jueves, diciembre 31, 2015

Muy pronto volveremos
NO ES MÁS QUE UN HASTA LUEGO

Se termina el año 2016 y ADEAMUS que ha estado presente en las redes todos los fines de semana ininterrumpidamente durante 8 años seguidos, se tomará unas merecidas vacaciones para realizar una restructuración de su sistema y poder brindarles un servicio de más calidad en el futuro.

Agradecemos encarecidamente a nuestros seguidores y a todos los que han entrado en nuestro blog para leer o comentar con nosotros sobre los diversos temas que hemos tratado del quehacer cotidiano.
Estamos muy contentos de haber llegado a miles de personas en todo el mundo y agradecemos a los que han hecho extensivo nuestro blog en diversos ambientes de nuestra sociedad, también a los que han publicado nuestros artículos en periódicos y revistas de distintos países.

Seguimos contando con el valioso apoyo de todos ustedes para seguir escribiendo y creciendo con temas variados y seguir transmitiendo, en la medida de nuestras posibilidades, los valores humanos y cristianos que están haciendo falta en la sociedad que nos ha tocado vivir.

El reto que nos hemos propuesto no es fácil. Vivimos en una sociedad que está bastante convulsionada por una crisis grave de valores. En algunos aspectos hemos tenido que navegar contracorriente, y con no pocas dificultades, para hacernos entender con los criterios fundamentales de una moral que respeta la vida desde el momento de la concepción y no comulga con ideologías que atentan al sentido cristiano de la vida.

Nunca hemos pretendido imponer nuestras convicciones, más bien hemos procurado respetar todas las opiniones que llegaban a nuestro blog,  y  hemos hecho esfuerzos para expresarnos de una manera delicada y llena de comprensión con las personas que no piensan igual que nosotros. Ese ha sido nuestro estilo a lo largo de estos 8 años de trabajo. Pedimos disculpas si en algún momento no hemos estado a la altura de las expectativas de nuestros lectores.

Les agradeceremos mucho las sugerencias que nos hagan llegar, a través de este correo, para que en el futuro, no muy lejano, podamos brindarles un mejor servicio en las redes.

Les pedimos que nos digan si quieren seguir conectados a nuestro correo electrónico para recibir cada semana nuestros artículos. Haremos una lista nueva de seguidores y así nuestros envíos se limitarán exclusivamente a las personas que han solicitado nuestro servicio.

Si alguno nuevo desea ingresar le pediremos sus datos. En estos tiempos, un poco convulsionados y violentos, nos vemos obligados a poner medidas de prudencia para evitar que ingresen en nuestras redes personas que nos puedan perjudicar.

Agradeciéndoles mucho su participación y cercanía a través de las redes, les deseo a todos un 

¡Feliz Año 2016!

Con una bendición para toda la familia.

Atentamente
P. Manuel Tamayo


sábado, diciembre 19, 2015

DIRECCIÓN ESPIRITUAL DE ADULTOS

“En rigor, la madurez no se identifica con una edad determinada –aunque de ordinario se consiga con el paso de los años–, ni con la simple perfección que puede alcanzar una persona, desde un punto de vista exclusivamente humano, en algún aspecto particular. Si se considera en toda su profundidad, la madurez es consecuencia del desarrollo pleno y armónico de todas las capacidades de la persona; por tanto, en el concepto de madurez han de estar presentes las virtudes sobrenaturales –teologales y morales que acompañan a la gracia divina– y, al mismo tiempo, las virtudes humanas.
Puede decirse que una persona madura sabrá juzgar de los acontecimientos y de las demás personas con visión sobrenatural y con mesura, con serenidad, objetivamente; y estará en condiciones de querer y obrar con criterio, libre y responsablemente. El sentido sobrenatural hará que las decisiones de todo tipo se tomen de acuerdo con el orden querido por Dios y, en consecuencia, aparecerá la unidad de vida que es característica primordial de la madurez: saber integrar todo en función de lo que ocupa un lugar central en la vida y tiene un valor permanente. La madurez lleva consigo la mensura, la serenidad, la fortaleza y el sentido de responsabilidad.
Otras manifestaciones propias de la madurez son: capacidad de adaptación a las circunstancias, sabiendo ceder y transigir en lo accesorio o en cosas de suyo intrascendentes; y viceversa, fortaleza para mantener firmemente –aun en contra de opiniones de moda y de «lugares comunes»– aquellas convicciones fundadas en verdades permanentes y fines rectos; el equilibrio interior de la persona, con orden y armonía en el terreno afectivo, de relaciones con los demás; la perfecta conjunción en el ejercicio de la libertad y responsabilidad personales.
A esa edad se adquiere un juicio más ponderado y sereno. Una persona madura se considera a sí misma con realismo, admite sus limitaciones, distingue lo que es pura posibilidad de lo que es ya conquista efectiva; al mismo tiempo, se juzgan los acontecimientos con mayor profundidad y objetividad: sabe lo que quiere y lo que puede. Y de ahí nace un equilibrio espiritual y emocional –madurez en la afectividad–, que canaliza las inclinaciones naturales y las pone al servicio de la voluntad. Se está, así, en condiciones de querer y de obrar con criterio, libre y responsablemente, aceptando las consecuencias de los actos.
En una personalidad madura y bien formada se da una unidad e integración de las múltiples experiencias de la vida, integración que sostiene la gracia cuando hay sentido sobrenatural. La madurez coloca a la persona en un estado de sana objetividad, ajena al sentimentalismo que frecuentemente lleva a confundir la felicidad verdadera con el bienestar.
Aunque se hayan superado problemas básicos de la adolescencia, hay peligros propios de esta otra edad: puede perderse en parte –si se descuida la lucha por avanzar– la virtud de la generosidad y abrirse paso el egoísmo y la comodidad que se presentan de diversas formas; por ejemplo, puede costar más aceptar los consejos personales dirigidos a superar los defectos, como algo práctico y vital, aunque se acepten fácilmente en el plano teórico. En este período, es necesario que las personas profundicen seriamente en el sentido sobrenatural de lo que hacen, aunque sea una labor oculta y sin brillo humano.
Los problemas en la edad adulta suelen ser más reales y objetivos que en la juventud, tanto en el terreno familiar como en el social y profesional.
Quizá el caso más grave sea el del «adulto menor de edad». Si se diera esa situación, en la dirección espiritual habría que mostrar al interesado la necesidad ineludible de un trabajo serio –muchas veces bastará conseguir esta sola meta para solucionar el problema de fondo–, y ver si existen otras posibles causas o problemas de épocas anteriores –mala formación en la libertad y responsabilidad, timidez, etc.– que hayan dado origen a ese estado anormal. En esos casos, además de recurrir a la oración y a la mortificación, hay que ayudar a quien recibe la dirección a enfrentarse sinceramente consigo mismo, para ver cuáles son sus relaciones con Dios, con la propia familia y con quienes pertenecen a su ámbito social; también deberá considerar cómo desempeña su trabajo profesional. En general, los consejos que se le den deben orientarse a que salga de sí mismo y del pequeño mundo que ha creado a su alrededor y procure con generosidad tener presente el bien y la alegría de los demás.

