jueves, noviembre 27, 2014

Los que regresan sin estar arrepentidos
LOS HIJOS PRÓDIGO CON YAYA

La parábola evangélica del hijo pródigo es un canto de acción de gracias y de alegría,  por el retorno del hijo que se había perdido totalmente.

La recuperación de un hijo es algo grandioso para los padres y para toda la familia: salen de una pena honda y recuperan la alegría. No hay nada que pueda alegrar tanto a los padres como un hijo que estaba alejado y que vuelve, por decisión propia, al camino del bien.

En la parábola destaca la actitud benévola del padre, que a pesar de la mala conducta del hijo, que había perdido toda la herencia viviendo disolutamente, lo recibe con un fuerte abrazo, lo besa, le regala un anillo y le organiza una gran fiesta.

La conducta del hijo converso también se subraya como ejemplar, regresa totalmente arrepentido y dispuesto a que su padre lo trate como a uno de sus empleados. Él mismo expresaba su propósito: “…iré a la casa de mi padre y le diré: ¡he pecado contra el Cielo y contra Ti! ¡ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo!, ¡trátame como a uno de tus jornaleros!”

El dolor sano y purificador del hijo y la alegría del padre
Se nota claramente el dolor del hijo arrepentido por haberse portado mal, quiere recomponer su vida y pide perdón, promete que ya no volverá a cometer ese error que lo apartó de su casa y del buen camino.

Todo este suceso produce en los miembros de la familia una alegría notable, tal vez más grande que la del nacimiento del propio hijo.

Solo el hijo mayor estaba apenado porque creía que el padre cometía una injusticia recibiendo en la casa al hermano que se había portado mal, como si hubiera triunfado en la vida y reclama para él los premios que le tocaban por haberse quedado en casa.

El padre le hace ver el privilegio que tenía de estar en casa unido a sus padres: “todo lo mío es tuyo”  y agrega:  tu hermano menor estaba perdido y lo hemos recuperado”, es por eso que todos están muy contentos. Para que el hermano mayor se sumara a la celebración de toda la casa, tenía primero que perdonar a su hermano.

También es importante observar que él perdón que recibe el hijo pródigo le da la oportunidad para que demuestre que puede ser buen hijo, buen hermano y borre así la mancha que dejó en el pasado por su mala conducta.

Además el texto evangélico apuntala: “en el cielo hay más alegría por un pecador que hace penitencia que por 99 justos que no tienen necesidad de ella”



Hoy regresan heridos pero no arrepentidos
Hoy parece que los hijos son víctimas de sus padres y de sus maestros y que la Iglesia debe cargar también con esas culpas y cambiar su modo de proceder. Los padres pueden estar dolidos por la mala conducta del hijo pero el hijo trae una herida mucho más grande y no es precisamente la del arrepentimiento. Está herido por los conflictos que ha tenido y busca que entiendan su postura que suele ser un acomodo, avalado por el consenso de los que piensan que el hombre tiene libertad absoluta para hacer de su vida lo que quiera y que todos los demás tendrían aceptar sus decisiones: si quiere ser alcohólico o drogadicto, que lo respeten,  él verá, es su elección y que nadie lo tache por eso.

Falseamiento de la verdad
En estos tiempos de relativismo ya no cuenta la verdad. La gente actúa de acuerdo a sus circunstancias, no les importa mucho si es correcto o no lo que están haciendo o lo que han decidido para el futuro. Creen que lo correcto es lo que deciden. Piden un respeto irrestricto a la autonomía de la conciencia, aunque ésta se salga de los criterios éticos de una moral objetiva.

Son planteamientos voluntaristas (quiero que sea verdad aunque no lo sea) elaborados por una terca rebeldía y respaldados por el consenso general de la libertad absoluta (tú puedes hacer con tu vida lo que tú quieras). Craso error.

Quien toma decisiones que lesionan la verdad está cerrando los ojos para reafirmar su elección con una inseguridad interior que busca disimular como si no pasara nada. Sabe que está actuando y que con el tiempo saldrá a flote lo que enterró.

Caben desde luego valiosísimas excepciones, de acuerdo a determinadas circunstancias, pero son muy pocas y no se las puede poner como ejemplo para todos los casos.

