El maltrato de una “justicia” torcida
LAPIDACIÓN
CRUEL
Cuando nos enteramos que el oriente van a
lapidar a una mujer por haber cometido adulterio nos parece una barbaridad y
nos indignamos cuando nos dicen que el esposo y los hijos deben arrojar la
primera piedra para acabar con ella.
Es uno de los casos donde se utiliza la ley, con el consenso general de los allegados,
para cometer un asesinato que clama al Cielo. Algo semejante a los suicidas que
se inmolan ocasionando la muerte de una multitud porque creen que están
haciendo un bien que los llevará al Cielo.
¿Se puede
decir que esas conciencias están bien formadas? ¿se pueden aceptar esos hechos?
¿se debe ser tolerante? ¿cabe que unos hombres maten a otros por un fanatismo
religioso? ¿se trata solo de otras realidades u otras mentalidades?
Ninguna persona, con mediano uso se razón, podría aceptar esas abominables
costumbres que van en contra de la vida y la dignidad de las personas.
El juicio
de los hombres
El punto neurálgico de estos grandes desatinos, que se convierten en una costumbre
tradicional por la generalidad de los consensos, está en el juicio de los
mismos hombres. Ellos juzgan, amparados
en una ley, hecha por los hombres, para castigar al que se porta mal o al
que se equivoca. Es un consenso de diversas personas, que se sienten con
derecho a ser implacables en el
cumplimiento de la ley y aplicarla caiga
quien caiga. Si la ley dice que el adulterio es pena de muerte, la mujer
que lo comete debe ser lapidada.
El
espíritu cristiano
En los evangelios aprendemos el espíritu
cristiano que es enseñado por el mismo Jesucristo que nos da ejemplo, con su propia vida, de cómo tenemos que
tratar a los demás, al prójimo, que
aparece siempre con virtudes y defectos, con aciertos y errores. Cristo nos
enseña a ser justos y también misericordiosos.
Precisamente en los evangelios encontramos a una
mujer que había sido sorprendida en adulterio y la querían lapidar porque así
lo mandaba la ley. Los potenciales verdugos de aquella pobre mujer, querían tener,
no solo el respaldo de la ley, sino
la aprobación de la persona más influyente de la época: Jesucristo. Cuando se
acercan a Él, maliciosamente, porque buscaban
ponerlo en apuros, (querían utilizar la
ley para desprestigiar nada menos que al Hijo de Dios), se presentan como
los moralistas que querían hacer cumplir la ley divina.
Así es el modo de proceder de los que no aman a
Dios ni al prójimo, aparecen como “personas
honradas” con derecho a pedir el castigo para los que incumplen la ley, dicen que no odian, pero se “rasgan las vestiduras” para amplificar
el escándalo y así se sienten seguros y “respaldados” para arrojar piedras, escondidos dentro de una multitud
indignada que fue motivada por ellos mismos; es la “portátil” de una sarta de “fariseos” que se repite en todas las
épocas. Les encanta escupir al que utilizan para tener “éxito” y fomentan una
escupidera general con sus efímeras argollas.
A esos esbirros del cargamontón Jesús les
da una respuesta genial: “el que esté libre de pecado que lance la
primera piedra” al instante se quedaron atónitos y se acallaron las
preguntas, hubo un gran silencio y poco a poco empezaron a retirarse. Luego
Jesús perdona a la mujer diciéndole: “¿dónde están los que te han condenado?...
tampoco yo te condeno, vete y no peques más” (Juan, 8, 1-11)
Los
lapidadores de hoy
Hoy, en
pleno siglo XXI, existen los que cree que pueden ser exitosos publicando
algún error, del que consideran un
estorbo para sus intereses, con el fin de descalificarlo. Usando cualquier artimaña y exagerando la nota provocan
el escándalo, sin que les importe maltratar la vida y la honra de las personas.
Con una actitud cobarde, se esconden maliciosamente para sorprender y ampayar a “victima” en su error y de inmediato dar la noticia con bombos y platillos, sintiéndose
orgullosos de haber sacado unos trapos
sucios ocultos a la luz de la “verdad”. Ellos se regocijan con ese “triunfo” y son felicitados por los
escribidores de la oclocracia reinante.
Esos “fiscales”
que además “investigan” las faltas,
no son los buenos cristianos que rezan y que quieren al prójimo; sus conductas son
originales y desarticuladas,
propia de “santones laicos”
que exhiben una “moral” fabricada de acuerdo
a su propia conveniencia y se dedican a señalar lo que debería ser, según el
consenso político del momento, con un “criterio” abierto para admitir como
verdad lo que consideran oportuno para los “intereses”
de una sociedad que se empeña en ir al margen de Dios, y que está yendo a
la deriva.
Suelen tener una mentalidad ecléctica para “canonizar” a
los que se suman a la “ética cívica” del
momento (sin que les importe para nada la
ley de Dios) y condenar a los que luchan por una verdad que ellos consideran retrógrada y cavernaria, propia de actitudes
dogmáticas y verticales de una Iglesia elitista de derechas, que ha tenido
errores en el pasado por haber impedido la libertad de las personas. Piensan que los católicos, fieles a la doctrina Tradicional del Magisterio eclesiástico, son
arrogantes y autoritarios, porque quieren imponer normas y costumbres de una
moral difícil y exagerada, que no es tolerante y discrimina a las personas.
Las
lecciones de Jesucristo y del Santo Padre
Es importante fijarse en la actitud de Cristo en
el pasaje de la mujer adúltera. La perdona y le dice: ¡vete y no peques más! El
Papa Francisco, en el año de la misericordia ha dado facultad a todos los
sacerdotes para perdonar el pecado de aborto. No es una aprobación ni una
minimización de este pecado. El aborto sigue siendo un crimen. El acento está
puesto en el perdón para las personas que estén arrepentidas. Es decirles,
después de perdonarlas: ¡vete y no peques más!
Hoy, más que nunca, es necesario que las
personas aprendan a perdonar y al mismo tiempo rechazar el pecado como un mal
que no se debe volver a repetir. Esta sería la actitud del que sabe amar.
El que vive lejos de Dios, que muchas veces está amargado y lleno de resentimientos, también está
dispuesto a tirar la piedra, amparado en
la ley, contra el que considera adversario o enemigo, a ver si saca
provecho de esa ejecución. No se nota en su conducta el amor a la ley (que
censura un pecado), ni tampoco el amor al prójimo, se nota que utiliza la ley para sus conveniencias, sin que le
importe maltratar a las personas con tal de salir airoso.
La sociedad no debe estar ciega para conseguir, igual
que Cristo, que esos hombres no sigan cometiendo esas injusticias que
claman al cielo.
Agradecemos
sus comentarios
No hay comentarios.:
Publicar un comentario