Algunas situaciones que pueden presentarse
Cuando una persona ha comenzado un camino de oración, es corriente que llegue un momento en el que experimenta cierta «aridez». Se hacen más esporádicos los «descubrimientos» y las «luces» que iba recibiendo y entra en una fase de monotonía aparente y de poco gusto. Hay que tranquilizar a quien se encuentra en esa situación, haciéndole ver que es normal y debe perseverar, sin darle importancia: lo que cuenta es seguir adelante en el diálogo con Dios, que nos escucha siempre, quizá ayudándose con un libro que proporcione materia para la meditación y para conversar con el Señor. Sobre todo en personas de una cierta edad, puede suceder también que afirmen –así suelen expresarse– que están perdiendo la fe, porque no les acompañan en su oración, vocal o mental, el fervor y la atención con que rezaban antes. Hay que asegurarles, repitiéndoselo frecuentemente en muchos casos, que no ha disminuido su fe, sino sólo el sentimiento, sin culpa por su parte; y animarles a que continúen con sus prácticas de piedad, con la certeza de que su oración vale mucho ante Dios si, con buena voluntad, tratan de poner los medios para hablar con Él y evitar las distracciones en la medida de lo posible.
También puede suceder que alguien exprese preocupación por pensar que tiene dudas de fe. Por ejemplo, porque le asaltan pensamientos sobre cómo Dios permite situaciones de injusticia en el mundo, o el sufrimiento de una persona querida, o le parecen intransigentes algunas enseñanzas de la Iglesia en materia moral, aunque no las rechaza. En los casos así descritos, hay que tranquilizar a la persona que plantea esas “dudas” y hacerle ver que, aunque no alcance con su razonamiento a comprenderlas del todo, no por eso sufre menoscabo su fe ni debe obsesionarse: basta que acepte con sencillez el contenido de la fe, como lo enseña la Iglesia, y procure no dar vueltas a esos pensamientos.
Puede asimismo crearse una situación de replanteamiento de toda la vida anterior cuando, después de abrirse paso con esfuerzo, alrededor de los treinta años, una persona ha conseguido colocarse y establecerse. De modo general, en esta situación influye la autonomía personal definitivamente conquistada, el choque de los ideales que acariciaba con la realidad presente y, especialmente, la capacidad crítica plenamente desarrollada, que no tiene el contraste de una autoridad o regla a la que se sometía antes. Así, puede suceder que esa capacidad crítica se manifieste primero en la comparación con los demás, sobrevalorando las metas alcanzadas por los compañeros de profesión, dando lugar a la envidia y al resentimiento. También cabe la posibilidad de una autocrítica personal, analizando y midiendo los principios morales y sociales que antes se aceptaban. Esto puede llevar –si se encauza rectamente– a un mayor sentido de responsabilidad, pero podría tener también un efecto negativo si no se ataja.
También sucede a veces que, en torno a los cuarenta años, se pase por momentos de crisis. En el hombre, si atraviesa por esta dificultad, suele ser más de carácter psicológico que somático. En la mujer se acompaña de signos fisiológicos evidentes, aunque también haya algún componente psíquico. Puede aparecer entonces la que san Josemaría llamaba mística ojalatera, «hecha de ensueños vanos y de falsos idealismos: ¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esa profesión, ojalá tuviera más salud, o menos años, o más tiempo!»[1]; y, junto a eso, un cambio de carácter, quizá una preocupación excesiva por la salud y una cierta pérdida de interés por el trabajo que se ha ido desempeñando hasta entonces. Hay una actitud de balance: hasta ese momento, en lo físico y en lo intelectual, se iba creciendo, pero se comienza a experimentar una sensación de declive humano.
También puede producirse un cierto deseo de experimentar aquello que, si antes no se ha vivido, se tiene la seguridad de que ya no se realizará jamás; como consecuencia, pueden presentarse tentaciones contra la castidad que hasta ese momento no se habían tenido, o tentaciones antiguas, con formas nuevas más retorcidas.
Al lado de estos elementos, hay otros de carácter positivo: a esa edad se adquiere un juicio más ponderado y sereno; se juzgan los acontecimientos con más profundidad y objetividad.
Un peligro para hombres jubilados –las mujeres encuentran con más facilidad un modo de ocupar su tiempo en las tareas de la casa– es el de encontrarse sin nada que hacer, considerar que la vida ya no les depara nada y sumirse en una situación de abandono, llenando su jornada, por ejemplo, con la televisión. La sensación de haber cumplido su tarea y no tener ya nada que aportar lleva fácilmente al egoísmo y a la comodidad y a mantener un ritmo cansino en la oración. Es estos casos puede suceder también que guarden poco la vista o entretengan pensamientos contra la castidad, justificándolo como cosas de poca importancia, puesto que, en su edad y situación, no hacen (en el sentido de realizar actos externos) nada malo. Al ayudar a estas personas –además de formarles la conciencia–, hay que hacerles ver que su vida no ha dejado de ser útil y es mucho lo que pueden hacer, animándoles a pensar cómo pueden dar un sentido a su tiempo, utilizándolo para bien suyo y de los demás.
Ha de quedar claro que las situaciones que acabamos de describir no tienen necesariamente por qué darse y, de hecho, en bastantes casos no aparecen. En una personalidad madura y bien formada se da una unidad e integración de las múltiples experiencias de la vida, integración sostenida fuertemente cuando hay sentido sobrenatural”. (Prof. José Luis Gutierrez, Pontificia Universidad de la Santa Cruz).

