Los que regresan sin estar arrepentidos
LOS HIJOS PRÓDIGO CON YAYA
La parábola evangélica
del hijo pródigo es un canto de acción de
gracias y de alegría, por el retorno
del hijo que se había perdido totalmente.
La recuperación de un
hijo es algo grandioso para los
padres y para toda la familia: salen de
una pena honda y recuperan la alegría. No hay nada que pueda alegrar tanto
a los padres como un hijo que estaba alejado y que vuelve, por decisión propia, al camino del bien.
En la parábola destaca
la actitud benévola del padre, que a pesar de la mala conducta del hijo, que había perdido toda la herencia viviendo
disolutamente, lo recibe con un fuerte abrazo, lo besa, le regala un anillo
y le organiza una gran fiesta.
La conducta del hijo
converso también se subraya como ejemplar, regresa totalmente arrepentido y
dispuesto a que su padre lo trate como a uno de sus empleados. Él mismo
expresaba su propósito: “…iré a la casa
de mi padre y le diré: ¡he pecado contra el Cielo y contra Ti! ¡ya no soy digno
de ser llamado hijo tuyo!, ¡trátame como a uno de tus jornaleros!”
El
dolor sano y purificador del hijo y la alegría del padre
Se nota claramente el
dolor del hijo arrepentido por haberse portado mal, quiere recomponer su vida y
pide perdón, promete que ya no volverá a cometer ese error que lo apartó de su
casa y del buen camino.
Todo este suceso
produce en los miembros de la familia una alegría notable, tal vez más grande
que la del nacimiento del propio hijo.
Solo el hijo mayor
estaba apenado porque creía que el padre cometía una injusticia recibiendo en
la casa al hermano que se había portado mal, como si hubiera triunfado en la vida
y reclama para él los premios que le tocaban por haberse quedado en casa.
El padre le hace ver el
privilegio que tenía de estar en casa unido a sus padres: “todo lo mío es tuyo” y agrega:
“tu hermano menor estaba perdido y lo hemos recuperado”, es por
eso que todos están muy contentos. Para que el hermano mayor se sumara a la
celebración de toda la casa, tenía primero que perdonar a su hermano.
También es importante
observar que él perdón que recibe el hijo pródigo le da la oportunidad para que
demuestre que puede ser buen hijo, buen hermano y borre así la mancha que dejó
en el pasado por su mala conducta.
Además el texto
evangélico apuntala: “en el cielo hay más alegría por un pecador
que hace penitencia que por 99 justos que no tienen necesidad de ella”
Hoy
regresan heridos pero no arrepentidos
Hoy parece que los
hijos son víctimas de sus padres y de sus maestros y que la Iglesia debe cargar
también con esas culpas y cambiar su modo de proceder. Los padres pueden estar
dolidos por la mala conducta del hijo pero el hijo trae una herida mucho más
grande y no es precisamente la del arrepentimiento. Está herido por los
conflictos que ha tenido y busca que entiendan su postura que suele ser un acomodo, avalado por el consenso de los
que piensan que el hombre tiene libertad absoluta para hacer de su vida lo que
quiera y que todos los demás tendrían aceptar sus decisiones: si quiere ser alcohólico o drogadicto, que
lo respeten, él verá, es su elección
y que nadie lo tache por eso.
Falseamiento
de la verdad
En estos tiempos de
relativismo ya no cuenta la verdad. La gente actúa de acuerdo a sus
circunstancias, no les importa mucho si es correcto o no lo que están haciendo
o lo que han decidido para el futuro. Creen que lo correcto es lo que deciden.
Piden un respeto irrestricto a la autonomía de la conciencia, aunque ésta se
salga de los criterios éticos de una moral objetiva.
Son planteamientos voluntaristas (quiero que sea verdad aunque
no lo sea) elaborados por una terca
rebeldía y respaldados por el consenso general de la libertad absoluta (tú puedes hacer con tu vida lo que tú
quieras). Craso error.
Quien toma decisiones
que lesionan la verdad está cerrando los ojos para reafirmar su elección con
una inseguridad interior que busca disimular como si no pasara nada. Sabe que
está actuando y que con el tiempo
saldrá a flote lo que enterró.
Caben desde luego
valiosísimas excepciones, de acuerdo a
determinadas circunstancias, pero son
muy pocas y no se las puede poner como ejemplo para todos los casos.
Resentimiento
social
Además, para echar más leña en la hoguera, en
estos últimos años ha crecido una mentalidad que reclama reinvindicaciones por los errores que se cometieron en el pasado.