Resentimiento social
Además, para echar más leña en la hoguera, en estos últimos años ha crecido una mentalidad que reclama reinvindicaciones por los errores que se cometieron en el pasado. Es una mentalidad que surge fundamentalmente de un acomodo cuando se pierde el sentido del pecado y la visión sobrenatural que da la fe. Al hombre le parece que han sido injustos con él (el amor propio hace crecer el resentimiento) y reclama sus derechos. Este mismo hombre, casi sin darse cuenta, va variando su pensamiento a punto que distorsiona la imagen real de Cristo y el sentido del perdón.
Ojo que estamos hablando de una mentalidad generalizada y no de hechos puntuales que claman al Cielo y que merecen una sanción en nombre de la justicia.

Nos encontramos que toda una sociedad, motivada por el poder mediático, exige un reconocimiento de errores que se cometieron,  que apuntan más bien a una degradación del que los cometió, quitándole los honores que se consideran indebidos, aunque se desprestigien los que siempre fueron considerados correctos.

Con esta mentalidad habría que condenar a toda la humanidad por el delito de ser pecadores, pero lo peor es que los condenadores caen el la presunción de creerse “inmaculados” hasta que se demuestra que también tienen rabo de paja.

Hoy estamos viendo caer a los que se presentaban como reformadores y perseguidores de los corruptos. ¿Podríamos afirmar que estamos avanzando porque ahora se están descubriendo muchos casos de corrupción?  O habría que decir más bien: ¡escuchemos a la Iglesia cuando nos habla del pecado y del perdón!, y ¡aprendamos a reconocer nuestros pecados, a luchar contra ellos y a perdonar a los demás!

El hombre sin fe dice: ¡revisemos la historia! Porque nos han hecho creer durante siglos cosas que no son ciertas. Un hijo también podría decir lo mismo de sus padres, o si no lo dice quiere mostrarlo con su conducta.

Pero también es interesante observar que en medio de estas rebeldías, (gente que reclama sus “derechos”), aparecen las consecuencias de la pérdida del sentido del pecado y de la ausencia del perdón. Se nota especialmente en las vidas de las personas más jóvenes, que hacen sufrir a sus padres por la conducta que llevan.  Los hijos pródigos “con yaya” se han extendido considerablemente.

Aumenta nuestra preocupación cuando comprobamos que hoy nadie quiere sentirse culpable por las faltas cometidas contra la moral o las buenas costumbres; como si lo que antes fuera pecado ahora ya  no lo es. Sin embargo no se puede negar que  quien se encuentra en una situación, que se consideró siempre como de pecado, empieza a sentirse lejos de un hogar estable. El clima de un  hogar que se acomoda a las leyes de Dios les incomoda.

Cuando uno no vive de acuerdo a las enseñanzas que le dieron dentro de una familia estable, termina pensando de acuerdo al desorden en el que se encuentra viviendo y se genera una suerte de contradicción que podría llevarlo a tomar distancia, creando un clima de incomprensión: es el voluntarismo (cerrazón) de no querer entender.

Esta dificultad hace creer al hijo que la libertad es la independencia y que se ejerce cuando puede decir incómodamente: “¡Tú no te metas! ¡es mi vida!” y entonces congela el tema para que no se converse de su situación.  El joven no se da cuenta que con esa actitud  la herida se hace más profunda y dolorosa.

Esta cerrazón es propia del “hijo pródigo con yaya” que está herido pero no arrepentido y quiere arreglar las cosas a su manera. La herida que persiste no le deja ver la realidad. Si uno ve un cuadro famoso con dolor de cabeza puede decir que es un adefesio. Las respuestas de un joven, en esa situación, suelen ser duras y evasivas, como si viviera con una especie de neurosis, donde los mecanismos de defensa crecen considerablemente.

La persona que tiene esta yaya en su corazón encuentra dificultades para sus relaciones humanas. Busca cómplices que cubran su herida y le ayuden a inyectarse todos los días una buena dosis de anestesia  para poder llevar las cosas disimuladamente, como si todo estuviera muy bien.