Agradecemos sus comentarios




[1] San Josemaría, Conversaciones, 88. Cf. n. 116.

miércoles, diciembre 09, 2015

DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN LA INFANCIA
Siempre se ha considerado los 7 años como la edad en que empieza el uso de razón y que por lo tanto los niños pueden distinguir lo bueno de lo malo con la ayuda que reciben de los mayores, especialmente de sus padres. Los padres no deben descuidar en esos años la formación de la conciencia del niño y junto con el colegio, son los principales formadores.
“Por infancia se entiende el período de la vida que va desde el nacimiento a la pubertad. La edad límite se suele poner hacia los 12 años. Antes de llegar al uso de razón los niños desconocen el alcance moral de sus acciones: hacen depender lo malo y lo bueno del juicio de las personas mayores, de las que reciben un premio o un castigo por lo que han realizado. A partir de los 7 u 8 años aproximadamente –o incluso antes–, comienzan a captar los principios morales y se hacen cargo paulatinamente del alcance moral (objetivo) de sus actos, y de su consiguiente responsabilidad moral[1]. Empiezan a comprender que las obras son buenas o malas por su objeto moral y también se dan cuenta de la importancia del fin (intención) como otro elemento determinante de la moralidad[2].
“Al formular un juicio dirigido a un niño, conviene que los padres y tutores lo razonen de modo adecuado a su inteligencia, pero con lógica y evitando argumentos que sólo sirvan a la comodidad o a la defensa de la autoridad de los mayores, porque esto podría llevarle a creerse incomprendido o tratado con injusticia.
En esta etapa, la labor de dirección espiritual es fundamentalmente de consejo. De ordinario, en las charlas no hace falta argumentar demasiado las razones, pues basta que lo que se diga sea razonable; por eso, será suficiente dar una sencilla explicación, un motivo para apoyar el consejo. Es importante no perder la confianza, para lo cual convendrá –como detalle práctico– recordar los propósitos concretos de lucha que se han sugerido.
Las conversaciones han de ser cortas –no más de diez minutos–, con indicaciones breves y concretas. Conviene estimular las incipientes virtudes humanas. Como en esta etapa se es más activo que reflexivo, interesará insistir en puntos como el cariño a sus padres y hermanos, la lealtad con sus compañeros de clase, la lucha contra la pereza, en todos los campos –estudio, aseo personal, puntualidad al levantarse, etc.–, y en otras virtudes como la sinceridad, fortaleza y constancia, generosidad, exigencia personal, etc., proponiéndoles siempre un motivo sobrenatural acomodado a su capacidad intelectual –por ejemplo, una intención apostólica, las misiones, etc.–, de tal modo que vayan descubriendo el mundo sobrenatural y la vida de piedad”.
“Éste es un tema que también conviene tratar con los padres: la importancia de la oración en familia, procurando que lo hagan también los hijos en la medida de su edad; enseñar a los hijos –sobre todo con el ejemplo– a rezar y acudir a Dios. Suele ser una gran ayuda que los padres les faciliten rezar las oraciones acostumbradas –de la mañana, de la comida, y de la noche–, enseñándoles a emplear algún recurso sencillo para no olvidarse: por ejemplo, tomar como recordatorio una imagen de la Virgen Santísima que haya en su habitación; y que lo hagan con sencillez y piedad, sabiendo que Dios es nuestro Padre y que, al rezar, se están dirigiendo a Jesús, a la Virgen Santísima, a los Ángeles Custodios, etc.
Sin duda, el papel de los padres es fundamental en la enseñanza de la doctrina cristiana a sus hijos, incluso ayudándoles ellos mismos a estudiar el Catecismo. Lógicamente, esto es todavía más importante si ese aspecto se descuida o se hace de modo incorrecto en la escuela.
Respecto a la virtud de la pureza conviene ser muy prudentes: es preferible no preguntar por esto a los niños antes de los diez u once años, si no hay una fundada sospecha. (José Luis Gutierrez, Pontificia Universidad de la Santa Cruz).

