La complicación
de la terquedad y la envidia
JALISCO
COLÓ EL MOSQUITO
Se
le dice Jalisco al terco que siempre quiere tener la razón aunque se le
presenten pruebas contundentes contrarias a sus argumentos. Lo peor es que no
son solo sus argumentos los que defiende a rabiar, le busca 5 pies al gato para
bajarse lo que otro propone diciendo que está mal todo por una nimiedad que no
merece ni la más mínima consideración.
Los
“Jaliscos” suelen ser personas con
poco éxito que tocan campanas para que les hagan caso y que todos piensen que
la “genialidad” de sus argumentos es lo que les hace disentir para no estar de
acuerdo y lo complican todo. Ellos
exigen que se cambien los planteamientos o se paralicen las obras, hasta que se
ajusten a lo que ellos estipulan.
Las pretensiones del
yo (presencia
de la vanidad)
Las
personas en general tienen muchos modos de llamar la atención, colar el mosquito es una forma. El
“Jalisco” es alguien especial que es calificado por su misma terquedad. El “Jalisco” siempre está colando el mosquito, está incordiando
por algo que no tiene demasiada importancia.
Los demás lo tienen fichado por sus maneras especiales de actuar y las consideraciones absurdas que hace.
Esos
personajes, un tanto pintorescos,
pueden llegar a pensar que tienen una suerte de vena artística y que son geniales; sin embargo sus planteamientos,
demasiado quisquillosos, no convencen
a la mayoría, se quedan en un laberinto de razonadas
que nadie acepta, y además son calificados de rarezas.
A
los “Jaliscos” que cuelan el mosquito, los vemos rodeados de un reducido público cautivo, personajes originales que llaman la atención por tener una personalidad
un tanto retraída y con
algunas dosis de resentimiento. Suelen
ser voluntaristas que se juntan
para intentar “crear” una verdad
distinta de la real, por el solo hecho de ser originales dando la contra con
una nimiedad. Suelen ser pocos y con una escasa capacidad para influir en
personas que no son de su cuerda.
En
los discursos de los Jaliscos abunda
el palabreo o el floro, como se dice hoy.
Engarzan una frase con otra y no terminan nunca, no saben aterrizar en algo concreto y claro, todo queda abierto y
desordenado, son divagaciones. En cambio cuando intervienen en los discursos
ajenos le buscan cinco pies al gato para
no estar de acuerdo. Antes de oir los argumentos ya están listos para oponerse.
Como
se puede ver son, al mismo tiempo,
oscuros en sus planteamientos y conflictivos para las propuestas de los otros.
Es difícil trabajar con ellos, aunque
algunos optan por seguirles la corriente y no hacerles ningún caso. Eso
les crea, lógicamente, una herida de
resentimiento y pasan a tomar distancia con determinadas personas.
El
no estar de acuerdo significa para ellos el capricho de no intervenir. Pretenden,
ante los demás, tener una imagen de perfil bajo, (“yo no tengo nada que ver”) sin embargo, desde ese ocultamiento
manejan los hilos para intervenir con testaferros o “sicarios” a quienes
motivan para que den la cara audazmente, haciéndoles ver tercamente, (como
buenos “jaliscos”) que ellos son los que deben intervenir.
Queman a otros y se quitan ellos.
La
terquedad es una sinrazón manejada por una razón
enferma de vanidad y con cierto complejo de inferioridad. El terco ataca cuando pretende defenderse y lo
hace con estrategias para que no se note. Al elaborar una argumentación pinta
una situación aparentemente coherente que en primera instancia podría
convencer. Luego pone los acentos en sitios indebidos y desconcierta a su
interlocutor. Acto seguido persuade para que se intervenga o no. Anima o
desanima a la actuación, de acuerdo a sus preferencias (él debe decidir quién
lo hace) y elige los modos, de acuerdo al procedimiento que él vea conveniente.
Es demasiado complicado para aclararse cara a los demás, a quienes, además
juzga, de un modo contundente y drástico.
La
Terquedad es una enfermedad de la voluntad. A la voluntad le falta capacidad
para detener el impulso. El terco no logra zafarse de sus ocurrencias
intempestivas y a la vez padece de la capacidad para decidir y pasar a los
hechos, se pierde en una nebulosa.
El terco no es capaz de valorar
las opiniones ajenas y se encierra sólo en aquello que él considera que es
correcto. Convivir con una persona terca es difícil, porque no se da cuenta que
la valoración de las opiniones de los demás es vital en la vida de cualquier
ser humano.
Colar el mosquito es una cita bíblica: “¡Guías
ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!” (Mateo 23:24) El Jalisco,
que es un terco que quiere tener
siempre la razón, se convierte en guía de ciegos. Está en una nebulosa
señalando siempre el mosquito insignificante como si fuere algo muy importante.
El mosquito que señala se convierte en una cortina de humo que impide ver lo
que realmente es importante, es entonces cuando se traga el camello.
El Jalisco que habitualmente para colando
el mosquito lo hace con terquedad y con un fuerte voluntarismo. Los que se unen
a él podrían pecar de lo mismo.
Esta decisión colectiva de colar el mosquito puede ser habitual. Los demás verán
el cuadro de unos señores de “ideas fijas” que son un poco raros por el descuadre que tienen con respecto a la realidad, que
no quieren cambiar, por nada, sus planteamientos. Lo peor de todo es que
continúan en su afán, con una cerrazón enfermiza.
Para que no
ocurran estas cosas es necesaria la educación desde la infancia. Al niño hay
que enseñarle a respetar y querer las opiniones de los demás y a ceder
habitualmente la suya por consideración con su prójimo. La familia es necesaria
para que el niño no se vaya en contra y para que no le salgan “alergias” a los
modos de ser o a las opiniones distintas de las personas.
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