La felicidad no se puede organizar, brota de la coherencia de vida cuando se hacen las cosas bien.
La crisis de la sociedad contemporánea es también una ceguera que impide ver bien la realidad. Mucha gente se encuentra metida en una especie de burbuja y se cierran a recibir  consejos que no vayan en la línea de lo que han decidido. Quieren asegurar lo que piensan para poder manejar su propia vida.

En el adviento, que es un tiempo de purificación, se pueden curar las “yayas” que impiden el arrepentimiento. La sociedad necesita el retorno de muchos hijos pródigos.

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jueves, noviembre 20, 2014


“Nos hemos separado pero nos llevamos bien”
EL ACUERDO DE NO ESTAR JUNTOS
En estos tiempos de crisis familiar y de relativismo nos encontramos con matrimonios separados que buscan “decorar” su situación tratando de llevarse bien en los ámbitos sociales con un muro de incomunicación entre ellos.
Conscientes de que no pueden estar juntos establecen unas reglas que les permitan funcionar con la “libertad”  de estar separados para que cada uno haga con su vida lo que quiera y al mismo tiempo puedan acordar lo que deben hacer con los hijos.
La lamentable situación de distancia entre los esposos pudo haberse originado en una guerra fría entre ellos, dentro del mismo hogar, que luego se fue prolongando hasta que tomaron la decisión de separarse.
Está claro que no se deben juzgar las intenciones de las personas y que cada caso es distinto, sin embargo es fácil darse cuenta de las limitaciones y deficiencias, que son consecuencia de esas decisiones tomadas en aras de la libertad y que además pueden perjudicar gravemente a terceros.
La multiplicación de casos no justifica la licitud de ese modo de proceder. Toda separación matrimonial afecta a los mismos esposos y a los hijos. Los arreglos que se pretendan hacer para evitar situaciones traumáticas nunca serán suficientes si persiste la separación. El arreglo por excelencia sería el del mismo matrimonio. Salvar un matrimonio es recuperar los elementos más importantes para el fortalecimiento y la felicidad de la familia.

El amor entre los esposos es el tesoro más preciado para los hijos
Los hijos necesitan del amor de sus padres. Ellos tienen derecho a que sus padres se quieran. De la unidad y del cariño de los esposos entre sí brotan, de un modo espontáneo, los principales elementos para la educación de los hijos. Los hijos deben recibir del amor entre papá y mamá. Ellos gozan cuando ven que sus padres se quieren y se ponen tristes cuando perciben algún atisbo de separación o de fricción.
En un matrimonio el amor entre los esposos genera el calor de hogar: la alegría de un ambiente de limpieza y fortaleza en la casa que envuelve a todos. Los hijos son queridos dentro de ese ambiente familiar lleno de paz y cariño.
Si por alguna circunstancia faltara el amor entre los esposos el ambiente de la casa se enrarecería, perdería calidad y empezarían a surgir conflictos entre los miembros de la familia.
Cuando los esposos no se quieren y se separan pierden capacidad para educar a sus propios hijos. Los consejos ya no tienen mordiente, se convierten en simples criterios que se repiten y que no penetran en el alma de los chicos, porque falta del amor de la unidad matrimonial.   
Además es muy fácil que el amor al hijo de un padre o una madre separados sea un amor posesivo y por lo tanto egoísta, como si fueran propietarios de los hijos. No siempre es así hay casos admirables, pero en la gran mayoría, la herida del divorcio, puede generar ese afán de posesión sobre los hijos. Si el hijo es querido de esa manera se formará con unos afanes también posesivos, buscará por encima de todo su propio beneficio o satisfacción.
El amor a los hijos,  por parte de los padres, debe proceder fundamentalmente del amor que se tienen los esposos entre sí en el matrimonio, el mismo amor que les llevó a tener hijos. La procreación es consecuencia del amor conyugal y del amor a la vida  de los padres y está estrechamente unida a la educación, que es el deber adquirido con el compromiso de formar una familia. De allí que los padres que han traído un hijo al mundo ya están pensando como educarlo. 
El amor matrimonial debe ser todo entrega, es querer al otro sin buscar nada a cambio, el amor al tú por el tú, el querer las diferencias del otro, que es también quererse con sus defectos.  De allí los hijos aprenden a querer de una manera ordenada y correcta. Los padres, con su conducta son la principal escuela.

