viernes, agosto 29, 2014


El buen uso de la ley
LA EPIKEIA
Un viejo refrán, tratando de rescatar, con una fina ironía, el verdadero espíritu que deben tener las leyes y los reglamentos, proclama: “para los enemigos la ley y para los amigos la epikeia”
Epikeia es una palabra griega que significa equidad. Es una equidad que está por encima del derecho. Aristóteles, en su Ética Nicomáquea, antepuso una forma de justicia a la mera justicia legal. Es decir, asumiendo el carácter universal y abstracto de toda ley el filósofo advirtió que, en ciertas ocasiones excepcionales, puede resultar más justo obrar de forma contraria a la ley que acatar su cumplimiento. O, dicho de otra manera, obramos de manera justa cuando, dadas unas circunstancias excepcionales, podemos suspender la interpretación literal de una norma con vistas a preservar su verdadera intención. Muchos juristas, entre ellos San Agustín, sostenían que si una ley no es justa entonces no es ley y no habría que obedecerla.

La ley que busca la rehabilitación del reo
Las leyes deben estar siempre a favor de las personas, incluso cuando se trata de la vindicación, el castigo que la persona merece por haber infringido la ley. Cuando, por haber cometido un delito, se aplica una sentencia de acuerdo a ley, ésta no debería ser nunca definitivamente condenatoria para todos los que la violaron. El juez o legislador debe tener en cuenta que la conducta de los reos puede variar mucho, y que además, no  todos los condenados son iguales; por lo tanto, no se les debe tratar de la misma manera. También se debería considerar que una de las funciones prioritarias de las cárceles es conseguir la rehabilitación de los reos. Sería por lo tanto conveniente, que la buena conducta y el arrepentimiento puedan reducir la pena,  (en algunos casos), también cuando se ha dictado cadena perpetua. Si el reo no se ha rehabilitado, ni está arrepentido, la condena podría seguir igual, de acuerdo a la sentencia que se le dio.

Circunstancias que pueden variar el peso de la ley
En otros asuntos, la ley podría no aplicarse atendiendo a circunstancias de sentido común que todos puedan reconocer y estar de acuerdo. No debe tratarse nunca de favoritismos o negociados injustos, sino de causas justas y honorables.
El saltarse una cola podría ser un acto correcto cuando lo apremia una circunstancia valedera, por ejemplo una persona enferma que debe hacer una gestión importante, o una ambulancia que se pasa la luz roja y se mete en sentido contrario por una calle.
Para las leyes o reglamentos del mundo laboral, necesarios para la estabilidad de las personas y de sus familias, es sumamente importante que el legislador, o el que deba aplicar la ley, conozca bien las circunstancias. Si una señora, por estar embarazada, necesita dejar de trabajar, el empleador debe ver bien cómo le da el permiso y no sacar la ley para que la cumpla a rajatabla con el horario establecido. En estos casos es aplicable la epikeia que es la interpretación benigna de la ley a favor del trabajador.
La epikeia para la jubilación
Otro tanto de lo mismo sucede con las leyes de jubilación. Aunque exista un reglamento vigente, las relaciones humanas y el sentido común tienen prioridad para ponderar detenidamente lo que se debería hacer en cada caso. 
Es lógico que en el mundo laboral un trabajador prestigioso, que está a punto de jubilarse, tenga muchos cabos atados con unas relaciones humanas muy bien cultivadas en su entorno, que hacen difícil su salida. Puede ser que no sea conveniente que se retire al cumplir la edad de la jubilación. Una persona mayor no es como una máquina antigua que se remplaza sin más por otra nueva.
Lamentablemente en algunas empresas se aplica la ley sin tener en cuenta las circunstancias que pueden afectar  al mismo trabajador, a su familia, o a su entorno profesional y social. Una ley de jubilación debería ser un referente para que exista un derecho que se pueda tomar o no;  y que la decisión dependa del acuerdo que se tome de una conversación llena de afecto y gratitud por parte del empleador, en reconocimiento a los años de servicio gastados en esa empresa o institución.
Si el empleador ve que la persona puede seguir y es conveniente que continúe trabajando, por su capacidad, su prestigio, u otras razones que lo aconsejen, podría dejar la ley en suspenso para aplicarla más adelante . Como se hace en la Iglesia con los obispos que al cumplir los 75 años deben presentar su carta de renuncia, sin embargo a algunos se les concede más años porque las circunstancias lo hacen favorable, aunque ellos puedan renunciar cuando lo deseen.
El Papa también puede, aunque su cargo es vitalicio, renunciar si lo ve oportuno, tal como sucedió con Benedicto XVI. También el Papa Francisco comentó que si algún día se queda sin fuerzas optaría también por la renuncia.

