El
cáncer de la individualidad
EL ARTE
DEL BUEN ACOMPAÑAMIENTO
Acompañar a alguien es realmente un arte que
exige de un esfuerzo personal y desinteresado del que quiere de verdad a una
persona y sabe que esa dedicación es la mejor forma de aprovechar el tiempo.
El mundo relativista, infectado por los microbios del activismo y el consumismo inmoderado,
motiva la indiferencia en el trato habitual entre seres humanos. No hay tiempo
para atender a los demás. Cada uno persigue sus metas con el consiguiente
deterioro de sus propias relaciones humanas. Hoy se vive con la angustia del tiempo y de un
modo individual, cada palo aguanta su
vela. Es penoso ver personas desplazándose de un lugar a otro sin comunicarse
con nadie. Deambulan metidos en sus
mundos virtuales, con unos audífonos que lo aíslan del contorno.
El
crecimiento de la soledad
En los tiempos actuales la soledad de las personas
ha aumentado considerablemente. Las grandes mayorías quieren paliar esa limitación con “la compañía”
de aparatos electrónicos donde encuentran: juegos
sofisticados, música impactante, y diversos programas interesantes para el
entretenimiento.
No se dan cuenta que la excesiva dedicación a
esa tecnología deteriora tremendamente la personalidad quitándole la capacidad
para comunicarse con el prójimo en las relaciones humanas de paternidad, filiación y amistad auténtica.
Los acercamientos
a través del mundo virtual son excesivamente pobres y, por lo general, nada edificantes. El usuario compulsivo de esos medios electrónicos suele ser un vicioso, y por lo tanto candidato para hacer
desarreglos en su personalidad alterando su relación con el prójimo.
Con una dedicación excesiva al mundo virtual se
pierde la oportunidad de una mejor realización como persona, el usuario de marras suele quedarse bastante
al margen del mundo cultural y de la profundidad intelectual del saber humano. Es
fácil que navegue en el mundo virtual sin salir de lo superficial y con un
escaso conocimiento de las personas con quienes debe interactuar. Los lenguajes
melifluos se pierden en el ciberespacio y no aportan nada a las
personas que lo utilizan. No existe la cercanía de las virtudes humanas para la
transmisión de los valores entre las personas, todo se queda en una
comunicación pasajera y muchas veces banal.
Los que están sumergidos en esos mundos a penas
se dan cuenta del deterioro al que se están sometiendo. Esos espacios facilitan
la metástasis de un cáncer silencioso
que pronto acabará con ellos si no se detiene a tiempo. El hombre desprotegido
queda expuesto a todos los peligros.
La
inseguridad en las calles y en los hogares
La inseguridad que ha crecido en el mundo es la
de las propias personas. No es, como se suele decir: falta de policías o de patrulleros. El peligroso es el hombre
inseguro, tanto el agresivo como la víctima: los dos son inseguros.
Es evidente que existen sectores peligrosos que
reclaman una constante vigilancia por parte de la policía, incluso se está
pensando una posible participación de las fuerzas armadas para devolver a las
calles la tranquilidad que está faltando. Las personas que quieren deambular
sin angustias buscan un acompañamiento para protegerse de posibles agresiones.
El acompañamiento que se busca hoy es sobretodo
de protección y en las relaciones afectivas es de posesión. En ambos casos
estamos dentro del utilitarismo. Cuando el valor seguridad se coloca en primero lugar es índice de un exceso de agresividad
entre los seres humanos. Es por eso que las personas exigen protección.
Lo mismo ocurre con la afectividad. Cuando
falta amor entre las personas resalta el egoísmo y entonces las relaciones de
enamoramiento son de amor posesivo (quiero
a esa persona para mi) y ese querer va acompañado de una inseguridad (¿y si no dura?, ¿y si se va?…). Esa actitud constante de inseguridad
reclama protecciones. Y en vez de buscarla en las relaciones humanas virtuosas
se busca en los sistemas y en los contratos con notarios y abogados. Se han
multiplicado las cartas de garantía para asegurar una duración razonable de los compromisos.
Y si a todo esto se suma la soledad. La persona
sola está perdida, puede caer en manos de cualquiera, para su desgracia. En
muchos lugares del mundo las calles son peligrosas y a determinadas horas el
peligro se multiplica. Existen zonas en las que no se puede transitar
libremente y otras que exigen cupo si se quiere pasar tranquilamente por allí.
Pero también se encuentran solos los que no
tienen el cariño de las personas que tiene ordenado su corazón. Ahora es
urgente apostar por el orden del corazón de cada ser humano para que
desaparezcan las agresiones, los lugares de violencia y el acoso.
El arte
del buen acompañamiento
Hoy, más que nunca, hace falta el
acompañamiento del que sabe querer con un corazón ordenado. La buena compañía
del amigo que quiere el bien y sabe dar la mano es esencial para que
desaparezca la corrupción y la violencia.
La nueva civilización del amor, anunciada por San Juan Pablo II, no es
una utopía, está al alcance de todos y depende de las respuestas de cada uno.
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