Amor
al prójimo: conseguir que vivan con la verdad
AMOR A LAS DIFERENCIAS (V)
Cuando
abrimos el catecismo de la doctrina católica allí se nos enseña que Dios es
trino: tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El cristiano tiene que
aprender a tratar a las tres personas distintas, al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo. No son tres dioses es un solo Dios, el Padre es Dios, el Hijo
es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero son tres personas distintas. Uno
aprende a amar cuando ama las diferencias, sin embargo hay que tener en cuenta
que las diferencias son características distintas de un bien.
Lo
mismo podemos decir a una persona con respecto a su familia para que sepa
querer a cada persona como es, con sus
características y sus
circunstancias distintas, de todo lo que es bueno.
Querer el bien y rechazar
el mal
Para
acertar en estos objetivos es necesario distinguir entre el bien y el mal. Si
un familiar tiene un cáncer que lo está matando se debe querer al familiar pero
no al cáncer, si el otro está en una situación económica deplorable hay que
quererlo igual y desear que salga de esa situación que lo perjudica, si tiene
un vicio como el alcohol o la droga, se debe procurar ayudarlo para que deje
esas malas costumbres.
Igualmente
hay opciones de vida que están equivocadas, por eso todas las personas
necesitan ser aconsejadas y orientadas. Las personas necesitan de los demás
para ser libres. Cuando los demás saben quitar el mal de las personas las hacen
libres. Quitar el mal exige esfuerzo y sacrificio, quitar el mal es amar.
Nadie
puede decir que los papás están muy contentos con sus hijos porque ellos son
libres de elegir para su vida lo que quieran. Suena bonito, pero ¿acaso existen padres que no sufren por el
camino que ha tomado alguno de sus hijos?
El
papá del hijo pródigo de la parábola evangélica estaba esperando que su hijo se
arrepintiera y volviera a la casa. La libertad del hijo estaba en recomenzar su
vida en la casa del padre y no seguir con las bellotas junto a los chanchos. Allí
no había libertad para él y para ninguna persona.
Para
el papá, para el mismo hijo y para todo el mundo, la libertad del hijo pródigo
estaba en el retorno a la casa paterna. Se trata de un padre bueno que quiere
mucho a su hijo y le puede dar todo su amor. Era un hijo que necesitaba del
amor del Padre.
El
trato que va a recibir el hijo pródigo por parte del padre es distinto del que
le da, de un modo habitual, al hijo
mayor que no se fue, y cuando éste
le reclama, le hace ver la diferencia. La caridad consiste en querer desigual a
los que son desiguales. Entre el
hijo que estaba bien y el pródigo había una diferencia. El padre quería a los
dos igual, pero en ese momento el pródigo necesitaba del amor del padre.
Los
padres que quieren habitualmente a sus hijos, y están pendientes de ellos, saben lo que cada uno necesita en cada
momento. Ningún padre del mundo estará tranquilo si su hijo está fuera del
camino correcto. Al hijo mitómano lo
quiere, pero también lo ayuda para que su tendencia a la mentira no lo
perjudique, al que es violento lo quiere mucho pero también lo cuida y le
advierte para que su tendencia a la ira no le cauce problemas; igualmente al que
tiene tendencias homosexuales lo ama con toda su alma, pero le aconsejará y buscará
ayuda para que su tendencia no lo esclavicen con un desorden de vida impropio y
contra natura.
Todo
padre de familia y la sociedad entera, en todos los países del mundo, si
quieren a sus hijos, lucharán contra la
borrachera, la prostitución, la drogadicción, la ludopatía, el bulling o
cargamontón, el cochineo o la burla, la suciedad, la vulgaridad, el atropello,
los insultos, las manías, la irreverencia, la brusquedad, la falta de respeto,
la vagancia, la corrupción, el permisivismo, el desorden, la envidia, los
celos, la gula, la glotonería, la avaricia, la codicia, la fornicación, la
altanería, la vanidad, la curiosidad, el narcisismo, el nepotismo, el
argollismo, la usura, la trata de blancas, el fraude, el utilitarismo, la
terquedad.
El
hombre ha nacido con una ley moral que debe respetar para que pueda ser feliz.
La sociedad se debe regir por las leyes morales que están inscritas en la
naturaleza humana y que regulan los desórdenes ocasionados por el pecado.
El
amor no es una suerte de “liberalidad” de sacar de sí lo que estorba. Lo que
hay que sacar de sí es el pecado y no la cruz que Jesús invita a llevar. El
amor no es consecuencia del desprendimiento de la cruz. La cruz hay que
llevarla con alegría y saber distinguir entre el dolor de amor, que es la contrición y el desagravio,
del dolor del resentimiento. El herido y resentido se encuentra en una
situación de deuda, debe salir de esa situación (que es de pecado) para que pueda llevar el peso de la cruz con
alegría.
Jesucristo
nos dice: “Si me amas cumple los mandamientos” Allí está la falsilla para
saber si se va bien por el camino. El amor no es un sentimiento de “algo romántico” que se adquiere. El
amor es la fuerza de conquista para poner en alto la cruz de Cristo. El amor es
la perseverancia, la constancia, llegar hasta el final, aunque se tenga que ir
a “contrapelo” . Cristo fue contracorriente
y nos dice que Él es el camino para todos, por eso la Iglesia, fundada por Cristo, camina en la
historia con el signo de la contradicción.
Si
se quiere a una persona hay que pedirle que luche, que sepa llevar el peso de
sus compromisos y responsabilidades. Con este fin se educa a los hijos. A los
hijos no se les debe educar para que tengan cosas, hay que educarlos para que
sean buenas personas. La diferencia entre el bueno y el “buena gente” es que
el primero se rige por la verdad y el segundo por la comodidad. El primero ama
y el segundo se acomoda. Cuando el hombre no lucha y se acomoda tarde o
temprano entra en crisis (se vuelve una
“fiera” o se deprime).
El
hombre pecador no es libre, si persiste en el pecado se esclaviza y hace daño a
los demás. En cambio el que consigue liberarse del pecado por la ayuda que
recibe de Dios, alcanza también la libertad y junto con ella la alegría.
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