Tratar con respeto y delicadeza a los que llegaron al final de su trabajo
Si toda persona merece respeto y consideración por su trabajo, el trabajador honrado y prestigioso que llega a la edad de la jubilación debe ser tratado con una extrema delicadeza y una gran estima. Los empleadores o jefes deben ponerse guantes blancos y darle todas las facilidades para que pueda seguir transmitiendo su experiencia  con la sabiduría que lo caracteriza y tenerlo muy alto frente a los demás por el prestigio que ha ganado en el desenvolvimiento de su trabajo.
Llegar a la edad de la jubilación trabajando bien y honradamente es como llegar a la meta triunfando después de una exitosa carrera. El premio es la medalla del reconocimiento y la placa recordatoria que queda para la posteridad. Luego los años dirán si su prestigio merece más homenajes por parte de la institución donde trabajó o de la misma sociedad.
Si se llevó bien con los suyos y supo sembrar amor en su familia, el reconocimiento lleno de gratitud es también la correspondencia al cuarto mandamiento de la ley de Dios: “honrar padre y madre”  La familia lo recordará con gratitud y enorme cariño. Su nombre nunca será borrado de los corazones de sus seres queridos.
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miércoles, agosto 20, 2014


El amigo que todo el mundo quiere  (el que sabe comprender)
LA ACTITUD ECLÉCTICA Y LA COMPRENSIÓN
Se puede decir que lo más valioso del ser humano es su capacidad de comprender. Cualidad que es consecuencia de un correcto  y acertado conocimiento de lo que son las personas y de lo que les está pasando en las circunstancias positivas o negativas de su propia existencia.  La persona comprendida se siente feliz y puede decir del que lo comprende: “¡este sí me conoce y me quiere de verdad!”  Es que la comprensión es esa suerte de armonía entre el conocer y el querer que está totalmente a favor de la persona. Se conoce porque se ama y al amar se conoce más para querer mejor. Entonces se le dice siempre la verdad con caridad, por su propio bien, para que sea mejor, con una gran comprensión y dándole la mano para ayudarlo.
Todo ser humano debe esforzarse y luchar para amar y comprender a las personas que tiene al lado. De ese esfuerzo se llega a la libertad y a la felicidad de todos.

