lunes, abril 27, 2015

No son noticia
LOS BUENOS SACERDOTES

El título de este artículo podría dar a entender que el número de sacerdotes buenos es escaso en el mundo. Sin embargo la mayor parte de sacerdotes, me atrevería a decir que más del 90%, son buenos y santos. Lo que ocurre es que si alguno saca el pie del plato los medios se encargan de colocarlo en primera plana para desprestigiar a todos y hablar mal de la Iglesia. 

A pesar de todo, aunque los críticos afinen su puntería contra la Iglesia y sus miembros, la aprobación que recibe la Iglesia del pueblo a través de las encuestas es bastante elevada, no digamos las manifestaciones públicas de las procesiones o las jornadas que se organizan en las visitas del Santo Padre.

Muchos sacerdotes buenos han sido elevados a los altares en los últimos años: San Josemaría Escrivá, el Padre Pío, Mons. Álvaro del Portillo, los Papas Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II. Todos del siglo XX y con una trayectoria de vida ejemplar. Miles y tal vez millones visitan sus tumbas y se llenan de fe.

El Papa Francisco, el día del Buen Pastor, manifestó sus preferencias por los buenos sacerdotes que dejaron el legado de una vida ejemplar:
¿A mí a quién me gusta seguir? ¿A quienes me hablan de cosas abstractas o de casuísticas morales; los que se dicen del pueblo de Dios, pero no tienen fe y negocian todo con los poderes políticos, económicos; los que quieren siempre hacer cosas extrañas, cosas destructivas, guerras llamadas de liberación, pero que al final no son el camino del Señor; o un contemplativo lejano?

Que esta pregunta nos haga llegar a la oración y pedir a Dios, el Padre, que nos haga llegar cerca de Jesús para seguir a Jesús, para asombrarnos de lo que Jesús nos dice.

En algunos países de América Latina, en este domingo de Pascua, día del "Buen Pastor", se celebra -además del Jueves Santo- el día de los sacerdotes. Gracias a Dios, nuestra Iglesia Católica cuenta con muchos y muy santos sacerdotes en todas las latitudes del mundo. Pero algunos de nuestros enemigos se han confabulado rabiosamente para atacarlos con calumnias de muy mal gusto, para desprestigiarlos y manchar públicamente su buena fama y reputación con mentiras soeces y deshonestas. Y, lo que es peor, algunos católicos inconscientes se han prestado como tontos útiles para hacerles eco y seguir su juego tan sucio y tan poco leal. Pero, en fin, si Cristo mismo fue perseguido y calumniado, no podemos esperar una suerte diversa para sus sacerdotes. Él mismo nos lo advirtió: "El discípulo no es más que su Maestro: si al amo le llamaron Beelzebul -o sea, príncipe de los demonios-, ¿cuánto más a los de su casa?" (Mt 10, 24-25). Si nos calumnian injustamente, es señal de que vamos por el mismo camino que siguió nuestro Señor.

Pero, aunque es verdad que algunos pocos, poquísimos, sí han fallado -pues los sacerdotes son también seres humanos frágiles y pecadores- debemos hacerles justicia y reconocer públicamente que los buenos sacerdotes son, por fortuna, la inmensa mayoría, casi todos. Y se comportan como "buenos pastores", siguiendo el ejemplo de Jesucristo, el Buen Pastor.

Todos nosotros, en las más diversas circunstancias de la vida, hemos tenido a nuestro lado a santos sacerdotes que nos han ayudado a mantenernos en pie, a pesar de las dificultades. Y a ellos les debemos la perseverancia en nuestra fe y en nuestra vocación cristiana.

Yo recuerdo con grandísimo cariño -y estoy seguro de que también tú, querido amigo lector- la figura de sacerdotes que han dejado una huella indeleble en mi existencia porque han sabido ser, como Cristo, "buenos pastores". Pastores, sí; y también buenos, como auténticos padres, amigos y compañeros de la vida.

