“Amores” que
matan
“EDUCANDO” “joyitas”
Todos
los años se habla de la crisis de educación que existe en el Perú, con el
objeto de encontrar caminos para revertir la situación problemática y hasta
dramática en la que se encuentran muchos sectores educativos del país, que no
logran acertar en la formación de los educandos.
Aunque
en algunos puntos marginales hay avances significativos, parece que los
discursos de alarma, de las situaciones
más graves, continuarán por muchos años más. Tal como se están enfocando
las cosas, no hay manera de que “se coja
el toro por las astas” y se pongan los medios para encontrar las soluciones
definitivas.
Avances marginales
Quienes
tienen la responsabilidad de orientar la educación del país manejan sistemas, controles, evaluaciones, tratando
de corregir los errores que se cometen o de cambiar los sistemas obsoletos, que
ya no van para los tiempos actuales. En algunos lugares se emplean nuevas
estrategias, a modo de experimento. Existen muchas instituciones educativas que
son experimentales.
También
las autoridades educativas están dedicándose últimamente a conseguir una mejor capacitación
de los educadores, con evaluaciones a los
maestros, con el fin de tener un cuerpo docente idóneo para las tareas
pedagógicas.
En
el mundo pedagógico aparecen iniciativas para difundir la aprestación de escolares a través de técnicas modernas, de tal modo
que los niños puedan alcanzar, por
ejemplo, un lenguaje más fluido, una mejor comprensión de lecturas, o un
mejor desenvolvimiento en el grupo. A los niños se les hace saltar, bailar, jugar, participar; con
técnicas que combinan el entretenimiento con el aprendizaje.
A
los estudiantes mayores, en cambio, se les habla de liderazgo, de ser exitosos,
de la eficiencia profesional. Les dan charlas con motivaciones para éxito y la
competividad. Se les ofrece cursos especiales de capacitación en el país y en
el extranjero, donde se les facilita todo para que estén contentos, y luego se
les felicita por los logros alcanzados.
Las
graduaciones y felicitaciones se multiplican por doquier en todo el país, con
un despliegue de organización y celebración sin precedentes: toga, vestes, escenografía, brindis, con
la presencia de todo el personal académico y las familias. En los discursos
todo ha sido exitoso y de gran calidad. Se comparten parabienes y alabanzas en
un ambiente muy bien armado. Sin embargo, el contraste con la realidad es
alarmante: la educación continúa en crisis y el país crece en corrupción,
inseguridad y violencia.
También
encontramos en los ámbitos educativos los que se dedican a la construcción de
infraestructuras. Es fácil observar los grandes edificios que tienen algunos
colegios y universidades, con excelentes instalaciones deportivas: coliseos, piscinas, pistas atléticas e
implementos de primera línea en aparatos electrónicos y sistemas de
computación.
¿Dónde apunta la educación?
A
pesar de todos estos avances, que
pudieran parecer de un progreso educativo moderno, muchos maestros y padres
de familia sufren al ver a los chicos totalmente desorientados, sin un rumbo
claro en la vida.
Lo
peor es que los mismos educadores no se dan cuenta que el enfoque que le están
dando al alumno con respecto a la vida y al futuro de cada uno de ellos, no es
el correcto. Muchas veces estas desarticulaciones arrancan del mismo hogar
cuando los padres no van por delante con el ejemplo.
La
mentalidad relativista es como una
enfermedad asintomática. Los que la
padecen no se da cuenta de las desviaciones, que son consecuencia de no tener
claras las nociones del bien y del mal. Cuando la brújula se ha movido mucho, la persona puede ser temeraria para
algunas cosas y dubitativa para otras, además de indulgente y permisiva (peca de ingenuidad); y cuando ocurre algo, exagera en las justificaciones y quiere
dar explicación a todo. Cree que todo se arregla siendo buena gente y brindando apoyo con una palmadita en la espalda o con el ofrecimiento de buenas vibras.
El emblemático convertido
en joyita
Con
lo expuesto en los párrafos anteriores podemos darnos cuenta que el relativismo
está tomando cuerpo en las instituciones educativas. El maestro relativista, que se aleja de las nociones del bien y del mal, ya no se fijará tanto en
las virtudes que el alumno debe alcanzar para ser mejor persona, ahora va a
poner la atención en los procedimientos que debe adquirir para ser exitoso y
emblemático. Ya no buscará la buena conducta del alumno, buscará su éxito.
Muchos
profesores hoy se han convertido en managers
de los que pueden ser exitosos y las instituciones educativas se ven
obligadas al marketing de la
competividad con una selectividad desviada hacia los líderes de la eficiencia. Cambiaron los fines educativos por otros
de corte pragmático donde tiene prioridad el negocio, aunque no lo digan.
Es
un error, de gran magnitud, promocionar
y ofrecer posibilidades de éxito, sin formar la conciencia y las virtudes de
las personas. El esconder, (sin
querer), lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, a la hora de educar, está
causando serias desviaciones en una juventud que se proyecta hacia ideales egocentristas con un disfraz o barniz
social.
Cuando
los educadores, sin darse cuenta, exaltan
el ego de los alumnos, no los están
formando, los están torpedeando. Si
un padre de familia o un maestro le dora
la píldora al hijo o al alumno, para exaltarlo y subirlo a un podium, haciéndole creer que puede estar por encima de los demás
con su talento, le está haciendo un daño considerable a él y a la sociedad.
La
sociedad no necesita líderes que se jacten en sus cualidades enseñando los
premios ganados y los títulos conseguidos; necesita más bien servidores que
sepan trabajar con los demás, sin hacer ascos
y sin creerse la divina pomada.
Es
necesario dar la voz de alarma para que los padres de familia no engrían tanto a sus hijos. A esos papás
les puede parecer que lo hacen por amor y se están quedando muy cortos. Si de
verdad aman a sus hijos, deben exigirles para que sean virtuosos, no exitosos
(al menos en el sentido que se le da hoy a este término). El éxito debe ser la conquista de las
virtudes y la posibilidad de
servir y no la conquista de los podiums, de
los grandes negocios y de las goyerías.
Hoy
existen demasiados engreídos que no
saben pensar en los demás porque están imbuidos en sus propios antojos y
caprichos, a veces con el consentimiento de sus padres y maestros que no se
atrevieron a exigirle para que luche contra su yo y se preocupe más de los
demás.
Es
una pena que padres y educadores quieran convertir a los chicos en estrellas emblemáticas, y los
conviertan, con el tiempo, en unas joyitas
que todo el mundo rechaza porque van exclusivamente a lo suyo.
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