En el umbral de la Navidad
LOS ADORNOS Y LA VIDA
Los Adornos suelen ser bonitos y embellecedores de los
ambientes y de las personas. A todo el mundo le gusta que las cosas estén adornadas convenientemente y de acuerdo a las
circunstancias del momento, hay adornos perennes como los que se colocan para
los acabados de las casas y en los edificios y otros que son solo para el
momento, como las luces de colores en la Navidad o las banderas en fiestas
patrias. Las personas también se adornan de acuerdo a sus gustos y a las ocasiones.
Unos más y otros menos. Hay adornos caros y baratos, de fantasía y originales.
Indudablemente forman parte de la vida de los seres humanos y están presentes en todas la civilizaciones.
En el último mes del año las calles en todo el mundo se adornan con motivos
navideños:
el pesebre, el árbol, la estrella, las luces de
colores. Todo se saludan deseándose paz y prosperidad, quieren
estar felices en la Navidad y esperan que el año siguiente sea mucho mejor. Es un tiempo de esperanza.
Las tiendas y mercados aprovechan la ocasión para hacer ofertas y conseguir multiplicar el número de clientes. A las grandes mayorías les gusta gastar para regalar. El hombre se siente
bien cuando regala y la Navidad es una oportunidad para hacerlo. Además como las campañas navideñas están dirigidas sentimiento de compasión por el niño que no tiene nada, el que es huérfano, o el que está enfermo, o tiene alguna deficiencia, y es así como se organizan los
repartos de las empresas y de las instituciones, todos quieren ayudar,
ser solidarios, poner algo de su parte. Todos tenemos que admitir que en esos
sentimientos personales pueden mezclarse la nobleza con la vanidad. Una mezcla
que parece rara pero no lo es tanto. La gente busca que le pongan el sello de
que ayudó y que le aprueben la rectitud de
su sentimiento, que supo decir "pobrecito" a tiempo, (sin que importen sus egoísmos habituales) y alcanzar la dádiva con el consenso intenso y sentimental de las grandes mayorías, apoyadas también, para esas ocasiones, por el poder mediático. Hay una suerte de aprobación global que respalda esos sentimientos sin tocar las conductas
habituales de las personas.
Muchos piensan que tienen un papel innato para
colalaborar con la Navidad de los más necesitados. Esta
sociología de le época entrega a todos credenciales de generosidad, todos están de acuerdo, a ninguno se le ocurre cuestionar al que
tenga ganas de ser una especie de Papa Noel bondadoso. De vez en cuando sale
una película cargando las tintas con esos
matices de solidaridad navideña. Todo se ve muy correcto y acertado.
Una advertencia oportuna para que todo sea mucho mejor
En honor a la verdad faltaría una advertencia para algo que tendría que ser lo más importante: la mejora real de cada persona, y lo más importante también para estos tiempos de Navidad. Así como se espera la llegada del Redentor, en muchos hogares se
espera también la mejora de las personas. Si se apuntase allí, todo sería mucho mejor y contribuiría con la felicidad de muchos más. ¿Qué se podría decir de un familiar que se porta
habitualmente mal y que en la Navidad hace grandes regalos a los pobres? ¿Qué diríamos nosotros de un corrupto que hace una gran campaña navideña de ayuda social? ¿y del que coloca muchos adornos navideños con la clara intención de ganar dinero y punto?