La actitud ecléctica ¿es comprensión?
A diferencia de la comprensión la actitud ecléctica es solo extraer lo bueno de cada persona: sus cualidades, su talento, su genialidad y dejar de lado (sin decir nada) los aspectos negativos que esa persona pueda tener: una vida privada desordenada, ciertos vicios, injusticias…etc.
Esta actitud llama a una tolerancia de “respeto”,  que cierra los ojos a la realidad de esos aspectos para no mirarlos ni considerarlos y aceptar a la persona solo por sus cualidades y talentos.  Pero como no se puede tapar el sol con un dedo, la realidad forzará que la persona tolerante haga de tripas corazón: un gran esfuerzo para superar el reclamo de la conciencia y poder comulgar con el consenso de moda: no tener en cuenta lo que pueda hacer una persona en su vida privada.
La actitud ecléctica frente a la vida moral de las personas podría parecer correcta porque impide hacer un juicio peyorativo de los desarreglos particulares. Al no entrar en el campo de la privacidad, se la acepta con todo lo positivo que tiene, que puede ser incluso motivo para la admiración y la alabanza.
La diferencia con la comprensión
La comprensión es mucho más rica y valiosa. El que comprende mira a toda la persona y a sus circunstancias con un afecto incondicional. El amor que tiene es de tal calidad que puede ingresar en la vida privada del prójimo con aceptación y agradecimiento. Puede tocar, con una admirable serenidad, los aspectos positivos y negativos de cualquier tema sin causar aspavientos, desagrados o temores en su interlocutor. Al contrario las personas que lo escuchan se sienten respaldadas por la verdad y por el cariño que reciben con esas expresiones que brotan de un corazón ordenado por la caridad.
El que sabe amar y comprender no hace ascos, ni deja que la ira se encienda, por los desórdenes o errores que ve. Con su paciencia y serenidad se convierte en un “cirujano del alma”; que puede, por su generosa disposición y su conducta, llena de afecto y estima, ayudar a extirpar los peores males de una persona.  
Así es la verdadera amistad, que consigue que la persona amiga sea feliz con la verdad y obtenga los bienes que se derivan de ella. Y como el bien de por sí es difusivo, trasciende y se extiende a muchos más. Es una verdadera riqueza de comunicación que hace libres a las personas. La comprensión es al mismo tiempo conocimiento, amor y libertad. Llena de paz a los seres humanos y a los ambientes donde se desenvuelven.
Las posturas en las relaciones humanas
En las relaciones humanas a nadie le gusta el que es radical, severo y duro con las personas. La radicalidad es propia del que no sabe amar. Podría existir una expresión sincera con ausencia de caridad, vale decir: sin comprensión y decir una verdad que deja a la gente herida y mal parada. No es lo correcto. Las cosas no se resuelven con la violencia. San Francisco de Sales decía: “vale mucho más la ternura de la comprensión que la severidad del que tiene la razón”
No sabe amar el que no tiene caridad o la ha perdido. La caridad es necesaria para acertar en el amor, con la comprensión y el perdón. La caridad pone orden al corazón y el orden del corazón no es militar, es de misericordia y de ternura, está lleno de comprensión. Solo el que comprende puede dar más oportunidades porque sabe perdonar. La oportunidad que procede del perdón vale más que la que se obtiene por los propios méritos y así el que perdona da más libertad. Para ser libres necesitamos de los demás.

Sin caridad no hay nada, todo se desvirtúa.
Es por eso que muchas personas que no pueden amar, por ausencia de caridad, persiguen una formalidad artificial  de “buen trato” y para cuidar la imagen, actúan con gestos y actitudes diplomáticas, cayendo fácilmente en la hipocresía o en el doble discurso.
Surgen así posturas políticas o diplomáticas que son distintas a lo que realmente se siente o se piensa, (el que no tiene comprensión suele tener una actitud radical, por ejemplo: no querer perdonar). El alejamiento de Dios y la ausencia de caridad hacen al hombre terco con sus convicciones y eso es una radicalidad, que lo puede llevar a la tiranía.
El tirano contemporáneo, que es radical con su subjetivismo, es también dogmático en sus ideas y expresiones,  pero se presenta con la bandera de la apertura y la libertad. Hace grandes esfuerzos para ofrecer una imagen de tolerancia y respeto, sin darse cuenta que está proyectando con su vida, una película de ficción bastante forzada y falsa, que nada tiene que ver con la realidad.
La sociedad de hoy baila con modos conciliadores donde parece que todos tienen derechos para hacer lo que quieran, pero los juicios internos  de las grandes mayorías suelen ser radicales y duros para comprender a las personas. De allí que la falta de entendimiento y de comunicación fabrique una sociedad disgregada con millones de individualidades que viven en una triste soledad, aunque en el balcón de su casa flamee la bandera de la libertad.
El que rompe las leyes morales porque se siente independiente va directo hacia un burdo libertinaje que atropella a las personas. El hombre que no esta sujeto por la ley y por sus compromisos es como un lobo suelto que está buscando una presa para comérsela. Aunque tenga excelentes notas, magníficos doctorados, sea exitoso en su vida profesional y gane los mejores premios, si no lucha por ordenar su vida privada, fracasará como persona.
Querer y tratar bien a todas las personas
Ser cristiano es amar como Cristo nos amó. Querer al prójimo es querer a todos sin hacer acepciones. Tener caridad es querer desigual a los que son desiguales. A cada persona hay que quererla de acuerdo a lo que es y a sus circunstancias. El que quiere de verdad tiene en cuenta todo y procurará ayudar a los demás para que todos mejoren. El que está bien hará mucho bien y el que está mal necesita ser ayudado para que salga de esa situación y pueda hacer el bien. Ser leales con las personas es decirles la verdad con caridad y alegrarnos cuando nos aconsejan para que seamos mejores.