De san Francisco de Sales, aquel obispo inefablemente amable, dulce y bondadoso, la gente solía decir: "¡Cuán bueno debe ser Dios, cuando ya es tan bueno el obispo de Ginebra!". Y se cuenta que un hombre incrédulo de la Francia del siglo XIX, alrededor del año 1840, fue invitado a visitar al padre Juan María Vianney, conocido como el santo Cura de Ars. Y, a pesar de haber ido en contra de su voluntad, después de conocerlo, exclamó: "¡Hoy he visto a Dios en un hombre!".

Es impresionante también el testimonio que nos narró personalmente, hace algunos años, Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, entonces Administrador apostólico de la Rusia europea y actual Arzobispo de Moscú: Perni es una ciudad que se encuentra en los Urales y, durante el comunismo, había allí campos de concentración. Todavía en los años ochenta estaba detenido en ese lugar un sacerdote lituano, Sigitas Tamkjavicius, hoy obispo metropolitano de Kaunas. Después de la santa Misa los fieles me invitaron a visitar el cementerio. Me llevaron ante la tumba del primer sacerdote que había trabajado en esa ciudad, muerto en el siglo XIX. La gente me decía: "Durante sesenta años hemos permanecido sin iglesia y sin sacerdote, pero estaba esta tumba; y durante las fiestas veníamos aquí y rezábamos sobre esta tumba, incluso confesábamos nuestros pecados. Ninguno de nosotros ha conocido al sacerdote que está aquí sepultado. De él sólo sabemos lo que nos han contado nuestros abuelos. Y, sin embargo, durante estos sesenta años él, de modo invisible, ha estado presente entre nosotros, como si hubiera salido de la tierra para enseñarnos a ser fieles a nuestra vocación cristiana. Gracias a esta tumba hemos conservado la fe, que ahora renace y se refuerza".

Gracias a Dios, en nuestra Iglesia hay muchos sacerdotes santos. Y, como éstos, tenemos legiones enteras y miríadas de ejemplos. Sacerdotes que, llenos de amor a Dios y a los demás, desgastan su vida en silencio y a escondidas, como la vela roja del Santísimo Sacramento que se consume de día y de noche en un continuo acto de amor y de adoración a Jesús Eucaristía.

Pero los sacerdotes también necesitan de nuestra oración y de nuestro apoyo, para que el Señor les dé a todos el don de la santidad y de la perseverancia en su vocación. Y oremos también por las vocaciones, para que el Dueño de la mies mande a su Iglesia muchos y santos sacerdotes según su Corazón: buenos pastores, como Jesús, "el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas".

Agradecemos sus comentarios



lunes, abril 20, 2015


Responsabilidad de los papás
LOS ORÍGENES DEL BULLING ESCOLAR
No es fácil precisar cuando se inició el bulling escolar. Ha existido en todas las épocas y en todos los países del mundo. Procede del desorden de la naturaleza humana que quiere sobresalir por encima y a costa de los demás. La burla se convierte en un arma eficaz para ascender dejando de lado a alguien que es minimizado.
Las leyes, reglamentos o disposiciones que se den para frenarlo no influyen tanto, como podría parecer, para lograr que desaparezca. La educación sigue siendo el factor fundamental para curar ese mal y esta depende fundamentalmente de los padres dentro del núcleo familiar.
Los colegios deben contar, en primer lugar, con los padres, que son los principales educadores de sus hijos, para ganarle la guerra al bulling. Es muy difícil que un colegio arregle por su cuenta ese problema, sin la intervención de la propia familia. Es más, la responsabilidad principal para la educación de los hijos recae en la familia, el colegio es un complemento de ayuda.

