LAS
ANTIPATÍAS DE LOS JUSTOS
Las
simpatías o antipatías no son las que marcan los aciertos o desaciertos de las
personas en el cumplimiento de sus deberes familiares o profesionales. Tienen
que ver más bien con los gustos, que tampoco pueden ser las motivaciones
principales a la hora de elegir. Puede darse también que los más antipáticos
sean mucho más coherentes que los simpáticos en sus conductas y en el desempeño
de sus actividades, pero tampoco se pueden establecer reglas al respecto.
Estas
consideraciones las hacemos porque mucha gente renuncia al cumplimiento del deber
por querer caer bien en los ambientes donde se desempeñan. Prefieren una imagen
que agrade y contente a todos, (especialmente
a los jefes), que el
cumplimiento estricto del deber o el orden moral, tal como debe ser de acuerdo
a la ley y a la conciencia.
Estas
actitudes de consenso, que están al
margen de lo correcto, son siempre reprochables, sin embargo las toleran en muchos sectores de la sociedad quienes
aplauden la permisividad, haciendo
la vista gorda para no observar lo
que debería advertirse, y entonces cuando sale una voz discordante, que quiere
poner los puntos sobre las íes, activan
sus mecanismos de defensa para responder como si los estuvieran atacando. Así
surgen los ataques a los hombres justos que quieren erradicar el mal de la
sociedad.
El rechazo del bien por
intereses ocultos de beneficio personal
Los
ataques a los justos están a la orden del día en muchos sectores de la
sociedad. Están organizados por quienes se sienten heridos por la presencia de una persona buena que
quiere arreglar las cosas. No les interesa el moralizador o el que quiera poner
orden porque desbarataría lo que han conseguido o pretenden conseguir de un
modo ilegal, o a través de prebendas
otorgadas por quienes “compran” voluntades a favor de sus proyectos y
beneficios.
Suelen
ser personas vinculadas a redes manejadas por mafias disfrazadas de justicia y que han aprendido y enseñan a medrar,
para vivir con trampas a costa de los demás. Primero hacen ascos a las buenas propuestas y luego actúan con artimañas calumniosas para dejar mal
parado al que quiso arreglar las cosas, y si es posible arman un escándalo para
quitárselo de en medio.
El mal se ahoga con la
abundancia de bien
El
cualquier parte del mundo el camino del bien se hace venciendo al mal. Si el
mal no existiera la conquista del bien sería distinta. El que es bueno debe
batallar para que el mal no se extienda. La fidelidad al bien es la fidelidad a
la verdad en todos los ámbitos donde se encuentre el ser humano. Lo decía
levantando la voz en Ayacucho el recordado Papa Beato Juan Pablo II: “El
mal nunca es camino para el bien” El que está en el camino del bien suele tener una actitud
firme y decidida, no se anda con medias tintas, ni con conductas melifluas.
Ser
un defensor de la fe y de la verdad puede generar fácilmente el odio de los
adversarios, como ocurrió con Jesucristo. El que trajo el bien y la verdad fue
sometido a las mayores torturas y condenado a muerte.
Quienes
no tienen una conducta recta de unidad y coherencia de vida y viven resentidos
con heridas de odio y venganza, se dedican a la guerra sucia y desleal, sin
importarles la fama y el honor de las personas. Se autocalifican de
moralizadores atacando a quienes se opongan a sus proyectos tildándolos de
corruptos y enemigos de la sociedad.
Jesucristo
fue juzgado por personas deshonestas que llenaron de fango sus expedientes para
que a todos les parezca que era peor que el mayor de los ladrones. Esta
historia se repite todos los días en el mundo. Los que quieren hacer el bien,
porque son buenos, terminan siendo “ajusticiados” por los sembradores impuros
del odio, que están en complicidad con aparatos mediáticos, para enlodar la
vida de los hombres de bien y salir ellos victoriosos para obtener sus
prebendas.
Los
santos y las personas honradas son incómodos para los que tienen “rabo de paja” y no quieren perder sus “beneficios” y
para los que tienen apetencias desordenadas
y van buscando por todas partes el poder
o el protagonismo, haciendo
complicidad con otros de su calaña y sin que les importe para nada la justicia
o la honradez.
Está
claro que una persona que quiera cumplir la ley y hacer las cosas de un modo
correcto, puede generar antipatías y rechazos y ganarse, sin haber hecho nada en contra, grandes enemigos.
Siempre
es necesario ver y conocer el fondo y la trayectoria de vida de las personas.
La superficialidad también lleva a la injusticia.
No
se trata de ponerse de acuerdo con una postura, o con un grupo, lo importante
es estar de acuerdo con la verdad y en desacuerdo con la mentira y lo falso,
venga de donde venga.
Las virtudes humanas del
hombre de bien
Ahondando
más en el tema podríamos dirigirnos ahora al justo y honrado, que advierte y quiere moralizar, para
decirle que se esfuerce en ser simpático, no por vanidad sino por caridad.
Ser
correcto y honrado y a la vez simpático no es nada fácil. Ajustar para que se
viva de un modo correcto tiene su costo. Sin embargo se debe luchar para
adquirir las virtudes humanas que sean necesarias para tratar muy bien a todas
las personas. La justicia no debería llegar de una manera severa y dura, sino
con toda la amabilidad y la comprensión que un ser humano pueda tener.
Se
pueden mejorar las maneras y las formas. Está al alcance de todos ser mejor
prójimo del prójimo. En este afán deben poner más empeño las personas dedicadas
a la educación y los que deben velar por la justicia. Está claro que la
justicia sin caridad se puede convertir en la mayor injusticia. Esto también
sucede a la hora del trato humano con las personas, si no se hace con
delicadeza, aunque se esté en lo justo,
la falta de virtud también podría considerarse como injusticia. Todos los
hombres, incluidos los más agresivos,
merecen un trato digno.
La
Caridad cristiana es una virtud infusa, la da Dios, no depende del temperamento
del hombre. Todos pueden y deben recibir esta virtud para amar como debe ser,
con el amor de Dios. Con la caridad se sabrá apreciar el modo bueno de los
distintos temperamentos y se sabrá desarrollar esos modos que siempre llevarán
al ser humano a tener una extrema delicadeza y finura en el trato con sus
semejantes.
El
buen trato al prójimo que procede de la caridad suele ser bien reconocido. Las
personas dirán del que trata bien: “¡Éste sí que sabe amar!”
Agradecemos sus comentarios
No hay comentarios.:
Publicar un comentario