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viernes, agosto 15, 2014


Somos espectadores de películas geniales y de muertes fatales (¿así tiene que ser?)
LA MUERTE DE LAS ESTRELLAS
Sin ser ningún experto en cine me gustan mucho las buenas películas. He admirado y sigo admirando a extraordinarios artistas que han dejado una huella imborrable de buena actuación en películas que han dado la vuelta al mundo y que también forman parte de la historia de la humanidad.
Como sacerdote, selecciono el cine que ayuda al ser humano a tener esperanza y una visión positiva de la vida con artistas que estimulan las buenas obras, las virtudes humanas y el espíritu de servicio. Existen en la cartelera muchos documentos fílmicos de extraordinario valor que contribuyen a la formación de las personas y a la mejora de la sociedad. No me estoy refiriendo a los documentales sino a los largos metrajes de emblemáticos artistas de fama mundial.
En mi blog, <cinemass.wordpress.com> presento un elenco de películas que a mi juicio tienen valores rescatables para la educación y la familia, que es el campo donde apunto para organizar sesiones de cine-forum. Además tengo un programa de televisión donde procuro difundirlas con la ayuda de algunos amigos aficionados a la educación y al cine. Después de verlas, una vez a la semana, las comentamos resaltando las bondades que encontramos, para darles a los espectadores un mensaje de paz y de esperanza.
La actuación en las películas y la vida privada de los artistas
Ver buen cine y admirar a los buenos artistas es algo que se da a la vez, pero también es inevitable que, por el rabillo del ojo, ingresen otros datos, que los medios difunden, sobre la vida privada de los artistas. Muchas veces preferimos no enterarnos de esas noticias desagradables, para que no se rompan los buenos esquemas que tenemos de esos notables actores, que tanto nos gusta ver.
A quien no le apena ver a sus ídolos caer en desgracia y en situaciones que nadie desea. Algunos, además, dejan una estela de desavenencias con heridas, muchas veces irreparables, en personas cercanas. Son incoherencias que no responden a la lógica de sus brillantes actuaciones. A todos nos gusta verlos en sus películas, pero, cuando llegan esas noticias  de los medios, quisiéramos cerrar los ojos y no enterarnos. 
Frente a esta dicotomía inevitable y difícil de aceptar, ¿cuál debería ser nuestra actitud? ¿Podría ser ecléctica y quedarnos solo con lo bueno, genial y extraordinario del artista y poner aparte su vida privada (aunque los medios la difundan por todas partes)?
Es la actitud que se suele tener cuando solo se habla del artista en sus actuaciones, como si la vida se centrara exclusivamente en eso y nada más. Está claro que si el artista fuera pariente nuestro estaríamos pendientes y sufriríamos por lo que ocurre en su vida privada más que por su actuación. A la familia, lo que realmente le interesa es si su ser querido está bien en su vida personal: si está contento, si se lleva bien con los demás, si está sano, si come bien, etc.