Dentro de este mundo tan complejo encontramos variadas y
complicadas intenciones: por ejemplo, no son pocas, las personas que adornan
las calles y las tiendas buscando clientes para sus ganancias y otros que hacen
regalos buscando recrear sus sentimientos con una obra filantrópica que los llena de satisfacción. También son muchos los que desean salir
en la foto de la Teletón para que se vea lo buenos que
son, y otros envían tarjetas con panteones, canastas
y buenos regalos para recibir consideraciones y compensaciones de ciertas
personas escogidas. Esta vanidad está bien metida en los donantes. Qué difícil es encontrar personas que no
busquen ninguna recompensa y quieran pasar desapercibidas. Que cumplan con el
consejo evangélico: "que no sepa tu mano
izquierda lo que das con la derecha"
La protección y difusión del arte religioso de tradición milenaria, se ha convertido para algunos en una suerte de
negocio con intenciones puramente materialistas. El sentido religioso de esas
obras se ha perdido casi en su totalidad. Ya no se ve la devoción a Dios, se ve el cuidado por conservar un patrimonio
cultural. La fiesta ya no son para rezar sino para vivir una tradición ancestral y disfrutar de todos los sucedáneos: comidas, bebidas, costumbres, desplazamientos,
folklore, etc. Esta falta de sentido es
preocupante. Muchos no saben ni lo que celebran, ni el significado de las
cosas. Hay un acuerdo tácito sin mayores planteamientos,
para la organización de las grandes fiestas en las
ciudades y en los pueblos, pareciera que para las grandes mayorías lo único que interesa es el placer del
sentimiento para darse el gusto de disfrutar con las costumbres típicas de cada lugar.
Lamentablemente en muchas ciudades podemos encontrar
personas que se sienten felices
repartiendo drogas para contentar a sus amigos, o promoviendo una buena
borrachera, sin medir los efectos negativos que pueden destruir la armonía de un hogar y hasta la vida de las personas. El costo y la repercusión moral de esas acciones impropias y desedificantes
parece que no importa mucho. La sociedad
ha entrado en una especie de ezquizofrenia.
La pérdica de conciencia crea automáticamente una incapacidad en las personas y una
inseguridad social que se va extendiendo cada día a más ambientes. Esta realidad se puede
apreciar en las mejores ciudades. Los
psiquiatras cada vez tienen más trabajo tratando de sacar
adelante a las personas que "han cruzado los chicotes" porque han
perdido, casi sin darse cuenta, el sentido de la vida.
El ser humano tiene necesidad de encontrar el sentido que
tienen las cosas y vivir de acuerdo a una jerarquía de valores real y no imaginaria o virtual. Los adornos y todo
lo que se ponga para resaltar algo deben tener un fundamento real. No se
celebra por celebrar, se celebra por algo. Las calles no se adornan porque toca
adornarlas, se adornan por algo importante, algo que va a suceder y que se
quiere resaltar.
La Navidad tiene un único sentido: recordar el nacimiento del Redentor, del que nos
viene a salvar de la esclavitud del pecado y nos quiere llevar al Cielo que es
el lugar de la felicidad eterna. La Navidad es la alegría de recibir a Dios en nuestros hogares y en nuestros corazones,
es una fiesta que exige una buena preparación. Si se adornan las calles y las casas, antes es necesario
purificar y adornar bien el alma, para que allí pueda entrar Dios. Los regalos a los pobres y más necesitado van en armonía con la limpieza del alma de la persona donante. Es más, el pobre necesita más de la limpieza de nuestra alma que de la dádiva o regalo que podamos alcanzarle. Nosotros estaremos
mucho más contentos si logramos una mejora
interior que si hacemos un regalo material. Esto se entiende bien cuando nos
referimos a nuestros seres queridos, una madre prefiere que su hijo mejore
realmente en su conducta que recibir de él un regalo, que por muy bueno que sea; en algunos casos éste podría ser una escusa o una tapadera,
para cubrir algo que no se quiere enseñar o para seguir viviendo
de una manera desordenada. Regalar a alguien la mejoría de la conducta tiene mucha más categoría que los regalos materiales. La
Navidad es un tiempo para mejorar la conducta personal y convertirse en el
mejor regalo para que mejoren las relaciones humanas, sobre todo dentro de la
propia familia.
Es necesario devolverle a las fiestas el sentido auténtico que deben tener para que las personas conozcan bien
los motivos de fondo para las celebraciones. Que los adornos navideños de las casas y de las calles reflejen realmente, en
cada uno, la alegría de la llegada del Niño Dios a la tierra.
¡Felices Fiestas de Navidad!
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