jueves, julio 14, 2011

Conocer y amar al que sufre

PREOCUPACIONES DE LOS QUE AMAN

Cuando se quiere realmente a una persona nos preocupan sus preocupaciones, aunque estas muchas veces no tengan una base o sustento objetivo. Muchas preocupaciones, y tal vez la mayor parte de ellas, suelen ser subjetivas.

La mejor manera de entender a las personas es comprenderlas. La comprensión procede de la caridad que nos hace renunciar, en una primera instancia, a querer solucionar las cosas dando explicaciones racionales, para poder aceptar a las personas con sus heridas y recibirlas con los brazos abiertos escuchando lo que nos digan, aunque tengan errores de consideración. Ese desahogo inicial que ocurre, en la mayoría de los casos, cuando encuentran un ambiente de auténtica comprensión, es el primer paso para poder ayudar a resolver los conflictos o dificultades existentes.

Comprender y acoger al equivocado sin aceptar sus errores

Comprender no quiere decir necesariamente aceptar lo que la persona está diciendo en esos momentos, es más bien esperar y entender al que, por las circunstancias que sean, está pasando un mal momento y necesita nuestro apoyo. El que ama tendrá el arte darle el apoyo recogiendo sin empachos al herido. No es una actitud hipócrita, sino el recibimiento cariñoso y afectuoso para la persona que realmente lo necesita, al margen de los errores o agravios que haya cometido. Es una actitud cristiana que siempre tiene en cuenta el perdón y la reconciliación.

Necesitan comprensión las personas que se sienten debilitadas por alguna circunstancia adversa, en las relaciones humanas, o en los aspectos físicos o biológicos por la presencia de alguna enfermedad.

Querer bien es la mejor compañía para en que necesita comprensión

Dicen muchos médicos que no existen enfermedades sino enfermos. Cada persona cuando enferma tiene sus características propias y específicas. Para conocerlas no es necesario ser médico ni especialista en ninguna ciencia, solo se requiere amar con orden. No se ama a los enfermos en general, se está amando a una persona concreta que tiene un modo de ser determinado y que le da a su enfermedad unos matices específicos.

Las personas que saben amar tienen una sabiduría para conocer cómo es la enfermedad de ese enfermo concreto y cómo la está llevando, de qué modo se está dando su relación con el entorno y con la sociedad. Muchos enfermos se sienten incomprendidos porque los que están cerca no conocen, y a veces ni siquiera tienen capacidad de conocer, los aspectos de su enfermedad que ellos consideran esenciales y sufren porque los tratan con esquemas rígidos y pre establecidos al creer que todos los enfermos son parecidos. Muchas personas tienen en sus mentes teorías fijas sobre enfermos y enfermedades que acomodan a cualquier enfermo sin salir de esos parámetros.

En cambio la persona que sabe amar hace maravillas y llega a unas profundidades asombrosas. Ni los médicos especialistas pueden llegar a tanto. La presencia del auténtico amor cerca del enfermo es fundamental para que pueda vivir contento y con dignidad. El mejor cuidador de un enfermo es el que tiene limpio su corazón y vive una unidad de vida constante. El enfermo necesita de la fidelidad de una persona que ama de verdad, no de un cumplidor de disposiciones que está cubriendo un turno.

El amor incondicional de la madre

Cuando se ha querido explicar cómo tiene que ser la intensidad del amor se ha recurrido rápidamente al amor de la madre. Una mamá está en todo: acompaña todo el tiempo que haga falta y no le parece que está perdiendo el tiempo, se quedaría noche y día al lado de su hijo enfermo, se entera de todo: sabe qué enfermedad tiene, cuándo le duele (está a su lado para aliviarlo), cuándo debe de tomar sus medicinas, cuándo le toca ir al médico. A su hijo enfermo le facilita todo.

Si no se es madre es muy difícil, por no decir imposible, llegar a las profundidades del amor materno que es prácticamente insustituible, y peor si no se trata de un hijo. Quien ha tratado de imitar el amor de una madre se ha quedado muy lejos, aunque haya puesto muy buena voluntad.

Solo hay una manera, que incluso podría superar al amor de madre, es cuando se ha sido merecedor de la virtud infusa de la caridad, en toda su magnitud y grandeza. En otras palabras, es cuando Dios nos entrega su amor para amar porque ha visto en nosotros el mérito de la humildad: reconocer lo que realmente somos y pedirle a Dios el amor que necesitamos para amar.

Si es difícil amar como ama una madre es mucho más difícil amar como ama Dios. No se trata del esfuerzo humano para lograr una imitación, o algo parecido. No es fijarse en un modelo para tratar de imitarlo sin más. Para tener la caridad se requiere la humildad, que es otra virtud difícil de conseguir y de conservar. Es que el hombre tiene su naturaleza dañada por el pecado y éste no es una falla técnica, tampoco una limitación pasiva, es nada menos que el mal que tiene efectos negativos y destructivos. El hombre pecador es un ser peligroso, por eso condenó y mató a Jesucristo, (la locura más grande y torpe que el hombre pudo hacer).

El pecado más grande que se opone a que el hombre reciba el amor de Dios es la soberbia, de allí que muchos son incapaces de cuidar a los enfermos con la comprensión y el cariño que el enfermo necesita. Se podría decir que buena parte de enfermos que hay en el mundo están rodeados de soberbios y por lo tanto se sentirían siempre incomprendidos. Es fácil imaginarse estos cuadros de incomprensión en diversos ambientes familiares. La enfermedad más grave no es la que lleva el enfermo sino la soberbia de los que tiene al lado que lo tratan con un desapego hiriente o con un sentimentalismo desatinado: no aguantan ver a alguien que esté enfermo, (una falta de fortaleza que es falta de amor). Empeoren las cosas cuando el enfermo no lucha contra su soberbia y se esfuerza, aún en esas condiciones, de ganar en humildad. Aunque esto pueda ser así la caridad exige que al enfermo se le comprenda todo.

El falso “arreglo” de los cumplidos

La incomprensión y el desinterés son compatibles con frases de “apoyo” y de “preocupación” por la salud. El enfermo las escucha conociendo que son pura pose. Muchos quieren ser aprobados como buenas personas y hacen los méritos de una actuación decorosa con un regalito que le alcanzan o con una perorata que “arregla” todas las situaciones. Muchas veces el enfermo tiene que cargar con las hipocresías de los que no saben amar. No es igual la sonrisa del que se presenta como bueno a la sonrisa del que es realmente bueno.

El que es bueno sabe mucho por su amor, es muy interesante lo que dice cuando está con el enfermo, en cambio el que aparenta bondad y se dedica a cumplidos va tejiendo frases con flores usadas que en menos de una hora se marchitan.

Agradecemos sus comentarios

1 comentario:

Christian M. dijo...

Considero que el Amor ordenado y bien entendido, ennoblece no solo a la persona, sino que acrecietna y predispone en su Alma, un deseo de un Amor superior al humano, que encuentra su descanso en Dios y viceversa.