Es una mentalidad que surge fundamentalmente de un acomodo cuando se pierde el sentido del pecado y la visión
sobrenatural que da la fe. Al hombre le parece que han sido injustos con él (el amor propio hace crecer el resentimiento)
y reclama sus derechos. Este mismo hombre, casi
sin darse cuenta, va variando su pensamiento a punto que distorsiona la
imagen real de Cristo y el sentido del perdón.
Ojo que estamos
hablando de una mentalidad generalizada y no de hechos puntuales que claman al
Cielo y que merecen una sanción en nombre de la justicia.
Nos encontramos que
toda una sociedad, motivada por el poder
mediático, exige un reconocimiento de errores que se cometieron, que apuntan más bien a una degradación del que los cometió,
quitándole los honores que se
consideran indebidos, aunque se desprestigien los que siempre fueron
considerados correctos.
Con esta mentalidad habría que condenar a toda la
humanidad por el delito de ser pecadores,
pero lo peor es que los condenadores caen el la presunción de creerse “inmaculados” hasta que se demuestra que
también tienen rabo de paja.
Hoy estamos viendo caer
a los que se presentaban como reformadores y perseguidores de los corruptos. ¿Podríamos afirmar que estamos avanzando
porque ahora se están descubriendo muchos casos de corrupción? O habría que decir más bien: ¡escuchemos a la Iglesia cuando nos habla
del pecado y del perdón!, y ¡aprendamos
a reconocer nuestros pecados, a luchar contra ellos y a perdonar a los demás!
El hombre sin fe dice: ¡revisemos la historia! Porque nos han hecho
creer durante siglos cosas que no son ciertas. Un hijo también podría decir lo
mismo de sus padres, o si no lo dice quiere mostrarlo con su conducta.
Pero también es
interesante observar que en medio de estas
rebeldías, (gente que reclama sus
“derechos”), aparecen las consecuencias de la pérdida del sentido del
pecado y de la ausencia del perdón. Se nota especialmente en las vidas de las personas
más jóvenes, que hacen sufrir a sus padres por la conducta que llevan. Los hijos pródigos “con yaya” se han extendido considerablemente.
Aumenta nuestra
preocupación cuando comprobamos que hoy nadie quiere sentirse culpable por las
faltas cometidas contra la moral o las buenas costumbres; como si lo que antes
fuera pecado ahora ya no lo es. Sin
embargo no se puede negar que quien se
encuentra en una situación, que se
consideró siempre como de pecado, empieza a sentirse lejos de un hogar
estable. El clima de un hogar que se
acomoda a las leyes de Dios les incomoda.
Cuando uno no vive de
acuerdo a las enseñanzas que le dieron dentro de una familia estable, termina
pensando de acuerdo al desorden en el que se encuentra viviendo y se genera una
suerte de contradicción que podría llevarlo a tomar distancia, creando un clima
de incomprensión: es el voluntarismo (cerrazón) de
no querer entender.
Esta dificultad hace
creer al hijo que la libertad es la independencia y que se ejerce cuando puede
decir incómodamente: “¡Tú no te metas!
¡es mi vida!” y entonces congela el tema para que no se converse de su
situación. El joven no se da cuenta que
con esa actitud la herida se hace más
profunda y dolorosa.
Esta cerrazón es propia del “hijo pródigo con yaya” que está herido
pero no arrepentido y quiere arreglar las cosas a su manera. La herida que
persiste no le deja ver la realidad. Si uno ve un cuadro famoso con dolor de
cabeza puede decir que es un adefesio. Las respuestas de un joven, en esa situación, suelen ser duras y
evasivas, como si viviera con una especie de neurosis, donde los mecanismos de defensa crecen considerablemente.
La persona que tiene
esta yaya en su corazón encuentra
dificultades para sus relaciones humanas. Busca cómplices que cubran su herida
y le ayuden a inyectarse todos los días una buena dosis de anestesia para poder llevar
las cosas disimuladamente, como si todo estuviera muy bien.
La felicidad no se
puede organizar, brota de la coherencia de vida cuando se hacen las cosas bien.
La crisis de la
sociedad contemporánea es también una ceguera que impide ver bien la realidad.
Mucha gente se encuentra metida en una especie de burbuja y se cierran a recibir
consejos que no vayan en la línea de lo
que han decidido. Quieren asegurar lo que piensan para poder manejar su propia
vida.
En el adviento, que es
un tiempo de purificación, se pueden curar las “yayas” que impiden el arrepentimiento. La sociedad necesita el
retorno de muchos hijos pródigos.
Agradecemos
sus comentarios
No hay comentarios.:
Publicar un comentario