Uno de los puntos importantes a tener en cuenta es el de los juegos. Los padres y los profesores deben ver bien el tipo de juegos y el contenido de los mismos antes de entregárselos a los niños. Ver también el tiempo que los niños pueden emplear para ellos. Deben evitar que se formen hábitos de ludopatía que luego serán difíciles de corregir y quitar. Que los niños no se encierre ni se cierren con sus juegos. Al contrario la actividad lúdica debe hacerlos más abiertos y comunicativos, como debe ocurrir también con las actividades deportivas.

Desde muy niños hay que orientarlos muy bien en los juegos para que luego no tengan problemas de compulsividad o dependencia que deterioran la personalidad y crean ansiedades impropias que podrían llevar más adelante a depresiones o trastornos psicológicos..

Corresponde principalmente a los padres, y después a los profesores, tener diversas iniciativas para ocupar el tiempo de los niños sobre todo en los momentos de recreo y en las vacaciones.


Agradecemos sus comentarios



[1] Quien ayuda al crecimiento espiritual de gente muy joven ha de saber que a través del sacramento de la Penitencia se puede ir formando la conciencia de los niños, teniendo presente que en esta fase confunden frecuentemente el error con la culpa, el defecto con el pecado. Aunque no tengan aún formada por completo la conciencia moral, sin embargo suelen ya intuir de modo más o menos claro la bondad o maldad intrínseca de determinadas acciones y, por lo tanto, se les ha de ir explicando los motivos por los que es así. En este sentido, habrá que valorar con prudencia si las mentiras, desobediencias, etc., del niño constituyen realmente pecados, para ayudarle a que se forme la conciencia en estos aspectos.
[2] Sobre la valoración de algunas conductas de los niños, se puede señalar, por ejemplo, lo siguiente: antes de los 7 años las mentiras no suelen ser auténticas, y de ordinario no deben valorarse con los criterios aplicables a un adulto. Los niños mienten frecuentemente para causar admiración, otras veces llevados por su fantasía, por juego o por escapar de un peligro o un castigo. Si las mentiras fueran muy frecuentes, se podría considerar la posibilidad de un trastorno de adaptación. Las desobediencias surgen por diversos motivos, también porque los adultos coartan demasiado su espontaneidad: es lo que sucede a veces, por ejemplo, con los padres y madres “superprotectores” que, con su excesivo control, provocan en el niño una reacción de rechazo.

jueves, diciembre 03, 2015

DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN LA ADOLESCENCIA
Toda persona necesita recibir consejos acertados y adecuados para orientar su vida y si se quiere subrayar una etapa importante en la que no deben faltar estos consejos, es la adolescencia que empieza con la pubertad.
“La pubertad es la etapa del desarrollo que sigue a la infancia. Los cambios de orden físico más importantes dependen del inicio de las funciones sexuales, y comprenden la aparición de los caracteres sexuales secundarios. Respecto a los cambios psicológicos, que acompañan a los anteriores, el niño, con el crecimiento en fuerza física, crece también en sentimiento de masculinidad, en coraje, valentía, etc.; a la vez aparece una cierta ansiedad e inseguridad por los procesos que está sufriendo, por las posibilidades que le abre el mundo, y una inestabilidad de carácter muy acentuada. En las chicas la pubertad tiene otro tono. La aparición de la menstruación y sus alteraciones psicológicas les provocan con cierta frecuencia reacciones de rechazo, momentos de rebeldía, o estados de depresión, y se hacen más reservadas, vergonzosas, y empiezan a guardar sus «secretos». Habitualmente, esta etapa es fácilmente superada”.
“La pubertad da paso a la adolescencia, que presenta como nota bastante característica la tendencia a extremar las actitudes. Así, por ejemplo, los jóvenes tienen manifestaciones de egoísmo y, a la vez, son capaces de sacrificarse y entregarse por un ideal con una gran fuerza e ilusión, pero también con la falta de madurez y amor profundo que se dan en una persona mayor. Los adolescentes establecen relaciones afectivas ardientes, pero con poca consistencia, que pueden romperse con la misma facilidad con que se iniciaron. Con frecuencia, les resulta difícil adquirir un compromiso para toda la vida y permanecer en él. Se lanzan a la vida de relación, pero conservando un cierto deseo de soledad. Denotan, en ocasiones, detalles que manifiestan intereses materiales pero, a la vez, están abiertos a grandes ideales. Pueden pasar del optimismo más ingenuo a un pesimismo también sin base real.
Muchas cualidades positivas que se encuentran en la gente joven –magnanimidad, desprendimiento, optimismo, capacidad de amar–, se han de poner a prueba con el transcurso del tiempo: a veces, son desprendidos porque no saben lo que cuesta ganar las cosas, o confiados y optimistas porque aún no han sufrido contrariedades de ningún tipo, o esperanzados porque toda la vida se les presenta llena de posibilidades: «La juventud ha tenido siempre una gran capacidad de entusiasmo por todas las cosas grandes, por los ideales elevados, por todo lo que es auténtico»[1].
“El adolescente pretende a veces colocarse como igual entre sus mayores y además se siente en cierto modo diverso de ellos: quiere sorprenderlos y sobrepasarlos transformando el mundo. De ahí que sus planes estén llenos de sentimientos generosos, proyectos altruistas y, a la vez, puedan resultar inquietantes por su megalomanía y su egocentrismo inconscientes. Con frecuencia se descubre una mezcla de abnegación por la humanidad con un egotismo muy marcado.
Por todo lo anterior, no es acertado considerar que la adolescencia se define exclusivamente por el aparecer del instinto sexual, aunque también en este terreno habrá que orientar a los jóvenes. El adolescente descubre asimismo el amor, como capacidad de darse y como sentimiento, pero ese descubrimiento es parte de todo un sistema de ideales amplio.

