martes, diciembre 30, 2014

Balance de fin de año
DÉFICIT DE SANTIDAD

La santidad de vida es necesaria para que todo camine con orden y armonía dentro de una lógica que podríamos llamar sobrenatural, que debe ser conducida por seres humanos que, reconociendo sus limitaciones y miserias, procuran ganar las batallas contra el mal, todos los días, con la ayuda de la gracia, que Dios les alcanzará si son humildes; solo así podrían ser colaboradores en el plan de salvación para todos los hombres.

Las cosas caminan con las personas buenas y para que todo vaya bien es necesaria la lucha por la santidad, y sin ella todo se desvirtúa.

Con la pérdida o ausencia de santidad son inevitables los enfrentamientos humanos que confunden a las personas. En esas situaciones de inestabilidad, que pueden ser de crisis, todo se detiene porque crece una barrera absurda que impide la propagación del bien y da lugar a que con frecuencia ocurra lo del perro del hortelano…

Los enredos de la falta de santidad
La ausencia de santidad hace que las personas se enreden con unas complicaciones tontas, que muchas veces terminan en peleas y distanciamientos.

En esas situaciones conflictivas, el amor propio herido crece con unos resentimientos que podrían durar años, y aumentan, paralelamente, ambiciones egoístas de poder, que el afectado defiende con un celo amargo y hasta agresivo en algunos casos.

Quienes permanecen dentro de esas limitaciones, se van desviando poco a poco de los fines principales para caer en las correrías de un activismo desmedido de angustiosos trajines, solo por el prurito de ganar protagonismo, poder o alguna gollería favorable.

Además estas personas son las que, con mucha astucia, buscan cómplices para esos proyectos, que los presentan, bien maquillados, con el objeto de aumentar el número de adeptos para sus intereses políticos.

Así se forman los grupos que han perdido, la brújula de la rectitud y el camino de la fidelidad, aunque ellos se consideren probos y de correcto proceder. Les interesa más los negocios que el bien y la verdad.

 San Josemaría Escrivá decía: estas crisis mundiales son crisis de santos” y se lanzó a propagar por todo el mundo la llamada universal a la santidad de un modo urgente. Decía que la santidad no era para privilegiados, sino para todos.



La falta de santidad en algunos miembros de la Iglesia
Es doloroso ver el déficit de santidad que hay en algunos miembros de la Iglesia, incluso entre sacerdotes y obispos. El Papa Francisco lo ha dicho “el hecho de ser Papa, Obispo, o sacerdote no quiere decir que haya santidad…”

Es muy desagradable y da mucha pena ver que existen, en algunos ambientes de la Iglesia, manipuladores, que defienden posiciones de política partidaria sin atender a la fidelidad doctrinal del Magisterio.

También es penoso constatar la malicia de quienes cometen injusticias con modos de proceder radicales y duros, cuando, solo por motivos políticos, excluyen a personas idóneas y santas de los apostolados de la Iglesia o condenan drásticamente y sin piedad a quienes cometieron  algún error, sin darles la oportunidad del perdón y de la rectificación. Si el Señor dijo que "lance la primera piedra el que esté libre de pecado" hoy parece que se arrojan las piedras sin sondear primero el propio corazón.

Es posible además que piensen que, actuando de ese modo, hacen un bien y un servicio a la Iglesia, sin percatarse de la poca visión sobrenatural y pobre calidad humana de sus actos.

El Papa Benedicto XVI decía que “existen en la Iglesia muchas personas que son fieles a diversas estructuras eclesiásticas y que no son fieles a Dios” Conocen muy bien el teje y maneje de los procedimientos y se mueven con mucha habilidad de un modo político, defendiendo posturas partidarias, y buscando, a como del lugar, el poder. Son unos “artistas” para decorar sus intervenciones con imágenes de rectitud y limpieza. En ellos la Caridad y la rectitud brilla por su ausencia.

La urgencia de la oración
Todos en la Iglesia debemos rezar más, como decía San Josemaría: “por los sacerdotes, desde el Papa hasta el último que se haya ordenado…”  Es una conclusión muy clara que podemos sacar del balance del fin de año.

Si hay un déficit de santidad en el clero lo habrá también en los demás miembros de la Iglesia, como se puede ver en tantos lugares. Para recomponer la familia en los tiempos actuales es necesaria la santidad de los sacerdotes y la unidad de la Iglesia.

Los índices de inseguridad, que han crecido tanto por la ausencia de los padres en los hogares, dejan heridas, muchas veces irreparables, en los jóvenes, con costumbres que son un flagelo para ellos mismos y sus familias: borracheras, fornicación, drogas, ludopatía.

Hoy podemos encontrar a muchas personas, refugiadas en una individualidad insana,  que aumentan de día en día su egoísmo y se sienten ajenos a estos desarreglos sociales que azotan nuestra sociedad en los tiempos actuales.

Por otro lado la sociedad se ha llenado de santones que predican la moralidad y tienen torcidos sus corazones por ausencia total de caridad.

Para cambiar esta sociedad son necesarios los santos. Ellos son los únicos que podrán desenredar los nudos que se han hecho por la falta de santidad.

¡Ser santos de verdad!, sería una buena meta para el año que empieza.

¡Feliz Año 2015!


