El
amor a los orígenes y a la tradición
AMAR LAS DIFERENCIAS (II)
Nuestros
antepasados educaron a sus hijos con unos criterios distintos a los de ahora. Gracias
a los esfuerzos y al amor lograron cosechar muchos frutos formando personas muy
valiosas que las familias y la historia reconocen.
La
integridad de la persona exige el reconocimiento y el agradecimiento de los
valores que nos dejaron nuestros antepasados. Mirar atrás es también amar las
diferencias: otras épocas, otros
sistemas, otros planteamientos, que dejaron unos frutos muy buenos en la formación de las
personas, ¡cuánto cariño y amor pusieron muchos! para formar a los que vendrían
después.
Las
generaciones actuales deberían agradecer ese legado y preguntarse después si la
educación de hoy ha superado a la de nuestros padres, abuelos y maestros
de antaño, o estamos todavía muy por debajo. Se puede ver por los resultados.
Hoy ¿se educa mejor?
En
los tiempos actuales el miedo a exigir a los más jóvenes ha crecido
considerablemente en muchos sectores de la sociedad. A los papás les cuesta aconsejar a sus hijos adolescentes, no
saben qué decir por el temor de que el chico
pueda reaccionar mal y opte por alejarse de él o de la casa; otros no dicen
nada y dejan que el hijo funcione de acuerdo al modo de proceder de sus amigos,
o de los ambientes juveniles.
Los
profesores en los colegios, tienen miedo de corregir a sus alumnos, por temor a
enfrentarse con los papás que podrían considerar una intervención drástica como un maltrato
a sus hijos; además, la nueva
sensibilidad social y algunas “pedagogías”
modernas se están encargando de descalificar sistemáticamente a los sistemas
antiguos de educación haciendo creer que, en
esas épocas, todo el mundo funcionaba con el criterio de: “la letra con la sangre entra” y por lo
tanto estaba permitido utilizar, para educar a los chicos, los golpes, los
chicotazos y un enorme repertorio de
castigos humillantes.
Por
influjo de esas ideologías y de algunos medios de comunicación, un buen sector
de la población, sobre todo los más
jóvenes, piensan que en las generaciones anteriores todo fue castigo, discriminación
y maltrato.
Los
que hemos vivido más de un lustro hemos conocido sistemas educativos de antaño
de gran calidad y personas admirables que supieron dejar un legado valiosísimo
de virtudes y de conducta ejemplar. Mucha gente amigable, respetuosa y cariñosa
con un afán grande de dar lo mejor de sí a los demás y que hoy merecen todo el
respeto y la consideración de sus hijos y nietos. Como en todas las épocas se dieron también abusos y
maltratos determinados hogares y en instituciones educativas, pero no con la
magnitud que señalan muchas ideologías liberales que están en boga en los
tiempos actuales.
El maltrato y la
inseguridad en los tiempos actuales
Como
contraste podemos decir que no son pocos los que afirman que hoy, incluso con los sistemas modernos de
educación, el maltrato al prójimo y la inseguridad ha crecido
considerablemente. El problema de fondo está siempre en la educación.
Como
avance positivo vemos que hoy ya
no se toca a los alumnos. En este campo se ha avanzado para que todo sea
trasparente y se eviten injusticias que quedaban ocultas en otras épocas. Gracias
a Dios en esto se avanzó pero, de ninguna manera se puede concluir que por eso,
el pasado estuvo repleto de abusos,
encubrimientos y de personas traumadas.
Parece
que las generaciones actuales no quisieran reconocer los buenos resultados en la formación y educación de los
chicos de otra épocas. Solo se quiere señalar lo malo. Los discursos educativos
son para que el pasado no se repita, aunque muchos papás en sus casas le dicen
a sus hijos rebeldes: “cuando era chico
los hijos respetábamos más a nuestros padres. ¡ Las familias estaban mucho más
unidas, ¡en cambio ahora!!!” Esta
afirmación, que se oye a menudo en muchos
hogares, es la nostalgia de una educación más centrada y acertada.
No
se puede negar que existe, en el consenso
general de las generaciones
actuales, una suerte de cargamontón contra
estilos de vida que siguen, respetuosamente
y con cariño, una tradición familiar, como si ésta fuera mala y obsoleta.
En
nombre de la verdad y de la justicia las generaciones actuales deberían
reconocer los sacrificios y méritos de sus progenitores y maestros. No se
pueden callar. La tradición forma parte del ser de las personas. Quien va
contra la tradición ataca injustamente a sus propios orígenes. Quienes nos
precedieron no solo existieron, también nos legaron una conducta con una
orientación de vida que no podemos, ni debemos soslayar. Es un tesoro inmenso
que nos ayuda a conocer las diferencias de las personas en cuanto a las épocas
y cómo la bondad, no es patrimonio de los tiempos sino de los corazones de las
personas buenas que quieren de verdad a los suyos. Con nuestros antepasados
tenemos una deuda de amor que debemos agradecer con creces.
Una vanidosa presunción
Habría
que calificar como presunción vanidosa
el pensar que la civilización de ahora es superior a la del pasado. Así se
pensó a finales del siglo XIX con el racionalismo reinante que entregaba al
mundo una civilización guiada por la razón. El Siglo XX rompió con esa
“racionalidad” al darle al mundo dos guerras mundiales con millones de muertos.
Ninguna
guerra se debe repetir, pero el hecho de que existieran en el pasado no nos da
derecho a calificar a las generaciones de esas épocas como inmaduras, inferiores,
o de gente que no supo hacer las cosas bien.
Cuando
los noticieros de la televisión sacan solo lo malo, no dicen la verdad. La vida
de una persona no son sus errores, aunque sean muy grandes. Los noticieros
deberían sacar sobre todo las cosas buenas que hacen las personas. El hombre de
hoy, por influjo de los medios, puede
acostumbrarse a sacar solo lo malo y vivir imbuido dentro de sus propias
críticas. Quien actúa así está tan ciego, como el político que presenta una
hoja de servicios inmaculada y luego se dedica a condenar a sus adversarios
como mentirosos y corruptos.
Quienes
ven negativamente a las generaciones anteriores debería sondear antes su propio
corazón para que vean lo que encuentran. Si tienen luz para ver tendrán un
poquito más de respeto y comprensión con los que le precedieron.
Las
personas inteligentes son las que saben continuar tantas cosas buenas que
empezaron los anteriores y no romperlas con borrón
y cuenta nueva porque les parece que no valen y que hay que empezar de
nuevo.
Criticar
el pasado como una época cargada de errores es un modo injusto de ver la
realidad, y esa visión puede ser más grave y perjudicial que las injusticias
que realmente se cometieron en esas épocas. Los odios y resentimientos
destrozan la humanidad llenando los corazones de rencores. Ese espíritu crítico que pretende ser
humano es realmente anti humano. La
comprensión y el perdón hacen grande a la persona y le dan la capacidad de
conocer mejor la realidad.
*Continuará en el próximo
artículo: “Querer las diferencias”
(III)
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