Ecología Global VI
EL
MUNDO QUE QUEREMOS DEJAR
El
Papa Francisco pregunta en la encíclica ¿qué mundo queremos dejar a los que
vengan después? Los que vienen después son seres humanos que deberían
encontrarse un mundo mejor. En toda persona hay un deseo de dejar algo mejor
para las siguientes generaciones. Los padres desean que sus hijos sean mejores
que ellos y tengan mejores oportunidades en la vida.
“¿Qué
tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan? ¿para qué estamos en la
vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? (Laudato Si, n.160)
¿Qué
es lo mejor? La conciencia de cada
persona podría responder bien. Si hay verdaderamente amor al prójimo no se
puede dejar cualquier cosa. Y en este mundo cargado de materialismo muchas
personas están cegadas, viven como en una selva y no ven con claridad que es
realmente lo mejor, lo que da felicidad, paz y libertad.
La efímera herencia
materialista
Muchos
al pensar en la herencia que van a recibir se fijan en lo que es exclusivamente
material: una casa, un terreno, unos
negocios, un automóvil, unas joyas y están deseosos de que llegue el
momento para recibir lo que les toca. Las motivaciones para tener son tan
grandes que no faltan los conflictos, incluso entre los mismos hermanos, por bagatelas que no tienen demasiada
importancia. Los conflictos pueden dar origen a distanciamientos entre los
hermanos y ha una ruptura en la familia que puede prolongarse en el futuro sin
que exista una fecha para la reconciliación y el regreso a la unidad familiar.
Lamentablemente
existen en el mundo muchas familias divididas y peleadas por conflictos de
intereses. Esas contiendas originan juicios y muchas veces situaciones de
violencia que claman al Cielo. La
fraternidad rota por un afán desmedido y compulsivo de querer tener más.
La
reconciliación debe empezar por la familia, ¿porqué tanto empeño por las cosas
materiales y por el dinero? El materialismo corrompe los corazones y las
personas pierden lo que realmente vale.
“Hoy
existe el problema de volverse profundamente individualistas. Muchos problemas
sociales se relacionan con el inmediatismo egoísta actual, con las crisis de
los lazos familiares y sociales, con las dificultades para el reconocimiento
del otro” (Laudato Si, n. 162).
El
Papa Francisco insiste en poner el acento en las personas para quererlas de
verdad, empezando por la familia. La sociedad está mal porque se ha roto la
familia. Las individualidades no pueden sacar a la sociedad del hoyo. Las
individualidades se vuelven originales y
se encríptan en unas vidas
melancólicas con retazos de entusiasmo por alguna conquista efímera.
En
la historia vemos a los hombres que pasan; algunos contribuyeron a dejar algo
valioso para el progreso y desarrollo de la sociedad y otros estuvieron pintados y dejaron el recuerdo de un
nombre o de alguna idea que se ha quedado dibujada en un viejo papel sin
mayores repercusiones para el bien de los demás.
“¿Qué
mundo queremos dejar para los que vengan después?
Cuenta
una vieja novela, “La Muralla” de Calvo Sotelo, que había un hombre que estaba
en el umbral de la muerte, antes de pasar a la vida eterna se le presenta Dios
y le hace un examen de conciencia; le advierte que si se muere así se irá al
infierno y le regala unos días más de vida para que arregle su situación. Le
hace ver que todo lo que había conseguido en su vida era a base de mentira y
corrupción. Si moría en ese momento su familia, agradecida por todo lo que él les dio, lo enterraría con todos los
honores y se llevarían un gran recuerdo de él, lo mismo iba a suceder con sus
compañeros de trabajo. Moriría como una persona buena y honrada, pero eso era
mentira. Dios le da unos días más de vida para que diga la verdad. Al confesar
a los demás lo que realmente era le caería encima el desprestigio y la ira de
todos los que habían sido engañados, lo meterían a la cárcel y perdería todos
sus bienes, pero después al morir, por
haber sido sincero y haberse arrepentido, se ganaría el Cielo.
En
la novela se ve la angustia de este personaje que al final termina diciendo la
verdad para irse al Cielo. Esta novela remueve la conciencia de las personas.
Rectitud de corazón
Si
queremos dejar un mejor mundo para los que vienen después empecemos por mejorar
nosotros mismos siendo honrados, nobles y sinceros, amar realmente a los demás
y no tener que recurrir a los disfraces para
aparentar lo que no se es. La persona que quiere hacer el bien deben mirarse
tal como es delante de Dios y hacer la cosas cara a Dios, no cara a los demás
para quedar bien.
De
nada sirven las dádivas, si el corazón está torcido. De nada sirven los grandes
proyectos económicos, si no hay unidad de vida. Una persona engañadora, de doble vida y doble discurso, no tiene
nada que hacer en la construcción de una sociedad. No está en condiciones para
hacer el bien, no es idóneo para sustentar proyectos de inversión porque estará
ciego para el bien común. Su modo de dar está torcido y desacertado. Nadie da
lo que no tiene. Si no tiene amor no puede dar amor.
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