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martes, diciembre 23, 2014


La esencia de un verdadero regalo
REGALAR NO SIEMPRE ES AMAR
Podría parecer mentira que una persona regale algo a alguien sin amarlo; sin embargo es necesario advertir que la mayor parte de regalos que se entregan a las personas no llevan consigo el amor del que regala.
Las costumbres y los sistemas han conseguido que todo funcione de un modo automático y mecanizado, como si fuera el proceso de una fábrica que saca miles de productos en serie y de buena calidad: todos los chocolates salen deliciosos y lucen bien. La fabrica puede tener ofertas y hacer grandes regalos. Los que son agraciados con los chocolates se ponen felices con el regalo recibido y aunque haya recibido una caja llena de bombones quizá no recibieron nunca el amor personal de alguien que los amaba.
Cuando llega la Navidad son muchos los que se esmeran en hacer regalos motivados por la abrumadora propaganda comercial y las grandes ofertas que aparecen en el mercado. Las grandes mayorías se sienten obligadas a regalar algo, es además el modo de expresar el “afecto” que se tiene por las personas y el corresponder a los regalos que se han recibido. Así surgen también los famosos intercambios de regalos en las familias y en las empresas. Estos sistemas pueden ser divertidos pero no dejan de ser meros cumplidos, aunque puedan haber algunas excepciones.
Es fácil entrar en el carrusel  de los regalos y dejarse ganar por el afán, casi compulsivo, de comprar para regalar. Buena parte del presupuesto de alguna familia se va en regalos y no regalar podría significar estar fuera del consenso general familiar y social y por lo tanto al que no regala se le ve mal, y corre el peligro de quedar excluido del grupo familiar o social al que pertenece.
Como podemos darnos cuenta, de acuerdo a lo que estamos comentando, las motivaciones principales no tan santas y correctas. Regalar puede convertirse en un saludo a la bandera o en un sistema para quedar bien frente a los demás. No es el amor a los demás sino el amor propio lo que prevalece.

Conquistar con los regalos
También, por amor propio, las personas buscan regalar para obtener una conquista. Cuantos han conquistado a sus amantes con alguna valiosa joya. El regalo puede ser el punto de partida para el inicio del amor, aunque esto pude ser peligroso cuando la persona valora más el regalo que a la persona, o mide a la persona de acuerdo a los regalos, al dinero o a las propiedades.
En la educación de los hijos los padres tienen que tener mucho tino para no conquistarlos a base de regalos. Los hijos deben aprender a valorar las virtudes y hacer bien las cosas por amor a la virtud y no por las prebendas o regalos que les prometen como aliciente.
Los futbolistas profesionales deben ganar los partidos por amor y lealtad a su propio equipo y no por los ofrecimientos económicos de sus dirigentes. Hacerlo todo por dinero tiende a corromper el corazón de las personas.
En los mandamientos está claro que primero es el amor a Dios y éste debe ser real. A cada uno le corresponde darse cuenta si su amor a Dios es auténtico o no.
Si una persona se ama demasiado a sí misma buscará un Dios para sus cosas (Un Dios que lo engría); de ese modo torcerá el sentido que debe tener su vida;  si no cambia será siempre un egoísta y los demás terminarían alejándose de él.
El amor a Dios ordena el corazón del hombre, para que éste al querer, ponga primero a Dios. Es la forma correcta de querer al prójimo y entonces los regalos que se hagan serán consecuencia de un amor auténtico.
Los regalos de cumplido  suelen ser desorbitantes y desproporcionados; pueden asombrar,  pero luego se descubre que había  “gato encerrado”. Regalar no siempre es amar. Hay regalos peligrosos como hay amores que matan.

El regalo más grande
El mayor regalo que recibe la humanidad es la llegada del redentor en Belén. Allí no hay baile, tampoco una mesa servida, no hay jarana, carcajadas altisonantes, ironías, afán protagónico. Hay silencio y oración.
Belén es un establo para animales sin ninguna comodidad y dentro está una familia, los esposos y un niño recién nacido. Los que entran se llenan de alegría. Se alegran con la pobreza que acoge a la mayor riqueza: un Niño que es Dios y que viene por amor a nosotros, a traernos lo que nos hace realmente felices.
Nunca es tarde para descubrir el verdadero sentido de la Navidad. Es necesario quitar el bosque del materialismo que va unido a la bulla frenética del activismo de gentes que de un modo casi compulsivo buscan pasarla bien por encima de todo. Hablan del pavo, los chocolates, el panteón y el vinito y se olvidan de hablar de Dios. Solo escuchan la insistente propaganda de las ofertas navideñas y se olvidan de escuchar a la Iglesia que predica la paz y la alegría que trae Jesús si es que sabemos acompañarle por el camino de la Cruz.
Les deseo una Santa Navidad muy unidos a la Sagrada Familia y junto a los tres: Jesús, María y José reconstruyamos el 2015 la estructura de la familia cristiana para que sea nuevamente la célula básica de la sociedad.
El recordado y queridísimo Papa San Juan Pablo II  expresaba con fuerza lo que tenía en el fondo de su corazón: “Familia ¡se tú!” quería despertar el sentido de la familia que se encontraba un poco adormilado en algunos sectores de la sociedad.
El potencial que tiene la familia cristiana para la mejora de la sociedad es único y de extraordinario valor. No dejemos que una sociedad, envenenada por el pecado, arranque los valores esenciales para la libertad y felicidad de las personas.
La Iglesia cuenta con la oración de todos los cristianos para que el influjo de la Sagrada Familia, en los tiempos actuales, sea el mismo que tuvo cuando nació el Niño Jesús en Belén.

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jueves, diciembre 18, 2014


La amargura de algunos padres
“CRÍA CUERVOS Y TE SACARÁN LOS OJOS”
En nuestro mundo contemporáneo no son pocos los padres decepcionados por  los hijos que ellos educaron, con tanto cariño y sacrificio, durante muchos años, cuando ven que, ya mayores, les dan las espaldas viviendo desordenadamente y, en algunos casos, sin ningún gesto de gratitud o valoración hacia la educación que recibieron en casa.
Muchos papás viven con una espina atravesada en el alma por la enorme falta de correspondencia por parte de algún hijo que vive lejano sin acordarse de ellos, con una indiferencia que clama al cielo. Otros sufren por el estilo de vida de algún hijo que se coloca distante,  muy lejos de Dios y de las enseñanzas que recibió en casa.
En algunos casos los hijos se vuelven  agresivos contra sus propios padres y la familia, los atacan sin piedad y crean un ambiente de tensión muy desagradable, otros no quieren saber nada y cortan todo tipo de relación. No se sabe dónde están ni con quién viven.

