El amor libre,
las uniones y la tradición familiar
AMAR
LAS DIFERENCIAS (I)
Existe
una nueva sensibilidad en los tiempos
actuales que reclama con fuerza la inclusión y rechaza la discriminación. En
todo el mundo se levantan voces de protesta cuando se ataca los derechos que
tienen las personas en ser reconocidas y aceptadas por sus semejantes. Es
también una suerte de búsqueda, casi angustiosa,
de comprensión que tendría que iniciarse en la tolerancia y un nivel de
autoestima elevado para que nadie se quede herido por sentirse minimizado o no
incluido.
Los
líderes de la nueva sensibilidad son
tan sensibles cuando se sienten afectados que corren el riesgo de discriminar a
los que consideran discriminadores llamándolos homofóbicos, intolerantes y retrógrados,
lo malo es que pueden incluir en esas críticas precipitadas, a personas
buenas que, en su sano juicio, defienden
los valores tradicionales de la familia y
no atacan a nadie.
La verdad nos hace libres
para poder amar
La
opinión no debe tener nunca fuerza de dogma, lo opinable es variable. Las
conquistas que puedan hacerse en nombre de la libertad deben respetar
precisamente la libertad de las personas. Y el sustrato de la auténtica
libertad es la verdad.
Decir
que el ojo es para comer no va con la verdad y además es una estupidez que no
tiene sentido, en cambio decir que una guitarra es una buena leña para el
fuego, es tener mala intención con ese instrumento musical. El amor a las
diferencias debe tener una intencionalidad correcta que responde a una rectitud
de conciencia de acuerdo con lo que es bueno y verdadero.
Para
amar las diferencias se debe tener en cuenta todo lo distinto, que se puede y debe querer del otro,
amando a la persona, a quien se debe querer siempre. Dicho en otras palabras se
debe querer a la persona con sus particularidades, incluso con sus errores y
defectos, pero no querer los errores y defectos en sí, porque hacen daño a la
persona que se quiere. Un padre quiere a su hijo vago pero no quiere que su
hijo siga siendo vago. No se puede querer lo que va contra la persona.
El respeto y la
valorización de las decisiones correctas
Si
una mujer casada piensa que su trabajo principal es su casa y no sale de allí
para poder educar bien a sus hijos, se la debe respetar y hasta venerar,
también cuando ella no quiere ser como otras mamás “modernas” que se alejan de la casa para trabajar y luego salir con
sus amigas. Éstas últimas no deben poner en tela
de juicio a la mamá casera por el hecho de no alinearse con ellas. Tampoco sería justo sacar a relucir una teoría
que ponga fuera de juego a la mamá
tradicional, como si se hubiera retrasado con respecto a las demás.
Siempre
los derechos de una persona tienen consecuencia en otras, para bien o para mal.
Los que están casados no solo tienen el derecho de ser libres para sentirse
bien en lo que ellos elijan, tienen también el deber de educar a sus hijos,
aunque eso los “amarre” a no poder
hacer muchas veces lo que les gusta. Sacrificarse no es perder la libertad,
aunque el sacrificio sea constante.
El
que entiende de sacrificio podría sacar doctorado en el amor, el que huye y busca
solo su relativa “felicidad” se queda muy atrás y ni huele lo que es el amor, por lo tanto no está preparado para la
vida.
Muchos
de los que pregonan con énfasis unos derechos de amor libre no saben de los sacrificios de la vida familiar para la
educación de los hijos y de la ejemplaridad que deberían tener en sus conductas
para que tengan el prestigio y la admiración de sus propios hijos.
Además
es necesario advertir que el exceso de sensibilidad es también exceso de debilidad
y no precisamente una virtud deseable. Un hijo muy sensible preocupa a sus padres, aunque la sensibilidad pueda
facilitar condiciones para el arte. Muchas veces el médico (siquiatra) tiene que intervenir para fortalecer a una persona que
hace problemas de personalidad, por ser demasiado sensible; es cierto que también
tiene que intervenir cuando la persona es demasiada violenta. Como podemos ver,
en los extremos suele estar lo que se debe arreglar. Los líos los ocasionan
mayormente los que están en los extremos, aunque lógicamente pueden haber
excepciones.
Ser fuertes para luchar
La
vida es dura y es necesario formar a las personas para que sean fuertes y no
para que se queden débiles. La fortaleza es la virtud necesaria para conseguir
que la persona adquiera delicadeza y finura. Insistir en la fortaleza no es
maltratar al sensible, en cambio insistir demasiado en que hay que ¡tener cuidado con el débil! puede ser
una buena cosa pero quizá, no sea la mejor ayuda para que el débil se fortalezca
y además, sin querer, se podría estar
discriminando al fuerte.
Es
mejor decirle al demasiado sensible
que debe luchar para ser fuerte, sin hacer comparaciones con nadie. Las
comparaciones, como dice el refrán,
son odiosas. Cada uno es cada uno y a las personas hay que quererlas como son,
y a todos hay que pedirles que luchen para ser virtuosos.
La
fortaleza es virtud humana, también es virtud cardinal (esencial) y don del
Espíritu Santo. Jesucristo instituye el sacramento de la confirmación para
hacernos soldados de Cristo. Jesucristo,
que es modelo para todos los hombres es ejemplo de fortaleza muriendo en la
Cruz por amor.
Atendiendo
a las diferencias de las personas se debe formar a todos para la vida. Toda formación
implica orden. El desorden y la informalidad son enemigos de la formación. La
formación está más al lado de la fortaleza y la disciplina. Esta virtudes son
también necesarias para la comprensión.
La
persona fuerte que no se quiebra tiene condiciones para salir adelante y ser apoyo para otros. Los extremamente sensibles pueden ser cómplices de sus
debilidades y en vez de ayudarse se perjudican más, aunque también caben las
excepciones. Lo mismo podríamos decir de los que se encuentran enredados en un
problema. El juntarse no siempre es positivo. Todos debemos admitir que hay
juntas que hacen mucho daño. No basta la libertad de querer juntarse para ser
libres de verdad, de allí los errores que se cometen en uniones que nunca se
deben dar y que luego pueden tener consecuencias muy penosas.
Amar para conocer las
diferencia
Se
conocen las diferencias de las personas cuando se las ama y cuando hay amor, la
comprensión estará garantizada. La comprensión no es un engaño, tiene que ir de
la mano de la verdad, no es cerrar los ojos para no ver lo malo. El permisivista que deja pasar no sabe
amar. El engreimiento excesivo que crea personas egoístas, procede más del amor
propio que del auténtico amor al otro.
Amando
conocemos las diferencias y ese conocimiento, que camina con la verdad,
alcanza las pautas y
criterios para orientar a las personas por el camino correcto. Lo demás podría
ser, como está ocurriendo hoy: entrometerse atropellando, o lavarse las manos como Judas.
Las
opiniones deben sustentarse en la verdad y no en la “democracia” el consenso de las mayorías, que reflejan las estadísticas, nunca ha sido un criterio correcto a
tener en cuenta para la conducta de las personas, es solo comprobar las
tendencias de las mayorías, que podrían ir bien o estar equivocadas. como lo
hemos visto tantas veces en la historia.
*continuará en el próximo
artículo.
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