El fatal deseo de la total independencia
También habría que decir que algunas personas no quieren ni que su propia familia se meta en su vida privada. El crecimiento de la individualidad (enfermedad de la época actual) aísla a la persona de sus propios seres queridos. Y este encerrarse del hombre en una privacidad absoluta puede ser fatal para sí mismo, como lo demuestran muchos casos de suicidio, que se van multiplicando en el mundo entero. De allí la importancia de la comunicación dentro de la familia.
Los problemas de alcoholismo y de drogas son consecuencia de la falta de amor que hay en los hogares. La persona que se siente sola, que no tiene el respaldo de una familia que lo quiere y está pendiente de él, fácilmente cae en esos vicios que lo destruyen y lo llevan a la depresión.
La familia es muy importante para la estabilidad de las personas pero cuando vemos que está en crisis, que un artista es una persona solitaria, que se fue de su casa por los maltratos, que vive de una manera inestable y cercana a los vicios, ¿no se debe hacer algo para rescatarlo de esa esclavitud?
En el caso de los artistas vemos que estas situaciones irregulares se dan habitualmente (aunque tengan mucho dinero). Lamentablemente todavía nadie coge el toro por las astas para corregir esos desarreglos.  El criterio de tolerancia, que se ha difundido en el mundo, pasa por alto el desorden de una vida privada (relaciones impropias, excesos de alcohol, drogadicción, ludopatía), existe un permisivismo irresponsable. Pareciera que se está respetando la libertad cuando se cierra los ojos a esos aspectos negativos de la realidad al mismo tiempo que se expresa una admiración por los aspectos positivos de la genialidad o del talento humano.
Mirándolo desde otro ángulo también cabría preguntarse:
¿Se puede vivir de una manera y actuar de otra?  ¿acaso el talento es solo para la actuación artística? ¿y para la vida privada no existe un talento ? ¿Una persona talentosa no sería más bien, la que consigue tener  una vida privada correcta?

Unidad de vida
Hay artistas de cine que reflejan en sus actuaciones las virtudes que han adquirido para vivir de una manera digna y respetuosa.  La realidad de esas vidas virtuosas le podría dar a la actuación una mejor dosis de autenticidad. Actuar para enseñar valores sin tenerlos podría ser posible, pero los espectadores preferimos que nuestros artistas tengan esos valores positivos en sus propias vidas. ¡Que sea real lo que están enseñando! 
Jim Caviezel, que representó a Jesucristo en “La Pasión” de Mel Gibson es un hombre de Misa y comunión diaria. Su actuación correspondía a la realidad de su vida. En cambio cuando nos enteramos que Mel Gibson tuvo problemas de violencia por el alcohol, nos dio pena esa situación que contrastaba con la genialidad de su trabajo en el cine.
Si el cine le diera al espectador la oportunidad de ver una obra genial donde se nota que los artistas y los realizadores no solo actúan sino que también tienen una vida coherente y ejemplar, sería doblemente genial.
Quizá sea una utopía lo que estamos diciendo, algo irrealizable, en este mundo tan complejo; sin embargo apuntar hacia esa coherencia puede traer grandes beneficios a la humanidad.
Terminemos nuestro análisis con otras preguntas que tal vez, por influjo del consenso general de esta época,  la sociedad no las quiera responder con la sinceridad necesaria para afrontar los problemas y resolverlos de inmediato:
¿Porqué las estrellas de cine se suicidan con relativa frecuencia? ¿porqué tiene unas vidas tan desordenadas? ¿porqué rompen fácilmente la fidelidad matrimonial? ¿porqué tienen una actitud de permisividad para poner en la pantalla escenas que podrían hacer daño a los espectadores?
Al buen cinéfilo también se le puede pedir que contribuya con sus buenos consejos para que los artistas, con una vida coherente, nos llenen de valores, de esperanza y de entusiasmo con sus películas.
A todos nos gustaría un cine más sano, de categoría que nos divierta y a la vez nos edifique. Para los artistas difuntos las coronas, el respeto y la oración, deseando lo mejor para ellos, y para los que están todavía en las pantallas que brillen, como las estrellas, con la luz del buen ejemplo, para la felicidad de todos.
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jueves, agosto 07, 2014


Al cumplir 40 años de sacerdote
ELOGIO AL CELIBATO
Jesucristo, que es el fundador de la Iglesia, fue célibe y llamó a sus seguidores para que dejen todo y vayan con él prometiéndoles la felicidad y una gran recompensa: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí quedará sin recibir el ciento por uno». (Mc. 10,29).