Complicidad de los esposos para la separación
Los arreglos que hacen los esposos separados para llevarse bien “como amigos” son una suerte acuerdo para no hacer lío, es como una anestesia que colocan para que no se sienta el dolor de la herida. Las explicaciones para que los hijos comprendan una separación solo pueden conseguir, con la resignación de ellos, una aceptación dolorosa y después, con el tiempo la dureza de la costra bajo la herida.
Con esos procesos de distanciamiento matrimonial, el padre o la madre se podrían convertir, sin darse cuenta, en proveedores de los hijos, algo que tienen que pagar como una letra vencida y que muchas veces, si no se cumple a tiempo, una de las partes lo reclama, con el dolor de los hijos, que sienten en el alma el olvido o el desinterés del padre.
Los padres separados suelen quedarse en el amor de benevolencia mientras que los hijos reclaman el amor de amistad. Las madres separadas que se quedan con los hijos asumen el papel del padre y se vuelven duras, aunque existen también excepcionalmente situaciones heroicas de madres buenas que luchan denodadamente para suplir esas deficiencias, sobre todo la carencia paterna para la educación de los hijos.

Diversas historias y experiencias de la vida
Cada persona tiene su historia y suele ser bella aunque tenga que pasar escollos y superar muchas dificultades. Si bien las experiencias duras de la vida enseñan y forman a las personas no se puede desear que todos pasen por esas situaciones difíciles para alcanzar la madurez.
No hay nada mejor en la sociedad que el ambiente de cariño y de acogida que existe en un hogar estable donde todos se quieren y se apoyan. No es un hogar de engreídos o de niños bien, donde se apapacha  y  se vive para el despilfarro y la diversión.  Es una escuela de formación donde se aprende con amor y sin rigideces, donde hay amistad y cariño, donde las normas de disciplina no se toman como una imposición de prohibiciones sino como el apretón de una mano amiga que quiere lo mejor para el amigo. Donde el orden es una virtud aprendida en el hogar y arraigada en cada uno, crea un ambiente de armonía y libertad para todos. De este modo en la casa siempre hay vida y resulta grato estar, por el cariño y la atención de todos.

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jueves, noviembre 13, 2014

Mentalidad de poder
NOSOTROS LOS GOBERNANTES

Cuando se pierde la humildad, que es la verdad, el amor propio puede traer consecuencias nefastas y una desubicación total de la persona.

Así les ocurre a miles que están convencidos, que han nacido para tener un poder que deben conquistar y no soltarlo. El tipo de educación que recibieron y las circunstancias favorables para escalar posiciones, les hizo creer que tienen excelentes condiciones de liderazgo, y que al llegar a los puestos de mando, lo van a hacer mejor que nadie.

La certeza de ese convencimiento es radical. Suelen ser personas que han sido apoyadas, algunas veces desde la infancia, con proyectos de liderazgo donde ellos son los protagonistas principales. Siempre soñaron con ser estrellas y tener un dominio cautivador sobre los demás.

Si la meta de sus estudios fue solo destacar, sin más, por encima de los otros, sin propósitos de servicio y de generosidad, esas personas pueden haber quedado marcadas por un amor propio que los ciega. Solo pensarían en su propia realización, y para alcanzarla, utilizarían a personas idóneas para sus planes. Esa conducta de autoestima elevada, si no se corrige a tiempo, atraería también a oportunistas, que como ellos, tienen aspiraciones de beneficio personal. De esa conjunción de intereses egoístas nacen, crecen y se extienden rápido, las redes de corrupción.

