EL
AMOR A LA AUTORIDAD
Muchos
han olvidado que el amor a la autoridad está mandado por el 4to. mandamiento de
la Ley de Dios. Está en la misma dirección que el amor a los padres. Es más
fácil entender que un hijo debe amar siempre a sus padres, aunque estos se porten mal, que un subordinado a la autoridad.
Mucha
gente ve con recelo a la autoridad y al poder. Les parece que de deben ponerse
a distancia para no dejarse influenciar y que no tenga la posibilidad de mandar.
La autoridad que manda parece abusiva, vertical y utilitarista. Muchos suelen
ponerse en el extremo contrario de sus jefes, creyendo que el papel que les
toca es fiscalizarlos, para criticar cualquier desorden que cometan; levantan
la voz alerta con un prejuicio negativo contra ellos. Se trata, en la mayoría de los casos, de una reacción voluntarista, generada, por una mentalidad “democrática”, que acepta, dentro de una sociedad relativista, la autonomía de la conciencia,
como un derecho inalienable que toda persona debe tener. Este modo de pensar es
también el resultado del influjo del poder mediático que crea un consenso
colectivo en ese sentido.
En
muchos ambientes del mundo contemporáneo la inteligencia no está al servicio de
la verdad sino del voluntarismo, con
un consenso que podría denominarse el
sentir del pueblo o la voluntad de las mayorías. Como si la moral la
dictaran los hombres que establecen unos criterios de “liberalidad” sin tener en cuenta la objetividad de la verdad.
La
verdad no debería modificarse por una subjetividad, permisiva y pragmática, acomodada a circunstancias personales o
coyunturales de los individuos, que además generan diversos grados de
injusticia entre los seres humanos. El egoísmo, por muy pequeño que sea, y la
mentira, dañan las relaciones humanas. En cambio la verdad libera y une; hay que defenderla sin miedo porque está
a favor de todos. La verdad necesita de la autoridad que ayuda a evitar el mal
y a conquistar el bien. Ese es su papel.
¿Por qué se rechaza a la
autoridad?
Para
algunos el concepto de autoridad parece monstruoso, está más cerca de la
tiranía o de la dictadura de un hombre “malo” que de la bondad y dulzura del
bueno y comprensivo. Lo cierto es que cuando falta autoridad todos desean que
se ponga mano dura y cuando ésta
actúa decididamente, la rechazan y la quieren revocar.
Hay
quienes tienen miedo a la autoridad, prefieren no acercarse y guardan unos “respetos” hipócritas. Se colocan a una prudente
distancia para no comprometerse y evitar que les salpique cualquier llamada de atención.
Estos
miedos o distancias podrían haber tenido su origen en las injusticias que se
cometieron al elegir a los que deben ocupar puestos de mando, unos porque pagaron, otros por “tarjetazos”,
también por nepotismos o tráficos de influencia. También pudieron generarse
por los abusos o maltratos de los mismos jefes,
que tienen un poder, y la suerte de los subordinados depende de ellos.
En
nuestra sociedad, no son pocos los que viven angustiados y en tensión
soportando a unos jefes injustos que
lesionan día a día la vida personal y familiar de sus subordinados, bien porque
los explotan o porque no les importa nada la vida de ellos.
En
muchos casos, el bellísimo concepto de autoridad, escrito en los manuales de moral, no se parece en nada a la conducta cruel y agresiva, de algunos
jefes indeseables.
El respeto y el amor a la
autoridad
A
pesar de todo esto, la crítica, la fiscalización y la revocación de la
autoridad, no es el sistema más inteligente para lograr que los jefes sean
personas sensatas e idóneas. Además, cualquiera puede darse cuenta que toda persona debe
tener en su corazón un espacio para amar a la autoridad. Este derecho está
inherente en la antropología del ser humano.
Así
como el problema de la delincuencia no se resuelve con construir más cárceles o
en poner sistemas de control más eficientes, sino con una educación más eficaz,
así igualmente tendremos mejores autoridades cuando se enseñe y se motive, desde la infancia, lo grandioso que es
servir a los demás. Mandar debe ser servir. La autoridad debe sentirse
servidora en todo momento.
El cuarto mandamiento de la
ley de Dios
Con
la explicación del cuarto mandamiento se entiende todo. El hombre debe amar a
sus padres y a las autoridades para que sea feliz (nadie se puede escapar de esta verdad diciendo que conoce a gente muy
feliz que no ama a sus padres y a las autoridades. Las excepciones existen,
pero no es inteligente usar ese camino para encontrar la solución). El
camino de la educación es una magnífica autopista y el de la excepción es muy
peligroso e inseguro. Además el que ama a sus padres siempre es más feliz que
los que no lo pueden amar. Es un
poco trágico para una persona no poder amar a sus padres y a las autoridades.
La
ruptura del amor a Dios resquebraja la afectividad familiar, debilita por
completo el corazón de las personas. Se cuelan en él, sentimientos encontrados
que combinan la dureza de un egoísmo con el sentimentalismo de unos afectos tan
desordenados como efímeros, que dominan a las personas y las hacen sufrir.
Este
amor de paso, que dura poco y es
ajeno al compromiso estable, contamina la libertad hasta eliminarla del todo; con
los años crece una costra impenetrable, donde se pierde la ternura y el hilar
fino en las relaciones humanas y luego todo parece pesado y negativo en la vida.
Se pasa a vivir con una pesadez que no se termina y que pone a la persona en el
borde de la angustia y de la desesperación.
El
amor siempre se puede recomponer, basta la buena voluntad para seguir luchando,
sin abandonarse ni “tirar la toalla”. Siempre
se debe levantar la cabeza para mirar que hay un Dios muy grande, que no solo
saca del hoyo a las personas, sino que también procura los medios para que se
pueda ir a mucha altura, hacia la conquista del bien que todos necesitan para
ser felices de verdad.
Agradecemos sus
comentarios.
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