Esta invitación de Jesucristo no está dirigida a las multitudes, sino más bien a los que llama personalmente para que difundan  y anuncien la llegada del Reino de Dios en todo el mundo.
Para esa tarea Jesucristo les pide todo, les hace ver que es necesario liberarse de cualquier vínculo terreno y humano y después les demostrará su generosidad dándoles un gran premio, que es mucho mejor que todos los tesoros que se pudieran acumular en la tierra: por cada cosa que entregaron se les devolverá 100 y luego la vida eterna de felicidad. ¿quién da mejores intereses?

Los llama para siempre

Es una entrega para toda la vida. La misión nunca se acaba, es necesaria una dedicación a tiempo completo, aún así resulta escaso el tiempo que se tiene para llegar a las metas, de allí que algunos santos pidieran más tiempo a Dios para terminar la labor que habían comenzado. En todas las épocas ha sido evidente que la misión de los seguidores de Cristo es un trabajo agotador, muchas veces riesgoso, es también urgente y requiere de una gran disponibilidad.

Jesucristo pide que se le siga firmemente con una voluntad decidida de desprendimiento, una capacidad, cada día mayor, para el sacrificio y una disposición de obediencia constante. “El que quiera venir tras de mi, ¡niéguese a sí mismo!, tome su cruz de cada día y sígame”  Con esta invitación no caben medianías o retrasos, la llamada es urgente, para hoy, para este instante, para ahora.

El que sabe escuchar la llamada y se decide a seguirle descubre unas alas para volar, que es el descubrimiento de una libertad espectacular con uno de los regalos más grande que el Señor da a sus seguidores: el ciento por uno y la vida eterna.

En los ámbitos humanos el trabajador que se entrega a una empresa podría perder fácilmente su libertad y vivir sometido bajo el mando se sus jefes y dentro del sistema que eligió para trabajar. En cambio el que responde a Dios tiene una misión sobrenatural y recibe, para llegar a los objetivos que Dios le pide, una gracia específica (vocación), que lo eleva por encima de los esquemas humanos.

El instrumento de Dios no se siente superior, al contrario se siente poca cosa, sin embargo es elevado por Dios a un espacio donde todo es libertad y por lo tanto felicidad. De allí la alegría de la fidelidad a un camino de entrega. El que sabe corresponder nunca se arrepiente de haber seguido a Dios, cada día está más contento y agradecido y su vida se convierte en un cántico de acción de gracias.

Es verdad cuando Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” el que sabe ir con Jesucristo tiene vida y aspira a la Vida eterna con una fe conmovedora, que mueve montañas. Las obras de una persona de fe son admirables.

A propósito del celibato es interesante el relato de San Pablo (1 Corintios 7, 29ss):

«Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen». Y sigue: «El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido».

Esta claro que Pablo con estas palabras expone las excelencias una entrega plena sin que exista ninguna ley sobre el celibato.

La primera ley sobre el celibato
Fue el Concilio de Elvira de 305-306 quien dio a esta práctica de origen apostólico una forma de ley. Con el canon 33, el Concilio prohíbe a los obispos, sacerdotes, diáconos y a todos los otros clérigos relaciones conyugales con la esposa y les prohíbe, también, tener hijos. Por lo tanto, en esos tiempos se pensaba que abstinencia y vida familiar eran conciliables. Así también el Santo Papa León I, llamado León Magno, alrededor del año 450 escribió que los consagrados no tenían que repudiar a sus mujeres. Tenían que permanecer junto a las mismas, pero como «si nos las tuvieran», escribe Pablo en la primera carta a los Corintios (7, 29).

Con el pasar del tiempo, se tenderá cada vez más a acordar el sacramento sólo a hombres célibes. La codificación llegará en la Edad Media, época en la que se daba por descontado que el sacerdote y el obispo eran célibes. Otra cosa es el hecho de que la disciplina canónica no siempre fuera vivida al pie de la letra, pero esto no debe asombrar. Como encontramos en la naturaleza de las cosas, también la observancia del celibato ha tenido, en los siglos, sus altos y bajos.