La multiplicación de los “poderosos”
Estos personajes, con mentalidad de poder, se han multiplicado en nuestra sociedad, y forman parte de esos miles, o tal vez millones, cada día son más, que se encuentran negociando, en la política o en alguna empresa solvente, para ver qué gollería pueden conseguir.
Lamentablemente esta mentalidad está muy arraigada en la sociedad contemporánea. Quienes la posean no se dan cuenta de tener una limitación que los aleja de la gente sencilla y buena, de miles que pasan desapercibidos y no tiene esas mismas aspiraciones de protagonismo o arribismo personal.  Sin embargo estos personajes “importantes” miran a la gente sencilla como si fueran inferiores; gente que no puede estar en los niveles donde ellos se manejan y que, en todo caso, podrían estar bajo el mando de ellos, que son los que saben y se han esforzado mucho para llegar a esas posiciones altas. Desde luego, se creen en el derecho de pedir un reconocimiento a sus méritos, que son más bien “globos” inflados por ellos mismos o por sus allegados.
Las personas que padecen de esta mentalidad  tienen una gran dificultad para hacer amigos de verdad. Tampoco conciben la amistad fuera de sus proyectos ambiciosos de poder y dominio. Buscan habitualmente formar equipos “selectos” con gente que tenga las condiciones para las metas que ellos proponen. Los demás no cuentan.


La vida y el ejemplo del que sabe querer
De acuerdo a lo que venimos diciendo el lector puede darse cuenta de la diferencia que hay entre un verdadero líder que persuade con el ejemplo de una conducta sana y coherente, propia de la humildad,  que señala siempre el camino del bien, del “líder” que va a lo suyo con un “amor” (ambición) de posesión y con el miedo de que otros le arrebaten lo que busca conquistar o ha conquistado para él.

Es fácil darse cuenta de las diferencias cuando oímos los discursos de muchos políticos y de miles, que como ellos, quieren ser jefes y tener gente que les haga caso. Estos personajes hablan como si fueran los dueños de la verdad y se cuidan mucho de no elegir a alguien que pueda hacerles sombra, a ellos o a su equipo de allegados. No piden una lealtad para el bien sino una lealtad para los intereses personales o de grupo.

El poder puede corromper
Toda la humanidad sabe que el poder puede corromper. No son pocas las personas, que cuando ascienden a un puesto de importancia cambian su conducta. Se vuelven  altaneros, cierran la comunicación con muchas personas y están convencidos de estar en lo correcto. Se vuelven difíciles en las relaciones con los demás, ya no se les encuentra, porque están “en otro nivel”  se sienten “más importantes”  Solo se acercan a los que bailan con su mismo pañuelo; con ellos hacen los negocios y tienen abierta la comunicación. Con el resto son difíciles, marcan una distancia, no contestan el teléfono, bloquean sus correos, hacen esperar a la gente y utilizan injustamente el silencio administrativo.

Este cuadro, donde la acepción de personas está a la orden del día, se repite en muchas empresas y genera constantemente situaciones graves de injusticia. Es lamentable y clama al cielo cuando estos “dueños del poder” han tomado decisiones injustas, con todas las de la ley, que se congelan indefinidamente por un acuerdo tácito entre ellos, y así permiten, sin ningún escrúpulo, discriminaciones oficiales convenientes para la “salud” del grupo de poder.

Germenes de corrupción mental
El que tiene una mentalidad de poder y se cree “el dueño de la pelota”, ha dejado penetrar en su mente unos grados de corrupción que podrían hacer “metástasis”. Es importante observar que el modo de ver las cosas y de enfocar la vida se distorsiona de un modo increíble con unas pocas dosis de egoísmo. Cuando un egoísta comete un error le duele porque se equivoca y no porque ofende o hace daño a los demás. Tampoco llega a percibir lo que pasa en la interioridad de las personas, solo le interesa cuando ve posibles fuentes de influencia.

La miopía de esa absurda mentalidad les lleva a estar habitualmente en conflicto (discusiones, juicios peyorativos, acusaciones de corrupción, afán de meter al otro en la cárcel, demostraciones de que los demás no valen nada). Dicho de un modo criollo: “son peleas de gringos”

El poder del mal
Cuando los humos se suben a la cabeza se trabaja de un modo estúpido, con una lógica de circuito cerrado entre los que están aferrados a un poder. Se arman habitualmente camarillas y se recuerda constantemente a los integrantes del grupo que los que no son como ellos pueden ser peligrosos.