¿Qué está ocurriendo con la educación de los hijos? 
Algunos padres han tirado la esponja y cuando se les advierte contestan con el antiguo refrán: “cría cuervos y te sacarán los ojos”  y así dan a entender que no vale la pena tener hijos, ni tampoco hacer el esfuerzo y sacrificarse para educarlos.
 ¿Se puede aceptar la renuncia o la jubilación de los padres para la educación de los hijos? La respuesta clara y contundente es no, pero hay que tener en cuenta la realidad de la crisis que el mundo está atravesando. En este mundo cargado de relativismo la multiplicación de los fracasos familiares aleja a los jóvenes del compromiso matrimonial y de la responsabilidad de educar hijos con unos criterios de orden y disciplina.

El miedo al compromiso
Las nuevas generaciones al ver estos conflictos familiares optan por no casarse para no amarrarse a un compromiso que les quite la “libertad” de estar tranquilos y cómodos. Y los pocos que se casan tienen miedo de tener muchos hijos, se contentan con uno y tal vez dos, y a la hora de educarlos piensan que deben dejarlos “libres” de una formación que pueda entenderse como presión o imposición.
Se origina así un círculo vicioso, que es como un cáncer que termina “matando” a la familia y corrompiendo a la sociedad. Como el norte no está claro se cae fácilmente en un desconcierto con temores, angustias y depresiones que  vuelven pesimistas y negativas a las personas.
La opción por la no intervención, tan de moda en nuestra época, fomenta un permisivismo irresponsable. Con mucha facilidad los papás, sobre todo los hombres, “soplan la pluma” y le dejan “las exigencias” a la mamá, así ellos pasan para los hijos como los comprensivos, o como los que entienden los nuevos tiempos y las costumbres (desatinadas) de la modernidad. Cuando el papá es blando la mamá aparece como la dura y autoritaria. En otras familias el papá, horrorizado por lo que les pueda pasar a sus hijos, opta por el otro extremo, se vuelve severo y exagera la nota poniendo una disciplina férrea en su casa. Los dos extremos alejan considerablemente a los hijos de la familia y de los valores imprescindibles para su educación.

El afán de independencia y la huída de la casa
Cuando la casa resulta aburrida o violenta, por el mal manejo o la falta de tino de los padres, los hijos quieren salir corriendo a espacios de más libertad y comprensión.
Es importante advertir que también los hijos de los hogares bien constituidos y armoniosos  no están inmunes del influjo de una sociedad convulsionada y sucia. La diferencia está en que éstos últimos tienen un fondo bueno que tarde o temprano puede aflorar para la alegría de ellos y de toda la familia.
Es triste decir que la sociedad de hoy está liderada, en muchos ambientes, por personas que se encuentran en situaciones conflictivas y deprimentes. Hoy se puede decir, sin temor a equivocarse, que el ámbito social, casi en su totalidad, está enfermo.
Además es fácil darse cuenta que el derrumbe de la educación en los hogares ha dado lugar a una generación donde los jóvenes buscan casi compulsivamente la diversión y el pasarla bien como meta importante para poder vivir. En algunos casos sería como una droga para evadir la realidad dolorosa de los conflictos familiares. Otros hogares en cambio, se suman a ese consenso social y liberal de diversión, pensando que es el modo de adaptarse a la sociedad en la que se vive.
Es por eso que muchas personas están ahora totalmente desviadas del rumbo que deberían tener en sus vidas, sin encontrar en la familia la orientación precisa para andar por camino correcto.  
La mundanización de los hogares
Los papás que han perdido la brújula optan por hacer de su casa, si es que todavía están en ella, un lugar donde abundan las comodidades y donde se permite todo. En esos ambientes ya no se educa buscando el orden y la disciplina. Son espacios “liberales” donde vale todo; se acepta cualquier opción de vida y la casa se convierte en un local o pensión donde está la cama, la comida, el televisor, los juegos y otras comodidades para vivir sin mayores exigencias de conducta.
Y es así como muchos jóvenes de esta generación, que además están imbuidos en ambientes sociales de un exagerado relativismo banal, no tienen capacidad para entender el sentido del sacrificio; tan importante para vivir con dignidad y encontrar armonía en las relaciones humanas.
A muchos chicos de hoy el signo cristiano de la cruz solo les trae el recuerdo de un líder bueno que fue condenado injustamente: Jesucristo. Lo verán como un suceso trágico del pasado que no debería repetirse en el presente. Quieren ver el presente como un paraíso divertido para pasarla bien.
Las invitaciones de Cristo para que las personas se nieguen a si mismas y lleven la cruz de cada día, no las entienden, tampoco el significado de ser corredentores. La religión ya no sería para ellos un compromiso para el sacrificio personal de seguir a Cristo, sería solo un sentimiento de bondad y solidaridad con el necesitado, que puede ser compatible con una vida liberal ó ligth.
Esta miopía no es solo un error de cabeza, es también un error de vida, que trae con las confusiones mentales abundantes injusticias y conflictos entre los seres humanos, que viven la amargura de una vida sin sentido. No se dan cuenta que las leyes de Dios no están para saltárselas, se deben cumplir estrictamente y la educación está para eso.
A los padres les debe quedar claro que los hijos no deben optar por un camino que va contra ellos mismos.  Traicionar a la propia identidad es una traición a Dios, a la familia y a los mejores amigos. Todo incumplimiento de la ley de Dios es adversa. Elegir al margen de las leyes divinas no puede ser nunca una opción o alternativa congruente y respetable.
Está claro que siempre hay que querer y respetar a las personas. Siempre se ha dicho que los padres deben querer a sus hijos y estos a sus padres, así lo manda el cuarto mandamiento de la ley de Dios, que tiene vigencia universal, pero las ideas deben estar muy claras. No se puede decir que es verdad lo que es mentira, o que es bueno lo que es malo. Lo malo hace daño y hay que quitarlo.
Los padres, que son instrumentos de Dios para educar a sus hijos, participan de la paternidad divina y tienen gracia de estado para cumplir y tener éxito en esa misión. Si están en gracia de Dios y aman su voluntad, tendrán el mismo querer y conseguirán que sus hijos, tarde o temprano, opten por el camino correcto.
La Iglesia nos enseña que siempre se puede volver, y por lo tanto nunca se debe perder la esperanza. Los papás siempre son padres de sus hijos, aunque estos sean mayores. Está claro que son distintas etapas y distintas formas de llegar a ellos. Si perseveran en su papel de padres tendrán, tarde o temprano, la alegría del triunfo, aunque algunas veces les pareció que todo estaba perdido.
Hoy habría que decirles a muchos papás: Educa a tus hijos para que sean muy buenos ciudadanos del Cielo. Apunta alto sin miedo. No te olvides que Dios debe estar siempre en primer lugar, fundamentalmente en tu corazón y luego en el corazón de tus hijos.

