Los Judas del
siglo XXI
EL
PERFIL DE UN TRAIDOR
Como
le habrá dolido a Benedicto XVI la traición de Paolo Gabriele, el
mayordomo que estaba a su lado, a quien le dio poder, afecto y confianza, para que luego le falle, traicionándolo de
esa manera tan penosa.
El
mayordomo del Papa, en su posición privilegiada, tenía acceso a documentos
confidenciales y a múltiples informes financieros. Con una fina hipocresía, trataba
con mucho respeto al Santo Padre, guardando todas las formas exteriores, pero
su corazón estaba muy lejos de él, sin identificarse con el alto cargo que
poseía, que lo usó para su beneficio y no para servir a la Iglesia. Era un
hombre que se buscaba a sí mismo, haciendo su vida a costa de lo que recibía,
sin importarle para nada la lealtad a la Iglesia y al Santo Padre.
Al
principio todo parecía que iba muy
bien pero luego se descubrió que el mayordomo de marras era de esas personas que
se dejan caer bien para cautivar a los demás, en este caso al Papa y a las
autoridades de la Iglesia. Es así como se ganó la confianza y el aprecio de
ellos. Era un hombre con intenciones torcidas y con un proceder equivocado: por
lo bajo tramitaba y manipulaba, pensando además, que al Papa cualquiera lo
podía engañar. Señalaba un punto débil que él utilizó, sin escrúpulos, para su traición. Cegado por su ambición podría haber pensado que estaba
haciendo un papel importante. Así es el colmo de la sandez humana.
Sin
inmutarse permaneció durante mucho tiempo con una doble vida, la exterior, cara al Papa y a la Iglesia: la imagen
de un hombre correcto y protector del Santo Padre, y la interior: aprovecharse
de su situación privilegiada y de la confianza que le daba el Papa, para hacer
lo que a Él le parecía.
Esta
situación tremendamente dolorosa, sobre todo para el mismo Papa, que le tenía gran afecto, debe servir
para escarmentar en cabeza ajena y advertir que muchas personas, por deformación tienen estos microbios terribles sin
darse demasiada cuenta, y se hace preciso encontrar los medios oportunos para
extraerlos.
El
mismo Benedicto XVI, antes de ser Papa, había advertido que en la Iglesia se
encuentran personas que son fieles a las estructuras eclesiásticas pero no son fieles
a Dios. Son quienes conocen muy
bien el teje y maneje de los asuntos
eclesiásticos, o de los trabajos encargados en alguna parroquia o institución, son amigos de sacerdotes, muestran respeto y
buenos modales, pero en su vida privada y en su corazón no hay una
respuesta clara de su cercanía a Dios. Viven una doble vida y suelen tener un
doble discurso, sin que les parezca que están en falta. Creen que puede ser compatible
ocupar un puesto en la Iglesia y vivir una vida lejana a la fidelidad con Dios.
Al
no acercarse con una disposición clara de servicio y de ponerse bien la “camiseta” para defender y dar su vida
por la Iglesia, identificándose con ella,
al final terminan traicionando con alguna acción irregular, o se retiran, dando
las espaldas sin más. Suelen ser personas que reciben beneficios, ayudas,
confianza, cariño, y en el momento menos pensado, cierran la puerta en las
narices y se mandan mudar sin más, si es que antes no han cometido una falta
grave, como la que nos ocupa.
Hay
gente valiosa que no es consciente de su valor, porque al tener una mente
distorsionada, algunas veces por
ignorancia y otras por malicia, buscan espacios favorables a su egoísmo,
cometiendo injusticias que claman al cielo, que ellos llaman libertad, o modos de propios de hacer las
cosas a su estilo, sin advertir el pecado y el tremendo error que están
cometiendo.
Los
traidores suelen ser poco
comunicativos con las personas de bien. Se les nota bastante reservados. Son también
infidentes con otros que ellos ven que pueden ser extraordinarios cómplices
para sus ideas o intereses. Son
utilitaristas y nada leales. Es muy penoso cuando la traición se consolida. La
terquedad del traidor es un fuerte voluntarismo de un corazón lleno de egoísmo,
que aparenta generosidad en las formas cuidando su propia imagen. De cerca
funge de formal y educado y cuando se aleja se retira requintando por dentro, o haciendo ascos, y así poco a poco, va
cocinando su traición.
La
persona buena, que es traicionada, pone, con
los ojos cerrados, su confianza y su amor en el traidor. La nobleza de su
corazón le permite ver reales cualidades que tiene el que luego lo va a
traicionar. Jesucristo, el modelo
perfecto y el más bueno de todos, ve las grandes cualidades que tienen las
personas que llama.
Judas Iscariote tenía una enorme capacidad para ser
santo y un extraordinario apóstol. El Señor no se equivocó al elegirlo, veía
claramente su interioridad y el valor que tenía para poder cumplir esa misión
tan noble. Pero Judas, que se amaba demasiado a si mismo, buscaba su beneficio
propio: tener un dinero para hacer sus cosas, las que él quería libremente.
Pero las cosas que él quería hacer eran incompatibles con la vocación que Dios
le había dado.
Judas
tenía el deber de luchar para cuidar su corazón para serle fiel a Jesucristo,
aunque eso le costara sangre, sudor y lágrimas. No lo supo hacer y poco a poco
se fue alejando de su maestro. Quizá en un primer momento le quería un poco,
pero después ya no lo quería y seguramente le cansaba y hartaba todo lo que el
Señor le decía para que sea bueno.
Quizá
en un momento pensó que estaba en su derecho, sin darse cuenta que la traición
había empezado ya. Luego pasó lo que pasó y así quedó para la historia.
Para
no traicionar hay que amar con fuerza. El amor lleva naturalmente a la
comunicación. Esta se hace mucho más fluida y así se aprende más. El interés
que suscita el amor motiva el querer saber. Lo contrario es la falta de interés
y el aburrimiento. El amor auténtico es lo único que cura y luego fortalece al
corazón para tener una vida coherente que sea respetable.
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