Acertar con el colegio
Lo primero que se debe advertir es que no todos los chicos son para cualquier colegio. No basta con que el colegio sea de gran calidad y buen prestigio. Puede ser que un alumno, también bueno, no encaje con los compañeros que les toca en el salón. Si esto es así el colegio y los padres deben tomar medidas para que el alumno cambie de ambiente. No en conveniente forzar al alumno para que permanezca en un ambiente que no es para él.
Si un alumno no encaja, por los motivos que sean, en un colegio, los padres deben ponerse de acuerdo con los profesores para cambiarlo a otro colegio (si no hay otra aula del mismo colegio donde se le pueda ubicar); esta movida no dice nada del colegio ni del alumno, depende de circunstancias. No es culpa de nadie.
El colegio es para el alumno y no el alumno para el colegio. El alumno está en el colegio para lo puedan formar. No todos los colegios pueden formar a todos los alumnos. Aunque sea un excelente colegio.
La formación del alumno dependerá también del ambiente de compañeros que tenga. Alguna vez ocurre que algún alumno no encaja, para nada, entre sus compañeros de clase. Es por eso que entre los colegios debe haber una conexión para poder intercambiar alumnos que tienen ese tipo de dificultad. Serán siempre pocos, de acuerdo a la experiencia pedagógica de los colegios.
Los padres, si ven que uno de sus hijos no encaja en el colegio donde están sus hermanos, no deben empeñarse en que continúe allí. Además entre los hermanos debe evitarse la competividad; estar en un colegio distinto no es más ni menos privilegio, al contrario deberían enriquecerse todos los hermanos y la familia entera con la variedad de los distintos colegios. La competividad entre colegios resulta antipedagógica y puede ser deformante para los chicos.
Es importante que en los ámbitos educativos los colegios estén unidos y se apoyen unos a otros. Se trata de darle a los alumnos lo mejor y no de competir criticando a los otros colegios o a los sistemas educativos de otras instituciones como si fueran deficientes o estuvieran en contra.
Las propagandas de un colegio no debería minimizar a otro. Un colegio no se debe presentar en la sociedad sacando pecho y dejando por debajo a otros. Esa actitud presuntuosa y vanidosa cerraría muchas puertas y traería muchos problemas.

Enseñar en la casa
La casa es la principal escuela y los padres los primeros educadores. Los padres no contratan un colegio para que éstos eduquen a sus hijos sustituyéndolos a ellos. La misión del colegio es subsidiaria, de complemento. A los padres les corresponde crear, para sus hijos, el ambiente de continuidad y unidad con el colegio. Los niños, desde muy pequeños, deben querer mucho a su colegio.
El hijo no debe entrar al colegio como un “príncipe” con derecho a todos los cuidados y beneficios que se deben tener con él. Debe entrar con una responsabilidad de trabajo y generosidad a favor de los demás. Los padres deben inculcar en ellos el respeto y el aprecio por los maestros que le van a ayudar en su educación.
En la casa los niños deben aprender a querer todas las personas y por lo tanto al primer prójimo que van a ver fuera de su casa: los maestros y sus compañeros de clase. Cara al colegio es erróneo educar al niño con engreimientos, para que se sienta poseedor de sus derechos: un sitio cómodo en el aula, que no pase calor, que los profesores le faciliten las cosas, que se castigue a los que lo fastidian.
No se debe “dar tanto” a los niños (todas las comodidades), ni criarlos entre algodones. Estos niños educados con engeimientos, adquirirán frente a los demás actitudes  que motivan el bulling por parte de los demás. Si son como una orquídea que no se puede ni tocar, los demás verán la forma de fastidiarlo.
Los niños que suelen ser el punto de la clase son los que tienen alguna originalidad  que los padres deben conocer para que se le trate convenientemente. Por otro lado hay que tener en cuenta también que las bromas de los ambientes infantiles y juveniles contribuyen en la formación de la personalidad. Hay que saber manejarlas para que nadie se sienta mal y no se cometan faltas de caridad.
Es necesario conseguir con la educación, desde la infancia, que las personas sean buenas y que al mismo tiempo aprendan a resistir con fortaleza las adversidades que puedan encontrar en la vida.
Además se debe educar en la generosidad y el espíritu de servicio para que estas virtudes queden como una constante durante toda la vida. El niño engreído y egoísta  que no es generoso ni servicial irá totalmente a lo suyo y terminará alejándose de sus propios padres y de su familia. Es muy desagradable ver gente arrogante, que desprecia a su prójimo haciendo acepción de personas de acuerdo a sus gustos o preferencias, con actitudes de severidad o indiferencia.
Es urgente educar a las personas para que sean generosas y sepan darse, desde muy pequeños, al servicio de los demás.

