Ecología VIII
RESTITUCIÓN
Y REPARACIÓN DEL HOMBRE
Por
Antonio Porras
El hombre con
su intervención en el mundo ha hecho destrozos y ha cometido injusticias, que
debe, por lo tanto, reparar. Por ese
motivo Dios Padre envía a su Hijo Jesucristo.
El misterio de Cristo
«La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado, fue
destruida por haber pretendido [los hombres] ocupar el lugar de Dios,
negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó
también el mandato de “dominar” la tierra (cfr. Gn 1,28) y de “labrarla y
cuidarla” (Gn 2,15)» (LS 66). El Evangelio de la creación nos recuerda la
realidad del pecado, que la bondad de toda la creación ha sido contaminada por
el mal uso de la libertad del hombre. El mal en el mundo ha sido introducido
por el hombre, no proviene de Dios. Pero el mal no tiene la última palabra, es
posible la salvación, porque Dios «decidió abrir un camino de salvación» (LS
71). El Padre, que nos había regalado todo los bienes salidos de sus manos,
también nos promete la salvación: «el Dios que libera y salva es el mismo que
creó el universo, y esos dos modos divinos de actuar están íntima e
inseparablemente conectados» (LS 73).
El plan de salvación de Dios consiste en el envío de su Hijo. «La
comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por
el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas:
“Todo fue creado por él y para él”(Col 1,16). El prólogo del evangelio de Juan
(1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos).
Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra “se ha hecho
carne” (Jn 1,14). Uno de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo
su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo
peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera
misteriosamente en el conjunto de la realidad natural» (LS 99).
El Hijo de Dios ha tomado nuestra condición humana, habitó entre
nosotros, trabajo con sus manos, contemplo las maravillas de la creación de su
Padre, pero no sólo sino que también «resucitado y glorioso, [está] presente en
toda la creación con su señorío universal: “Dios quiso que en él residiera toda
la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y
en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final
de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre todas las cosas y “Dios sea
todo en todos”(1 Co 15,28). De ese
modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad
meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las
orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que Él
contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia
luminosa» (LS 100).
Dios quiere contar con los hombres
Esta salvación no es solamente una obra divina, «Dios, que quiere
actuar con nosotros y contar con nuestra cooperación, también es capaz de sacar
algún bien de los males que nosotros realizamos, porque “el Espíritu Santo
posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar
los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables”.
El de algún modo quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de
desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o
fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan
a colaborar con el Creador» (LS 80). Esta idea es el núcleo del mensaje de
esperanza que el Papa quiere enviar con la encíclica: «La humanidad aún posee
la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común», porque «el
Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se
arrepintió de habernos creado» (LS 13).
Teniendo a Cristo como modelo del actuar del hombre (cfr. GS 24), y en
especial del cristiano, el Papa propone «el ideal de armonía, de justicia, de
fraternidad y de paz» (LS 82), que debe regir la «administración responsable»,
recordando que el “dominio” del hombre sobre lo creado debe tener en cuenta las
palabras de Jesús: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores
absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre
vosotros, sino que el que quiera ser grande, sea el servidor» (Mt 20,25-26). De
este modo las tareas –el estudio, la ciencia, la investigación, la tecnología,
el trabajo manual, las labores domésticas – con las que el hombre responde al
don divino de la creación, estarán siempre orientadas al servicio de todos los
hombres.
Una nueva
mirada
Una vez anunciado el Evangelio de la creación, el Papa, en el tercer capítulo, invita a «llegar a las
raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino
también las causas más profundas» (LS 15) de los problemas ambientales.
Teniendo en cuenta todas las implicaciones que aporta la luz de la fe al
cuidado de nuestra casa común, se pueden valorar mejor ciertos aspectos que
están íntimamente relacionados con la «administración responsable» y que, al no
estar orientados según una visión integral, han provocado y son causa de los
problemas enunciados en el primer capítulo. El punto central se puede resumir en
la frase: «no hay ecología sin una adecuada antropología» (LS 118). La
tecnología, la ciencia, la investigación y la innovación, el trabajo, los
problemas sociales, son cuestiones que tienen como protagonista al ser humano.
La creciente preocupación por el medio ambiente en todo el mundo lleva a
reconocer tanto la responsabilidad del hombre por los abusos que ha hecho del
ambiente, como la necesidad que el hombre busque y proponga soluciones a los
problemas ecológicos.
El Papa valora la importancia y la necesidad del desarrollo de la
tecnología, las ciencias, etc., pero hace notar también las repercusiones
negativas que éstas han tenido sobre el ambiente y la familia humana. La
tecnología y las ciencias deben de reconocer un ámbito ético que las precede.
La tecnología y la ciencia no son capaces de asegurar, por si mismas, el
progreso, el aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital,
de plenitud de los valores, porque la realidad, el bien y la verdad no brotan
espontáneamente del poder tecnológico y económico. La historia ha demostrado
«que “el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto”,
porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo
del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia» (LS 105). El Papa
invita a reflexionar sobre el desarrollo, a contemplarlo con “otra mirada”, que
sea capaz de ver la conexión de éste con el desarrollo de la humanidad y el
servicio que presta al mundo.
El buen uso de la tecnología y de las ciencias requiere un cambio en
las personas, reconocer que «el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por
tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado»
(LS 115).
La nueva mirada propone Francisco se puede resumir de este modo:
«Cuando el pensamiento cristiano reclama un valor peculiar al ser humano por
encima de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona humana,
y así provoca el reconocimiento del otro. La apertura a un “tú” capaz de
conocer, amar y dialogar sigue siendo la mayor nobleza de la persona humana.
Por eso, para una adecuada relación con el mundo creado, no hace falta
debilitar la dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión
trascendente, su apertura al “Tú” divino. Porque no se puede proponer una
relación con el ambiente aislada de la relación con las demás personas y con
Dios. Sería un individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un
asfixiante encierro en la inmanencia» (LS 119).
Tema central para una visión integral del empeño ecológico es el
trabajo. «Si intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser
humano con el mundo que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta
concepción del trabajo, porque si hablamos sobre la relación del ser humano con
las cosas, aparece la pregunta por el sentido y la finalidad de la acción
humana sobre la realidad. No hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con
la tierra, sino de cualquier actividad que implique alguna transformación de lo
existente, desde la producción de un informe social hasta el diseño de un
desarrollo tecnológico» (LS 125). Cualquier forma de trabajo tiene detrás una
idea sobre la relación que del ser humano con el mundo, con los demás y con
Dios.
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