EL PRECIO DE LA EXCLUSIÓN
Excluir
a una persona de algo podría ser un error considerable. Tal vez sea más
inteligente ver la forma de incluirlo que de excluirlo. Los que trabajan
habitualmente escogiendo gente podrían caer, sin ser muy conscientes, en hacer acepción de personas y cometer penosas injusticias, con
consecuencias lamentables para el futuro.
Es
cierto que también podrían existir serias razones para no contar con
determinadas personas y querer trabajar con un grupo selecto que se elige
teniendo en cuenta cualidades de idoneidad. Aún así, aunque los datos sean objetivos, con un criterio demasiado selectivo
y restrictivo se podría caer en una parcialidad que a la larga podría resultar
inconveniente para todos.
En
los ámbitos deportivos solemos ver entrenadores que organizan su equipo de
acuerdo a sus preferencias y al criterio que tienen como prestigiosos
profesionales en la materia. Estos
estrategas arman sus cuadros incluyendo a unos y excluyendo a otros. Más tarde
cuando llega otro entrenador arma un equipo distinto y muchas veces incluye al
que fue excluido por el entrenador anterior. ¿quién hizo el mejor
equipo?, ¿quién tiene la razón? No es fácil contestar estas preguntas. El que tenía la potestad escogió y
punto, es su responsabilidad para bien o para mal.
Un punto de luz interesante
Lo
primero que podemos afirmar para
empezar este análisis, es que parece que se hace más bien cuando cambian
entrenadores y jugadores que cuando se quedan los mismos. Sin cambios hay más
posibilidad de que existan personas talentosas que queden excluidas para siempre.
Además
en los juicios humanos siempre intervienen factores subjetivos que pueden tener
demasiado peso. Vemos, por ejemplo, el
empeño o la cerrazón de los líderes
para contar con determinadas personas y no querer contar con otras. Nos
damos cuenta que hay algo personal que pesa más que las razones objetivas que
se puedan esgrimir.
Esta
primera consideración nos está dando un poco de luz para advertirnos que las
personas pueden rendir más con unos que
con otros y entonces el objetivo para conseguir que rindan todos y no tener
que excluir a nadie, es saber escuchar otras opiniones y tratar muy bien a
todas las personas. Es saber acoger al que no se está escogiendo, sin cumplidos ni posturas diplomáticas,
brindándole, si es posible una gama de posibilidades y oportunidades bien
pensadas y factibles.
Es
una obra de arte que debería hacerla el que tiene en sus manos la elección o
selección de personas y podría agregar algo mucho más noble: muchas veces dejar
que otros decidan.
La humildad lo arregla todo
Es
imposible que se entienda y se atiendan bien a estas atingencias sin la virtud
de la humildad. Sin esta virtud, el que tiene la sartén por el mango, suele dar caballazos
y decide sin escrúpulos lo que cree conveniente. Sin humildad y con potestad, el
pequeño dictador que todos tenemos dentro, ejerce. Le parece que no debe perder
el tiempo tratando de arreglar las cosas para que todos queden contentos. El
que no fue seleccionado o el que fue separado, que se las arregle por su cuenta.
Esa actitud lo aleja de la gente y a la larga termina mal.
Cuando Dios elige
En
lo que es de Dios en Espíritu Santo hace maravillas. Cuantas veces hemos visto
que en los cónclaves los candidatos preferidos por los cardenales no han sido
elegidos y en cambio resulta Papa el que nunca se había pensado. Y esa
elección, sin los parámetros humanos de una lógica racional, resultó mucho
mejor.
Cuando
Dios interviene en la vida del hombre elige con criterios distintos a los de la
lógica humana. También la Sagrada Escritura dice: “la piedra que rechazaron los arquitectos será la piedra angular del
edificio de Dios” Qué poco vale el juicio humano al lado del juicio de
Dios.
Cuando
vemos que el hombre quiere amarrar mucho
con su juicio, vemos más su limitación que su virtud. En cambio el amor a la libertad y la
confianza en los demás son características de las almas grandes, las que saben
incluir a los demás para que sean útiles y puedan desarrollar sus talentos.
Esas almas ponen su capacidad al servicio de todos y se preocupan de que rindan
de verdad sin olvidarse de ninguno.
El
real interés por todos hace grande a la persona. Alguno se podría
preguntar: “¿y por qué se interesa por mi?” y puede pensar que hay intereses ocultos, “si
se interesa por mi es que quiere algo de mi” y no se da cuenta que para el que ama de verdad todos son
importantes, todos están incluidos.
Y esto se manifiesta en la vida diaria.
Es
Dios quien dilata el corazón para que las personas puedan querer y entonces se
hacen verdaderas maravillas. En cambio el hombre que juzga y escoge sin Dios
comete inevitablemente muchas injusticias y si no cambia puede hacer mucho daño
por donde pase.
Uno
de los objetivos del año de la fe tendría que ser lograr una mayor inclusión de
más personas en el propio corazón, o dicho con otras palabras: no excluir a
nadie de nuestro amor. Este propósito debe ser tan real como nuestro amor. En
una sociedad donde falta amor hay continuas exclusiones, que las hace cada uno
con las decisiones que toma cada día.
Dios está tocando la puerta de nuestro corazón para entrar Él con muchos
más en nuestra propia vida.
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