El deber de cuidar la finura y delicadeza
de la mujer
LA
REAL DEBILIDAD DEL GENIO FEMENINO
Decir que el sexo
femenino es débil no es peyorativo ni despreciativo, expresa más bien una
realidad que es muy importante tener en cuenta. Solo contemplando la imagen del
hombre y la mujer se ven claras las diferencias en cuanto a fuerza y debilidad.
Que la mujer sea débil no es para descalificarla o buscar para ella una fuerza
o fortaleza que no le corresponde. La mujer nunca será como el hombre porque es
mujer. Y el hombre no es modelo de fuerza para la mujer.
Una característica de
la mujer es la finura, es un ser delicado que necesita cuidado y protección.
Cuando ocurre algo violento la mujer resulta más perjudicada que el hombre, le
afecta más, llora, se desespera, hace más escándalo en situaciones difíciles.
En lo referente al
sexo, los desordenes la perjudican más, suele ser más víctima que el hombre. El
hombre puede arreglárselas dentro de su independencia, la mujer tiene mucha más
dificultad, necesita compañía, orientación; ellas son más dependientes de los demás,
buscan con mucha frecuencia el consejo (de
la mamá, de la amiga, del sacerdote, del médico) que para ellas es muy importante lo que
puedan oír de esas personas, en contraste con los hombres que prefieren decidir
por su cuenta, aunque se equivoquen.
Cuando las mujeres se apartan del camino se hacen más daño que los
hombres. La caída de una mujer es más dura y estrepitosa, si acepta la
tentación queda totalmente derrotada; por eso el diablo tentó primero a la
mujer. Son ellas más vulnerables para las posesiones diabólicas, (según las
estadísticas de los exorcismos).
La debilidad femenina no es inferioridad
Ninguna de las
consideraciones que hemos hecho es peyorativa con respecto a la mujer, nuestra
visión no es machista ni discriminatoria. Decir que la mujer es más delicada y afirmar
que necesita más cuidados que los hombres es de sentido común en todos los
países del mundo y en todas las épocas.
Es un error querer
equiparar al hombre con la mujer como si fueran iguales. Las diferencias hay
que conocerlas bien para que haya justicia y caridad, para que mejoren las
relaciones entre los seres humanos. La sociedad vivirá mejor si cada uno ocupa
el puesto y el papel que le corresponde. No deberían existir puestos o papeles
inferiores, sí distintos.
Cuando se coloca a las
mujeres en los lugares que son propios de los hombres se nota un desarreglo que
afea el cuadro. No es estético ni armonioso. Sucede como con el vestido. Querer
imponer una moda con algo indecente resulta burdo y antiestético. Sin ir muy
lejos, ahora las mujeres pueden jugar también fútbol y algunas podrían ser muy
habilidosas y competentes en ese deporte, pero si las comparamos con los
hombres las diferencias son enormes.
El mundo habla constantemente de los grandes
jugadores (todos hombres) y de los emblemáticos equipos de los grandes
campeonatos (todos de hombres), ¿Y qué pasa con las mujeres futbolistas?
¿Quién destaca? Todos se callan en “7 idiomas”, nadie habla de ellas, porque no pueden alcanzar el nivel de los hombres... Entonces:
¿Porqué insistir en algo que no es para
ellas?
La fortaleza de la debilidad femenina
En el mundo hay muchas
actividades que son para mujeres, allí se las ve muy bien y pueden destacar. La
mujer tiene una fortaleza admirable que es distinta de la del hombre. Ellas
tienen mucho aguante para perseverar en el amor. En los hogares son más fieles
que sus maridos y muy tenaces cuando se trata de defender lo entrañable. Tienen
una gran capacidad de gestión para ayudar a los demás, insisten más que los hombres
y por eso consiguen sacar adelante labores sociales y asistenciales que los
hombres no quieren realizar, porque no les interesa o porque se cansan antes.
En las Sagradas
Escrituras vemos que María consigue que Jesucristo haga el primer milagro antes
de tiempo. La vemos también serena junto a la Cruz viendo padecer a su hijo. No
hay reacciones violentas pero sí un enorme dolor. Las mujeres con su amor
maternal de cuidado saben aguantar el dolor. En el rostro de una madre se
dibuja el sufrimiento profundo por el hijo y por las personas que quiere.
La mujer fuerte es la
madre perseverante y fiel, la que siempre está para servir y atender al hijo,
la que sabe darse y entregarse sin egoísmos, la que sabe querer con ternura y
perdonar, la que sabe acariciar con limpieza. El Papa Juan Pablo II hablaba del
genio femenino. Todos los hombres necesitamos de la madre y de la hermana, de
la ternura y fortaleza de esa “debilidad” que hay que tratar con “guantes
blancos” para no herirla con la torpeza o brusquedad masculina.
La mujer buena nos
invita a ser limpios, a estar presentes en el buen ambiente del hogar que
abriga el corazón, con el amor que vale
oro, y que se convierte en la mejor seguridad que se pueda tener. Así es el
amor de la Virgen, la Madre del Amor
hermoso, que cuida a sus hijos y les enseña a querer. Nadie que está al
lado de un corazón maternal puede ser indiferente. La debilidad nos invita al
cuidado y cuando nos esforzamos en protegerla afinamos nuestros modos.
Proteger a la mujer es
un gustoso deber de los hombres y es también saber corresponder a la mujer que
nos trajo al mundo y que puso en nosotros un cariño enorme lleno de detalles,
que son propios de la finura de una mujer. El hombre debe cuidar a la mujer para que ella pueda
entregarle al mundo la pureza de amor y la ternura que toda persona necesita
para crecer bien y ser feliz en la vida.
La primera y única criatura
humana que entró en el Cielo con cuerpo y alma era mujer: la Virgen María.
Cuando una mujer se va al cielo ejerce desde allí una labor asistencial impresionante.
La madre, la hermana, la hija o la amiga que
está en el Cielo continúa con su genio femenino consiguiendo las mejores
cosas para los suyos. Si Dios creo a la mujer para que el hombre no se
encontrara solo, qué seguridad de compañía dan las mujeres que están en el
Cielo.
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