jueves, mayo 19, 2011

Cuando entra “veneno” en el corazón. (desaprobaciones desatinadas)

ERRAR POR ODIAR

Cuando la cabeza está caliente, por conservar odios o resentimientos en el corazón, no puede pensar bien y mucho menos juzgar o decidir algo importante. Cuando se siente indignación por alguna persona o por algún comentario contradictorio, urge el sosiego y la serenidad, calmar los ánimos, para no cometer atropellos o desatinos que empeoren las cosas. El que se calienta pierde.

Si en el fragor de una contienda se producen exabruptos hay que saber rectificar cuanto antes, aunque se tenga la razón en los temas de fondo. Se debe pedir perdón por la reacción desatinada y hepática, sin atender al contenido de lo que se discute. Los temas de fondo son para los momentos de serenidad, cuando se pueden esgrimir los argumentos, sin herir y sin hacer aspavientos.

En los eventos deportivos el que más se calienta, poniéndose agresivo y amenazante, no suele ser el mejor. Los de su mismo equipo lo rodean para que no empeore las cosas procurando apartarlo de esa discusión y le piden que se calle, hasta que se serene.

La inteligencia del perdón

Hablar con ira es tan desatinado como conservar odios contra alguna persona. El odio se cura con el perdón y el que perdona olvida y sabe dar oportunidades a las personas. El que perdona ve al agresor como una persona digna de compasión.

El que no sabe perdonar vive con la amargura del resentimiento. El odio y los sentimientos de venganza envenenan la vida. La persona resentida sufre de una intoxicación en el alma, se ha quedado atrapada en un pasado malo, que cuando lo recuerda, se enciende en cólera y tristeza. Esas heridas no curadas reducen la libertad del que las padece y pueden complicar la libertad de los otros.

Un ataque de ira por un resentimiento, puede herir a terceros y producir en ellos una primera reacción de desconcierto y luego, poco a poco, un rechazo total. El resentido termina quedándose solo con su herida abierta y furioso al no encontrar respaldo.

No es bueno quedarse con las heridas del pasado. La memoria puede ser un cultivo de frustraciones que desvían la trayectoria de vida de una persona, aunque haya cultivado con éxito un campo del saber. Hay muchos inteligentes que no saben pensar en los temas trascendentes y cometen un error tras otro por no saber perdonar. No yerran por la inteligencia sino por los odios y resentimientos anidados en un corazón rebelde y vengativo.

El valor profundo y extensivo del amor ordenado

El amor ordenado es lo más importante de la vida. Si la inteligencia no apunta a la vida ordenada, se sale de la verdad y entrará en errores de apreciación con desatinos desafortunados que terminarán en el fracaso y en la soledad.

Cuando no se tiene en el corazón el perdón y la comprensión de un modo habitual, el ego se vuelve aplastante contra todo lo que pueda herir al amor propio. La arrogancia de la rebeldía que expulsa a la verdad, coloca en su lugar la subjetividad del voluntarismo, que es “amor” con veneno, es decir: una teoría tejida con una moral personal y autónoma sin haber renunciado a sentimientos de odio y de venganza. La voluntariedad de querer abrir un camino sin querer perdonar a los enemigos y haciendo, como algo normal, acepción de personas, de acuerdo a los antojos y gustos particulares, es un error garrafal.

Perdonar significa renunciar a la venganza y al odio. Todo ser humano es mucho más grande que su culpa, cada persona está por encima de sus peores errores. Nadie está totalmente corrompido, en cada uno brilla una luz.

Descalificar por no querer (buscando razones para justificar posturas)

Toda una sociedad puede caminar a ciegas con sentimientos de odio que han sido elaborados con sesgos que tienen visos de moral. Los sembradores impuros del odio lo saben hacer muy bien: es fácil señalar errores humanos y etiquetar a las personas de por vida, quitándoles el honor y la honra. “¡Ese, no sirve, que se vaya!” El profundo deseo de no querer ver a alguien trabajando codo a codo, porque se tiene la certeza de que no vale. No vale el que piensa y actúa de ese modo, aunque haya cosechado cartulinas y medallas.

Las etiquetas también pueden ser oficiales por el consenso de los que mandan. Así ocurrió con Jesucristo. Fueron las autoridades los que quisieron quitarle el prestigio que se había ganado con los primeros cristianos. Lo señalaron como el peor de los hombres. No era la razón ni la verdad el motivo de la condena sino el odio y el resentimiento que tenían en sus corazones.

Todos los hombres tenemos el deber de amar a los demás. Una persona amada es una persona aprobada. El perdón no es aprobar las cosas malas de una persona sino aprobar a la persona como persona. Si falta el perdón y la comprensión se podría “matar” a alguien (“no existes para mi”). Perdonar es tener la firme convicción de que en cada persona, detrás de todo el mal, hay un ser humano vulnerable y capaz de cambiar.

Si llevamos la cuenta de los fallos de una persona buena la podríamos transformar en monstruosa y de intenciones torcidas.

El perdón es un acto de fuerza interior y no de voluntad de poder. El que perdona debe ser humilde y respetuoso. Con el perdón no se debe humillar. Todos necesitamos del perdón para deshacer los nudos del pasado y comenzar de nuevo.

El flamante Beato Juan Pablo II perdonó de corazón a su agresor y llenó de paz el mundo. Si logramos crear una cultura del perdón podremos construir un mundo habitable donde reine la unidad y la felicidad.

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