Espacios de libertad
LA
DISTANCIA PRUDENTE EN EL HOGAR
La
casa debe ser el lugar de la libertad donde las virtudes encuentran su mejor
coordinación para desarrollarse bien y se pueda vivir con la paz que da la
exigencia para ser mejor. Cuando el hombre se esmera en ser bueno, con la ayuda
de su familia, conquista para su
casa y para la sociedad los valores más importantes para ser feliz. En el hogar
cada uno debe ser respetado y querido tal como es, teniendo en cuenta que todos
en la familia deben dar lo mejor de sí y
ayudarse mutuamente para eso.
Para
que estos requerimientos se cumplan es necesario que existan en la casa los
espacios de libertad convenientes. No es acertado pensar que en la casa todos
deben hacer lo mismo o participar en los mismos ambientes, o estar todo el día
juntos. Los niños tendrán sus espacios para jugar de forma adecuada y ordenada,
los mayores la independencia que es indispensable para que puedan cumplir con
su papel dentro del hogar. También son necesarios los espacios para las mujeres
y para los hombres por separado. Se requiere de una organización con acuerdos
establecidos en cada familia concreta. No existen moldes ni modelos únicos.
Cada familia tiene sus particularidades y diferencias, su propio estilo y
personalidad.
Los
espacios de libertad crean una suerte de distancia, que es conveniente y
saludable. El padre de familia que trabaja en su escritorio y todos los demás
de la casa contribuyen con el silencio y entienden que esa distancia es
necesaria para la armonía familiar, o la mamá que está en la cocina preparando
algo y los chicos entienden que no pueden meterse allí para interrumpirla, así
respetan la distancia que se produce en esos momentos; o los padres cuando
conversan entre ellos y están en su cuarto sin que los hijos estén allí
presentes, o el marido que recibe la visita de un amigo y quiere conversar a
solas con él, o la mujer que recibe a sus amigas. Estos espacios deben darse en
un clima de armonía y comprensión. No deben ser impuestos, surgen de una
acertada formación en las virtudes humanas.
También
se pueden establecer distancias en los horarios para que los chicos no
coincidan en las comidas con los abuelos u otros parientes mayores; sin embargo,
en otros momentos, sobre todo en los días de fiesta, o cuando se tiene alguna
celebración en casa, podría ser muy bueno que coman todos juntos.
Las
reuniones familiares deben darse en espacios de libertad para todos; allí cada
uno es aceptado y querido como es. Para eso se requiere, por parte de todos, mucho espíritu de sacrificio para que se forme en
cada uno, especialmente en los más
jóvenes, el hábito de servir a los demás, cuidando de que nadie se vuelva
engreído o egoísta en su propia casa.
Lo
contario sería el caos y la informalidad que suelen generar desórdenes, falta
de disciplina y de virtudes: egoísmos,
peleas, falta de comunicación, o ridículos engreimientos con conductas preocupantes.
La
ausencia de virtudes humanas en las personas puede convertir a la casa en un “local” desordenado donde cada uno va a
lo suyo y todos se pelean porque nadie quiere ceder a favor del otro. Entonces
la casa sería solo un espacio o techo
para cobijarse y luego salir corriendo a la calle, para encontrar la libertad y
la felicidad que todos buscan.
Cuando
vemos que una sociedad desordenada se dedica solo a “tapar huecos” tratando de
arreglar los desórdenes que se han producido por falta de organización, observamos
también que en muchas familias
ocurre lo mismo. La permisividad de unos padres que quieren contentar a
sus hijos es nociva para la vida familiar y para el desarrollo de las virtudes
en cada uno. Cuando los padres, por no
contristar, ceden y pierden autoridad, la vida de familia se desvanece. Si esto ocurre, todos
pierden.
¿Quién
no recuerda años atrás, cuando formábamos filas en el patio del colegio, antes
de entrar en la clase, el profesor decía, con voz militar: ¡distancia! y estirábamos el brazo convenientemente,
luego añadía: ¡firmes! y lo bajábamos de modo marcial para
quedarnos en una posición de atención? En el hogar es indispensable esa
distancia del otro y de los otros para encontrar los espacios de libertad que
toda persona necesita para vivir.
La
vida de familia no son solo las reuniones familiares, éstas además, cuando no hay un buen entendimiento entre
todos, podrían resultar cargantes. La buena relación en la casa se logra
con el auténtico amor que se tiene por el otro: nos interesa cómo está, que le pasa, cómo le fue en su trabajo, si le
duele algo. Si es así, nos
interesan realmente sus cosas y
nos parecen maravillosos sus logros, valoramos los esfuerzos que hacen y
los consideramos importantes. Es entonces cuando surge natural apoyarlos en
todo y lógicamente hablamos bien de ellos y con más firmeza y convicción cuando
no están presentes.
En
todos los hogares se deben respetar los espacios que cada uno necesita y nadie
debería violar esos derechos.
Estar en la misma familia no significa coger sin más las cosas de los demás, o
querer averiguar con astucia la intimidad del otro: abrir cajones o armarios ajenos, meterse en el correo del otro sin su
consentimiento, escuchar por el anexo conversaciones sin que el otro se de
cuenta. Estas acciones están reñidas con las virtudes humanas y además deterioran y
entorpecen las relaciones con los seres queridos.
La
confianza siempre se inspira, con ella se consigue que en el hogar exista la trasparencia
ideal para todo lo que se pueda contar en los ámbitos familiares.
La
casa debe el mejor espacio de libertad para la toma de las decisiones más
importantes de la vida. Nadie se debe sentir presionado. Qué bien viene a la
hora de decidir escuchar los consejos y las advertencias de los que nos quieren
más. Esas intervenciones en casa no quitan la libertad, son más bien una ayuda para ser más libres. Gracias a
estos ambientes, de amor auténtico en el hogar, muchos podrán decir: “yo soy la persona más libre del mundo,
porque me siento my querida en mi casa”
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