Enseñarles a decir siempre la verdad
“Hay que inculcarles desde el primer momento un gran amor a la sinceridad, que no tengan vergüenza de manifestar algo que quizá les intranquiliza en algún momento, pero les cuesta hacerlo.
La lucha en materia de pureza debe plantearse de modo positivo y a la vez realístico. Es normal que haya tentaciones, que se quisiera no tener y que a veces producen vergüenza[2], pero la gracia de Dios ayuda siempre a vencerlas, si se ponen los medios convenientes: oración, mortificación para custodiar la vista y para no entretener los pensamientos que puedan presentarse. No es pecado experimentar tentaciones, siempre que no se hayan buscado, sino consentir. De todas formas, hay que estar atentos para que, en el momento oportuno, cuando la dirección espiritual ha adquirido una cierta estabilidad, vean sinceramente si ha habido en el pasado, hechos o situaciones que tratan de relegar al olvido, pero que pueden haber dejado huellas y ser causa de inclinaciones o de tentaciones fuertes.
Durante este período no hay que inquietarse por las aparentes extravagancias y desequilibrios de los adolescentes: el trabajo profesional, una vez superadas las últimas crisis de adaptación, restablece el equilibrio, y marca así definitivamente el acceso a la edad adulta”.

La atención de los papás
“En esta etapa, los padres deben tratar de comprender muchas de las actitudes de sus hijos que, en ocasiones, son meramente circunstanciales, sin olvidar nunca que es perfectamente comprensible y natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de modo distinto: ha ocurrido siempre. Lo sorprendente sería que un adolescente pensara de la misma manera que una persona madura. Todos hemos sentido movimientos de rebeldía hacia nuestros mayores, cuando comenzábamos a formar con autonomía nuestro criterio. Lo importante es, en cambio, que los padres presten atención a los problemas de fondo y a la formación de los hijos.
En la dirección espiritual, conviene empezar desde la base, asegurándose de que asimilan bien los principios de la vida espiritual. Paralelamente, es necesario transmitirles la doctrina clara, sencilla y práctica sobre la vida de la gracia, la humildad y la correspondencia al Señor, el pecado, la lucha cristiana, los Mandamientos de la Ley de Dios, los sacramentos –valor, necesidad, condiciones para recibirlos bien–, la vida de oración, la piedad, y los aspectos centrales de la vida cristiana: filiación divina, caridad, sinceridad, trabajo, apostolado.
Se debe proporcionar a los adolescentes, desde el principio, los medios sobrenaturales que les ayuden a vencer en la lucha ascética –oración, frecuencia de sacramentos, etc.– y a cultivar las virtudes sobrenaturales y humanas. Se les debe hablar de trabajo serio, poniendo a Cristo como modelo, ayudándoles a encauzar rectamente su idealismo y afán reformador, y enseñándoles el valor del trabajo y su importancia en la vida cristiana y en la resolución de muchos problemas humanos. Por eso, se ha de inculcar en los jóvenes un gran sentido de responsabilidad, haciéndoles ver la obligación grave que tienen de estudiar o de trabajar, y de santificarse en el cumplimiento de ese deber fundamental. De este modo se fomentan en ellos las virtudes humanas, base necesaria para cultivar las virtudes sobrenaturales.
Conviene hacerles ver que la dirección espiritual se encamina precisamente a adquirir la verdadera libertad, que no se puede encontrar viviendo al margen de Dios.
Hay que mostrarles también la necesidad de profundizar en el conocimiento de la fe –aconsejándoles lecturas adaptadas a sus circunstancias–, a la vez que avanzan en el conocimiento de otras ciencias. Deben adquirir un criterio recto, para que después actúen con verdadera libertad y responsabilidad personal, que no existen al margen de Dios. Además, conviene que el director espiritual les inculque un gran amor a la sinceridad y a la verdad en su vida entera y en sus conversaciones con él: son virtudes por las que se sienten particularmente atraídos, aunque muchas veces no distingan exactamente sus manifestaciones auténticas.
Constantemente hay que tener presente la meta a la que deben tender los esfuerzos de todos los cristianos: conocer y amar al Señor. «He visto con alegría cómo prende en la juventud –en la de hoy como en la de hace cuarenta años– la piedad cristiana, cuando la contemplan hecha vida sincera; cuando entienden que hacer oración es hablar con el Señor como se habla con un padre, con un amigo: sin anonimato, con un trato personal, en una conversación de tú a tú; cuando se procura que resuenen en sus almas aquellas palabras de Jesucristo, que son una invitación al encuentro confiado: “os he llamado amigos” (Jn 15,15); cuando se hace una llamada fuerte a su fe, para que vean que el Señor es el mismo ayer y hoy y siempre (Hb 13,8)»[3].
Asimismo han de comprender el valor sobrenatural de servir a los demás por amor de Dios; así se les ayuda a salir del posible egocentrismo –más o menos inconsciente– que algunos jóvenes pueden tener, y se les muestra el camino auténtico de la solidaridad con los demás, que no se queda únicamente en manifestaciones orales o escritas. San Josemaría afirmaba: «Yo la solidaridad la mido por obras de servicio»[4].
Hay que elevar también al plano sobrenatural los ideales humanos que los chicos tienen, haciéndoles comprender que son instrumentos de Dios y que han de prepararse en su vida interior del mejor modo posible.
Necesitan espíritu de sacrificio para alcanzar la meta sobrenatural que se ha indicado y otros ideales humanos que están siempre en función de aquella meta. Siempre con esperanza y optimismo para saber encontrar a Dios en los distintos caminos que la vida les ofrece. En este sentido, conviene llevarles de lo exterior (el cumplimiento del horario, el estudio, etc.) a lo interior (el amor a Dios, la fraternidad cristiana, etc.), aunque tal proceso quizá no sea explícito para ellos. No obstante, siguiendo metas concretas -a veces con plazos breves- irán madurando en su vida cristiana.
Por tanto, es preciso aprovechar todas las buenas cualidades de la gente joven para infundirles un fuerte ideal sobrenatural y, sobre esta base, hacerles comprender el valor que tienen las realidades humanas como lugar de encuentro con Dios” (profesor José Luis Gutierrez, en el libro “La dirección Espiritual” de CDSCO, dirigido por Manuel Tamayo, Julio de 2015).

