La teología de la liberación (II)
LA IGLESIA Y LA CUESTIÓN SOCIAL
La Iglesia verdadera, la única, la fundada por
Jesucristo, Madre y Maestra, no es insensible a la miseria y la injusticia de los pueblos. Muy
al contrario, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, iluminada por el
Evangelio y por amor al hombre, oye el clamor de los pobres y acude en su ayuda
con todas sus fuerzas.
La Iglesia tiene presente el compromiso de
Medellín, Puebla y Aparecida de trabajar preferentemente, no exclusiva ni excluyentemente, por los pobres. Por eso, como
tarea principal, obispos, sacerdotes y laicos, acudirán al llamado a trabajar
ardientemente por la justicia. Los teólogos deberán colaborar con el magisterio
al que reconocerán como un don de Cristo a su Iglesia y acogerán sus enseñanzas
con filial respeto y obediencia.
La verdadera liberación, debe tener como
fundamento una triple verdad: la verdad
sobre Jesucristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, imagen de Dios,
elevado a la vida Divina por la gracia Santificante, hijo de Dios y con un
destino eterno.
El fundamento de la justicia radica en reconocer
las relaciones del hombre con Dios, las que regulan las relaciones de los
hombres entre sí. La lucha por la justicia y los derechos humanos, tienen como
base la dignidad de cada hombre como hijo de Dios y por tanto los medios
empleados deben respetar esa excelsa dignidad.
La iglesia rechazará siempre la violencia ciega y
sistemática, venga de donde venga. Es una ilusión creer (en contra de lo que la historia misma demuestra) que de la
violencia surgirá la paz y la justicia.
El cambio anhelado de la sociedad no se ha
producido ni se producirá por la violencia exterior, sino por el cambio del
corazón del hombre, por una conversión interior. El cambio de estructuras, sin
el cambio de los corazones, no producirá el "hombre nuevo". Ninguna
revolución violenta ha conducido a la justicia y al bienestar.
Los hechos contemporáneos (y contra los hechos no hay argumentos) nos muestran la verdad de la
inutilidad de la violencia para lograr la libertad y la justicia social. En
muchos lugares del mundo la violencia ha generado un estado peor que el que se
quería remediar.
La lucha de clases como camino a la justicia es
simplemente una tremenda falsedad, es un mito que impide la verdadera solución
al problema de la miseria e injusticia.
¿Cuál es entonces el verdadero camino hacia la
justicia?: La enseñanza social de la Iglesia. No solamente los teólogos y los
católicos, sino todo el mundo, todos los que tienen que ver con asuntos
laborales, económicos, políticos y sociales, deberían estudiar a fondo esta
doctrina, que tiene sus fundamentos en el pensamiento ya antiguo del pueblo de Israel, en las enseñanzas de
Jesucristo y del magisterio de la Iglesia desde los primeros siglos de su
existencia.
En 1891 León XIII expuso la doctrina social de la
Iglesia en la Encíclica "Rerum Novarum". En ella no encontramos
solamente ciencia humana, conocimiento de las realidades sociales sino también
y sobre todo, la luz del Espíritu Santo que conduce a la Iglesia y quiere
iluminar por medio de ella a la humanidad entera.
Juan Pablo II apuntaló la Doctrina Social de la
Iglesia editando en 1981 la formidable "Laborem exercens" y en el
centésimo aniversario de la carta de León XIII, la "Centésimus Annus"
e invitó al mundo entero a estudiar y aplicar los principios sociales que Dios
nos inspira.
El Papa Benedicto XVI en “Caritas et veritate”
reclamaba relaciones humanas de fraternidad, gratuidad y Caridad y el actual
Papa Francisco en “Evangelii
Gaudium” anima a llegar hasta la periferia y buscar al hombre más necesitado
para que se encuentre con Dios.
Se
consigue la justicia social cuando:
- La sociedad asegura la justicia procurando las
condiciones que permitan a las asociaciones y a los individuos obtener lo que
les es debido.
- El
respeto de la persona humana considera al prójimo como "otro yo".
Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan de la dignidad
intrínseca de la persona.
- La
igualdad entre los hombres se vincula con la dignidad de la persona y a los
derechos que de ésta se derivan.
- Las diferencias entre las personas obedecen al
plan de Dios que quiere que nos necesitemos los unos a los otros. Esas
diferencias deben alentar la caridad.
- La
igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para reducir las
excesivas desigualdades sociales y económicas. Impulsa a la desaparición de las
desigualdades inicuas.
- La
solidaridad es una virtud eminentemente cristiana. Es ejercicio de comunicación
de los bienes espirituales aún más que comunicación de bienes materiales.
*Fuente: Catecismo
de la Iglesia Católica
Agradecemos
sus comentarios
*En el
próximo número: Teología de la Liberación (III)
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