Cuando suenan las campanas
LAS TORMENTAS DEL ESPÍRITU SANTO
El
Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad y tiene como
misión fortalecer con el amor los corazones de los hombres. Con su asistencia
se combinan perfectamente la fortaleza con el amor. Lo recibimos con el
sacramento de la Confirmación que nos hace soldados de Cristo. Los católicos
somos combatientes desde el Papa hasta el último bautizado.
Las
intervenciones del Espíritu Santo en la Sagrada Escritura están llenas de
fortaleza y decisión. En “Los hechos de
los apóstoles” se describe la
llegada del Espíritu Santo el día de Pentecostés
cuando estaban reunidos los apóstoles. Se habla de un “viento impetuoso”, algo
que llega con fuerza y los entusiasma, se pusieron como “borrachos” y
recibieron un “don de lenguas” para predicar la verdad y convertir a miles que
fueron contagiados por ellos en un instante.
Estas
manifestaciones, llenas de algarabía y entusiasmo, las hemos visto innumerables
veces en torno al Papa. Hoy con la televisión se pueden ver los rostros de
miles que vibran al unísono, plegarias fervientes, lagrimas que corren por las
mejillas, silencios impactantes. Una conducta global que refleja la presencia
de algo sobrenatural.
Sin
ir muy lejos en el último mes hemos visto el espaldarazo que le ha dado el Espíritu Santo al Papa que propuso el
año de la fe. Parece que Dios ha querido remover la fe de la gente consiguiendo
que todo el mundo mire a la Iglesia. Creyentes y no creyentes han estado
pendientes.
Se
han escuchado comentarios de todo tipo, a favor y en contra. Las críticas de
los temas espinosos se pusieron nuevamente sobre el tapete porque hay un mundo
que se resiste al querer de Dios y ve a la Iglesia como enemiga de la libertad
y ambiciosa de poder. Se repite lo que pasó con Cristo que atraía a multitudes
y terminó crucificado por una brutal oposición de unos cuantos a la doctrina
que predicaba. Sin embargo la Iglesia no terminó, al contrario fue creciendo
con las adversidades y dificultades de las distintas épocas. Stalin decía que en un minuto podría destruir en Vaticano y no lo
consiguió. A la Iglesia la protege el Espíritu Santo.
El
pasado 11 de febrero, en la fiesta de la
Virgen de Lourdes, el Papa Benedicto XVI anunció su renuncia. Para todos
fue una gran sorpresa. Nadie se imaginaba que un Papa pudiera renunciar.
Benedicto XVI lo hizo motivado por el Espíritu Santo, (tomo la decisión
rezando) y se produjo un remezón en toda la Iglesia, incluso hubo ese mismo día
un rayo que tocó la cúpula de San Pedro.
En
todo este tiempo, desde el anuncio de la
renuncia, las expectativas se han multiplicado mientras la Iglesia
continuaba con los procedimientos de rigor para estas ocasiones. Cuando
llegaron los días del cónclave Roma se llenó de peregrinos y turistas. Todos
esperando la fumata blanca. En esa
espera, llena de confianza y de fe, se veía también la actuación del Espíritu
Santo, motivando la oración y la esperanza de los fieles. Era la seguridad de
que vendría el Papa que la Iglesia necesitaba. El cónclave fue corto pero la
espera fue larga. En esa hora, cuando ya había sido la fumata blanca, todos
estaban contentos, y todavía no conocían el nombre del nuevo Papa, se veía en
la plaza San Pedro la fe de la Iglesia en todo el mundo. Creer sin ver, que
venga el Papa que sea, que será el mejor sin dudas y cuando salió todo el mundo
saltaba de júbilo, nadie se sentía perdedor o desanimado. La mayoría no lo
conocía, pero era igual, se trataba del Papa, del Vice Cristo en la tierra. Qué clara se veía la actuación del
Espíritu Santo.
Cuando
el nuevo Papa sonriente empieza a hablar los mismos periodistas que narraban el
acontecimiento estaban bastante emocionados. En ese instante se repetían las
manifestaciones divinas motivadas por el Espíritu Santo en el nuevo Papa y en
su pueblo. El Papa dice: vamos a rezar todos y el pueblo reza fervorosamente.
Después de la algarabía bulliciosa de los hurras
viene el silencio profundo e impresionante de la oración. Hay un minuto de
conversación con Dios verdaderamente electrizante. Recordó a la Vigilia que
tuvo el Papa Benedicto XVI en la Jornada de la Juventud de Madrid, cuando
después de la tormenta que trajo lluvia y viento todos permanecieron junto al
Papa rezando, en un profundo silencio, arrodillados en el suelo mojado frente a
la Eucaristía.
Estas
manifestaciones multitudinarias con la presencia de lo divino enseñan también a
desenvolverse en la vida. Estamos en un mundo donde hay constantes tormentas que
son sorpresivas y se mezclan con otros momentos de algarabía por cosas que alegran,
y de pronto, en medio de todo eso, hay que parar para rezar profundamente. El Papa Benedicto XVI pasó de los
ajetreos de la silla de Pedro a la
quietud de la oración, para pedirle a Dios por la Iglesia, que sea para todos el arca de la salvación.
El
Espíritu Santo nos está diciendo en el año de la fe: ¡Stop! Para un poco para que veas tu vida,
¿cómo es tu fe? y no te juegues la oferta de la vida eterna, que es lo que
constantemente nos recuerda la Iglesia.
Que
el Espíritu Santo nos ayude a vivir muy bien la Semana Santa y que sea una
ocasión para transformar nuestras vidas hacia el querer de Dios.
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