viernes, agosto 06, 2010

Palabras de agradecimiento del P. Manuel Tamayo

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: “la presencia de Dios en la lucha contra la corrupción”

Mi primer agradecimiento, en este día tan grato para mi, después de haber escuchado a ilustres oradores con sus comentarios y ponencias sobre mi libro, mi primer agradecimiento, si ustedes me lo permiten, es para Dios, que me ha dado tantas oportunidades en la vida para hablar de Él y ahora, en esta ocasión, en el Poder Judicial, que es el lugar donde se administra la Justicia, me de también la oportunidad de hablar de Él.

Muchas gracias al Dr. Juan Velit Granda por haber aceptado escribir el prólogo de mi libro, por sus palabras llenas de afecto y algunos elogios que no creo merecer. Creo que a la unidad de ética le debemos la amistad que ha ido creciendo entre los dos y fortaleciéndose cada día más. Muchas gracias Dr. Juan Velit, también por su amistad.

También es grande mi agradecimiento para el compañero de colegio y de clase, para el Dr. Javier Villa Stein que tuvo la gentileza de invitarme a participar del Consejo Consultivo y de la Comisión de ética del Poder Judicial. El Dr. Villa Stein y yo tenemos dos momentos de amistad bien definidos: del 56 al 60, cuando estábamos en primaria y el 2010, él de Magistrado Supremo y yo de sacerdote. No nos hemos visto casi en 50 años. Yo le agradezco su amistad leal y sincera y el propósito que nos une ahora: la lucha contra la corrupción. Estamos firmes en el mismo camino.

Agradezco a mi familia, que siempre me apoya en todo y especialmente a mi padre que también fue Magistrado Supremo y que este año cumple el centenario de su nacimiento, a él le he dedicado este libro.

Agradezco a todos los que han colaborado, a la editorial Infobrax, a los esposos Esquivel, al personal del Palacio de Justicia que ha hecho posible esta presentación, al capellán del Poder Judicial, Mons. Ángel Ortega que ha estado siempre pendiente de todos los detalles y a tantos amigos que se han acercado en estos días con sus palabras de aliento y estímulo.

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Para un sacerdote su pasión principal es hablar de Dios, es una pasión que no está dirigida a buscar el beneficio propio, el sobresalir, o ser protagonista frente a los demás, sino que está dirigida más bien al servicio a los demás, como dice en la misma Escritura, de Jesucristo que “no vino a ser servido sino a servir”

Creo que estas mismas palabras se podrían aplicar a las autoridades de los distintos poderes del Estado, que deben tener una vocación de servicio, donde no debe aparecer para nada el beneficio personal.

Es lo que intento decir en mi libro al referirme a la idoneidad de las autoridades y en especial, a las que se dedican a la administración de la justicia.

En las primeras páginas de mi libro hago referencia a un recuerdo particular que para mi fue entrañable cuando, en 1968, a los 19 años de edad, trabajaba en estos ambientes del Poder Judicial como empleado en la mesa de partes en lo administrativo de la Corte Suprema. Recuerdo el garbo humano y el talante profesional de algunos vocales supremos que dejaron en mi, la huella imborrable de personas honradas que administraban la justicia con una bondad natural que les salía del alma, eran indudablemente hombres de bien.

El recuerdo de esos años y el recuerdo de mi padre, que (Fue Juez de menores en Lima, vocal fundador de la Corte Superior del Callao y luego Vocal Supremo), fueron las motivaciones principales para publicar este pequeño libro, porque vi en ellos la honradez y la hombría de bien, aprendí mucho de ellos.

Más tarde aprendí también del Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer, (tuve la oportunidad de vivir con él en Roma), cuando le oí decir en muchas oportunidades que Dios debería estar presente en todos los acontecimientos de la historia y en todos los rincones de la sociedad. De allí el título de este libro: “La presencia de Dios en la lucha contra la corrupción”

He querido con este libro transmitir una experiencia y también: hacer una petición.

La experiencia es poder decir que: Yo he conocido personas honradas y leales; es afirmar que existen personas honradas, leales, rectas, es decir, son hombres, o mujeres de bien. Es una experiencia que me llena de esperanza. Lo que ocurre, y más en estos últimos tiempos, es que los mejores no se quieren presentar para los cargos de responsabilidad. Y el motivo de estos alejamientos es la creciente corrupción.