Es famosa, por ejemplo, la encendida disputa que tuvo lugar en el siglo XI, en tiempos de la denominada reforma gregoriana. En esa situación delicada se asistió a una rotura tan neta - sobre todo en las iglesias alemana y francesa - que llevó a los prelados alemanes contrarios al celibato a expulsar con la fuerza de su diócesis al obispo Altmann de Passau. En Francia, los emisarios del Papa encargados de insistir sobre la disciplina del celibato fueron amenazados de muerte y el santo abad Walter de Pontoise fue golpeado durante un Sínodo que tuvo lugar en París por los obispos contrarios al celibato y encarcelado. A pesar de todo ello, la reforma consiguió imponerse y se asistió a una renovada primavera religiosa.

Es interesante observar que la contestación al precepto del celibato surge siempre en concomitancia con señales de decadencia en la iglesia, mientras en tiempos de renovada fe y de florecer cultural se nota una observancia reforzada del celibato.
Y, desde luego, no es difícil extraer de estas observaciones históricas un paralelismo con la crisis actual.

Al cumplir 40 años de sacerdote puedo afirmar con plena certeza que el celibato es un tesoro muy querido en la Iglesia y quien lo vive por amor a Dios le da a su vida la estabilidad y el equilibrio necesario para querer con toda el alma su vocación de entrega plena al servicio de Dios y de las almas.  Quienes vivimos así estamos muy contentos de estar correspondiendo al querer de Dios y no lo cambiaríamos por nada del mundo.

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viernes, agosto 01, 2014


Desconsideraciones humanas
EL CUADRO DE LOS DESCALIFICADOS
Cuando era niño y entraba al colegio lo primero que me encontraba en el hall de recepción era un enorme cuadro con las fotografías de los mejores alumnos. Estaban los primeros de la clase y los premios de excelencia.
Cuando cursaba los primeros años de primaria el cuadro me impresionaba y soñaba con estar allí, entre los mejores. A ellos los miraba con cierta admiración. He de confesar que nunca tuve envidia. Me parecía que los primeros tenían que ser ellos. Uno, sin darse cuenta, se hace hincha de los suyos. Nunca cuestioné que estuvieran allí. Al niño le parece bien lo que disponen los mayores. Nuestros educadores, al menos en esos años, tenían prestigio para nosotros y lo que decían ellos iba a Misa.
Recuerdo que en Kinder la profesora tenía unas orejas de burro de tela y al niño que no sabía la lección le colocaba esas orejas y lo paraban en una esquina del aula.  A mi nunca me castigaron así pero me parecía terrible que algún día, por no saber la lección, tuviera que estar delante de todos con esa vergonzosa humillación.
Los tiempos han pasado, ahora ya no existen los cuadros de méritos ni las orejas de burrro, tampoco las jaladas de oreja, las cachetadas, o el pasar de rodillas toda la hora de clase.  Todo eso se veía normal y ahora se desaprueba. Hoy al alumno no se le toca y tampoco se le debe humillar, se está combatiendo el bulling y todo tipo de discriminación.  Sin embargo el maltrato a las personas, sean alumnos o profesores, ha crecido considerablemente, se da de una manera diferente. Se ha eliminado el cuadro de méritos y han aparecido los cuadros de las descalificaciones.
El cuadro de los descalificados
Los cuadros de méritos de aquellas épocas, (en los años 60, del siglo pasado), no hacían más que señalar las cualidades y calidades de las personas, también el esfuerzo que ponían algunos en los estudios que era compensado con las buenas notas y los mejores puestos. La intención de los educadores era resaltar los buenos ejemplos de los que hacían mejor las cosas.
Está claro que esa costumbre podía tener muchas deficiencias una de ellas podría afectar la rectitud de intención de los mejores puestos: sacar buenas notas solo por destacar y ser los mejores, por la propia gloria humana.  Está claro que un colegio no debería fomentar la vanidad o la presunción de sus alumnos. Demasiadas alabanzas públicas podrían hacer daño. La otra deficiencia era olvidarse de los otros alumnos o no considerarlos tanto, solo por el hecho de no destacar, tenerlos un poco de lado o totalmente al margen. Son descuidos que no deben darse ni en la casa ni en el colegio.