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[1] San Josemaría, Conversaciones, n. 101. Lo contrario sucede a veces con personas adultas, que encuentran más dificultades para practicar la magnanimidad, el optimismo, el desprendimiento, etc., precisamente por haberse tenido que enfrentar, a lo largo de su vida, con experiencias poco positivas en ese terreno.
[2] Tal caso se podría dar, por ejemplo, cuando hay una fuerte inclinación del corazón ante una persona del mismo sexo, que en la inmensa mayoría de los casos, no suele indicar nada anormal. En estos casos, se debe tranquilizar al interesado, aclarándole que eso no supone una anomalía y aconsejándole que procure no darle importancia y trate por igual a todos sus compañeros, sin preferencias hacia uno u otro. Lógicamente, si hubiese una clara tendencia desordenada, porque lleva a actos concretos, o porque se producen reacciones desproporcionadas ante estímulos normales, y hubiera manifestaciones de inestabilidad psicológica, habría que aconsejar la consulta de un médico de buen criterio.

[3] San Josemaría, Conversaciones, 102.
[4] San Josemaría, Conversaciones, 75.

jueves, noviembre 26, 2015

La mejor compañía de la vida
DIRECCIÓN ESPIRITUAL

Todas las personas necesitan ser educadas y orientadas en las distintas etapas de su vida y en una variedad de temas que responde más a las épocas y circunstancias específicas de cada uno.

Los niños y adolescentes tienen a sus padres, parientes y maestros que se acercan con la intención de formarlos en los diversos campos: humano espiritual, social, académico y profesional.

Los conocimientos para educar proceden, la mayoría, de la tradición. Son legados de la historia que se transmiten para que sigan teniendo vigencia en el presente y continúen en el futuro. Sin embargo a lo largo de los siglos muchos de estos conocimientos han tenido modificaciones, como consecuencia de las nuevas experiencias que trae el progreso humano.

También es necesario advertir, que existen conocimientos que no admiten modificaciones y que perduran íntegros con el paso del tiempo, y que además son esenciales para la formación de las personas. Buena parte de estos conocimientos proceden de la Revelación Sobrenatural que Dios dejó en la Iglesia para su custodia y difusión.

De la Revelación y de la Tradición procede el concepto de dirección espiritual. La dirección espiritual personal es la ciencia y el arte de conducir a las personas por el camino correcto, y se realiza con el acompañamiento y los consejos del guía espiritual

¿Cómo debe ser el director espiritual?
“El director espiritual debe ser muy sobrenatural y a la vez muy humano; con deseo de acercar las almas al Señor, queriéndolas tal como son para estar pendientes de los demás y para conocerlos bien con el fin de poder ayudarles de verdad.

Del mismo modo que la caridad es como la forma de todas la virtudes[1], es también la raíz que alimenta las virtudes necesarias para ejercer la dirección espiritual y el núcleo sobre el que se desarrollan; se puede decir que bastaría con amar y comprender de verdad a las personas para poder dirigirlas convenientemente, porque en último término se podría afirmar que la dirección espiritual es comprensión y caridad. Qué importante es siempre ponerse en lugar del dirigido para ver si lo que aconsejamos es lo más apropiado para esa alma y en esas circunstancias”.

“Quienes dirigen son pastores y a la vez padres que sienten un afecto paterno y materno por las personas que desean ser dirigidas. El director espiritual se ha de comportar siempre como un padre con su hijo —con caridad efectiva y afectiva—, de modo que nada pueda resultarle indiferente; se ha de interesar con sincera preocupación de todo, desde lo más material a lo espiritual. Este cariño recto y noble no es sentimentalismo egoísta; quien recibe la dirección espiritual pone el corazón en el suelo para que se pise blando.

Se ha de conocer a las almas una a una, y comprenderlas a todas, con sus equivocaciones, con sus flaquezas, con sus errores y también con sus virtudes, con sus ansias de santidad que deben orientarse y encauzarse para que sean generosas a lo que Dios les pide en cada momento. A ese conocimiento profundo —teologal— de las personas que se atienden se debe añadir la vertiente humana: el modo de ser, los gustos y aficiones, las virtudes y límites, etc.

