En el sufrimiento y el
dolor
AMAR LAS DIFERENCIAS
(III)
Las
diferencias están también marcadas por las limitaciones físicas producidas por
la enfermedad o alguna deformación genética, también por algún accidente, heridas
de guerra o las producidas por algún conflicto.
Cuando
alguna persona queda limitada por algún suceso es fácil que encuentre la ayuda
y la solidaridad de sus familiares, sus amistades y de los que estuvieron cerca
del incidente. También habría que decir que en la mayoría de los casos estás
ayudas empiezan a disminuir conforme avanza el tiempo. Suele haber un desgaste y un cansancio hasta en los mismos familiares.
Es necesaria la gracia de
Dios
Querer
a una persona, atendiendo a sus diferencias, y especialmente en estos casos de limitaciones físicas, exige necesariamente
de la virtud de la caridad. Los esfuerzos humanos de altruismo y benevolencia duran
poco. Es necesario acudir a Dios para que Él otorgue la gracia de la caridad,
virtud que se arraiga en el centro del corazón y sale desde allí con toda la
fortaleza del amor. Solo con esta virtud la persona puede adquirir el nivel de
generosidad y disponibilidad que se requiere para atender a personas limitadas
o trastornadas por algún incidente.
Toda
persona tiene el deber de adquirir la caridad, por eso forma parte de los
mandamientos que nos enseña la Iglesia. Adquirir esa virtud no es opcional, es
una necesidad urgente para poder atender bien a las personas que sufren por una
limitación, o por un trastorno que las afecta. El que posee la virtud de la
caridad tiene capacidad para aguantar los imponderables y contratiempos que surgen de las
limitaciones humanas y la fortaleza para perseverar, sin angustias ni agotamientos, en una atención continua a las personas
necesitadas.
La
motivación principal de la caridad es el amor a Dios que se tiene por el amor
de Dios que se establece en el corazón del que posee la virtud y por lo tanto
aprenderá a amar como ama Dios. Así se entiende la petición que hace Jesucristo:
“Amaos
los unos a los otros como yo os he amado”
La
Iglesia forma a los fieles para que amen como Jesucristo nos ama. Para lograrlo
se requiere aceptar el mismo camino de Cristo. Él ha dicho: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida”
y es el camino de la Cruz: “el que quiera venir tras de mi niéguese a
sí mismo, tome su cruz y que me siga”.
El
requisito indispensable para que Dios entre en el corazón de las personas es la
virtud de la humildad: “Dios da su gracia a los humildes”. El humilde se quita él y deja actuar a Dios: “Que
Él crezca y que yo disminuya”. Los humildes son los que pueden
identificarse con Cristo llevando, con alegría, el peso de la Cruz. Se
convierten en instrumentos de Dios y están dispuestos a llevar la Cruz
padeciendo con Cristo.
En
el viernes santo vemos la mayor manifestación de amor de Dios con los hombres:
Jesucristo que muere el la Cruz: “nadie tiene más amor que el que da la vida
por sus amigos”
Con el amor a Dios nadie se
agota
La
Caridad es una virtud que Dios entrega a los que son humildes. El peor enemigo
de la Caridad es la soberbia que es lo contrario a la humildad. El hombre
soberbio está perdido y no entenderá el sentido de la Pasión y muerte de
Nuestro Señor Jesucristo. Huirá
con miedo de todo lo que es dolor o sacrificio.
“El
mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero
para los que están en vías de salvación es fuerza de Dios” (1, Cort. 1, 18-19).
El
que tiene Caridad persevera a pesar de los obstáculos que pueda encontrar.
Tiene un amor que no hace “ascos”
frente a las limitaciones humanas de quien exige un sacrificio constante para
ser bien atendido.
La
persona que lleva a Dios en su corazón sabe pararse bien delante del dolor físico o moral y no se escapa huyendo
con temor despavoridamente. Sabe emplear su tiempo para atender al que lo
necesita, y lo hace sin mentalidad de víctima, con una generosidad encomiable.
Es el sacrificio constante de asistir muy bien, comprendiendo al angustioso limitado que pide ayuda.
Sin
caridad no se aguanta y se suele pensar en la mala suerte de tener que atender
a personas insoportables o a
situaciones desagradables. No se
ve el momento en que termine ese via
crucis para quedar “libre” de esa
carga pesada.
El
que tiene caridad, en cambio, tiene
una calidad de vida muy grande, se le ve, a
pesar de los contratiempos, con una alegría grande y un amor dispuesto a
cualquier sacrificio. Con la caridad se es útil y eficaz en la solución de los
problemas humanos y acicate para seguir luchando con optimismo y esperanza
Una
persona que sabe amar merece todo el respeto y la consideración de los demás,
pero ocurre también que muchos no reconocen las buenas intenciones y las obras
de los buenos, que terminan siendo
atacados y odiados por defender la verdad y el bien. Es así como se repite
nuevamente, con los seguidores de Cristo,
el drama de la pasión. Lo podemos fácilmente ver a lo largo de la historia.
La contemplación de Cristo
en la Cruz
Este
viernes santo, mirando a Cristo
crucificado, todos tendrían que preguntarse si son capaces de llevar el
peso de la Cruz y si poseen realmente una sensibilidad de corredención. El
corredentor es el que está cerca del que sufre y con gran misericordia y
comprensión, procura aliviarle el dolor.
El
mundo del dolor tiene un espectro muy amplio: los que están en cuidados intensivos, los desahuciados, los que viven
con una gran indigencia, los que han perdido todos su bienes, los que han
sufrido un accidente, los que han perdido sus seres queridos, los perseguidos
por la guerra, las víctimas del terrorismo, los que están secuestrados, los que
han sido vejados, los calumniados, los que están en los calabozos, los que
viven angustiados…
Si
hay caridad la actitud del ser humano es redentora, crece el afán grande de
recomponer, de curar, de sanar, tal como lo hizo Cristo con los enfermos y con
los pobres.
El hambre y la sed de Dios
En
el mundo de hoy hay muchos insensibles que
viven tranquilos en sus comodidades
como si “la fiesta no fuera con ellos”
No saben responder al querer de Dios y se refugian en teorías que tiene como
sustento el puro egoísmo humano.
Sacan la bandera de la libertad para defender sus derechos que en el fondo son sus placeres. Cuando se les habla de la Cruz y del sacrificio no
entienden y se quedan mirando como con
lástima pensando que esos planteamientos son de un pasado oscuro y ya han
sido superados por el consenso de una sociedad libre de esas ideas cavernarias.
El
plan de la redención a través del dolor y del sacrificio sigue siendo el mismo.
La señal del Cristiano será siempre la Cruz, aunque le aterre al enemigo. Y el
la Cruz está Jesucristo maltratado por la maldad humana. A pesar de todo lo que
hace Dios el hombre sigue escogiendo el mal con el odio a lo más bueno, sin que
haya una razón de por medio. El amor al desorden de la naturaleza, que es el pecado, provoca esas actitudes
de rechazo.
El
viernes santo es una oportunidad para la reflexión y la conversión. Los
soldados brutales que le habían pegado a Jesús y se estaban burlando de Él, son
los primeros en quedar desconcertados al morir Jesús y al producirse el
terremoto gritaban desconsolados: “Era realmente el Hijo de Dios”
Ojala
muchos agnósticos, ateos y burlones de
nuestros tiempos se topen con la realidad de un Dios que ha muerto en la Cruz
por amor a ellos.
Agradecemos sus comentarios
*El próximo artículo: “amor
a las diferencias” (IV)
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