El
Papa que la Iglesia necesita
UNA
LUZ SOBRE LA FE
Pudiera
parecer un poco atrevido el título de este artículo si es que se pretendiera
poner luz sobre la luz , ya que la fe es la virtud que trae la luz a los
entendimientos humanos. No es esa nuestra intención sino más bien tratar de
explicar la potente luz que ha llegado, gracias
a las circunstancias actuales: renuncia del Papa, cónclave y elección del nuevo
Pontífice, para que podamos ver cómo está la fe de los cristianos en estos
momentos históricos.
El
mismo Papa que declara el año de la fe le da un espaldarazo a la fe con su renuncia y consigue que todo el mundo
mire a la Iglesia y a los católicos; una demostración más de la unión
intrínseca e inseparable entre la fe de los hombres y la Iglesia. Quienes
pretendían separar la fe de la Iglesia se han visto sorprendidos por esta
arrolladora realidad de los acontecimientos: todos pendientes e interesados. ¿por qué tanto interés?
El
interés por lo que pasa en la Iglesia sirve de espejo para que cada uno vea su
relación con la Iglesia y con la fe que profesa, o ¿a qué le llama fe? ¿Es
posible una fe al margen de la Iglesia fundada por el mismo Cristo para cuidar
y proteger la fe en todos los tiempos?
Dentro
de este cuadro de interés y expectativa mundial, por lo que pasa en la Iglesia,
pudimos observar que cuando la sede de Pedro está vacante unos rezaron
intensamente y otros hablaron constantemente. Se cruzaron el silencio de la
oración con la bulla del parloteo de
quienes opinaban a lo humano los asuntos divinos.
Rezan
los que tienen fe en un Dios que escucha y cuenta con las oraciones de los
hombres. Ellos están convencidos de que el futuro de la Iglesia, como siempre, está en manos de Dios y
que por lo tanto el nuevo Papa ha sido enviado por Dios.
Los
que no rezan suelen aumentar, en estas ocasiones, el volumen de una verborrea tejida con conjeturas de un
inducido “sentir popular” transmitido
por el poder mediático y así opinan de cualquier manera. Leen, con cierta curiosidad, las noticias escandalosas y las repiten por doquier
como si fueran “actos de fe”, con un dogmatismo
subjetivo de una terca y atrevida cerrazón. Así son los atrevimientos del
que no reza y quiere “humanizar” los asuntos divinos.
Un
“prestigioso” periodista se atrevió a decir, hace unos días, recogiendo
opiniones de cuestionados personajes eclesiásticos, que el nuevo Papa
debería extraer de la Biblia todo lo que pueda ser confrontacional y dejar lo
que pueda contentar a todos; ¡menudo
disparate! , otro opinó, muy orondo,
que si el nuevo Papa eliminaba el celibato de los clérigos se solucionarían los
problemas sexuales que acosan a la Iglesia, una opinión que evidencia un
desconocimiento de la realidad.
En
estos días se volvieron a poner sobre el tapete temas como la despenalización
del aborto, la píldora del día siguiente o la legalización de las bodas entre
homosexuales, el retiro de los crucifijos o la prohibición de la libertad de
culto en los colegios, etc. Temas, que algunos comunicadores mediáticos mueven
para poder vender y los políticos ambiciosos inclinan sus balanzas buscando los
votos, sin importarles si aquello es bueno o malo para las personas y la
sociedad.
Gracias
a la Providencia la luz sobre la fe
de los hombres pone en evidencia muchas cosas. Lo más grave, y que muchos no perciben, es el rechazo
de la oferta de la vida de eterna felicidad. Este sí es un grave peligro para la humanidad.
La
fe no es una creencia individual y subjetiva de lo que a uno le da la gana, ni
tampoco el respeto y la tolerancia por algo que uno cree y defiende. Estas son
más bien distorsiones que podrían llevar a una miopía y hasta una ceguera que
impediría conocer la verdad. Si no se acierta en la fe uno se juega la Vida y
la de los demás.
En
la definición de fe está muy claro: creer
en lo que Dios nos ha revelado. No basta creer en Dios, es necesario creer
a Dios y para creer a Dios está la Iglesia como encargada, y asistida por el
Espíritu Santo, para transmitirnos la fe en su pureza e integridad.
Quien
ha pretendido separar a Cristo de Iglesia y opina, en esta coyuntura histórica, que el nuevo Papa debería ser más
pastoral y abandonar los rituales y las exigencias de la doctrina moral Iglesia,
está demostrando un desconocimiento total de las verdades de la fe que Dios ha
revelado, que están en las Sagradas Escrituras y que la Iglesia enseña en su
Magisterio universal. Verdades que son para todas las épocas y no pueden
cambiar. Un Papa es pastoral
porque transmite con su palabra y su vida las verdades de fe que Jesucristo
dejó en la Iglesia.
El
Buen Pastor no es el que facilita las cosas por la llegada que tiene con la
gente, es más bien el que sabe transmitir la verdad, porque convence con la autenticidad de su vida yendo por
delante y abriendo camino para que todos puedan encontrarse con Dios.
La
Iglesia, con el Papa a la cabeza,
tiene el mandato que Cristo les dio a los apóstoles para enseñar el camino de la
verdad a todos, aunque se tenga que ir contracorriente. Cuando se pierde el
sentido cristiano de la vida el hombre se descamina y puede convertirse en
enemigo de Dios. Es fácil ver, en nuestro tiempo, y en otras épocas,
que la Iglesia siempre ha sido
atacada por las insidias de enemigo que quiere destruirla. En su historia
milenaria no son pocos los que han aceptado el martirio, como ocurrió con Jesucristo, entregando la vida para defender la fe.
Jesucristo era comunicativo, llegaba a la gente y las multitudes lo seguían, pero
por decir la verdad fue sentenciado a morir en la Cruz.
El
nuevo Papa Francisco es defensor de la doctrina de la Iglesia y llevará la
barca de Pedro a buen puerto porque además está asistido por el Espíritu Santo.
El
cónclave fue corto pero la espera fue larga. En esa hora, cuando ya había salido el humo blanco, todos estaban contentos y entusiasmados sin conocer todavía el
nombre del nuevo Papa. Se veía en la plaza San Pedro la fe de la Iglesia en
todo el mundo. Creer sin ver, todos estaban aceptando el Papa que sea, que
sería el mejor sin dudas. Cuando el Papa argentino salió por el balcón todo el
mundo saltaba de júbilo, nadie se sentía perdedor o desanimado. La mayoría no
lo conocía, pero era igual, se trataba del Papa, del Vice Cristo en la tierra. Qué clara se veía la actuación del Espíritu
Santo, una luz sobre la fe de los hombres en el año de la fe.
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