ASU MARE, RISAS Y LÁGRIMAS DE UNA REALIDAD
Un
éxito sin precedentes como película taquillera que todo el mundo quiso ver para
reírse un poco con las ocurrencias de Carlín
que, con buen humor y picardía, iba
explicando como fue conquistando nuevas situaciones en la vida, tratando de
superar una realidad difícil, de atrasos
y limitaciones, en una sociedad, todavía despistada para acertar en lo que
vale la pena hacer para vivir mejor.
Las
risas del público por las ironías y vivezas
criollas del actor eran también la aceptación a un estilo de vida popular generalizado en todo el país, que
consiste en trepar con la ocurrencia,
colocarse en un status al lado de las
clases altas y sacar provecho en lo que se pueda, poniendo a los ricos en berlina. Es una manera fácil de subir
sin perder la categoría popular. Se
sigue siendo del pueblo retando a los “pitucos”
con una simpática socarronería que se
presta para todo tipo de remedos e imitaciones que hacen reír al sencillo que admira los métodos
tradicionales de la picardía criolla.
Este
estilo de vida dibuja también los cuadros de los callejones de la vieja Lima,
las visitas a la parada y a la sofisticada
Gamarra para las compras de la comida y ropa de calidad, más barata que en
los Molls de los ricos del sector A; retrata
también los conciertos de los
locales chicha, donde la presencia de
la cerveza es fundamental para solventar los gastos y donde no hace falta una
vestimenta de marca para disfrutar del
baile popular, que dura hasta altas horas de la madrugada, como el que realizan
los otros en el boulevard de Asia.
Lo
populachero con plata no va con la
lógica de lo formal y ordenado, la huachafería
y el querer llamar la atención, conviven sin escrúpulos. No importa combinar
un polo arrugado y despintado con un relojazo
dorado, que parece de oro, en la muñeca, o una casa vieja y desordenada
con un carro último modelo, de marca.
Prima lo que llama la atención
para decir: “yo también puedo tener” “yo
también soy rico” como si fuera esa la meta para ser feliz.
Los
cuadros de un criollismo en
ebullición con un populismo de un
país, que por sus formas, parece bananero, contrastan con la ansiada
cultura, que era aspiración de otra época y que nuestros antepasados trataron
de inculcarla con ayuda de los extranjeros. Sin embargo, esta invasión del pueblo, no fue solo de
poblaciones en los cerros con escaleras pintadas
de amarillo, es influjo “cultural
chicha” que encaja perfectamente con la comodidad del relativismo
contemporáneo, que busca fundamentalmente pasarla
bien sobre todas las cosas y que “no
me fastidien con reglas y reglamentos”, tampoco con aspiraciones de
regresar a una cultura “que ya fue”.
El
modelo del cachaciento y sentimental
hasta las lágrimas de Augusto Ferrando, fue imitado, con distintos estilos, por personajes
que se subieron al trampolín de la fama por
las escaleras amarillas de un pueblo
joven y ahora están muy alto, con
plata asegurada y buen humor. Es el síndrome de los chistosos que saben sacar partido hasta de las más grandes
tragedias y le piden a todo el mundo que
nadie se pique, aunque salga mal parado por el cochineo.
¿Debemos
seguir siendo así? o es el momento
de tocar la campana para que se acabe el recreo porque debe llegar la hora de
tomarse las cosas en serio para que la vida no tenga consecuencias de tragedia
y mediocridad. Entonces ya no nos podremos reír. Cuando ponemos luces sobre limitaciones y miserias podremos mirar
con una gran comprensión a las personas que se esfuerzan en esas
circunstancias, el buen humor también hace efecto de anestesia, pero…. ¿no tenemos que esforzarnos para elevar el nivel
de nuestras costumbres y de nuestra vida?
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