Que los jóvenes
aprendan a querer (es lo que necesita el
Perú)
LA
INGRATITUD JUVENIL
Como
le duele al hombre bueno haber sido injusto e ingrato en sus años mozos cuando
no se daba cuenta de la alteración que sufría su jerarquía de valores por la
ansiedad juvenil.
Esas
sensaciones variables entre el entusiasmo y el aburrimiento que nos empujaban a
buscar al grupo de amigos, como si fuera
lo más grandioso del mundo, para sintonizar mejor nuestras vivencias. La
sintonía encontrada con algunos coetáneos parecía una amistad inquebrantable
hasta que pasaron los años y
llegaron las decepciones que nunca faltaban, de algunos que nos traicionaron y
de muchos otros que simplemente desaparecieron de nuestro entorno por cosas de
la vida.
En
ese mundo fantástico de la
adolescencia preferíamos escoger
antes a los amigotes que a nuestra propia familia. Los hermanos no nos
entusiasmaban tanto como los amigos de la misma edad. Queríamos a nuestros
padres pero no en el ámbito de nuestras amistades. No queríamos que se metan y
menos que nos vigilen. Estábamos, sin darnos cuenta, generando una doble vida.
Consiguiendo para nosotros un espacio exclusivo que ni nuestra propia familia
podía vulnerar. Pensábamos que era lo correcto porque los demás también lo
hacían. Cuando pasaron los años reconocíamos en esta actitud un error
considerable. Los que no lo habían advertido seguían en su doble vida ocultando
cosas, que no son buenas. ¡Cuantas desgracias después!
Tampoco
servía la amistad sentimental con una persona del otro sexo que nos encerraba
en un mundo estrecho y distante de todo lo demás y nos hacía pensar que allí sí
éramos felices. No advertíamos que nuestra afectividad estaba afectada con un
egoísmo ciego que convertía en posesivo a nuestro incipiente amor. Nos
sentíamos dueños de nosotros y de nuestra vida sin darnos cuenta de nuestra
gran inseguridad. ¡Qué bandazos
pegan los adolescentes en estos temas! Algunos golpes quedan marcados para toda
la vida y no son solo cicatrices, son deficiencias y limitaciones
irreversibles.
Es
una pena cuando al adolescente se le deja a su aire y no se le señalan las
cosas con claridad y cariño a la vez para que aprendan a ser concientes. La
virtud más importante en esas edades es la sinceridad. No tener una doble vida.
No ocultar nada. Que todo sea trasparente. Para esto se necesita la ayuda de
alguien mayor que pueda escuchar y que a la vez pueda aconsejar
Esta
jerarquía de valores desordenada y alterada de la adolescencia puede durar incluso hasta pasados los 30 años y en
algunos casos perdura. Hoy existen
situaciones de inmadurez espiritual que claman al Cielo. Conductas lábiles e inestables, rebeldías sin ninguna causa que las
justifique, un fuerte
sentimentalismo con resentimientos que perduran, excesos de vanidad pueril,
afanes lúdicos exagerados, trato burlón, tosquedades y durezas en los modos,
lenguaje soez y zafio.
Cuando se abren los ojos a
la realidad
Si
más adelante tenemos la suerte de haber orientado bien nuestra vida, nos da
pena haber sido así en el pasado, y no pensamos que solo fue el momento de la
adolescencia. Nadie cree, aunque muchos lo afirman por el consenso
social, que son etapas de la vida por las que debemos pasar. Si fuera así los mayores no darían
tantos consejos y no sufrirían tanto los desatinos de los más jóvenes. Sabemos
a conciencia que los adolescentes necesitan en esas etapas una mejor
orientación y formación para superar los momentos críticos de esos momentos de la vida que son los del crecimiento y
desarrollo.
Cuando los mayores se
callan y no dicen nada
Hoy
muchos se lamentan por no haber sabido formar bien a sus hijos en esas etapas
de la vida.
Cuantas
cosas buenas puede hacer una persona cuando es muy joven y qué pocos saben
aprovechar su juventud para hacer el bien. Pareciera que esos años son para lo
que todo el mundo califica más adelante como desequilibrios y tonterías. Si sabemos que están los chicos en esas
circunstancias el deber de los mayores es advertírselo y buscar formar bien la
conciencia de los jóvenes para que no se perjudique y para que no pierdan el
tiempo.
El
mejor regalo para el país es formar bien a los jóvenes. Allí está el futuro. No
es pérdida de tiempo dedicarles los mejores momentos del día a los chicos. Que
ellos vean que se les valora y se les quiere. En vez de hacerlos marchar para
pelear hay que enseñarles a querer para que sepan amar y no se enreden, para
que sean felices y causen en su casa grandes alegrías con una conducta sana,
que además es cercana para la alegría de todos.
¡Felices Fiestas Patrias amigos de Adeamus!
1 comentario:
Manuel, coincido contigo que hay que enseñar a los jóvenes a aprender a querer.
Como sabes, estoy en la clínica al cuidado de mi esposo ya casi cuatro meses y he tenido la ocasion de ver con satisfacción las reacciones tan positivas de los menores y los jóvenes que acompañan a familiares o amigos cuando lo visitan.
Por esta experiencia sugiero que los padres nunca desaprovechen las ocasiones de dar buen ejemplo…entre otras tareas, la de visitar a los enfermos es una excelente ocasion para desarrollar el amor y la solidaridad, de enseñar a querer.
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