Decir la verdad a tiempo
CERELIDAD
Y VERDAD
Toda la vida nos hemos
quejado de la lentitud de los procesos judiciales. Hace años tuve la ocasión de
ver una ruma de expedientes gruesos en el despacho de un magistrado, estaban
uno sobre otro y tenían una considerable altura. Los procedimientos para
avanzar estaban entorpecidos por una aparente desgana generalizada y este acostumbramiento
del sistema facilitaba la manipulación,
el chanchullo, la trafa, con las ganancias correspondientes por las coimas, que estaban a la orden del día.
Después se purificó un poco el sistema y se agilizaron los procesos. Fueron caballazos que se dieron con el cartel
de “moralización”, pero luego las cosas siguieron caminando con honorables
jueces honrados y con otros que eran sibilinamente
traferos; estaban como “la cizaña en medio del trigo”.
Por los hechos y con el
tiempo, se va sabiendo quién es quién, pero lo difícil es conseguir que todo
cambie. No faltan voces que piden que salgan los malos y que se queden los
buenos, ¿es posible eso?
El
trigo y la cizaña
En los Evangelios
encontramos una parábola llena de sabiduría que nos ayuda a entender mejor estas
situaciones difíciles y complicadas por el mal comportamiento de algunos:
“El
reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su
campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre
el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció
también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le
dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene
cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho
esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él
les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el
trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de
la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en
manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero”. (Mt. 13: 24-32).
Nos decía San Josemaría Escrivá en
Roma que el mal no se puede combatir con la
violencia, la represión, los controles, las prohibiciones, las cárceles, la
venganza. Nunca se debe devolver mal por mal. La ley del talión, “ojo por ojo, diente por diente” no es
cristiana, ni humana.
El mal se combate con “abundancia de bien”, afirmaba San
Josemaría Escrivá con mucha fuerza. Al hablar de la situación del mundo decía: “estas crisis mundiales son
crisis de santos” y explicaba que un santo no era una persona
“inmaculada”, porque tenía también los
pies de barro, se caía, y si se podía levantar era por la gracia de Dios.
Decía con una gran claridad y humildad: “yo soy capaz de cometer los errores y los
horrores del hombre más vil de la tierra” ¿cómo podemos juzgar
y condenar a los demás si somos capaces de las peores cosas? Todos somos
pecadores y si no pecamos es por la gracia de Dios.
¿Qué es lo que detiene todo?
La mentira detiene todo. El alejamiento de la verdad complica la vida de
todos y los problemas terminan siendo una guerra de mentiras de unos y otros,
con argumentos “tirados de los pelos” lleno
de juicios abultados por la ira y los
deseos de venganza. Lamentablemente en el mundo abunda la hipocresía.
Sinceridad salvaje
La tendencia a la mentira está en la misma naturaleza humana. Toda
persona necesita ser educada para no mentir y para no ocultar la verdad. La
virtud de la veracidad se obtiene por la lucha constante en decir siempre la
verdad, aunque algunas veces cueste mucho, por vergüenza o por miedo. El niño, desde que tiene uso de razón, debe ser
educado para que sea sincero.
La experiencia enseña que una persona que comete una falta grave y se la
guarda termina complicando su existencia y puede complicar además la vida de
muchas personas. La Iglesia siempre
aconseja a los fieles confesar cuanto antes una falta grave, decir la verdad sin miedo, reconociendo
con hidalguía y dolor de corazón, la falta cometida. La persona arrepentida que
confiesa su pecado encuentra el perdón de Dios que le devuelve la paz y la
alegría, para seguir luchando con esperanza.
San Josemaría Escrivá, en el siglo
pasado, predicaba a viva voz la urgencia de la sinceridad, decía que había
que decir primero lo que más vergüenza da, lo que no queremos que se sepa. Enseñaba
que nunca se debe ocultar un pecado, porque después es peor. “Hay que hablar cuanto antes” decía, y sacar “el sapo feo y sucio que se lleva dentro”, para tener paz y conseguir caminar siempre con la
verdad.
La mentira detiene y atora todo, en cambio con la verdad todo fluye, y se puede progresar. El mundo está lento
porque las personas no caminan con la verdad. Algunas instituciones van
demasiado lentas porque quizá las personas que forman parte de ellas no están
diciendo la verdad. La verdad depende de cada persona. Se debe formar a la
persona con la verdad y con las virtudes humanas necesarias para la
convivencia: la sinceridad, la honradez,
la lealtad, la sencillez, la caridad.
Buscar la verdad sin maltratar
a nadie
La verdad no se consigue a sablazos,
sacando los trapos sucios para
publicarlos y señalar a una persona como miserable. A nadie se le debe calificar
por sus errores, la vida de una persona no son sus errores y sus pecados. Si
alguien escribe un libro sobre los pecados de alguien, aunque sean ciertos por la investigación que ha hecho, no estará
reflejando la verdad de su vida, porque ese libro está sesgado a lo malo. Es
como los noticieros amarillos que
buscan los escándalos para ganar sintonía.
El poder mediático de hoy, en su
afán de tener rating por sus investigaciones, puede destrozar la vida de
las personas. Es fácil sembrar odio y venganza atizando a la gente para que
murmuren y difamen con indignación.
Con Jesucristo hicieron lo mismo, la gente que gritaba ¡crucifícale, crucifícale! eran motivados por el
poder mediático de la época. Los habían convencido de lo malo que era
Jesucristo. Con este comentario no estamos diciendo que todos los acusados son como
Jesucristo. Existen personas que merecen cadena perpetua por las graves
acciones que han cometido, pero en una sociedad no puede existir el linchamiento, ni físico, ni verbal, de ninguna
persona. En el entendimiento de cada uno el mal debe condenarse siempre, pero
la persona no.
La cerelidad de los procedimientos se consigue cuando todos dicen la
verdad a tiempo, sin hacer bullas o escándalos. La verdad no es consecuencia
del atropello o del maltrato. Las
torturas, que existieron y quizá existan
todavía en algún lugar del mundo, empleadas para conseguir la verdad, son
inhumanas y deplorables . Muchas veces
los justicieros que motivan venganzas
son peores que los acusados. Habría que ver la biografía de ambos.
Agradecemos sus
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