El “cumplo” y miento
LA
LETRA Y EL ESPÍRITU
Cuanto
daño hace la hipocresía y qué fácil es llegar a ella, basta descuidar el
espíritu. El espíritu se adquiere cuando nos aman para enseñarnos a ser buenos
y poco a poco, con ellos, aprendemos a querer. Y se pierde cuando las personas dejan de luchar y se distraen con
banalidades. Algunas personas que han sido formadas según un espíritu, pueden haberlo perdido, si no lucharon para mantenerlo y hacerlo crecer.
¿Qué es el espíritu? Es una realidad superior a la materia que
existe en los seres humanos y debe crecer. Tener mucho espíritu es tener mucha
vida (fuerza, alegría, optimismo,
capacidad, ingenio). Tener espíritu es también estar en forma, conocer bien
qué se debe hacer o por dónde hay que ir. Tener espíritu es obrar conforme a la
verdad, o tener autenticidad. El espíritu que está lleno de vida, arrastra,
convence, porque es lo auténtico, lo que tiene que ser. Deslumbra por su
belleza.
El
que pierde el espíritu se queda vacío, no tiene lo esencial o lo fundamental,
le falta lo principal, lo que cuenta, se queda en el esqueleto o en la
apariencia. Los hombres que
pierden el espíritu pierden el sentido de la vida, viven del cuento o de la
apariencia. No saben por qué viven. La vida se vuelve angustiosa.
La autoridad del espíritu
Es
impactante el comentario que hacen de Jesucristo algunos discípulos que lo
observaban: “habla como quien tiene autoridad y no como los Escribas”
La
autoridad la tiene el que expresa la verdad con su vida. Hacia fuera sale el
espíritu de la verdad de una manera diáfana y penetra en la intimidad de los
otros para enriquecerlos. Las palabras del que tiene autoridad remueven,
convencen, son claras y precisas.
En
cambio el que habla como los Escribas es
el que perdió el espíritu y se quedó en la letra. La “fidelidad” solo a la letra es un voluntarismo que
cansa. Los que escuchan ven una terquedad
o manía nada atractiva y solo como
propia de quien la utiliza. Nadie quiere ser así. Tomarse las cosas al pie de la letra puede ser peligroso si
falta el espíritu.
En
la vida nos encontramos con personas que cumplen con los procedimientos y los
tienen como deberes que no pueden dejar de cumplir. Han trastocado el sentido
de las cosas y quizá puedan pensar que después lo recuperarán. No advierten que
primero deben recuperar el espíritu para no caer en el fariseísmo que el Señor
deplora.
Un suceso de la vida real
Un
día me pidieron que vaya a un cementerio muy lejano para rezar un responso. No
podía ir a la hora que me habían dicho porque tenía otras obligaciones. Me
ofrecí para ir más temprano e hice el viaje atravesando toda la ciudad para
llegar y poder salir de inmediato y sin ningún contratiempo. Al llegar al campo
santo la puerta estaba cerrada, pero sí estaba el portero. Cuando me acerqué y
le dije: soy sacerdote y vengo a rezar un responso, me dijo: todavía no puede entrar porque no es la
hora. No hubo manera de hacerle entender que solo tenía ese tiempo para
rezar y me tuve que retirar porque no me dejó entrar. El portero
cumplía al pie de la letra el reglamento y no tuvo el tino de hacer una
excepción para que pudiera pasar a rezar. Quizá no tenía la autoridad
suficiente para hacerlo. Así ocurre con muchos en nuestra sociedad cuando se
pierde el sentido de la letra, o cuando falta el espíritu, se actúa de un modo
rutinario con una “oficialidad” que puede hacer daño.
Otra anécdota significativa
Tengo
un amigo que todo el día miente, cuando conversa cuenta unas historias falsas y
le pone tanto realismo que él mismo se las cree. Inventa cosas con una gran
facilidad y sin ningún escrúpulo, se ha acostumbrado a ser así. Nadie le cree,
no tiene prestigio porque habla como los Escribas.
Lo que dice suena bonito, se ríe, parece interesante, pero es un palabreo.
Lamentablemente
muchos, en nuestra sociedad, están acostumbrados a vivir en medio de mentiras y
no saben decir la verdad. Viven en una burbuja que algún día reventará y
causará serios estragos para ellos y para muchos otros.
Era peor el que “cumplía” y
no sabía perdonar
En
los Evangelios el hermano mayor del hijo pródigo era una persona fiel a los
procedimientos, estaba en la casa, cumplía con todo, era correcto en las
maneras, pero su corazón estaba lejos de su padre, por eso protestaba y reclamaba,
además veía a su hermano como infame y perdido. Le reclama al papá porque a él no le había dado nada por su
fidelidad y buena conducta y en cambio al hermano que se había portado mal, gastándose todo el dinero, lo premiaban
con una fiesta.
Este
hijo, aparentemente “fiel”, estaba
tan mal como el otro y tal vez peor, por la dureza de su corazón. Tal vez, su
autocomplacencia le impedía darse cuenta de sus miserias, se creía el hijo
correcto que siempre cumplía, pero su vida era realmente un “cumplo” y miento.
Algo falso. Por eso su padre lo llama al orden y al reconocimiento.
Hoy
más que nunca se debe recuperar la verdad y la honestidad en las personas. La
hipocresía y la mentira hay que combatirlas decididamente fomentando la
sencillez, la veracidad, la sinceridad y el perdón, virtudes necesarias para
que se viva con alegría el espíritu de la verdad que la sociedad necesita con
urgencia. Así muchos aprenderán a comprender y a perdonar a los que se portaron
mal y están arrepentidos.
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