias de tradiciones popular que son supersticiones arraigadas en pueblos enteros, por ejemplo: dar una vuelta a la manzana en año nuevo para que se cumpla el deseo del viaje que tanto se anhela, o colocarse ropa interior amarilla para que todo vaya bien en el año, etc.
La esperanza es un deseo del que tiene fe
En cambio una persona con fe desea constantemente que las personas se porten de acuerdo al querer de Dios y sean buenas. Le pide a Dios en su oración personal lo que él, con sus fuerzas limitadas, no puede alcanzar para ayudar a su prójimo: fortaleza, constancia, comprensión, don de lenguas, etc.
Los santos, que suelen estar identificados con los sentimientos de Cristo, desean la conversión de las personas, para que todos se salven, y puedan llegar al Reino de los Cielos, es el deseo de la Iglesia, que con ese motivo fue fundada por Jesucristo, por eso se la llama “la barca de la salvación”
Las personas buenas desean lo mejor para los demás y especialmente para sus seres queridos. La caridad, que es una virtud sobrenatural que Dios entrega al que se la pide con humildad, ordena el corazón, para que la persona pueda tratar con verdadero cariño a su prójimo. Una caridad sin afecto y estima no existe. El que ama valora, se interesa y busca lo mejor para el otro. Desea y procura que todo salga bien. Cada uno podrá notar si existen esos deseos,  nobles y cristianos, en su interioridad.

Los malos deseos
Los deseos también se pueden envilecer por la presencia del pecado en la naturaleza humana. El egoísta desea que a él le salga todo bien (no le importa el prójimo), el envidioso desea que le vaya mal a la persona que envidia, el lujurioso desea desordenadamente el placer sexual, el goloso desea comer sin límites, el borracho desea seguir tomando, el ladrón desea robar el banco, el que odia desea la destrucción de su adversario.
Los malos deseos se multiplican cuando falta amor o hay un amor muy pobre en la persona. La persona que achicó su corazón, por el apego  a los bienes materiales, tiene deseos de seguir incrementando su capital, no le interesa otra cosa que crecer económicamente, o tener más cosas para él. Se vuelve malo.
La persona que no combate la soberbia, tiene deseos de quitar del camino a quien cree que le hace sombra. Es como Herodes que manda matar a todos los niños, para quitar a Jesús de su camino, no quería nadie superior a él.
Los malos deseos también proceden de la falta de templanza. La persona que termina dándole a la comida y a la bebida un lugar importante en su vida, va a perder la riqueza de las motivaciones trascendentes y no podrá ser feliz.
Hoy es necesario repetir mucho que a la tierra no hemos venido para divertirnos. Cada día se multiplican más los gurús del amor humano, que predican la libertad absoluta como ideal para conquistar la felicidad y ven con malos ojos cuando la Iglesia señala que existe un desorden moral en las vidas que rompen sus compromisos para tomar un camino de independencia total.
La vida en la tierra no puede ser un escape de todo lo que parece contradictorio para el placer y la comodidad. Ir a contrapelo y contracorriente, si se está en el camino del bien, libera y no esclaviza. En cambio el que le da rienda suelta a sus sentimientos y rompe sus compromisos porque se cansó es como el hijo que se escapa de su casa, en la narración evangélica, con la herencia de su padre, creyendo encontrar la libertad y lo que encontró fue una gran esclavitud.
Los gurús de turno, con sus cartones de psiquiatras o psicólogos, que van vendiendo sus teorías, (porque cobran) por el mundo entero, son como los charlatanes de las plazas que buscan capturar al transeúnte, para venderles un “producto mágico” que les va a curar todos los males.
El amor a la verdad y los deseos de bien
Cuando se forma a una persona en el camino correcto aumentan sus deseos de bien de un modo considerable. Esa conducta, sincera y franca, va acompañada de una lucha por adquirir virtudes. Es la misma impresión que tienen los padres buenos que educan a sus hijos diciéndoles la verdad con mucho cariño. Al ver que con la receptividad mejoran como personas, la libertad y la alegría se han multiplicado y la relación entre ellos se ha reforzado. Están unidos y ambos tienen los mejores deseos para ellos y para los demás.
Desear el bien para las personas es desear fundamentalmente que todos lleguen al Cielo. El fin último debe marcar la conducta de cada día.
Con estas consideraciones les deseamos que ¡todo vaya bien! con la protección y el cariño de nuestra madre la Virgen María.
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jueves, setiembre 18, 2014


