El jefe que sube, se aleja y se pierde
EL
JEFE DISTANTE
Cuidar
la cabeza y el corazón, las facultades
principales del hombre, es un deber de todos y especialmente de las
autoridades o jefes, que tienen una potestad de mando sobre unos súbditos que
dependen de él. El cuidado de esas facultades permite que éstas se pongan al
servicio de las personas con una multiplicación de detalles que tendrían que
ser la expresión de un verdadero aprecio. Las autoridades viven una alegría
indescriptible cuando logran estar al lado de sus súbditos y éstos también
gozan con la solicitud del jefe cercano.
La
cercanía entre las personas, que es
fundamental para que las relaciones sean armoniosas y acertadas, depende en
gran parte del que hace cabeza.
La
cercanía de un jefe es consecuencia cultivo de su interioridad y no de factores
externos o de estrategias protocolares. La riqueza interior de una autoridad es
la que trasciende para influir positivamente en los súbditos con una proyección
a otras personas, que pueden ver y disfrutar de la belleza de esas relaciones humanas.
No existe una fidelidad sin
caridad
Los
protocolos de la oficialidad no engendran amistad, o dicho en otras palabras:
tienen más importancia las relaciones humanas naturales y auténticas que los
mejores protocolos del mundo. Pueden ser compatibles el buen trato y los
protocolos: un buen jefe, que quiera y
trate bien a la gente, podría respetar cuidadosamente los protocolos. En
cambio, si falta amistad y cercanía, los protocolos podrían convertirse en algo
molesto que aleje a los súbditos del
jefe. Si hay ausencia de amor, las disposiciones y criterios para lo que se debe hacer, podrían
entrar en el campo de las manías y volverse contraproducentes.
Si
el buen pastor pierde el amor a las ovejas, se convierte en el mercenario que
ya no está dispuesto a salir para buscar a la oveja centésima; y las que están
en el redil ya no quieren escuchar su voz. Si el amor del buen pastor crece,
tendrá más cercanía a sus ovejas, porque al quererlas de verdad, no pondrá la distancia del status de su potestad.
Es
penoso ver a una persona que ha recibido un puesto de mando, alejarse de la
gente porque cree que debe ponerse cierta distancia, por la investidura de su
cargo. Quizá, en un primer momento, por
la inexperiencia, podría pensar que es más eficaz no bajar al llano y
permanecer en cierto “status” atendiendo asuntos “más importantes” Cree que así está mejor resguardado, para
no tener que dar respuestas inmediatas o precipitadas a las impertinencias de
los espontáneos, pero a la larga, si
sigue así, la vida le hará ver, con
dolor, el costo de esa desacertada determinación.
El
Papa Francisco, en el inicio de su Pontificado, ha marcado unas pautas muy
claras haciéndonos ver a todos que la autoridad no debe rodearse de exquisiteces
y privilegios, y debe estar siempre al servicio de los demás. No debería
sentirse superior, porque eso le haría perder el prestigio para conducir a su
gente.
El que tiene un cargo debe
bajar y no subir
El
orgullo hace perder la cabeza y las amistades. Las personas se alejan del que
se pone por encima. Cuando una autoridad no ha sabido cosechar amistades con
sus propias virtudes, al dejar el cargo suele caer en un vacío existencial y en
una amarga soledad. Sin amigos que de verdad le aprecien.
No
es cierto que se esté cuidando bien a las personas si no se percibe al mismo
tiempo una cosecha real de amistades auténticas. La oficialidad sin amistad es un engaño. Cuando lo quieren
porque está en el cargo, o porque la persona representa algo importante para
ellos en un momento determinado. En estos casos, que
podrían ser los habituales, los que se acercan no lo hacen por la persona. En
el mundo muchos se acercan a un jefe
por lo que representa para ellos, o para poder conseguir algún beneficio en ese
momento.
Está
claro que la autoridad como tal puede representar algo más importante que su
propia persona y esta circunstancia hace que muchos se le acerquen
interesadamente. Pero esto no quita que el jefe
cultive, al mismo tiempo y con verdadero
esmero, el amor de amistad. Es
más, la amistad debe estar en la esencia de la autoridad. Una autoridad si
amigos reales es un esqueleto.
Me
contaba un amigo recién jubilado de su trabajo que en las últimas Navidades no
había recibido ni siquiera una tarjeta de felicitación. En cambio, antes, cuando era jefe, recibía varias canastas
navideñas y muchos regalos en su casa. Ahora se sentía solo porque no supo
cultivar la amistad, aunque tuvo a lado a mucha gente que lo “trataba muy bien”
y elogiaban su trabajo.
Hace
años, cuando fui capellán de una institución militar un cadete me decía que
tenía muchos amigos con los que se divertía todos los fines de semana. Un día
se enfermó y fue internado en el hospital. Me contaba que se había sentido
defraudado de sus amigos porque ninguno lo fue a ver cuando estaba enfermo. No sabía lo que era la amistad.
La ambición y vanidad del
que manda
Uno
puede perder la cabeza por locura, por enfado y también porque se “le suben los humos” La soberbia es peor cuando es más alto
el honor. Cuanta vanidad se encierra en los jefes
que creen que mandan con autoridad y lo que provocan es el rechazo de las
personas que están a su cargo. Alguna vez se piensa que el mal está en los
súbditos y no en el jefe que tiene
más responsabilidad, y debe ser ejemplar
y cercano en el trato con su gente. No con el teatro de un “aparente buen trato” sino con verdadero
afecto y estima.
Hoy
vemos muchas autoridades que se “enriquecen” Entran sin dinero y salen avaros,
entran muy “humildes” y salen soberbios. Pero después, más adelante, caen en desgracia: solos y abandonados. Nadie los
busca, nadie los llama, dan pena.
Hoy
el Papa Francisco pone la voz de alerta para que las cosas materiales y los
puestos importantes no alejen a las personas entre si. Las ambiciones de una
carrera, cuando se trata de subir para
alcanzar una situación de privilegio, son más tentaciones que derechos.
El
mejor derecho que existe, (así
lo decía San Josemaría Escrivá a los que tenían vocación de servicio), es el derecho de no tener derechos. La autoridad que entienda bien este
derecho conseguirá que su entendimiento reluzca como un lucero y
conquistará grandes espacios de libertad, para ejercer el mando con la eficacia
de la caridad en el ejercicio de su potestad, para el bien de sus súbditos y la alegría de todos.
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