El valor de las personas
Han pasado los años y lo que está muy claro es los que sistemas no van a marcar el éxito o fracaso de los alumnos. La educación depende fundamentalmente de las personas, de la relación que hay entre padres e hijos y entre maestros y alumnos. Y la relación es buena cuando se transmite, con amor, los valores que son esenciales para la formación de las personas. No depende del 20 que saque o que sea el primero de la clase, sino de la formación que está recibiendo, ¡también para que saque 20!, pero con una intención correcta: acertar en el amor al prójimo con el desarrollo de las virtudes que hacen noble y leal a la persona. No es formar al chancón o al ambicioso egoísta, que luego se vuelve manipulador. Es formar personas humildes y sencillas que sean fieles a sus compromisos amando y comprendiendo a los demás en las distintas circunstancias de la vida.
Canonizaciones y condenas
La sociedad que se aleja de Dios canoniza y condena con excesiva facilidad a las personas.
Cuando todo va bien los halagos y las condecoraciones se multiplican, como los curriculum vitae lleno de hojas inmaculadas que reflejan calidad y hasta genialidad. En los discursos de presentación de una persona se oyen los elogios que destacan las virtudes del flamante que toma el puesto.
En cambio cuando alguien mete la pata, la condena le llega como un rayo, con las calificaciones más severas y drásticas que se puedan encontrar. Es como le ocurre a un  entrenador de fútbol, si gana todos lo quieren y si pierde se tiene que ir, ya no se quiere contar con él. Por un solo fracaso se olvidan los éxitos anteriores.
La descalificación como sistema
Hoy mucha gente vive descalificando constantemente a los demás. Siempre están hablando mal de alguien y al hacerlo le hacen una ficha y terminan congelándolo. El terrible juicio humano (extremadamente terco) dictamina: fulanito es tal por cual y su sitio es ese… colocándolo lejos de las mejores posibilidades.
Si la persona que hace el juicio es un jefe, podría perjudicar la vida y el futuro de algún subordinado. Lamentablemente hoy muchas personas han sufrido la injusticia de una descalificación de por vida, sin poder llegar a metas más altas porque fue desaprobado por un superior  que lo dejó fichado como no apto para la posteridad. Es una de las injusticias más habituales  que suele pasar desapercibida.
Examen de conciencia personal
A cada uno le toca ver, examinando su propia conciencia, si suele descalificar a los demás. Si habitualmente descalifica, debe corregir esa desviación, aunque tenga sobrados motivos.
La descalificación podría ser interna o externa. Si es interna le será muy difícil querer a los demás, estará como trabado para llevarse bien con la gente.
Si es externa, el desahogo lo puede aliviar, pero al salir algo negativo de su interioridad puede convertirse en un crítico constante de los defectos del prójimo y tener una actitud de fastidio o altanera que a nadie le gusta. El que lo escucha podría hacerle caso, para no contristar, pero en el fondo se iría alejando diciendo para sí mismo: “si así habla de los demás cuando no están presentes, ¿qué dirá de mi cuando no estoy?”
Un día el Papa Francisco, respondiéndole a un periodista que le hizo una pregunta comprometida, le dijo: “¿quién soy yo para juzgar? le dio la  respuesta que reflejaba la nobleza de su alma.  
Las respuestas que debe dar un cristiano que ama a Dios y a los demás no son diplomáticas, propias de una actuación, son sinceras y están llenas de consideración por las personas.
A las personas las debemos amar. Si no percibimos que sale de nuestra interioridad un amor auténtico es necesario que cambiemos de inmediato, hay que limpiar el fondo.
El que ama dice la verdad  y se aleja de la crítica y de la murmuración; tiene una actitud llena de comprensión, unida a una valoración por cada persona en particular. No es hipocresía, es la finura del amor que enciende y levanta a las personas, no las hunde. En cambio el que descalifica, humilla y hunde porque no sabe amar. Tampoco dice la verdad, le faltan datos y lo que realmente respalda: la humildad que trasciende de un corazón lleno de amor.
Es necesario que cada uno tenga un cuadro de méritos donde todos estén incluidos, de un modo distinto, pero incluidos  de verdad porque son realmente queridos con toda el alma, si medianías ni disfraces, sin cumplidos ni gestos diplomáticos. Es mucho más fuerte amar que compensar.
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