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jueves, diciembre 04, 2014

Dolores profundos
LOS PAPÁS DEL HIJO HERIDO

Muchos papás están acongojados y nerviosos por el retorno del hijo herido, que se presenta sin arrepentimiento, porque no le parece que tenga culpa de lo que le ha ocurrido, y llega además con un  planteamiento original que lesiona los principios de la educación que recibió en su propia casa.

Sus padres no alcanzan a entender qué pudo haber pasado con él, ¿quién influenció en su vida para que cambiara tanto?, ya no es aquel chico que estaba muy bien, y que era la ilusión de toda la familia. No hay quien les quite la sensación de amargura y de fracaso que tienen en el alma y que les hace preguntarse continuamente: ¿qué hicimos mal? ¿qué error cometimos con él?

Lamentablemente este cuadro se repite en muchas familias sin que tenga que ver la condición social, los colegios donde estudiaron los hijos, o la religión que profesan. Tal vez lo podríamos calificar, como dicen muchos, como un mal de la época. El sentido común nos hace ver que de ninguna manera podríamos decir que se trata de las nuevas costumbres de un mundo que ha cambiado. No debe llamarse costumbre a algo que perjudica y deteriora a la persona.

Está claro que el mundo cambia como cambian las personas; para bien o para mal. La primera idea clara sería distinguir el bien del mal. Lo que es malo en sí nunca podrá ser bueno. Una persona no es mala en sí y por lo tanto puede ser buena. Las personas que están en el mal podrían estar en el bien. Esto explica la lógica de la redención. Sería absurda la prédica de la Iglesia si las personas no pudieran cambiar. También perdería sentido la educación.

Las excelencias de un matrimonio cristiano
La familia es la Iglesia doméstica. Los padres, que tienen la patria potestad, participan de la paternidad divina y si están unidos por el sacramento del matrimonio, están recibiendo una gracia especial para que se quieran entre ellos y con ese amor puedan educar a los hijos para que sean fieles. La semilla que sale del matrimonio unido a Dios tiene un valor extraordinario para lograr los frutos adecuados en la educación de los hijos.

Los hijos no son, y nunca serán, lo que quieran los padres. Un padre que se empeñe en educar a sus hijos como a él le parece está condenado al fracaso. Los padres son instrumentos de Dios para señalar a los hijos el camino que Dios ha previsto para ellos. Es más, los padres le tendrían que decir a los hijos: “Tú pregúntale a Dios que quiere de ti y luego, si quieres, me cuentas”

¡Cómo sufrieron la Virgen María y San José cuando el Niño Jesús se perdió! No pidió permiso, se fue y desapareció. Tres días después lo encontraron en el templo. La Escritura nos relata este pasaje para que todos entendamos que Dios está primero. Los padres no deben tener con respecto a los hijos un amor posesivo, deben quererlos mucho pero al mismo tiempo deben estar desprendidos de ellos.

Cuando un hijo se va de la casa, por el motivo que sea, los padres tendrían que analizar si la nostalgia que sienten por él está cargada de amor posesivo (que puede ser egoísta, aunque no lo quieran reconocer). Cuando se dice que el amor ciega no nos estamos refiriendo solo a los enamoramientos entre el hombre y la mujer, también ocurre en el amor de los padres para con los hijos. En muchos casos la defensa del hijo es la defensa de la propiedad: “¡mi hijo!”

Cuando en la educación de los hijos se cuelan estos matices de posesión, que pueden pasar desapercibidos, el efecto que se produce cuando pasa el tiempo es distinto al que se pensó. Los padres dirán: “¡pero si le dimos todo! ¡una buena educación! ¡mucho cariño! ¡en la casa tenía todo!”
El amor es mucho más que la comodidad de la benevolencia y los afectos. En la casa debe haber calor de hogar pero a los hijos se les educa para la vida y para que sean buenas personas en todas las circunstancias. Una casa donde aparentemente “todo va bien” podría ser como una burbuja dorada.

Hoy existe la costumbre, es un mal menor de la época, de promocionar demasiado a los jóvenes, en la casa, en el colegio, en la universidad. Siempre están oyendo lo grandioso que pueden ser y muchas veces con una connotación económica de fondo: el dinero que pueden ganar. Ingenuamente alguno podría decir: “¡pero con la plata puedo hacer mucho bien!” Efectivamente así tendría que ser, pero eso no quita que esté recibiendo  una educación que genera una mentalidad de competividad por el beneficio personal, que hace débiles a las personas para poder cumplir con sus compromisos.

Los compromisos que hacen feliz al hombre se tejen con sacrificios, renuncias, entregas, ayudas a los demás, cuando no se reclaman constantemente los propios derechos, cuando se sabe ser cimiento de las obras y no de la decoración que brilla, cuando se renuncia siempre a la acepción de personas y se sabe querer a todos por igual.

