El desafío de los
nuevos vientos
LA SALUD DE LOS CAMBIOS
Aferrarse a un lugar o
a un puesto es síntoma de limitación o enfermedad. El que lo hace es porque no
puede desenvolverse en otro lugar, le da miedo salir o tiene pánico de perder
lo que había conquistado. Algo parecido sucede con el que se acostumbra a un
modo de vivir o de ver las cosas y no admite cambios. Además quien vive con
esquemas rígidos es fácil que pierda el sentido y la finalidad de lo que está
haciendo y caiga en manías que
espantan y alejan a los demás.
El amor, que siempre busca el progreso y la mejora de
las personas y los sistemas, está sujeto a cambios, no a un estancamiento.
La falta de habilidad o manejo de las personas para un nuevo sistema no puede
ser obstáculo para implementar los cambios que sean necesarios. El mundo entero
ha ido pasando de la máquina de escribir
a las más sofisticadas computadoras, de la carreta a los automóviles. Quedarse
con la tecnología antigua no es dable para ninguna persona y si hay que hacer
la excepción, sería la que confirma la regla. Una persona estancada en sistemas
o en costumbres que ya no están vigentes será vista como limitada, aunque se la
respete mucho.
Todos los seres
humanos nos tenemos que preparar para los múltiples cambios que trae la vida
normal. Se trata de cambiar hacia algo mejor. Es el cambio para el progreso. Esta
movilidad y actividad de cambio es propia de la persona sana y bien
constituida, que sabrá situarse frente a las distintas circunstancias que
aparecen. Esa postura de relación no
es una adaptación a la dejadez de un
permisivismo que acepta todo para no contristar, es más bien la
inteligencia del que sabe estar en su sitio, con sus palabras y sus obras,
interviniendo o callando según la ocasión. Es la prudencia de la intervención
pronta o la abstención oportuna, y la humildad para esforzarse y aprender lo
que no se sabe, o dejar, pasando a un
segundo plano, que otro más hábil sea el que resuelva las cosas.
La salud espiritual de las personas
Siempre es necesaria
la salud espiritual para que las relaciones humanas sean adecuadas. Para
acceder a ella es importante reconocer que los seres humanos estamos llenos de
limitaciones y por eso resulta difícil establecer unas relaciones óptimas con
el prójimo, incluso para el trato con Dios.
No obstante, para que
los hombres nos llevemos bien, es imprescindible la mutua ayuda y la que otorga
Dios al que la pide con humildad. El que tiene fe sabrá acudir enseguida al Espíritu
Santo, que llega con toda la fuerza de su Amor, para alcanzarle al hombre las
disposiciones iniciales y luego la
gracia para que persevere en la lucha. Cuando hay docilidad, llegan siempre los frutos, que proceden
fundamentalmente de la intervención divina. Luego el hombre de fe, al mirar los resultados positivos, deberá
reconocer que casi todo lo puso Dios; como en el milagro de la pesca milagrosa,
que fue obra de Jesucristo y no de los experimentados pescadores.
El arte de dejarse querer por quien realmente nos quiere
El acierto del hombre
es dejarse querer y conducir por Dios. Parece mentira, pero es difícil dejarse querer
por alguien que realmente que nos quiere. La experiencia nos hace ver que es
más fácil querer que dejarse querer. Lo que ocurre es que quien realmente nos
quiere nos alcanza lo que nos hace bien y nos exige para que seamos buenos. Nosotros
en cambio, queremos tomar la iniciativa para que nos quieran como a nosotros
nos parece, o sea que nos alcancen lo que nosotros queremos. Al tomar la
iniciativa, sin darnos cuenta, nos pisamos
el poncho, porque en el origen hay un punto de egoísmo: buscar la propia
satisfacción y una libertad de autonomía que nos puede llevar a encerrarnos en nosotros mismos, para caer
luego en una terrible soledad. Nos equivocamos cuando decimos que realmente nos
quiere el que nos deja hacer lo que nos da la gana. Tampoco seremos capaces de
orientarnos a nosotros mismos. Nadie es
buen juez en causa propia. Necesitamos un maestro que nos aconseje, nos
oriente y nos guíe.
Cuando el hombre está
dispuesto a dejar que Dios haga, interviene el Espíritu Santo con un amor
dirigido a él. Dios le alcanza al hombre un amor de conquista para su corazón y
lo capacita para querer correctamente. Esa persona que aprende a querer, por obra del Maestro, es la que dice la
verdad y procura el mejor bien para todos.
La misma actitud de
dejarse querer la debe tener el ser humano con todos aquellos que tienen
ordenado su corazón, o sea con todos aquellos que se están dejando querer por
Dios y son distintos entre ellos. Hay una gran diversidad en los modos de los
que saben amar y esa diversidad puede llegar a nuestra interioridad con una
valoración generosa. La que es propia del amor ordenado.
Dios siempre quiere a
todos sin excepción con sus particularidades,
originalidades y ocurrencias. En cambio el ser humano que se aleja de Dios se
encierra con su querer limitado, algunas veces le parece que no puede más, o
que ya cumplió con sus obligaciones. Tiende a reducir sus espacios para el
aumento de una afectividad más ordenada y profunda, se asusta y le parece peligroso
comprometer sus afectos. Habría que recordarle las palabras de la Escritura: “El que tiene miedo no sabe querer”
El querer práctico, afectivo
y efectivo
Es difícil creer a una
persona que dice que ama a Dios y al
prójimo, si se la ve sola y abandonada, “se
cosecha lo que se siembra.” El
amor auténtico no es una teoría, se nota y se palpa con la presencia del cariño
humano. El amor de un cristiano no es un espiritualismo
místico; debe llegar a todos con una fuerza irresistible que penetra en lo
profundo del alma.
El crecimiento de la
Iglesia es de ancha base y de una diversidad espléndida. El Papa Francisco
habla de las periferias y de las fronteras. Nos pide llegar a la gente
necesitada, con cariño humano y un acompañamiento para caminar junto a ellos,
dentro de esta gran familia de la Iglesia, en la comunión de los santos.
El Santo Padre nos
pide también que lleguemos a los que pensamos que son un desastre, a los que se
fueron, a los que no conocen, a los que no creen, a los que visten zapatillas, blue jean y están en el facebook. A todos, sin excepción.
En la Iglesia, gracias
a Dios, han aparecido últimamente cientos de movimientos de gentes que quieren
hacer las cosas bien y entregar sus vidas por alguna causa noble, al servicio
de Dios. Hoy no se puede avanzar sin mirarlos a ellos y conocerlos bien. Todos
deben mirarse y conocerse, respetar la diversidad sin mezclarse ni
entrometerse, cada uno en su sitio, pero conociéndose bien y interesándose
mutuamente.
Hoy no podemos vivir a
distancia, como si los demás no existieran, o pensando que eso no nos toca. No
es época para grupos cerrados en una actividad exclusiva que no tenga una
proyección mundial. Es una época donde todos debemos estar dispuestos a cambiar
por el bien de la Iglesia.
Agradecemos sus comentarios.