EL PRECIO DE LA INCLUSIÓN
Es
cierto que toda persona tiene una misión de la tierra, nadie está demás, todos
tienen un papel que cumplir con la responsabilidad de poner los medios para
poder hacerlo.
También
es cierto que mucha gente se encuentra desubicada, porque no tuvieron una buena
formación o por circunstancias difíciles que perjudicaron el desarrollo de sus
capacidades, o porque no le permitieron encontrar las oportunidades para su
realización.
No
son pocos los que viven frustrados soportando circunstancias adversas o
haciendo, para poder vivir, lo que
nunca pensaron o desearon. Algunas personas son como agujas para pasar el hilo de proyectos ajenos. Fueron útiles para
otros sin obtener el lugar y las
condiciones adecuadas para el propio desarrollo.
El
mundo también ha sido como una cárcel para muchos seres humanos. Se puede decir
que un vasto sector de la sociedad vive en el borde del abismo, con la angustia
de la inseguridad y totalmente desubicados. La ignorancia contribuye a que el
hombre se encuentre fuera de sitio y sienta que no es incluido ni siquiera en
el lugar donde vive.
Quienes
observan el panorama mundial suelen decir: "estas
personas deberían...." como señalando que deberían tener una ubicación
que no tienen o deberían hacer algo que no están haciendo.
Los
padres se encuentran desubicados cuando no están con sus hijos para educarlos,
los niños no están ubicados si no están yendo al colegio para formarse, los
policías si no protegen a los ciudadanos, los abogados si no aman la justicia,
los futbolistas si se pierden en la cancha....las autoridades si no predomina
en ellos la vocación de servicio. Es fácil sacar la foto y advertir la
desubicación general de la sociedad.
Estar en el sitio adecuado
Es
ahora cuando podemos hablar con más claridad de la inclusión. La inclusión
correcta consiste en ubicar bien a las personas. Si el río se sale de su cauce
no solo se pierde el agua sino que el agua se vuelve agresiva, invade y mata.
Si el hombre no está ubicado también se vuelve agresivo y se convierte en un
peligro para la sociedad. La inclusión empieza por decirle al hombre la verdad:
para qué vino al mundo y cuál es su misión.
La
inclusión no puede quedarse en la superficialidad de un respeto o de una
sonrisa barata, como diciendo: "yo
acepto a todos, soy una persona abierta" eso es lo mismo que nada, si
no hay en el hombre la responsabilidad de querer que todos estén ubicados en el
lugar que les corresponde para rendir y ser útiles. No basta que el papá abrace
a su hijo y le de todo, debe fundamentalmente ubicarlo en la sociedad, hacerlo
andar por el camino correcto.
La
inclusión, tal como se entiende ahora,
es confusa y puede ser muy peligrosa. En el trato con los demás debe haber un
orden, primero está la familia y en la familia hay que saber querer desigual a
los que son desiguales y para conocer estas desigualdades entre unos y otros es
necesario amarlos. Cuando se ama a las personas se conocen las diferencias y es
entonces cuando se puede saber cuál es el papel o el sitio de cada uno. No da
lo mismo que todos estén en los mismos lugares o cumplan las mismas funciones.
Los demás son los que nos colocan y nos
ubican
Los
que aman son los que determinan la ubicación de los otros. A la gente en el
mundo entero se las coloca en algún lugar. Uno solo no puede colocarse,
necesita de los demás. Para ser incluido es necesario el amor de los demás, la
falta de amor es lo que perjudica la inclusión de las personas. Es un error
grave no amar porque uno termina colocando mal a los demás.
El
amor coloca de un modo correcto a las personas, las deja bien ubicadas. Los
rechazos vienen por falta de amor. El que ama no incluye de cualquier manera,
no se trata de conseguir algo para alguien, se trata de que las personas
encuentren su lugar y su papel.
La
actitud estoica de la inclusión actual no es amor al prójimo. Es el miedo que
se tiene al comprobar la agresividad que se ha desarrollado en las personas por
la falta de amor. Es por eso que surge la inclusión como un mecanismo de defensa de los propios
derechos o intereses: “Te voy a hacer
caso para que me hagas caso”
Muchas
campañas que fomentan la inclusión están dirigidas al sentimiento de las
personas, para despertar en ellas una compasión con el excluido que lleva aneja
una protesta de indignación contra posturas de exclusión; se les oye decir en
todo el mundo: pobrecito, qué barbaridad,
qué solo se encuentra, cómo lo maltratan, son siempre reclamos contra
ciertas indiferencias para despertar sentimientos de protesta.
Es
un sentimiento que despierta el odio para el que excluye y la aprobación ciega
hacia la víctima (la persona no incluida). Un sentimiento interior que es más de
rebeldía que de amor y que les hace incapaces de ayudar verdaderamente al
prójimo.
Es
tiempo de llamar a las cosas por su nombre sin eufemismos ni ambigüedades. Es
cierto que en la sociedad está faltando la caridad, el verdadero amor al
prójimo. Es lo que el Papa Benedicto XVI está reclamando. Todos tenemos el
deber de amar al prójimo sin excluir a nadie de nuestro corazón. Es así como logramos
conocer a las personas para ayudarlas a situarse dentro de la sociedad en el
sitio que les corresponde.
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