EL SILENCIO ADMINISTRATIVO
Dicen que cuando el bebe no llora pueden haber problemas serios e irreversibles. Algo parecido ocurre en los trabajos cuando los silencios se prolongan y no se dan explicaciones. En estas situaciones, que suceden a menudo, las personas sufren indebidamente. No debería ocurrir.
Si el hombre ha nacido para trabajar, el trabajo debe ser para el hombre y no el hombre para el trabajo. Ningún trabajo debería determinar la vida de la persona, afectándola negativamente; es al revés, debe darle libertad y enriquecerla.

El que consigue un trabajo por primera vez
El estudiante que sale por primera vez a trabajar debe encontrar receptividad y orientación. Es cierto que se le debe exigir, para que rinda y aprenda, pero es nocivo utilizarlo, con una exigencia desmedida, aprovechando su juventud y luego dejarlo de lado. En todo empleador debería haber una dosis de paternidad con los más jóvenes.

El que lleva años en un trabajo
Las dificultades del silencio administrativo podrían afectar también al que lleva años trabajando y ha perseverado en su puesto rindiendo con esfuerzo y sacrificio en beneficio de su empresa. Eso bastaría para ser valorado por su empleador y la institución donde trabaja, con un justo reconocimiento y un trato lleno de delicadeza. Sin embargo muchos encuentran un silencio inexplicable que les duele en el alma. Cuando falta caridad la justicia también se pierde y con ella la sensibilidad para conocer, respetar y querer a las personas.

Las indelicadezas de los silencios administrativos
Los silencios para el trabajador por parte de la institución o empresa son una falta de respeto y una indelicadeza. Los seres humanos se entienden comunicándose. Cualquier cosa se puede decir en ambientes de franca comunicación, nobleza y lealtad, con las virtudes humanas necesarias para no ofender nunca a nadie y para que todos  puedan ponerse de acuerdo.
Muchas veces los silencios anuncian separación y distancia, como si se hubiera apagado una luz que ya no se quiere encender. Otras veces son solo olvidos y despistes, que tampoco deberían existir.
Existen también silencios voluntarios, son como actitudes “autistas” generadas a drede por una persona que quiere cerrar los ojos para no tener nada que ver con la situación o los problemas de otro. Estas actitudes son propias de personas que no tienen bien su corazón, o se sienten coaccionados (a veces obligados en los trabajos) por alguna circunstancia que los oprime. No pueden expresar su desacuerdo por temor a que los aparten del trabajo.
Cualquiera que inicia una gestión en alguna oficina debe tener las respuestas adecuadas con la amabilidad de las personas de turno.

El buen trato va unido a la información adecuada  (el cáncer de los silencios administrativos tiene metástasis en nuestra sociedad)
Qué grata resulta la orientación pertinente con los plazos cumplidos en las fechas establecidas por una persona o una institución.
Qué ingrato e indignante resulta en cambio, llegar a una institución a la hora establecida para ser atendido y le digan en la puerta: regrese usted mañana, sin que haya una explicación lógica.
También es desagradable llegar a un lugar de atención pública donde hay muchas ventanillas, (o muchas cajas para pagar), y se atienda solo en una, aunque exista una cola inmensa de gente que está esperando. 
De igual manera resulta indignante ver habitualmente, en la puerta de los bancos, una larga cola de adultos mayores, jubilados, que esperan cobrar sus sueldos. Ni siquiera les alcanzan una silla para que se sienten, ni hay nadie que les de explicaciones.
En los asuntos del tráfico, que tantos dolores de cabeza da,  se dan situaciones de injusticia que claman al cielo como cuando se recibe una papeleta injusta por alguna infracción que merece una explicación y que en la ventanilla le digan: usted tiene que pagar primero la multa y después reclame, y luego resulta dificilísimo, por no decir imposible, tener una opción a reclamar.