Lo malo es cuando estas situaciones creadas se enquistan y permanecen muchos años sin que nadie las pueda cambiar. De todos modos hay que tener en cuenta que un poder de beneficio personal, llámese dinero, gloria humana o argolla, se derrumba con el tiempo. La historia es elocuente; muchas estructuras de poder se derrumbaron como “castillos de arena”  La reciente celebración de la caída del muro de Berlín es una prueba clara donde se recuerda la nefasta mentalidad de un “poder” que se sentía superior y que quiso someter a todos con una conquista impropia, cayeron con el tiempo,  pero antes lograron conseguir que miles apoyaran esas ideas, sin que se dieran cuenta de la inmoralidad de los métodos y de los fines.

La soberbia ciega. Lamentablemente la educación, en muchos ambientes de la sociedad, apunta a la gloria humana, el sobresalir para que el Yo se luzca. Así se formaron muchos grupos de poder que se vinieron abajo por falta de sustento moral.  La historia se repite en escenarios distintos.

Urge una educación que haga humildes y sencillas a las personas para que aprendan a servir sin buscar recompensa y quieran de verdad a su prójimo; ¡basta ya de las esclavitudes del utilitarismo y del engaño con proyectos de los que solo buscan en poder para aprovecharse de él! Con una educación adecuada se debe procurar eliminar todos los germenes de corrupción que han sido propalados con el mal ejemplo de personas con mentalidad de poder.


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jueves, noviembre 06, 2014

En una enfermedad terminal

EL DERECHO DE COMBATIR EL DOLOR, antes de morir


No es lo mismo quitarse la vida para no sufrir, en un estado de enfermedad terminal, que quitarse el dolor, aunque los analgésicos pudieran acelerar la muerte.

La persona que se quita la vida suicidándose o con una muerte asistida cae en un desorden moral grave que se extiende a todos los que colaboran en esa intervención (la voluntad de matar trae serios desarreglos en las vidas de las personas y les “arranca” la felicidad que podrían tener). En cambio la persona que pide que se le alivie el dolor, producido por la enfermedad terminal, está en todo su derecho para solicitar los analgésicos que hagan falta. Si estas medicinas le aceleran la muerte, esta consecuencia, en un estado terminal, no es matar.

La familia también puede pedir, para el familiar enfermo, los calmantes que sean necesarios para evitar o disminuir el dolor. En cambio si el moribundo no quiere calmantes y desea pasar por esos sufrimientos, hay que respetar su voluntad y estar muy atentos, porque puede ser que en algún momento sea necesario un alivio para que tenga una muerte más llevadera y serena. También se le puede ayudar a tomar una decisión que sea mejor para todos, pero nunca sería la eutanasia.
Gracias a Dios, los cuidados paliativos han mejorado considerablemente en los últimos tiempos. Cada vez se hace más fácil asistir a un paciente terminal para que tenga una muerte digna y tranquila.

Derecho a la vida y no a la muerte
La Iglesia nos enseña que la muerte es un castigo por el pecado, nadie puede desearla, es lo contrario a la vida. No se puede hablar de derecho a morir, aunque todos tendremos que pasar por ese trance amargo. Es natural en el ser humano querer la vida. La vida sí es un derecho. Las personas que tienen fe aprenden a tener cada día más amor a la Vida (con Mayúscula), que es el Cielo y se inicia para el alma después de la muerte del cuerpo, cuando la persona muere en gracia de Dios.

La persona con una enfermedad terminal e irreversible tiene derecho a unos cuidados paliativos que le den calidad y paz a la hora de morir. El deseo de la Vida eterna no es el deseo de la muerte. Dejarlo que muera en paz es evitar el encarnizamiento terapéutico, la obstinación o ensañamiento para la aplicación de tratamientos inútiles que son tremendamente molestos para el paciente y muchas veces caros, para no obtener absolutamente nada en beneficio de la salud del que se encuentra en una enfermedad terminal.

Prepararse para morir y rezar por los fieles difuntos  (enseñanzas de la Iglesia)
La Iglesia tiene la misión de preparar bien al hombre dándole todos los recursos necesarios para que pueda llegar al Cielo inmediatamente después de la muerte. Lo conseguirá si está bien preparado, si le falta algo, tendrá que pasar un tiempo por el purgatorio antes de llegar a ese lugar de felicidad. También nos enseña la Revelación la existencia del infierno donde van los condenados que se alejaron de Dios por voluntad propia y no quisieron retornar al camino de la verdad y del bien.