Agradecemos sus comentarios

miércoles, abril 15, 2015


Amor al prójimo: conseguir que vivan con la verdad
AMOR A LAS DIFERENCIAS  (V)
Cuando abrimos el catecismo de la doctrina católica allí se nos enseña que Dios es trino: tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El cristiano tiene que aprender a tratar a las tres personas distintas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. No son tres dioses es un solo Dios, el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero son tres personas distintas. Uno aprende a amar cuando ama las diferencias, sin embargo hay que tener en cuenta que las diferencias son características distintas de un bien.
Lo mismo podemos decir a una persona con respecto a su familia para que sepa querer a cada persona como es, con sus características  y sus circunstancias distintas, de todo lo que es bueno.

Querer el bien y rechazar el mal
Para acertar en estos objetivos es necesario distinguir entre el bien y el mal. Si un familiar tiene un cáncer que lo está matando se debe querer al familiar pero no al cáncer, si el otro está en una situación económica deplorable hay que quererlo igual y desear que salga de esa situación que lo perjudica, si tiene un vicio como el alcohol o la droga, se debe procurar ayudarlo para que deje esas malas costumbres.
Igualmente hay opciones de vida que están equivocadas, por eso todas las personas necesitan ser aconsejadas y orientadas. Las personas necesitan de los demás para ser libres. Cuando los demás saben quitar el mal de las personas las hacen libres. Quitar el mal exige esfuerzo y sacrificio, quitar el mal es amar.
Nadie puede decir que los papás están muy contentos con sus hijos porque ellos son libres de elegir para su vida lo que quieran. Suena bonito, pero ¿acaso existen padres que no sufren por el camino que ha tomado alguno de sus hijos?
El papá del hijo pródigo de la parábola evangélica estaba esperando que su hijo se arrepintiera y volviera a la casa. La libertad del hijo estaba en recomenzar su vida en la casa del padre y no seguir con las bellotas junto a los chanchos. Allí no había libertad para él y para ninguna persona.
Para el papá, para el mismo hijo y para todo el mundo, la libertad del hijo pródigo estaba en el retorno a la casa paterna. Se trata de un padre bueno que quiere mucho a su hijo y le puede dar todo su amor. Era un hijo que necesitaba del amor del Padre.
El trato que va a recibir el hijo pródigo por parte del padre es distinto del que le da, de un modo habitual, al hijo mayor que no se fue,  y cuando éste le reclama, le hace ver la diferencia. La caridad consiste en querer desigual a los que son desiguales.  Entre el hijo que estaba bien y el pródigo había una diferencia. El padre quería a los dos igual, pero en ese momento el pródigo necesitaba del amor del padre.
Los padres que quieren habitualmente a sus hijos, y están pendientes de ellos, saben lo que cada uno necesita en cada momento. Ningún padre del mundo estará tranquilo si su hijo está fuera del camino correcto. Al hijo mitómano lo quiere, pero también lo ayuda para que su tendencia a la mentira no lo perjudique, al que es violento lo quiere mucho pero también lo cuida y le advierte para que su tendencia a la ira no le cauce problemas; igualmente al que tiene tendencias homosexuales lo ama con toda su alma, pero le aconsejará y buscará ayuda para que su tendencia no lo esclavicen con un desorden de vida impropio y contra natura.
Todo padre de familia y la sociedad entera, en todos los países del mundo, si quieren a sus hijos, lucharán contra la borrachera, la prostitución, la drogadicción, la ludopatía, el bulling o cargamontón, el cochineo o la burla, la suciedad, la vulgaridad, el atropello, los insultos, las manías, la irreverencia, la brusquedad, la falta de respeto, la vagancia, la corrupción, el permisivismo, el desorden, la envidia, los celos, la gula, la glotonería, la avaricia, la codicia, la fornicación, la altanería, la vanidad, la curiosidad, el narcisismo, el nepotismo, el argollismo, la usura, la trata de blancas, el fraude, el utilitarismo, la terquedad.
El hombre ha nacido con una ley moral que debe respetar para que pueda ser feliz. La sociedad se debe regir por las leyes morales que están inscritas en la naturaleza humana y que regulan los desórdenes ocasionados por el pecado.
El amor no es una suerte de “liberalidad” de sacar de sí lo que estorba. Lo que hay que sacar de sí es el pecado y no la cruz que Jesús invita a llevar. El amor no es consecuencia del desprendimiento de la cruz. La cruz hay que llevarla con alegría y saber distinguir entre el dolor de amor, que es la contrición y el desagravio, del dolor del resentimiento. El herido y resentido se encuentra en una situación de deuda, debe salir de esa situación (que es de pecado) para que pueda llevar el peso de la cruz con alegría.
Jesucristo nos dice: “Si me amas cumple los mandamientos”  Allí está la falsilla para saber si se va bien por el camino. El amor no es un sentimiento de “algo romántico” que se adquiere. El amor es la fuerza de conquista para poner en alto la cruz de Cristo. El amor es la perseverancia, la constancia, llegar hasta el final, aunque se tenga que ir a “contrapelo” . Cristo fue contracorriente y nos dice que Él es el camino para todos, por eso la Iglesia, fundada por Cristo, camina en la historia con el signo de la contradicción.
Si se quiere a una persona hay que pedirle que luche, que sepa llevar el peso de sus compromisos y responsabilidades. Con este fin se educa a los hijos. A los hijos no se les debe educar para que tengan cosas, hay que educarlos para que sean buenas personas. La diferencia entre el bueno y el “buena gente”  es que el primero se rige por la verdad y el segundo por la comodidad. El primero ama y el segundo se acomoda. Cuando el hombre no lucha y se acomoda tarde o temprano entra en crisis (se vuelve una “fiera” o se deprime).
El hombre pecador no es libre, si persiste en el pecado se esclaviza y hace daño a los demás. En cambio el que consigue liberarse del pecado por la ayuda que recibe de Dios, alcanza también la libertad y junto con ella la alegría.