En el perfil de la persona se nota en su educación: ¿qué es lo que busca?, ¿cuáles son sus pretensiones?, ¿cuál es su papel en la sociedad?, ¿qué le preocupa?  Epulón en la Escritura era un personaje simpático que tenía muchos amigos y organizaba grandes comidas. Su error fue no tener ojos para darse cuenta que Lázaro comía de las migajas de su mesa. Los fariseos creían que daban grandes limosnas en el templo pero los ojos de Jesús estaban en la viuda que daba la monedita que no tenía ni para ella. La diferencia no está en el dinero o en la cantidad sino en lo que hay en el corazón. Allí debe apuntar la educación.

¿Qué buscan los padres con los hijos? ¿Qué les transmitieron desde niños? ¿Qué pretendieron con el colegio que eligieron? ¿Qué ambientes frecuentaron los chicos? Lo que se siembra se cosecha. Si hubo una buena siembra hay que tener esperanza, algunas veces los frutos tardan en llegar, otras veces alguna plaga hace daño y hay que saber exterminarla poco a poco. Los medios que Dios alcanza son siempre de primera, tienen mucha calidad y no fallan. Dios nos pide paciencia, que no es pasividad y esperanza que no es un optimismo ingenuo. “Con la perseverancia salvaréis vuestras almas”

“Bendita perseverancia la del borrico de Noria, ¡siempre las mismas vueltas! un día y otro ¡todos iguales! Sin eso no habría madurez en los frutos, lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín….¡lleva este pensamiento a tu vida interior! (Josemaría Escrivá, Camino, 998).


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jueves, noviembre 27, 2014

Los que regresan sin estar arrepentidos
LOS HIJOS PRÓDIGO CON YAYA

La parábola evangélica del hijo pródigo es un canto de acción de gracias y de alegría,  por el retorno del hijo que se había perdido totalmente.

La recuperación de un hijo es algo grandioso para los padres y para toda la familia: salen de una pena honda y recuperan la alegría. No hay nada que pueda alegrar tanto a los padres como un hijo que estaba alejado y que vuelve, por decisión propia, al camino del bien.

En la parábola destaca la actitud benévola del padre, que a pesar de la mala conducta del hijo, que había perdido toda la herencia viviendo disolutamente, lo recibe con un fuerte abrazo, lo besa, le regala un anillo y le organiza una gran fiesta.

La conducta del hijo converso también se subraya como ejemplar, regresa totalmente arrepentido y dispuesto a que su padre lo trate como a uno de sus empleados. Él mismo expresaba su propósito: “…iré a la casa de mi padre y le diré: ¡he pecado contra el Cielo y contra Ti! ¡ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo!, ¡trátame como a uno de tus jornaleros!”

El dolor sano y purificador del hijo y la alegría del padre
Se nota claramente el dolor del hijo arrepentido por haberse portado mal, quiere recomponer su vida y pide perdón, promete que ya no volverá a cometer ese error que lo apartó de su casa y del buen camino.

Todo este suceso produce en los miembros de la familia una alegría notable, tal vez más grande que la del nacimiento del propio hijo.

Solo el hijo mayor estaba apenado porque creía que el padre cometía una injusticia recibiendo en la casa al hermano que se había portado mal, como si hubiera triunfado en la vida y reclama para él los premios que le tocaban por haberse quedado en casa.

El padre le hace ver el privilegio que tenía de estar en casa unido a sus padres: “todo lo mío es tuyo”  y agrega:  tu hermano menor estaba perdido y lo hemos recuperado”, es por eso que todos están muy contentos. Para que el hermano mayor se sumara a la celebración de toda la casa, tenía primero que perdonar a su hermano.

También es importante observar que él perdón que recibe el hijo pródigo le da la oportunidad para que demuestre que puede ser buen hijo, buen hermano y borre así la mancha que dejó en el pasado por su mala conducta.

Además el texto evangélico apuntala: “en el cielo hay más alegría por un pecador que hace penitencia que por 99 justos que no tienen necesidad de ella”



Hoy regresan heridos pero no arrepentidos
Hoy parece que los hijos son víctimas de sus padres y de sus maestros y que la Iglesia debe cargar también con esas culpas y cambiar su modo de proceder. Los padres pueden estar dolidos por la mala conducta del hijo pero el hijo trae una herida mucho más grande y no es precisamente la del arrepentimiento. Está herido por los conflictos que ha tenido y busca que entiendan su postura que suele ser un acomodo, avalado por el consenso de los que piensan que el hombre tiene libertad absoluta para hacer de su vida lo que quiera y que todos los demás tendrían aceptar sus decisiones: si quiere ser alcohólico o drogadicto, que lo respeten,  él verá, es su elección y que nadie lo tache por eso.

Falseamiento de la verdad
En estos tiempos de relativismo ya no cuenta la verdad. La gente actúa de acuerdo a sus circunstancias, no les importa mucho si es correcto o no lo que están haciendo o lo que han decidido para el futuro. Creen que lo correcto es lo que deciden. Piden un respeto irrestricto a la autonomía de la conciencia, aunque ésta se salga de los criterios éticos de una moral objetiva.

Son planteamientos voluntaristas (quiero que sea verdad aunque no lo sea) elaborados por una terca rebeldía y respaldados por el consenso general de la libertad absoluta (tú puedes hacer con tu vida lo que tú quieras). Craso error.

Quien toma decisiones que lesionan la verdad está cerrando los ojos para reafirmar su elección con una inseguridad interior que busca disimular como si no pasara nada. Sabe que está actuando y que con el tiempo saldrá a flote lo que enterró.

Caben desde luego valiosísimas excepciones, de acuerdo a determinadas circunstancias, pero son muy pocas y no se las puede poner como ejemplo para todos los casos.