La Iglesia reza siempre por los fieles difuntos, especialmente en el mes de Noviembre, y ofrece sufragios por quienes pueden encontrarse en el purgatorio. Gracias a esas oraciones algunos pueden salir de ese lugar de sufrimiento y pasar a Cielo. Además la Iglesia prepara constantemente a las personas para que mueran en gracia de Dios y puedan alcanzar esa meta de felicidad eterna que todos ansiamos en el fondo de nuestras almas.

La cercanía de la meta definitiva
Conforme avanzan los años se está más cerca de la Vida eterna. Esta meta de felicidad le da sentido a toda nuestra existencia. Si la persona se ha preparado bien y ha sido fiel a sus compromisos, oirá la voz de Dios que le dice: “ya que has sido fiel en lo poco, Yo te confiaré lo mucho, ¡entra en el gozo de tu Señor!”

Tendría que ser lógico el aumento de la alegría por cada día que pasa, porque está próximo ese lugar de infinita felicidad que es el Cielo. Pero lamentablemente muchos hombres, en vez avanzar y progresar en su vida espiritual, se van quedando varados y con el alma bastante herida por las atrocidades del pecado. Además, no reaccionar a tiempo es complicar más las cosas, porque cuando aparecen las enfermedades, o las limitaciones y achaques de la vejez, el sufrimiento crece de forma exponencial. Muchos ancianos, que han sido un poco descuidados en la vida, entran en una amarga soledad, al comprobar que han perdido la capacidad que tenían antes; ya no se sienten útiles y  terminan pensando que se deberían morir, para no ser un estorbo.

Quien no ha sabido vivir de un modo cristiano pensará que la enfermedad, suya o la del prójimo, es una tragedia que conviene evitar a como de lugar. Cuando no hay nada que hacer creerá que lo mejor es morir, para no sufrir, ni hacer sufrir a los demás. En los Evangelios cuando Pedro ingenuamente quiso apartar a Jesucristo de los sufrimientos de la pasión, escuchó de su Maestro una fuerte reprensión:  “¡Apártate de mí satanás! porque no piensas como Dios sino como los hombres”

El sentido del sufrimiento y el dolor en las etapas terminales.
No es cierto que los familiares que han colaborado con la eutanasia de su ser querido se hayan ahorrado el dolor y sufrimiento de esos momentos. En esos procedimientos hay una suerte de huida y desentendimiento. En cambio, quien tiene fe y vida cristiana, cuando está al lado del ser querido paciente que está debilitándose por una larga agonía, posee  una serenidad llena de esperanza. Su oración lo levanta, se siente instrumento de una importante misión, con la ayuda de la gracia, nota que el Espíritu Santo le alcanza sus dones: puede hablar claro, con un criterio sobrenatural que conmueve al enfermo y a todos los que le están escuchando. Él mismo se conmueve con su propia actuación porque ve la mano de Dios que lo guía y lo fortalece. Otras veces es el enfermo el que anima a los demás con un sentido sobrenatural envidiable. Supera, con la gracia de Dios, las dificultades de ese momento y se muestra lleno de paz y alegría. Es realmente conmovedor ver morir a un santo.

El cuadro de un familiar con fe, junto a la cama del moribundo que está agonizando, es una bellísima estampa que edifica y apacigua. Y cuando el moribundo fallece, si los que están a su lado tienen fe y esperanza, crean un clima de paz impresionante que edifica y eleva a cualquiera. Qué distinta es la muerte del que pide la eutanasia para “evitar sufrimientos” allí está presente la amargura de una decisión errada que no se puede tapar con el voluntarismo de querer crear una realidad sin la aceptación de un dolor que purifica y eleva. Qué pena tienen y qué pena dan. No han descubierto la alegría de la Vida.

La imagen de la Pietà de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro en Roma, refleja la serenidad de María que tiene a su hijo recién fallecido en sus brazos. Antes de morir lo acompañó todo el tiempo al pie de la Cruz con su oración y serenidad.

¡Cómo ayuda, esa magnífica obra de arte, a entender cómo se tiene que estar primero frente al moribundo y después frente al cuerpo sin vida del ser querido.


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