Agradecemos sus comentarios   

miércoles, abril 08, 2015


Las debilidades del resentimiento
AMAR LAS DIFERENCIAS  (IV)
Cuando vemos que a los partidarios del amor libre no se les puede ni tocar, porque se sienten heridos y reaccionan de modo violento, estamos observando la debilidad de un voluntarismo que busca “crear” una verdad como si fuera un dogma para que todo el mundo acepte. Y al que no acepta lo miran como a un infeliz discriminador y retrogrado, y lo convierten automáticamente en un potencial enemigo.
Ese tipo de conducta refleja la herida de resentimiento que llevan en la interioridad de un modo habitual.  Las personas heridas actúan atacando porque piensan que los demás habitualmente lesionan sus derechos. En los tiempos actuales existe una pandemia de heridos que se sienten despreciados y discriminados habitualmente, deambulan por el mundo con el arma cargada pensando que tienen derecho a disparar.
Esa conducta es semejante a la de algunos fundamentalistas, que cuando se sienten heridos, atacan con furia y son capaces de matar, creen que tienen la patente de corzo para insultar y denigrar a los que no piensan como ellos.
Los abanderados defensores del amor libre no se dan cuenta que, al poner énfasis en esos pretendidos derechos, están olvidando otros, que son, para ellos y para todos, mucho más importantes y cuando se colocan en los primeros lugares, como debe ser, los que son falsos caen por su propio peso para el acierto y la ganancia de todos.