Cuando alguien aprecia —vivencialmente— que se le conoce y comprende y se siente querido, le resulta mucho más fácil tener confianza, ser sincero, dejarse exigir. De tal manera que la dirección espiritual se dificulta mucho si faltan esas disposiciones de mutua confianza. La confianza se perfecciona si el director espiritual se da primero con muestras de comprensión y de afecto, también humano. Ciertamente la dirección espiritual es algo sobrenatural, pero aquí como en todo, la base humana es un gran incentivo. Hace falta una empatía, una sintonía, que las almas se vean acogidas.
El director espiritual ha de comprender a fondo a los demás, viendo las cosas desde su perspectiva (la de los demás); entendiendo cómo y cuánto les afectan: asuntos que objetivamente no tienen relevancia, en un determinado momento pueden llegar a ser “importantes” para una persona. Es preciso valorar justamente, en la presencia de Dios, qué puede tener importancia o puede llegar a tenerla aunque se trate de algo pequeño.

Por eso, no puede limitarse a oír: debe aprender a preguntar ya a escuchar lo que dicen los dirigidos y también observarlos en la vida ordinaria (si es posible): en la vida de relación, en el trabajo, en el modo de vivir la vida espiritual.

Junto a esto, es preciso no escandalizarse nunca de nada —ni siquiera un gesto de extrañeza, o una manifestación de asombro—, especialmente si alguien comenta algo que se salga de lo normal y que precisamente por eso pueda resultar más difícil, costoso y vergonzoso contar.

La paciencia, manifestación de caridad, es virtud principal en el director espiritual. Decía San Josemaría que «las almas, como el vino, se mejoran con el tiempo. Dios Nuestro Señor, si se exceptúan algunos casos a lo Saulo, cuenta con el tiempo para santificar a los hombres».

En primer lugar, el director espiritual ha de ejercitar la paciencia para no dejarse arrastrar por el desaliento cuando no se ven frutos inmediatos en las almas y para saber atinar con el momento propicio para pedir más cuando se ve que es posible o necesario. Hay que saber esperar, porque existen almas que no responden durante un tiempo más o menos largo. En ese tiempo no debe entrar la impaciencia de exigir lo que no se puede conseguir. Se debe esperar, rezando.

Paciencia y fortaleza, también, para dominar el propio carácter: suavidad en las formas, amabilidad en el trato, interés sincero por los problemas de los dirigidos. En ningún momento se ha de mostrar impaciencia, y esto evidentemente no como táctica, sino como expresión veraz de la presencia de Dios; más aún, si el que acude a la dirección espiritual se extiende al exponer su estado interior. De hecho con mucha frecuencia, el mero hecho de encontrar a alguno que escucha con interés, sin impaciencias, es un hecho definitivo para que esa alma se acerque a Dios.

Paciencia, en definitiva, con las fragilidades y limitaciones de los demás Fijarse sólo en los defectos o dejarse llevar por el pesimismo, son dos tentaciones que es preciso evitar, porque denotarían falta de fe en los medios sobrenaturales y de esperanza en el poder de Dios.

En la dirección espiritual hay que colmarse de esperanza para poder transmitir la alegría y la paz de Dios ante las posibles caídas o fracasos, con la convicción de que cuando hay dolor, hay lucha y el Señor puede sacar grandes bienes de grandes males”  (Prf. José Luis Gutierrez, Universidad de la Santa Cruz).

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[1] Cf. Santo Tomás, S. Th. I-II, q. 62, a. 4.

martes, noviembre 17, 2015

Corazones enteros o torcidos
ENCUBRIR O PROTEGER

Cuando se capturó a Abimael Guzmán la policía le colocó un chaleco antibalas y varios le acompañaban resguardándolo y protegiéndolo de cualquier agresión que pudiera recibir. Esa protección no es un encubrimiento. El encubrimiento es esconder a alguien y tapar sus faltas para que no lo descubran y quede impune. Es una complicidad motivada por algún beneficio o por el miedo a ser acusado por el acusado. Como los cómplices participan de la mala acción pueden tener también “historias” ocultas. La complicidad de muchos consiste en taparse las cosas exigiendo una férrea “lealtad”: “nos callamos todos, nadie habla”

En otros asuntos el cubrirse no es ocultar un delito sino defender un valor. El callarse y no delatar puede ser heroico, como el de los mártires que han dado su vida por la fe y no han entregado datos relevantes a sus perseguidores aunque esa conducta les cueste la tortura y la vida. En las acciones heroicas de guerra se han visto conductas de personas honradas, fieles y leales, que han defendido los honores de un país a costa de vejaciones, que muchas veces terminaron en la muerte.

La protección de un familiar
Es natural proteger a la familia o a las personas que se quiere. Si el hijo comete un grave delito su madre lo protege y trata de justificar o de minimizar la falta que ha cometido para que lo perdonen y no lo castiguen. Los familiares de un preso pondrán todos los medios para que salga cuanto antes del penal y mientras esté allí buscarán que tenga seguridad y protección. Quizá ese delincuente merezca el calabozo pero la mamá le llevará lo que sea necesario para que esté cómodo. No es un encubrimiento es una protección natural y buena.
Es natural querer para los amigos lo mejor, cuando son amigos de verdad, o sea cuando existe amor de amistad, no una simple complicidad o el trato que se puedan tener unos colegas de trabajo. El aprecio por una persona lleva consigo una suerte de protección cuando esa persona que se quiere es amenazada por terceros que quieren castigarlo. Esa protección humana, o el deseo de que lo protejan y no le hagan daño,  no es encubrimiento, siempre y cuando se esté de acuerdo con el castigo que merece y ese amigo se ponga de acuerdo a la ley.

¿Quiénes son los malos?

En la política los candidatos se presentan como buenos y talentosos, en cambio sus adversarios quieren demostrar que son incapaces y hasta corruptos. ¿A quién hacer caso?