Resentimiento social
Además, para echar más leña en la hoguera, en estos últimos años ha crecido una mentalidad que reclama reinvindicaciones por los errores que se cometieron en el pasado. Es una mentalidad que surge fundamentalmente de un acomodo cuando se pierde el sentido del pecado y la visión sobrenatural que da la fe. Al hombre le parece que han sido injustos con él (el amor propio hace crecer el resentimiento) y reclama sus derechos. Este mismo hombre, casi sin darse cuenta, va variando su pensamiento a punto que distorsiona la imagen real de Cristo y el sentido del perdón.
Ojo que estamos hablando de una mentalidad generalizada y no de hechos puntuales que claman al Cielo y que merecen una sanción en nombre de la justicia.

Nos encontramos que toda una sociedad, motivada por el poder mediático, exige un reconocimiento de errores que se cometieron,  que apuntan más bien a una degradación del que los cometió, quitándole los honores que se consideran indebidos, aunque se desprestigien los que siempre fueron considerados correctos.

Con esta mentalidad habría que condenar a toda la humanidad por el delito de ser pecadores, pero lo peor es que los condenadores caen el la presunción de creerse “inmaculados” hasta que se demuestra que también tienen rabo de paja.

Hoy estamos viendo caer a los que se presentaban como reformadores y perseguidores de los corruptos. ¿Podríamos afirmar que estamos avanzando porque ahora se están descubriendo muchos casos de corrupción?  O habría que decir más bien: ¡escuchemos a la Iglesia cuando nos habla del pecado y del perdón!, y ¡aprendamos a reconocer nuestros pecados, a luchar contra ellos y a perdonar a los demás!

El hombre sin fe dice: ¡revisemos la historia! Porque nos han hecho creer durante siglos cosas que no son ciertas. Un hijo también podría decir lo mismo de sus padres, o si no lo dice quiere mostrarlo con su conducta.

Pero también es interesante observar que en medio de estas rebeldías, (gente que reclama sus “derechos”), aparecen las consecuencias de la pérdida del sentido del pecado y de la ausencia del perdón. Se nota especialmente en las vidas de las personas más jóvenes, que hacen sufrir a sus padres por la conducta que llevan.  Los hijos pródigos “con yaya” se han extendido considerablemente.

Aumenta nuestra preocupación cuando comprobamos que hoy nadie quiere sentirse culpable por las faltas cometidas contra la moral o las buenas costumbres; como si lo que antes fuera pecado ahora ya  no lo es. Sin embargo no se puede negar que  quien se encuentra en una situación, que se consideró siempre como de pecado, empieza a sentirse lejos de un hogar estable. El clima de un  hogar que se acomoda a las leyes de Dios les incomoda.

Cuando uno no vive de acuerdo a las enseñanzas que le dieron dentro de una familia estable, termina pensando de acuerdo al desorden en el que se encuentra viviendo y se genera una suerte de contradicción que podría llevarlo a tomar distancia, creando un clima de incomprensión: es el voluntarismo (cerrazón) de no querer entender.

Esta dificultad hace creer al hijo que la libertad es la independencia y que se ejerce cuando puede decir incómodamente: “¡Tú no te metas! ¡es mi vida!” y entonces congela el tema para que no se converse de su situación.  El joven no se da cuenta que con esa actitud  la herida se hace más profunda y dolorosa.

Esta cerrazón es propia del “hijo pródigo con yaya” que está herido pero no arrepentido y quiere arreglar las cosas a su manera. La herida que persiste no le deja ver la realidad. Si uno ve un cuadro famoso con dolor de cabeza puede decir que es un adefesio. Las respuestas de un joven, en esa situación, suelen ser duras y evasivas, como si viviera con una especie de neurosis, donde los mecanismos de defensa crecen considerablemente.

La persona que tiene esta yaya en su corazón encuentra dificultades para sus relaciones humanas. Busca cómplices que cubran su herida y le ayuden a inyectarse todos los días una buena dosis de anestesia  para poder llevar las cosas disimuladamente, como si todo estuviera muy bien.

La felicidad no se puede organizar, brota de la coherencia de vida cuando se hacen las cosas bien.
La crisis de la sociedad contemporánea es también una ceguera que impide ver bien la realidad. Mucha gente se encuentra metida en una especie de burbuja y se cierran a recibir  consejos que no vayan en la línea de lo que han decidido. Quieren asegurar lo que piensan para poder manejar su propia vida.

En el adviento, que es un tiempo de purificación, se pueden curar las “yayas” que impiden el arrepentimiento. La sociedad necesita el retorno de muchos hijos pródigos.

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jueves, noviembre 20, 2014


“Nos hemos separado pero nos llevamos bien”
EL ACUERDO DE NO ESTAR JUNTOS
En estos tiempos de crisis familiar y de relativismo nos encontramos con matrimonios separados que buscan “decorar” su situación tratando de llevarse bien en los ámbitos sociales con un muro de incomunicación entre ellos.
Conscientes de que no pueden estar juntos establecen unas reglas que les permitan funcionar con la “libertad”  de estar separados para que cada uno haga con su vida lo que quiera y al mismo tiempo puedan acordar lo que deben hacer con los hijos.
La lamentable situación de distancia entre los esposos pudo haberse originado en una guerra fría entre ellos, dentro del mismo hogar, que luego se fue prolongando hasta que tomaron la decisión de separarse.
Está claro que no se deben juzgar las intenciones de las personas y que cada caso es distinto, sin embargo es fácil darse cuenta de las limitaciones y deficiencias, que son consecuencia de esas decisiones tomadas en aras de la libertad y que además pueden perjudicar gravemente a terceros.
La multiplicación de casos no justifica la licitud de ese modo de proceder. Toda separación matrimonial afecta a los mismos esposos y a los hijos. Los arreglos que se pretendan hacer para evitar situaciones traumáticas nunca serán suficientes si persiste la separación. El arreglo por excelencia sería el del mismo matrimonio. Salvar un matrimonio es recuperar los elementos más importantes para el fortalecimiento y la felicidad de la familia.

