Ecología IX
ECOLOGÍA INTEGRAL Por Antonio Porras
Partiendo del hecho que todo está íntimamente
relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que tenga en
cuenta todos los aspectos de la crisis mundial, el Papa Francisco propone, en
el cuarto capítulo, «los distintos
aspectos de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones
humanas y sociales» (LS 137). Hablar del medio ambiente indica una relación
entre la naturaleza y la comunidad humana que la habita. «El análisis de los
problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos,
familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma,
que genera un determinado modo de relacionarse con los demás y con el ambiente»
(LS 141). Por este motivo la ecología integral incluye también aspectos que
influyen en la vida social, como la economía, la política, la cultura.
Desde la perspectiva de esta visión integral,
Francisco habla de «una ecología económica, capaz de obligar a considerar la
realidad de manera más amplia» (LS 141), no sólo por el impacto que ciertas
decisiones económicas pueden tener sobre el ambiente, sino también por el valor
que tiene el ambiente en la vida de los pueblos. Habla también de una «ecología
social», convencido de que «la salud de las instituciones de una sociedad tiene
consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: “Cualquier
menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales”» (LS 142).
La «ecología social» necesariamente institucional alcanza progresivamente las
distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia,
pasando por la comunidad local y la Nación, hasta la vida internacional. Por
último, habla de la «ecología cultural», que «supone el cuidado de las riquezas
culturales de la humanidad en su sentido más amplio» (LS 143), el patrimonio
histórico, artístico, etc. Es una riqueza como lo es la variedad de las
especies. Por eso las soluciones a los problemas ecológicos «que se van
gestando no siempre pueden ser incorporados en esquemas establecidos desde afuera,
sino que deben partir de la misma cultura local» (LS 144).
Estas consideraciones tienen una motivación
antropológica profunda, que el Papa expone al hablar de la «ecología de la vida
cotidiana» (LS 147-155). Cuidar el ambiente es cuidar “la casa” donde transcurre
la vida de los hombres, garantizando la seguridad, la higiene, acceso a
servicios, y evitar situaciones que atentan contra la dignidad de la persona.
Al hacer proyectos, «hace falta cuidar los lugares comunes, los marcos visuales
y los hitos urbanos que acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra
sensación de arraigo, nuestro sentimiento de “estar en casa” dentro de la
ciudad que nos contiene y nos une» (LS 151). Sólo si se atiende al hombre
lograremos crear el compromiso por cuidar nuestra casa común. Habrá un mayor
compromiso por colaborar con el bien común (LS 156-158) y transmitir,
mejorándolo, el don recibido a las generaciones futuras.
Líneas de acción
En el quinto
capítulo, se proponen algunas líneas de acción, inspiradas en la visión
integral de la ecología, tanto a nivel internacional como nacional y local, que
ayuden a dar un cambio de rumbo. El Papa propone grandes líneas de diálogo, que
se hade caracterizar por ser sincero, honesto, interdisciplinar, de modo que,
atendiendo a todos los elementos de los problemas, se puedan llevar a cabo
soluciones concretas. En esta parte, el Papa propone detalles concretos a tener
en cuenta, aun cuando «la Iglesia no pretende definir las cuestiones
científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y
transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten
al bien común» (LS 188).
Para terminar el capítulo, el Papa plantea el
diálogo entre las religiones y las ciencias, convencido de que «no se puede
sostener que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el
entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad» (LS 199). La
encíclica forma parte de este diálogo; con ella, la Iglesia se hace partícipe
de las preocupaciones del hombre actual y, consciente que su fe puede aportar
para la solución de los problemas ambientales, anuncia el Evangelio de la
Creación e interpela «a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no
contradecirla con sus acciones», y les reclama «que vuelvan a abrirse a la
gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre el
amor, la justicia y la paz» (LS 200).
Una nueva
cultura
El Papa, «convencido de que todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo», propone «algunas líneas de maduración
humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana» (LS 15).
El cambio para los cristianos implica poner por obra la nueva evangelización.
No puede haber separación entre doctrina y vida, la fe para que se transmita
debe estar viva. La transformación del ambiente pasa a través de la «conversión
“ecológica”, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro
con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación
de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia
virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la
experiencia cristiana» (LS 217). Ser protectores de la obra de Dios, incluye en
primer lugar la protección de nuestros hermanos más frágiles. Compartir nuestra
fe con los demás hombres, crear una cultura conforme al Evangelio de la
creación «es un bien para la humanidad y para el mundo» (LS 64). Sólo de este
modo se adquirirá «la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y
de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el
desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida» (LS 202).
El Papa convencido de que el cambio ecológico
nace de un cambio en el hombre, capaz de «recuperar los distintos niveles del
equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el
natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios», sostiene que «la
educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio,
desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo» (LS 210). La
preocupación por el ambiente abre a las personas a cuestiones profundas, a las
que sólo la fe puede dar una respuesta satisfactoria.
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