jueves, julio 01, 2010

Respeto a las personas y a los reglamentos

LITURGIA, TRADICIÓN Y FÚTBOL

Gracias a los adelantos de la tecnología hemos podido apreciar, al detalle, todas las incidencias del campeonato mundial de fútbol África 2010. La magia de la televisión ha permitido que podamos conocer mejor las costumbres de los distintos países y con respecto al fútbol, la gran variedad que ofrecen los equipos con sus jugadores, sus esquemas tácticos y sus estilos de juego. El panorama colorido de comunicación ofrecido por la televisión día a día, durante un mes, ha reforzado vínculos de hermandad a nivel mundial. Quizá no sean vínculos profundos y estables, pero son indudablemente vínculos que apuntan a la unión de todos los pueblos.

Los sudamericanos estuvimos muy unidos a los equipos que nos representaban. Era interesante encontrar en el Perú una adhesión casi general al equipo chileno, a pesar de nuestro pasado histórico de conflictos bélicos y nuestra situación de límites en discusión. También los peruanos, a través del fútbol, pudimos admirar nuevamente a la vieja Europa de tradiciones y costumbre ancestrales, fuente de nuestra cultura; al mismo tiempo tuvimos la oportunidad de descubrir, en el fútbol oriental asiático, a jugadores habilidosos que parecían recortados con la misma tijera, pero con un arte distinto para tocar el balón, y quedamos embelezados de los encantos del continente africano, cuna de algunos futbolistas que están colocados en distintos equipos emblemáticos del mundo. Los africanos nos encandilaron con sus vuvuzelas y la magnifica organización del mundial, que todos pudimos apreciar.

Hemos vuelto a comprobar la formalidad y orden de un deporte que contribuye al desarrollo de las virtudes humanas y va acorde con el desarrollo y progreso de la sociedad. Para poder triunfar es necesario un orden y disciplina de equipo y jugadores unidos a su entrenador, una dedicación y concentración de cada uno, para cumplir con los compromisos adquiridos, que luego tendrá repercusiones en miles o en millones, que siguen los partidos con gran interés. Se podía apreciar una alegría natural y espontánea de jugadores, dirigentes, público y países enteros, que vibraban y saltaban con expresiones de júbilo y distintas manifestaciones colectivas de entusiasmo.

También se podía comprobar la garra y valentía de los jugadores, muy lejana de la violencia sucia, que está sancionada y castigada por los reglamentos y que todos lamentan cuando se produce. Todos abogaban por un juego limpio y lleno de fortaleza a la vez. Se podía apreciar, en estos campeonatos, la obediencia incondicional al árbitro durante el partido y a las leyes de los reglamentos establecidos. La autoridad es la que manda y no se discute. Todos debían acatar las decisiones que se tomaban en momentos de tensión y de lucha.

Es interesante observar la organización previa a los campeonatos: los estadios con las mejores comodidades, las canchas en perfecto estado, las pelotas nuevas, los uniformes de los jugadores y la iluminación de la cancha, con una distribución de cámaras de televisión para captar todos los detalles. Para cada partido había un ritual que se cumplía al pie de la letra. Los jugadores entraban en fila acompañados de unas mascotas, forman delante de sus pabellones, se cantaban los himnos y a la hora en punto estaba el árbitro haciendo sonar su silbato para el inicio del encuentro. Era una liturgia completa que nadie discutía y a todos les parecía bien.

En el fútbol existen equipos emblemáticos que llevan una tradición a través de la historia. Suelen ser los más fuertes, los que siempre ganan, los que ocupan los primeros lugares.

La tradición se lleva en el mismo juego. Es una técnica que se aprendió con los años y que se ha heredado de jugadores de los mismos países. Es muy difícil que un país nuevo, que nunca jugó fútbol, adquiera esa tradición. A veces aparecen equipos bien constituidos con un planteamiento interesante de juego, pero luego termina imponiéndose la tradición. Se nota que es algo que está dentro de la misma antropología del ser humano. Los hombres no podemos dejar de lado la tradición, la valoración de lo que viene de antes. Hay como una línea de continuidad que se conjuga con los elementos nuevos que aparecen (mejores chimpunes, mejor comida, canchas de más calidad, etc.)-

El fútbol nos enseña a respetar a las personas y a la ley. A ser formales. A querer la unidad dentro de la más grande diversidad. A nadie se le deja jugar sin uniforme o vestido de cualquier manera, los entrenadores y los periodistas deportivos suelen ir con sus elegantes ternos, se empieza y se termina a la hora en punto, se festejan los goles con grandes abrazos, se hacen gestos de agradecimiento a Dios y se reza por decisión personal. Los paraguayos se pusieron de rodillas en la tanda de penales, antes de ganar la clasificación a los cuartos de final. La FIFA no ha podido evitar los signos religiosos de los jugadores. Al Espíritu Santo no se le pueden poner puertas. El que se mete contra la Iglesia termina perdiendo. La Tradición es elocuente, también en el fútbol.

La universalidad del fútbol es un toque de campana para despertar a los que todavía no han descubierto al rey de los deportes y para sancionar a los que quieren convertir el fútbol en una actividad violenta para destruir al hombre y a la sociedad. Las mal llamadas barras bravas son anti-fútbol, y la informalidad de algunos futbolistas, no tienen nada que ver con los campeonatos emblemáticos de un fútbol serio y constructivo, que une a los hombres más variados en una actividad de diversión que fomenta el crecimiento de las virtudes humanas y contribuye con la mejora de la sociedad.

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