Cuando “maletean” al que quiere conseguir un trabajo
Es penoso cuando, después de haber pasado muchas pruebas, y de haber tenido una entrevista, le digan al que busca un puesto de trabajo: ya lo vamos a llamar y no lo llaman, teniéndolo en vilo durante meses y cuando llaman, si es que lo llaman,  le dicen, sin darle una explicación adecuada, que todo muy bien pero que no hay opción para él.
Es más penoso cuando alguien gana un concurso para un trabajo y le piden una coima para ser contratado. Tampoco le dan explicaciones (le hacen entender que debería dar la coima o el cupo, si quiere seguir con sus aspiraciones).
También hay silencio administrativo cuando no se dice que el producto comprado tiene fallas o es un producto bamba,  o es algo robado. Son silencios para estafar o para buscar complicidad con algo indebido. Es como decirle a alguien: “llévate esto a menos precio y no preguntes más…”

¿Quiénes ofenden con el silencio?
Ofenden con el silencio: el estafador, el mentiroso, el cómplice, el egoísta que solo ve lo suyo y le importa un bledo la suerte de los demás, el que debería aconsejar y no aconseja, el empleado o funcionario que no da la información oportuna, la institución o negocio que no cumple sus plazos, los empleados que maltratan a la gente porque no dan la información oportuna. San Josemaría decía: “El infierno está lleno de bocas cerradas”

El silencio administrativo no es el silencio de oficio.
El silencio de oficio está a favor de las personas. Es la discreción que se tiene para no difundir lo que una persona nos ha confiado. El silencio de oficio lo deben guardar los profesionales de cada carrera: el médico no puede contar a otros la historia clínica de sus pacientes, el abogado no puede difundir a la opinión pública los casos que está llevando, el periodista no puede difundir imágenes que corresponden a la privacidad de las personas, el sacerdote no puede contar a terceros lo que los fieles le confían en la dirección espiritual (se llama sigilo).
En cambio el silencio administrativo es no decirle a las personas lo que se les debería transmitir y tenerlas coaccionadas ejerciendo sobre ellas un poder abusivo por malicia o por descuido, o negligencia.
Si se piensa en el bien de la persona, se piensa también en lo que se le debe transmitir con los medios y las circunstancias adecuadas. Si un médico debe decirle a una persona que tiene una grave enfermedad, debe decírselo adecuadamente, estudiando la mejor manera y tratando a la persona y a su familia con una gran delicadeza. Decirlo de una manera descarnada o callarlo sería un maltrato y una grave irresponsabilidad.
Si alguien debería dejar su trabajo, es necesario advertírselo con tiempo y ver, de acuerdo a las circunstancias, cual es el mejor camino. A nadie se le debe maltratar con apresuramientos o dejándolo fuera sin más, sin ayudarle a ver qué podría hacer fuera de ese trabajo, y también habría que ver cómo quedaría él y su familia, en su nueva situación laboral.
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viernes, setiembre 12, 2014