En la vida de los santos pueden darse los dos extremos, malo y bueno, en una misma persona. Por ejemplo San Pablo era Saulo de Tarso perseguidor de los cristianos, él mató gente y después se convirtió en el apóstol de las gentes. ¿Habría que desacreditarlo por todo lo que hizo en el pasado? ¿Habría que desprestigiar y desacreditar a San Agustín porque de joven fue libertino y lujurioso?  Santa Mónica, que sufrió mucho por su hijo díscolo, lo protegió, siguió rezando por él y consiguió el cambio.



La mentira y el extremismo del relativismo

En estos tiempos de relativismo el que odia dice que no odia, el que miente dice que no miente, el hipócrita dice que es sincero, sin embargo todo lo que se ve es pura manipulación. Los mismos abogados juegan con las leyes con un legalismo inhumano. Solo se preocupan  si los procedimientos están de acuerdo a la ley o no, para conseguir el éxito del cliente y poder cobrar sus honorarios. Con esos procedimientos se cometen grandes injusticias. El cinismo se ha extendido como una plaga que invade el mundo.

Otro asunto preocupante que debemos admitir es la existencia de cómplices encubridores, y no son pocos, que entre ellos se tapan las cosas: “si tú me acusas yo también te acuso”  y entonces ambos “se callan e 7 idiomas”.

Es que la mentira está presente en el diario trajinar, con el tiempo se puede descubrir que una persona “no es trigo limpio” y en algunos casos se hace necesario prescindir de ella. Estas situaciones, por desgracia, son el pan de cada día; pero luego resulta que todos mienten y cada vez se hace más difícil encontrar a una persona que diga siempre la verdad.

¿Cuántas justificaciones se tejen con la mentira?: “no pongas ese dato en el formulario…. dí que tienes un año menos… pídele al médico que te de un descanso para faltar a tu trabajo…. Te doy mil pero me firmas dos mil….por una cantidad mayor en la boleta…

Hoy se hace urgente una educación que tenga como norte la virtud de la veracidad, que va unida a la honestidad y lealtad. Es necesario formar personas íntegras y coherentes, en quienes se pueda confiar porque no mienten.

Se puede proteger al amigo herido o equivocado pero siempre con la verdad por delante. La protección es una consecuencia del corazón ordenado que está lleno de misericordia y de perdón, con el deseo lógicamente de que se arrepienta y cambie.

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miércoles, noviembre 11, 2015


Delitos ocultos
LAS CAMPANAS DE LOS ACUSADORES

Las víctimas de los abusos merecen respeto, comprensión, cariño y las ayudas que sean necesarias para curar las heridas y restablecer la salud. Así han procedido los Papas de los últimos tiempos y la Iglesia en general: pedir perdón  por los  hijos de la Iglesia que se portaron mal.

Las máscaras de los acusadores
En estos lamentables sucesos hay denunciantes que son personas coherentes que tienen la valentía de dar la cara, arriesgando tal vez el propio honor y poniéndose en la posibilidad de perder algún derecho, para señalar el mal poniendo en evidencia el hecho delictivo y así conseguir que se haga justicia y que se limpie el camino para avanzar de acuerdo con la verdad.

Sin embargo es preciso señalar que en estos asuntos espinosos siempre aparecen acusaciones de todo tipo; también aparecen miles de denuncias falsas tejidas con difamaciones y calumnias.

Aunque los acusadores no lo hagan con rectitud de intención la Iglesia agradece a todos los que han contribuido al esclarecimiento de los hechos, porque ayudan a poner medidas para que las personas mejoren y sean fieles a sus compromisos. La Iglesia no abandona a sus fieles. Los miles de testimonios que hay en el mundo lo confirman.

Las persecuciones contra la Iglesia
También se debe tener en cuenta que persecuciones contra la Iglesia han existido en todos los tiempos. Esta es la cruda realidad.

Como lo hemos expresado ya en los párrafos anteriores, hacemos la salvedad de las personas que aman a la Iglesia y sufren por los abusos cometidos denunciando los hechos para que no se repitan y hacen lo posible para conseguir que los agresores sean separados de inmediato. 

También estamos con aquellos que protestan cuando se quiere encubrir un delito infame. En los temas de pedofilia, que son gravísimos, el Santo Padre ha dicho: Tolerancia 0.

Las campanas de los que acusan
Las campanas de los que acusan suenan distintas porque son muy diferentes las situaciones, sin embargo cuando se hace una reflexión en frío, serenamente, el sentido común alcanza una serie de preguntas que pueden aclarar las distintas situaciones para resolver los conflictos.
Estamos de acuerdo en que puede haber engaño y una imposición de la parte abusiva y que eso debe castigarse porque es una falta grave, que además podría calificarse como delincuencial.

La segunda pregunta es sobre la familia: ¿cómo estárán los papás? Si el hijo está sufriendo por unas acciones impropias y por un acoso. Habría que ver en cada caso cómo está la familia.

Y los amigos ¿cómo podrán echar una mano y ayudar?  La amistad debe servir para hacer el bien, no solo para las diversiones. Cuánta gente necesita hablar y confían en el amigo. El amigo debe tener dar la mano.

Las instituciones deben estar en constante revisión para comprobar si los métodos que emplean son los adecuados. 

* Nota: Este artículo fue modificado gracias a los comentarios enviados. El artículo original se escribió fuera de Lima. Algunos se sintieron afectados. Pido disculpas por ello. Estoy al lado de las víctimas y todos los días rezo por ellos.


Agradecemos los comentarios.