Los ataques de los que realmente discriminan
La discriminación y el desprecio por el prójimo ha existido en todas las épocas. Es un mal que solo se puede vencer con planteamientos personales de lucha. Toda persona debe esforzarse por querer a su prójimo. Si no hay verdadero afecto y estima por las personas el corazón no funciona y el hombre falla en su trato con los demás. Herirá habitualmente a su prójimo, aunque haga propósitos de reconciliación.
Decirle negro, indio, serrano o cholo a alguien es considerado un insulto. Esta claro que una persona que emplea en su lenguaje habitual estos términos para referirse a los demás lo hace con un afán discriminatorio y atenta contra la dignidad de las personas. Quien conoce bien la realidad del momento sabrá decir: hombre de color, habitante de la sierra, mestizo…etc. y se cuidará de no ofender a nadie con una actitud discriminatoria.
Los que se sienten afectados por algún tipo de discriminación, son los que hoy reclaman igualdad de trato para todos, y argumentan, incluso con citas bíblicas, que todos somos iguales y que por lo tanto debemos respetarnos y aceptarnos, sin poner trabas a los estilos de vida que cada uno quiera elegir. De acuerdo a estos requerimientos parece que son justas y saludables sus propuestas y lo serán cuando se trata del bien de las personas.
Sin embargo afirmar que cada uno es libre para escoger la opción de vida que desee y que nadie se debe entrometer en sus decisiones, no es necesariamente apuntar al bien de las personas.  A los que piensan así, (habrán pensado poco), habría que hacerles ver que todas las personas necesitan de los demás para realizarse como personas, de lo contrario no tendría sentido la educación.
Una cosa es la imposición y otra, bien distinta, la orientación. El que orienta lo hará siempre de acuerdo a la verdad y al bien. Todo ser humano necesita ser orientado (aconsejado) y formado de acuerdo a la verdad, para que sus elecciones sean acertadas.
Un padre no puede dejar de educar a sus hijos. Tratará de transmitirles los criterios acertados para que ellos los asimilen y puedan portarse bien en la vida, de acuerdo a esas pautas que recibieron en su formación. Es de suponer que esos criterios y pautas apuntan al bien.

La incoherencia de aceptar cualquier estilo de vida para la sociedad y la familia
Los reclamos de una sociedad liberal (que cree en la libertad absoluta), pretenden abrir puertas para cambiar las costumbres tradicionales que se consideran obsoletas y de otras épocas. Se pone el acento en que lo pasado ya fue y que la adaptación del hombre de hoy debe ser para la modernidad; es una suerte de complejo de inferioridad que busca el status de lo que es actual (lo que está de moda) con una vehemencia desproporcionada que arroja tierra a lo antiguo.
La sociedad liberal suele ser permisiva y anti ley. Busca paradójicamente que todo el mundo tenga aceptación en los distintos sectores de la sociedad y que esa aceptación sea total, para cualquier estilo de vida que se escoja.
El error y la debilidad de esta propuesta está en haber dejado de lado la noción objetiva de bien y de mal. Cuando esto ocurre y el criterio es meramente “democrático” se conseguiría, por consenso, que los drogadictos tengan sus espacios para consumir la droga cuando deseen, los prostíbulos tendrían una zona dentro de la sociedad para funcionar legalmente, los Gay alcanzarían un status de normalidad para ejercer derechos de matrimonio y educación de unos hijos que no son suyos, los sacerdotes casados obtendrían un permiso para seguir ejerciendo su ministerio, los sacerdotes Gay podrían vivir juntos y seguir siendo sacerdotes, los terroristas podrían alcanzar el derecho de ser respetados como una fuerza política levantada en armas, los colegios tendrían que aceptar profesores y alumnos Gay, que ejerzan sus derechos como tales, sin que nadie los discrimine.
Las familias tendrían que aceptar, entre sus miembros, parientes con opciones de vida distintas: los hijos tendrían que aceptar a la querida de su papá, los padres tendrían que respetar a la hija lesbiana que trae una amiga lesbiana a su casa, las familias tendrían que aceptar al profesor de educación física que es Gay y enseña a sus hijos, un padre debería aceptar que un hijo suyo cambie de sexo y que otro pueda llegar borracho a su casa porque le gusta tomar.  Si seguimos la lista nos encontraríamos con situaciones impropias que nadie aceptaría en el fondo de su conciencia aunque la sociedad haga propaganda y saque carteles a favor del amor libre.
La experiencia siempre enseña que aunque todo el mundo se ponga de acuerdo en aceptar lo que es contra natura, el deterioro y el caos que se origina termina derrumbándolo todo.
En estos temas elementales de sentido común no cabe la ingenuidad de pensar que todo se puede aceptar. Es necesaria y urgente la formación de la conciencia para que las personas sepan aceptar el bien y rechazar el mal.
Con la formación se combate a la malicia del que se encuentra suelto en plaza pensando que la libertad consiste en dejar rienda suelta a la espontaneidad y que cada uno es libre para determinar si algo es bueno o malo al margen de una ley moral. Craso error.
Agradecemos sus comentarios
*Próximo artículo: “Amor a las diferencias V”