Las piruetas intelectuales
CONTORSIONISTAS DE LA MENTE
En el mundo de la intelectualidad no todo lo que brilla es oro, existen sofisticados montajes para atraer al público deseoso de aprender novedades o de profundizar en algo que les atrae más y darles de los que les gusta, contratando especialistas en la materia.
Para estos menesteres se están multiplicando, los artistas de la intelectualidad, que van circulando en distintos foros, llevando el disco de sus teorías a un público capturado por la promoción de los eventos organizados con algún fin educativo.
Como la educación es un buen negocio no faltan organizadores que consiguen dorarle la píldora al intelectual de turno y convocar a un público ávido y deseoso de agregar en su curriculum la asistencia al cursillo de un “famoso” o alguien que suene un poco por los carteles que trae.
Salvo extraordinarias y magníficas excepciones, los gurús de turno, que son la mayoría, se la saben todas para encandilar a un público cautivo con sus publicaciones e intervenciones. El andamiaje que han fabricado los pone en unos niveles de elite aceptado por el consenso de grupos organizados que los mantiene y protege para que sigan en su afán de conseguir más adeptos para sus  “brillantes” teorías. Circulan en las universidades, institutos, academias, también en organizaciones mediáticas.
Van vendiendo sus conferencias en un circuito de intelectualidad reconocido por quienes mantienen esos negocios para beneficio propio. Forman una especie de división superior donde se promocionan y premian unos a otros para encandilar al público que quieren capturar. Hacen lobby para poner en carrera a jóvenes que quieran entrar en esos círculos promocionados por ellos.
A casi el 90% de estos habilidosos personajes se les puede aplicar el refrán: “en casa del herrero cuchillo de palo” Son brillantes para decir lo que se debe hacer, pero ellos no pueden aplicar con éxito en sus propias vidas lo que aconsejan. Sus teorías publicadas y sus exposiciones orales caen bien al público que los lee y los oye, pero cuando se les ve en el diario trajinar, no convencen tanto .
Lo más llamativo es una suerte de desentono personal. Algunos viven despistados y no encajan en los ambientes sociales donde están. Otros son descuidados: poco aseo, mala salud, exceso de peso, algún vicio arraigado: alcohol, tabaco… Son grandes maestros, pero puede ser que tengan la familia abandonada, que hayan perdido el prestigio en su propia casa,  que sus amigos no le crean y que sean blanco fácil para el bulling…

No todos son así.  Existen genios que tiene una conducta sencilla y ejemplar
No es de extrañar, y es algo que suele ocurrir en todo el mundo, que los grandes genios de la intelectualidad son también los grandes incomprendidos de la sociedad.
Esta afirmación no niega la existencia de genios coherentes y de vida ejemplar que también encuentran muchas contradicciones por tener un nivel conducta superior, de más calidad, muy por encima del término medio. Son personas correctas de mucha valía. En ellos hay que reconocer su talento profesional y sus virtudes humanas. Su ejemplaridad vale como modelo para los demás. Un ejemplo claro son los santos.
Ellos no son contorsionistas de la intelectualidad, son personas de una inteligencia extraordinaria que persuaden por su sencillez. Quieren hacer bien las cosas y los siguen los que buscan vivir de un modo coherente y sincero.

Brillantes en su especialidad pero incoherentes es su vida personal
En este artículo no nos referimos a los que son ejemplares y coherentes en sus vidas y en sus trabajos, sino a cientos, y tal vez  a miles, que destacan por alguna habilidad, pero que descuidan, y muchas veces abandonan, su lucha personal por ser mejores.
Los personajes a los que nos estamos refiriendo son verdaderos comerciantes de la intelectualidad,  que se acomodan con lo que saben hacer y les parece que eso basta, porque tienen como seguidores a un sector que siempre los llama.
Se han acostumbrado a vivir de su original genialidad sin mayores pretensiones de exigencia personal, y si las tuvieron, se han olvidado, ya no les importa mucho esforzarse para mejorar. Les basta con ser cotizados en el mercado por quienes ven la posibilidad de explotar su habilidad y ellos siguen para adelante.
La gran masa de  seguidores lo seguirá viendo como geniales y útiles para los eventos exitosos que organizan; mientras que otros, muy pocos, descubrirán, detrás del show, los desentonos y desaciertos de esas personas en sus propias vidas.  

