Dolores profundos
LOS
PAPÁS DEL HIJO HERIDO
Muchos papás están acongojados y nerviosos por el retorno
del hijo herido, que se presenta sin arrepentimiento, porque no le parece que tenga culpa de lo que le ha ocurrido, y
llega además con un planteamiento
original que lesiona los principios de la educación que recibió en su propia
casa.
Sus padres no alcanzan
a entender qué pudo haber pasado con él, ¿quién
influenció en su vida para que cambiara tanto?, ya no es aquel chico que
estaba muy bien, y que era la ilusión de toda la familia. No hay quien les
quite la sensación de amargura y de fracaso que tienen en el alma y que les
hace preguntarse continuamente: ¿qué
hicimos mal? ¿qué error cometimos con él?
Lamentablemente este
cuadro se repite en muchas familias sin que tenga que ver la condición social,
los colegios donde estudiaron los hijos, o la religión que profesan. Tal vez lo
podríamos calificar, como dicen muchos,
como un mal de la época. El sentido común nos hace ver que de ninguna manera
podríamos decir que se trata de las nuevas costumbres de un mundo que ha
cambiado. No debe llamarse costumbre
a algo que perjudica y deteriora a la persona.
Está claro que el mundo
cambia como cambian las personas; para bien o para mal. La primera idea clara
sería distinguir el bien del mal. Lo que es malo en sí nunca podrá ser bueno.
Una persona no es mala en sí y por lo tanto puede ser buena. Las personas que
están en el mal podrían estar en el bien. Esto explica la lógica de la
redención. Sería absurda la prédica de la Iglesia si las personas no pudieran
cambiar. También perdería sentido la educación.
Las
excelencias de un matrimonio cristiano
La familia es la
Iglesia doméstica. Los padres, que tienen
la patria potestad, participan de la paternidad divina y si están unidos
por el sacramento del matrimonio, están recibiendo una gracia especial para que
se quieran entre ellos y con ese amor puedan educar a los hijos para que sean
fieles. La semilla que sale del matrimonio unido a Dios tiene un valor
extraordinario para lograr los frutos adecuados en la educación de los hijos.
Los hijos no son, y nunca serán, lo que quieran los
padres. Un padre que se empeñe en educar a sus hijos como a él le parece está
condenado al fracaso. Los padres son instrumentos
de Dios para señalar a los hijos el camino que Dios ha previsto para ellos. Es
más, los padres le tendrían que decir a los hijos: “Tú pregúntale a Dios que quiere de ti y luego, si quieres, me cuentas”
¡Cómo sufrieron la
Virgen María y San José cuando el Niño Jesús se perdió! No pidió permiso, se
fue y desapareció. Tres días después lo encontraron en el templo. La Escritura
nos relata este pasaje para que todos entendamos que Dios está primero. Los
padres no deben tener con respecto a los hijos un amor posesivo, deben
quererlos mucho pero al mismo tiempo deben estar desprendidos de ellos.
Cuando un hijo se va de
la casa, por el motivo que sea, los
padres tendrían que analizar si la nostalgia que sienten por él está cargada de
amor posesivo (que puede ser egoísta, aunque
no lo quieran reconocer). Cuando se dice que el amor ciega no nos estamos
refiriendo solo a los enamoramientos entre el hombre y la mujer, también ocurre
en el amor de los padres para con los hijos. En muchos casos la defensa del
hijo es la defensa de la propiedad: “¡mi
hijo!”
Cuando en la educación
de los hijos se cuelan estos matices de posesión, que pueden pasar desapercibidos, el efecto que se produce cuando
pasa el tiempo es distinto al que se pensó. Los padres dirán: “¡pero si le dimos todo! ¡una buena
educación! ¡mucho cariño! ¡en la casa tenía todo!”
El amor es mucho más
que la comodidad de la benevolencia y los afectos. En la casa debe haber calor
de hogar pero a los hijos se les educa para la vida y para que sean buenas
personas en todas las circunstancias. Una casa donde aparentemente “todo va bien” podría ser como una burbuja dorada.
Hoy existe la
costumbre, es un mal menor de la época, de
promocionar demasiado a los jóvenes, en
la casa, en el colegio, en la universidad. Siempre están oyendo lo grandioso que pueden ser y muchas veces
con una connotación económica de fondo: el
dinero que pueden ganar. Ingenuamente alguno podría decir: “¡pero con la plata puedo hacer mucho bien!”
Efectivamente así tendría que ser, pero eso no quita que esté
recibiendo una educación que genera una
mentalidad de competividad por el
beneficio personal, que hace débiles a las personas para poder cumplir con sus
compromisos.
Los compromisos que
hacen feliz al hombre se tejen con sacrificios,
renuncias, entregas, ayudas a los demás, cuando no se reclaman
constantemente los propios derechos, cuando se sabe ser cimiento de las obras y
no de la decoración que brilla,
cuando se renuncia siempre a la acepción de personas y se sabe querer a todos
por igual.
En el perfil de la
persona se nota en su educación: ¿qué es
lo que busca?, ¿cuáles son sus pretensiones?, ¿cuál es su papel en la sociedad?,
¿qué le preocupa? Epulón en la
Escritura era un personaje simpático que tenía muchos amigos y organizaba
grandes comidas. Su error fue no tener ojos para darse cuenta que Lázaro comía
de las migajas de su mesa. Los fariseos creían que daban grandes limosnas en el
templo pero los ojos de Jesús estaban en la viuda que daba la monedita que no tenía ni para ella. La
diferencia no está en el dinero o en la cantidad sino en lo que hay en el
corazón. Allí debe apuntar la educación.
¿Qué
buscan los padres con los hijos? ¿Qué les transmitieron desde niños? ¿Qué
pretendieron con el colegio que eligieron? ¿Qué ambientes frecuentaron los
chicos? Lo que se siembra se cosecha. Si hubo una buena
siembra hay que tener esperanza, algunas veces los frutos tardan en llegar,
otras veces alguna plaga hace daño y hay que saber exterminarla poco a poco.
Los medios que Dios alcanza son siempre de primera, tienen mucha calidad y no
fallan. Dios nos pide paciencia, que no es pasividad y esperanza que no es un
optimismo ingenuo. “Con la perseverancia salvaréis vuestras almas”
“Bendita perseverancia
la del borrico de Noria, ¡siempre las mismas vueltas! un día y otro ¡todos
iguales! Sin eso no habría madurez en los frutos, lozanía en el huerto, ni
tendría aromas el jardín….¡lleva este pensamiento a tu vida interior!
(Josemaría Escrivá, Camino, 998).
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