jueves, octubre 11, 2012


Los Judas del siglo XXI
EL PERFIL DE UN TRAIDOR
Como le habrá dolido a Benedicto XVI la traición de Paolo Gabriele, el mayordomo que estaba a su lado, a quien le dio poder, afecto y confianza, para que luego le falle, traicionándolo de esa manera tan penosa.
El mayordomo del Papa, en su posición privilegiada, tenía acceso a documentos confidenciales y a múltiples informes financieros. Con una fina hipocresía, trataba con mucho respeto al Santo Padre, guardando todas las formas exteriores, pero su corazón estaba muy lejos de él, sin identificarse con el alto cargo que poseía, que lo usó para su beneficio y no para servir a la Iglesia. Era un hombre que se buscaba a sí mismo, haciendo su vida a costa de lo que recibía, sin importarle para nada la lealtad a la Iglesia y al Santo Padre.
Al principio todo parecía que iba  muy bien pero luego se descubrió que el mayordomo de marras era de esas personas que se dejan caer bien para cautivar a los demás, en este caso al Papa y a las autoridades de la Iglesia. Es así como se ganó la confianza y el aprecio de ellos. Era un hombre con intenciones torcidas y con un proceder equivocado: por lo bajo tramitaba y manipulaba, pensando además, que al Papa cualquiera lo podía engañar. Señalaba un punto débil que él utilizó, sin escrúpulos, para su traición.  Cegado por su ambición podría haber pensado que estaba haciendo un papel importante. Así es el colmo de la sandez humana.
Sin inmutarse permaneció durante mucho tiempo con una doble vida, la exterior, cara al Papa y a la Iglesia: la imagen de un hombre correcto y protector del Santo Padre, y la interior: aprovecharse de su situación privilegiada y de la confianza que le daba el Papa, para hacer lo que a Él le parecía.
Esta situación tremendamente dolorosa, sobre todo para el mismo Papa, que le tenía gran afecto, debe servir para escarmentar en cabeza ajena y advertir que muchas personas, por deformación  tienen estos microbios terribles sin darse demasiada cuenta, y se hace preciso encontrar los medios oportunos para extraerlos.
El mismo Benedicto XVI, antes de ser Papa, había advertido que en la Iglesia se encuentran personas que son fieles a las estructuras eclesiásticas pero no son fieles a Dios.  Son quienes conocen muy bien el teje y maneje de los asuntos eclesiásticos, o de los trabajos encargados en alguna parroquia o institución, son amigos de sacerdotes, muestran respeto y buenos modales, pero en su vida privada y en su corazón no hay una respuesta clara de su cercanía a Dios. Viven una doble vida y suelen tener un doble discurso, sin que les parezca que están en falta. Creen que puede ser compatible ocupar un puesto en la Iglesia y vivir una vida lejana a la fidelidad con Dios.
Al no acercarse con una disposición clara de servicio y de ponerse bien la “camiseta” para defender y dar su vida por la Iglesia, identificándose con ella, al final terminan traicionando con alguna acción irregular, o se retiran, dando las espaldas sin más. Suelen ser personas que reciben beneficios, ayudas, confianza, cariño, y en el momento menos pensado, cierran la puerta en las narices y se mandan mudar sin más, si es que antes no han cometido una falta grave, como la que nos ocupa.
Hay gente valiosa que no es consciente de su valor, porque al tener una mente distorsionada, algunas veces por ignorancia y otras por malicia, buscan espacios favorables a su egoísmo, cometiendo injusticias que claman al cielo, que ellos llaman libertad, o modos de propios de hacer las cosas a su estilo, sin advertir el pecado y el tremendo error que están cometiendo.
Los traidores suelen ser  poco comunicativos con las personas de bien. Se les nota bastante reservados. Son también infidentes con otros que ellos ven que pueden ser extraordinarios cómplices para sus ideas o intereses.  Son utilitaristas y nada leales. Es muy penoso cuando la traición se consolida. La terquedad del traidor es un fuerte voluntarismo de un corazón lleno de egoísmo, que aparenta generosidad en las formas cuidando su propia imagen. De cerca funge de formal y educado y cuando se aleja se retira requintando por dentro, o haciendo ascos, y así poco a poco, va cocinando su traición.
La persona buena, que es traicionada, pone, con los ojos cerrados, su confianza y su amor en el traidor. La nobleza de su corazón le permite ver reales cualidades que tiene el que luego lo va a traicionar.  Jesucristo, el modelo perfecto y el más bueno de todos, ve las grandes cualidades que tienen las personas que llama.
Judas Iscariote tenía una enorme capacidad para ser santo y un extraordinario apóstol. El Señor no se equivocó al elegirlo, veía claramente su interioridad y el valor que tenía para poder cumplir esa misión tan noble. Pero Judas, que se amaba demasiado a si mismo, buscaba su beneficio propio: tener un dinero para hacer sus cosas, las que él quería libremente. Pero las cosas que él quería hacer eran incompatibles con la vocación que Dios le había dado.
Judas tenía el deber de luchar para cuidar su corazón para serle fiel a Jesucristo, aunque eso le costara sangre, sudor y lágrimas. No lo supo hacer y poco a poco se fue alejando de su maestro. Quizá en un primer momento le quería un poco, pero después ya no lo quería y seguramente le cansaba y hartaba todo lo que el Señor le decía para que sea bueno.
Quizá en un momento pensó que estaba en su derecho, sin darse cuenta que la traición había empezado ya. Luego pasó lo que pasó y así quedó para la historia.
Para no traicionar hay que amar con fuerza. El amor lleva naturalmente a la comunicación. Esta se hace mucho más fluida y así se aprende más. El interés que suscita el amor motiva el querer saber. Lo contrario es la falta de interés y el aburrimiento. El amor auténtico es lo único que cura y luego fortalece al corazón para tener una vida coherente que sea respetable.

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