El amor entre los esposos es el tesoro más preciado para los hijos
Los hijos necesitan del amor de sus padres. Ellos tienen derecho a que sus padres se quieran. De la unidad y del cariño de los esposos entre sí brotan, de un modo espontáneo, los principales elementos para la educación de los hijos. Los hijos deben recibir del amor entre papá y mamá. Ellos gozan cuando ven que sus padres se quieren y se ponen tristes cuando perciben algún atisbo de separación o de fricción.
En un matrimonio el amor entre los esposos genera el calor de hogar: la alegría de un ambiente de limpieza y fortaleza en la casa que envuelve a todos. Los hijos son queridos dentro de ese ambiente familiar lleno de paz y cariño.
Si por alguna circunstancia faltara el amor entre los esposos el ambiente de la casa se enrarecería, perdería calidad y empezarían a surgir conflictos entre los miembros de la familia.
Cuando los esposos no se quieren y se separan pierden capacidad para educar a sus propios hijos. Los consejos ya no tienen mordiente, se convierten en simples criterios que se repiten y que no penetran en el alma de los chicos, porque falta del amor de la unidad matrimonial.   
Además es muy fácil que el amor al hijo de un padre o una madre separados sea un amor posesivo y por lo tanto egoísta, como si fueran propietarios de los hijos. No siempre es así hay casos admirables, pero en la gran mayoría, la herida del divorcio, puede generar ese afán de posesión sobre los hijos. Si el hijo es querido de esa manera se formará con unos afanes también posesivos, buscará por encima de todo su propio beneficio o satisfacción.
El amor a los hijos,  por parte de los padres, debe proceder fundamentalmente del amor que se tienen los esposos entre sí en el matrimonio, el mismo amor que les llevó a tener hijos. La procreación es consecuencia del amor conyugal y del amor a la vida  de los padres y está estrechamente unida a la educación, que es el deber adquirido con el compromiso de formar una familia. De allí que los padres que han traído un hijo al mundo ya están pensando como educarlo. 
El amor matrimonial debe ser todo entrega, es querer al otro sin buscar nada a cambio, el amor al tú por el tú, el querer las diferencias del otro, que es también quererse con sus defectos.  De allí los hijos aprenden a querer de una manera ordenada y correcta. Los padres, con su conducta son la principal escuela.

Complicidad de los esposos para la separación
Los arreglos que hacen los esposos separados para llevarse bien “como amigos” son una suerte acuerdo para no hacer lío, es como una anestesia que colocan para que no se sienta el dolor de la herida. Las explicaciones para que los hijos comprendan una separación solo pueden conseguir, con la resignación de ellos, una aceptación dolorosa y después, con el tiempo la dureza de la costra bajo la herida.
Con esos procesos de distanciamiento matrimonial, el padre o la madre se podrían convertir, sin darse cuenta, en proveedores de los hijos, algo que tienen que pagar como una letra vencida y que muchas veces, si no se cumple a tiempo, una de las partes lo reclama, con el dolor de los hijos, que sienten en el alma el olvido o el desinterés del padre.
Los padres separados suelen quedarse en el amor de benevolencia mientras que los hijos reclaman el amor de amistad. Las madres separadas que se quedan con los hijos asumen el papel del padre y se vuelven duras, aunque existen también excepcionalmente situaciones heroicas de madres buenas que luchan denodadamente para suplir esas deficiencias, sobre todo la carencia paterna para la educación de los hijos.

Diversas historias y experiencias de la vida
Cada persona tiene su historia y suele ser bella aunque tenga que pasar escollos y superar muchas dificultades. Si bien las experiencias duras de la vida enseñan y forman a las personas no se puede desear que todos pasen por esas situaciones difíciles para alcanzar la madurez.
No hay nada mejor en la sociedad que el ambiente de cariño y de acogida que existe en un hogar estable donde todos se quieren y se apoyan. No es un hogar de engreídos o de niños bien, donde se apapacha  y  se vive para el despilfarro y la diversión.  Es una escuela de formación donde se aprende con amor y sin rigideces, donde hay amistad y cariño, donde las normas de disciplina no se toman como una imposición de prohibiciones sino como el apretón de una mano amiga que quiere lo mejor para el amigo. Donde el orden es una virtud aprendida en el hogar y arraigada en cada uno, crea un ambiente de armonía y libertad para todos. De este modo en la casa siempre hay vida y resulta grato estar, por el cariño y la atención de todos.

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jueves, noviembre 13, 2014

Mentalidad de poder
NOSOTROS LOS GOBERNANTES

Cuando se pierde la humildad, que es la verdad, el amor propio puede traer consecuencias nefastas y una desubicación total de la persona.

Así les ocurre a miles que están convencidos, que han nacido para tener un poder que deben conquistar y no soltarlo. El tipo de educación que recibieron y las circunstancias favorables para escalar posiciones, les hizo creer que tienen excelentes condiciones de liderazgo, y que al llegar a los puestos de mando, lo van a hacer mejor que nadie.

La certeza de ese convencimiento es radical. Suelen ser personas que han sido apoyadas, algunas veces desde la infancia, con proyectos de liderazgo donde ellos son los protagonistas principales. Siempre soñaron con ser estrellas y tener un dominio cautivador sobre los demás.

Si la meta de sus estudios fue solo destacar, sin más, por encima de los otros, sin propósitos de servicio y de generosidad, esas personas pueden haber quedado marcadas por un amor propio que los ciega. Solo pensarían en su propia realización, y para alcanzarla, utilizarían a personas idóneas para sus planes. Esa conducta de autoestima elevada, si no se corrige a tiempo, atraería también a oportunistas, que como ellos, tienen aspiraciones de beneficio personal. De esa conjunción de intereses egoístas nacen, crecen y se extienden rápido, las redes de corrupción.