La importancia de la humildad
Cuando una persona, que es dotada por un talento especial, no es humilde y sencilla, pierde el camino correcto y empieza a construir un edificio apoyado en su propia capacidad (mal cimiento) que termina siendo como la Torre de Babel.
Su amor propio lo ciega de tal manera que termina autoendiosándose.  Si tiene fe piensa que Dios lo ha iluminado (iluminista) para entender mejor las cosas y guiar a los demás.
Los más dotados intelectualmente tendrían que haber conquistado, antes que los demás, la virtud de la humildad para poder desarrollar con éxito su tarea intelectual. La soberbia de un superdotado lo desarticula por completo, lo convierte en un marciano y no un ser humano.
La ceguera del genio trepado en el burro
Es muy probable que el contorsionista intelectual no sea consciente de las distancias que va creando poco a poco con su conducta poco coherente. Cree que manejar criterios con sentido común es equivalente a estar en la verdad. No se da cuenta de la gran artificialidad que ha creado con la falta de coherencia en su propia vida. Piensa que las críticas que recibe son desacuerdos intelectuales o enfoques distintos. No capta la desaprobación de los más cercanos y no es consciente del error de vida en el que está inmerso.
Con su genialidad está fabricando su soledad. Es como el artista famoso que canta para un publico que le sigue porque le gustan sus canciones pero no le siguen a él como persona. Seguirá actuando sumergido en una angustiosa soledad y pretenderá, con la falsa certeza de su voluntarismo, llamar amor a la popularidad que ha ganado con los seguidores.
El contorsionista intelectual puede ser tan genial como especial y original.  Podría tener encandilado a un público cercano y divertirlo con piruetas que ejercitan el entendimiento con una suerte de fúting ascético, y gozar así,  como los niños subidos en un carrusel que siguen dando vueltas y vueltas y no quieren bajarse, hasta la saciedad.
Si las personas solo utilizan a las personas para un divertimento intelectual la finalidad es pasarla bien ganando plata, o llenar el tiempo cómodamente con los que disfrutan de las habilidades humanas.
Pienso que los genios podrían aprovechar su talento para algo más valioso y trascendente, algo que ayude a todos a ser mejores: la conquista de la felicidad con la verdad que nos hace libres.
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jueves, setiembre 04, 2014


Piruetas callejeras
LOS CONTORSIONISTAS DE LA LUZ ROJA
Cada día vemos más contorsionistas en las calles limeñas que aprovechan la luz roja de los semáforos para entregarles a los automovilistas un espectáculo original a cambio de una pequeña moneda, que muchas veces ni la encuentran.
Son personas con una habilidad especial para los malabares o los saltos ornamentales, que han ensayado un número espectacular hasta la saciedad para poder presentarse a un público transeúnte que no paga entrada y que obligatoriamente está presente durante segundos, en esas  escuetas funciones de la calle, sin aplausos, y con las prisas de pasar pronto con la luz verde.
Bastan esos escasos minutos de función gratuita para comprobar que, por muy habilidosos que sean, solo llegan a despertar una efímera admiración, que se apaga enseguida, por la prisa que se suele llevar en esas circunstancias de paso.

Los escenarios de los artistas
Es distinto cuando estos habilidosos personajes están en los teatros o en los circos para divertir a la gente. Esas actividades lúdicas tienen su sitio allí, en escenarios donde acude un público que quiere verlos y está dispuesto a pagar la entrada, porque valora la profesionalidad del artista que incluso se puede convertir en ídolo.
En cambio al contorsionista de la calle se le suele ver como a un mendigo que busca una dádiva. No se le paga tanto por el espectáculo, se le entrega más bien una limosna por compasión.
El que está haciendo piruetas en las esquinas descubrirá con el tiempo que su habilidad no moverá necesariamente la disposición de las personas para hacer más larga la función. Su escueta intervención no es más que un breve espectáculo de intromisión en un escenario, donde la vida del espectador esta yendo por otro lado. Es como decirle al que pasa: “detente un momento y mira lo que te estoy ofreciendo”