Entonces la petición que hago a través del libro es: trabajemos todos para eliminar la corrupción, que equivale a decir: busquemos a las personas buenas, si existen estas personas buenas, no debería haber corrupción, y si no se encuentran, hay que formarlas con urgencia. Personas que sean honradas, que sepan comprometerse con la verdad y el bien, que sepan servir a los demás sin buscar recompensa o beneficio propio, que no sean egoístas.

He subrayado muchas veces en el libro la importancia de la educación y de las comunicaciones para que puedan cumplirse estos objetivos. Pero ¿quién no habla hoy de la importancia de la educación?, ¿todos dicen que hay que darle prioridad a la educación? Sin embargo vemos que también la corrupción ha llegado a los ámbitos educativos, cuando ésta se limita a los asuntos académicos y se deja de lado la ética o la moral, o cuando la educación se convierte en un negocio más, rentable para algunos bolsillos.

Alguien podría decir que aunque se ponga énfasis en la educación, no se podrá evitar la corrupción. Y como todas las personas son corruptibles deberían existir siempre los sistemas de represión y los controles correspondientes para evitar los efectos de este mal.

El título del libro es como la respuesta de lo que pretendo explicar con más claridad, como miembro de la Comisión de Ética del Poder Judicial y sobre todo como sacerdote, como hombre de fe que procura transmitir una verdad de la Iglesia, que Dios ha revelado y que está dirigida precisamente a evitar corrupción. Yo pienso que la tragedia del hombre es que muchas veces no escucha a la Iglesia y la Iglesia habla desde tiempos de Cristo, todo el tiempo está hablando, no debe callarse, tiene el deber de hablar, como Cristo lo hizo, para defender la verdad de los ataques que recibe y además la Iglesia es experta en humanidad.

En los temas de corrupción la Iglesia tiene mucho que decir. Hablar de la corrupción es hablar del hombre. Para aquellos que piensan que el hombre es corruptible, la Iglesia les dice que sí, que efectivamente todos somos corruptibles, porque nacemos con una naturaleza desordenada, con unas inclinaciones torcidas. Y la Iglesia fue fundada por Jesucristo para enderezar, con la gracia de Dios, esas inclinaciones del hombre por medio de los sacramentos.

De allí que con el título de este libro, “La Presencia de Dios en la lucha contra la corrupción”, quiero decir que sin Dios es imposible vencer a la corrupción. Jesucristo afirma categóricamente en las Escrituras: “sin mí nada podéis hacer”

Los sacerdotes tenemos como misión predicar la palabra de Dios y Dios es el primero que nos advierte de la corrupción, nos hace ver que todos somos pecadores y que somos culpables de nuestros pecados. Es por eso que Jesús les advierte a los que querían ajusticiar a la mujer sorprendida en adulterio, que con la ley en la mano querían ejecutar la sentencia: “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, todos empezaron a retirarse A inhibirse diríamos hoy (aunque hoy la gente se inhibe porque no quiere responsabilizarse. Cuando quieren quitarse de en medio se inhiben, o se van de viaje y entonces no intervienen). En la Escritura empezaron a retirarse porque se sentían indignos. Cómo iban a ejecutar a la adultera si ellos estaban manchados también por el pecado.

Dios le pide al hombre una actitud de humildad, que es el reconocimiento de la verdad. Admitir lo que somos, admitir que somos pecadores.

Los sacerdotes tenemos una ventaja al hablar o escribir sobre la corrupción porque sabemos que la causa está en el pecado. Y combatiendo el pecado, con la gracia de Dios, se combate la corrupción. En una sociedad donde se vive como si Dios no existiera es difícil combatir la corrupción, aunque se reconozcan las cualidades y condiciones humanas de muchas personas.

En una sociedad relativista las dificultades para atajar la corrupción crecen porque las personas se mueven más por las emociones y sentimientos que por la verdad objetiva y el respeto a las leyes morales.

En el estudio sobre la corrupción algunos me decían que no toque la religión, o que separe lo que es religioso de los planteamientos de una ética social. Para mi es imposible. Quizá se pueda hacer sobre el papel, (el papel admite todo). Se podría hacer un planteamiento teórico coherente, un maravilloso programa, … sin embargo la realidad es distinta.

El hombre de fe sabe que la fe, informa toda su vida. Que las verdades de la religión no son para usarlas en determinados momentos. No se puede excluir a Dios de la lucha contra la corrupción. Excluir a Dios es meterse en un laberinto sin salida, un círculo vicioso que nunca acaba.El tema de la corrupción se soluciona combatiendo el pecado personal. Es responsabilidad de cada uno.