La multiplicación de los “poderosos”
Estos personajes, con mentalidad de poder, se han multiplicado en nuestra sociedad, y forman parte de esos miles, o tal vez millones, cada día son más, que se encuentran negociando, en la política o en alguna empresa solvente, para ver qué gollería pueden conseguir.
Lamentablemente esta mentalidad está muy arraigada en la sociedad contemporánea. Quienes la posean no se dan cuenta de tener una limitación que los aleja de la gente sencilla y buena, de miles que pasan desapercibidos y no tiene esas mismas aspiraciones de protagonismo o arribismo personal.  Sin embargo estos personajes “importantes” miran a la gente sencilla como si fueran inferiores; gente que no puede estar en los niveles donde ellos se manejan y que, en todo caso, podrían estar bajo el mando de ellos, que son los que saben y se han esforzado mucho para llegar a esas posiciones altas. Desde luego, se creen en el derecho de pedir un reconocimiento a sus méritos, que son más bien “globos” inflados por ellos mismos o por sus allegados.
Las personas que padecen de esta mentalidad  tienen una gran dificultad para hacer amigos de verdad. Tampoco conciben la amistad fuera de sus proyectos ambiciosos de poder y dominio. Buscan habitualmente formar equipos “selectos” con gente que tenga las condiciones para las metas que ellos proponen. Los demás no cuentan.


La vida y el ejemplo del que sabe querer
De acuerdo a lo que venimos diciendo el lector puede darse cuenta de la diferencia que hay entre un verdadero líder que persuade con el ejemplo de una conducta sana y coherente, propia de la humildad,  que señala siempre el camino del bien, del “líder” que va a lo suyo con un “amor” (ambición) de posesión y con el miedo de que otros le arrebaten lo que busca conquistar o ha conquistado para él.

Es fácil darse cuenta de las diferencias cuando oímos los discursos de muchos políticos y de miles, que como ellos, quieren ser jefes y tener gente que les haga caso. Estos personajes hablan como si fueran los dueños de la verdad y se cuidan mucho de no elegir a alguien que pueda hacerles sombra, a ellos o a su equipo de allegados. No piden una lealtad para el bien sino una lealtad para los intereses personales o de grupo.

El poder puede corromper
Toda la humanidad sabe que el poder puede corromper. No son pocas las personas, que cuando ascienden a un puesto de importancia cambian su conducta. Se vuelven  altaneros, cierran la comunicación con muchas personas y están convencidos de estar en lo correcto. Se vuelven difíciles en las relaciones con los demás, ya no se les encuentra, porque están “en otro nivel”  se sienten “más importantes”  Solo se acercan a los que bailan con su mismo pañuelo; con ellos hacen los negocios y tienen abierta la comunicación. Con el resto son difíciles, marcan una distancia, no contestan el teléfono, bloquean sus correos, hacen esperar a la gente y utilizan injustamente el silencio administrativo.

Este cuadro, donde la acepción de personas está a la orden del día, se repite en muchas empresas y genera constantemente situaciones graves de injusticia. Es lamentable y clama al cielo cuando estos “dueños del poder” han tomado decisiones injustas, con todas las de la ley, que se congelan indefinidamente por un acuerdo tácito entre ellos, y así permiten, sin ningún escrúpulo, discriminaciones oficiales convenientes para la “salud” del grupo de poder.

Germenes de corrupción mental
El que tiene una mentalidad de poder y se cree “el dueño de la pelota”, ha dejado penetrar en su mente unos grados de corrupción que podrían hacer “metástasis”. Es importante observar que el modo de ver las cosas y de enfocar la vida se distorsiona de un modo increíble con unas pocas dosis de egoísmo. Cuando un egoísta comete un error le duele porque se equivoca y no porque ofende o hace daño a los demás. Tampoco llega a percibir lo que pasa en la interioridad de las personas, solo le interesa cuando ve posibles fuentes de influencia.

La miopía de esa absurda mentalidad les lleva a estar habitualmente en conflicto (discusiones, juicios peyorativos, acusaciones de corrupción, afán de meter al otro en la cárcel, demostraciones de que los demás no valen nada). Dicho de un modo criollo: “son peleas de gringos”

El poder del mal
Cuando los humos se suben a la cabeza se trabaja de un modo estúpido, con una lógica de circuito cerrado entre los que están aferrados a un poder. Se arman habitualmente camarillas y se recuerda constantemente a los integrantes del grupo que los que no son como ellos pueden ser peligrosos.

Lo malo es cuando estas situaciones creadas se enquistan y permanecen muchos años sin que nadie las pueda cambiar. De todos modos hay que tener en cuenta que un poder de beneficio personal, llámese dinero, gloria humana o argolla, se derrumba con el tiempo. La historia es elocuente; muchas estructuras de poder se derrumbaron como “castillos de arena”  La reciente celebración de la caída del muro de Berlín es una prueba clara donde se recuerda la nefasta mentalidad de un “poder” que se sentía superior y que quiso someter a todos con una conquista impropia, cayeron con el tiempo,  pero antes lograron conseguir que miles apoyaran esas ideas, sin que se dieran cuenta de la inmoralidad de los métodos y de los fines.

La soberbia ciega. Lamentablemente la educación, en muchos ambientes de la sociedad, apunta a la gloria humana, el sobresalir para que el Yo se luzca. Así se formaron muchos grupos de poder que se vinieron abajo por falta de sustento moral.  La historia se repite en escenarios distintos.

Urge una educación que haga humildes y sencillas a las personas para que aprendan a servir sin buscar recompensa y quieran de verdad a su prójimo; ¡basta ya de las esclavitudes del utilitarismo y del engaño con proyectos de los que solo buscan en poder para aprovecharse de él! Con una educación adecuada se debe procurar eliminar todos los germenes de corrupción que han sido propalados con el mal ejemplo de personas con mentalidad de poder.


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