Ser admirado y ganar un sol
El artista callejero se siente con derecho a interrumpir para ofrecer algo que tenga una retribución inmediata: la admiración y la dádiva a la que cree tener derecho.  Es además, lo que busca denodadamente para poder subsistir.
Está claro que llamar la atención no significa ser aprobado. En esas esquinas donde “hay función” nadie suele estacionar su carro para seguir viendo el espectáculo, todo es muy rápido porque la vida no se puede detener cuando se está yendo por la calle con la prisa de llegar donde se tiene que ir.
El espectador interesado que presta atención y se detiene, puede quedar admirado por lo que ve y se dará cuenta que el contorsionista de marras es una persona original, que quiere  “ganarse la vida” de esa manera un poco forzada. Es probable que su admiración quede matizada por la inevitable compasión, que motiva la entrega de la limosna.
También existen cientos o miles que pasan y no se inmutan, no les interesa el espectáculo, algunos muestran claramente su indiferencia, e incluso su desacuerdo. No quieren ver y desean que la luz del semáforo se ponga verde para seguir de largo, sin que nadie los moleste.
Si hubiera que juzgar sobre la oportunidad de estas funciones de un modo democrático, diríamos que las grandes mayorías prefieren que las esquinas estén libres.
Ocurre en las grandes ciudades del mundo
Estas intervenciones informales no son exclusivas de las calles limeñas, se dan también en otros países. En los lugares más fríos de instalan en los paraderos del metro, o en las estaciones del tren. No solo contorsionistas, hay también cantantes, adivinos, magos, fakires, vendedores de chucherías, hippies, discapacitados, expresidiarios, mendigos, etc. que buscan la atención del público para ganar unos centavos.
Estos originales artistas, igual que los mendigos, o los pobres vendedores de minucias, ven que todos los días pasan cientos y miles que no les hacen ni caso. Solo unos pocos se detienen, más por curiosidad que por benevolencia, salvo contadas excepciones.
La soledad en la calles llenas
Con la multiplicación de estas actividades, las calles pobladas de las grandes urbes son ruidosas y se ven congestionadas. La vida del ruido informal retrata la soledad del hombre que deambula distrayéndose con lo que encuentra para mover sus sentimientos: pasea, mira, se sienta, hace conjeturas… mientras observa ese mundillo callejero, sin conseguir, en el ruidoso mercado de ofertas, la receta mágica para ser feliz. No es el lugar adecuado, quizá se escapó de su casa para buscar “algo mejor”
Es muy difícil que los actores y los espectadores de esos mundos informales  consigan allí lo que en el fondo están buscando para la realización de sus propias vidas. Habría que mirar antes cómo están sus familias, para poder ver qué es lo que les está faltando. En esos escenarios hay una suerte de incomunicación y de distancia entre el artista y el espectador. Se quedan cortos en lo que  realmente están buscando.
Los que pasan rápido y no se detienen (que son la mayoría) podrían calificar esos espectáculos como un fenómeno social de protesta de personas heridas que buscan afecto, gente necesitada que quiere llamar la atención para que alguien les haga caso y así se sientan aliviados con los que se acercan.
Efectivamente, eso podría estar pasando con esos artistas y algunos espectadores que se detienen. No se puede dejar de constatar las heridas que hay en los corazones de los hombres. Esos escenarios son como cuadros maquillados por la oferta del espectáculo, que esconden dolorosos problemas humanos. 
Las piruetas que causan admiración, pueden servir, tal vez, para aliviar momentáneamente el dolor, pero la curación no llega si falta el amor que las personas deben recibir y que procede fundamentalmente del hogar. También en las personas callejeras se nota la ausencia del cariño familiar.
La fuerza del cariño familiar
La calle no es el lugar ideal para sanar. Se necesita la familia y si ésta no está, podrían suplir, en algo, las personas generosas que saben amar, que no suelen ser los transeúntes que pasan rápido.
La calle es para circular, por ella se desplazan todos: ricos y pobres, artistas, deportistas, profesionales y obreros, niños, jóvenes y ancianos. En la calle circulan los que caminan tristes porque tienen problemas, los que están alegres porque pueden amar y son amados, los que salen para negociar y también los que van a matar o robar. Todos circulan motivados por algo que quieren hacer para bien o para mal.
Todos necesitan el afecto y la estima del cariño humano para ser felices. En la calle se nota esta ausencia que se convierte en un reto para el que quiera amar. Las calles no mejorarán con un tránsito más fluido sino con personas mejor formadas. En la familia es donde se encuentra lo que la calle y la sociedad necesita: gente con un corazón ordenado que funciona bien.
Un artista que ha curado las heridas de su corazón es doblemente artista, porque transmitirá con su actuación lo más valioso que pueda llevar con él: un amor que es difusivo y trascendente. La habilidad de sus piruetas se conjugará con el arte de su corazón ordenado para lograr la felicidad de los espectadores. Ya no buscará la dádiva del que pasa por la esquina, ahora entregará con generosidad el tesoro que sale de su corazón y que encuentra los mejores escenarios para hacer felices a los demás.
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