Quisiera añadir unas palabras del Papa Benedicto XVI, él dice que la descomposición moral es consecuencia de la ausencia de Dios: “Hemos dejado de atrevernos a hablar de la vida eterna y del juicio. Dios se ha vuelto para nosotros un Dios lejano, abstracto. Ya no tenemos el valor de creer que esta criatura, el hombre, sea tan importante a los ojos de Dios, que Dios se ocupa y preocupa con nosotros y por nosotros…. Y así hemos decidido a construirnos a nosotros mismos, a reconstruir el mundo, sin contar realmente con la realidad de Dios… así el ser humano pierde su gran honor y su gran dignidad,.. el hombre se descompone moralmente y se vuelve manipulable… Hay una tarea fundamental que consiste en hacer presente a Dios. Reconocer que Dios nos ama y quiere nuestra felicidad”. El pensamiento de Benedicto XVI, Libros, libres, pág. 115.

¡Somos libres, seámoslo siempre!

Lo cantamos muchas veces con fervor en nuestro Himno Nacional, sin embargo el concepto de libertad no es igual en todos los peruanos.

Había una vez dos señores. Uno era ateo y el otro creyente. El ateo veía la libertad como independencia total, no depender de nadie, ser autónomo, revelarse frente a la autoridad si consideraba que le estaban imponiendo algo. El creyente veía la libertad como amor a una verdad objetiva, sumisión a unos mandamientos morales y a la autoridad establecida, obediencia a una voluntad superior.Cada uno vivía de acuerdo a sus principios, respetándose mutuamente, hasta que llegó el final de sus vidas. Era el momento de la verdad, el momento de ver quién tenía la razón.

Fue precisamente en Francia donde hubo hace muchos años un famoso debate sobre la existencia de Dios. Debatían dos grandes intelectuales franceses, Paul Valery (ateo) y Jean Gitton (católico creyente). Paul Valery reconocía, ya entrado en años, que él no tenía la ternura de los creyentes, que era demasiado cerebral, frío y pragmático.

En cambio Jean Gitton decía en su argumentación que si en el momento supremo de la muerte le demostraran que Dios no existe, el nunca se hubiera arrepentido de haber creído en el amor. Nos ponemos a pensar que hubiera sido si en el momento supremo de la muerte le demuestran al ateo, al que siempre negó a Dios, que Dios existe. André Frossard, otro francés, que había sido ateo y marxista, se convirtió en un ferviente católico tan solo por ingresar en una iglesia de Paris para buscar a un amigo.

Hay una famosa novela: La Muralla de Calvo Sotelo, donde Dios se aparece a un hombre que está moribundo con una enfermedad terminal. El Señor le dice: si te mueres así te irás al infierno, tu familia cree que eres muy bueno, tus colegas de trabajo van a reconocer todo lo que has hecho, te harán un monumento, tendrás un entierro de primera, pero te irás al infierno porque tu sabes que todo lo que has conseguido lo has hecho con mentiras, manipulaciones, injusticias. Te voy a dar una oportunidad, sanarás pero tendrás que decir la verdad, esto te costará la decepción de tu familia, te meterán en la cárcel, morirás como un corrupto, abandonado y solitario, pero luego tendrás el Cielo para toda la eternidad.

Es una novela que refleja una gran realidad. Los sacerdotes vemos morir y no es igual. Dios es necesario para evitar la corrupción y es más necesario aún para alcanzar la vida eterna, que es alcanzar la felicidad eterna.

Por eso quiero decirles, antes de terminar, quiero decirles, en este Poder Judicial, donde se administra la Justicia, que hay una Justicia Divina, al final de nuestra vida, y que ahora mientras estamos de camino podemos acercarnos a ese Juez que perdona siempre (siempre y cuando estemos arrepentidos de nuestros pecados), para obtener la gracia que necesitamos para ser libres. Que en este Poder Judicial esté presente Dios. Hay una capilla y un Sagrario con el Santísimo aquí. Veo que siempre está con gente, también me han dicho que la frecuentan los magistrados y jueces. Es una buena garantía para todos.

Solo así podremos decir ¡Somos libres y seámoslo siempre! Somos libres si podemos llegar al Reino de los Cielos. Muchas gracias.

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