jueves, diciembre 13, 2012



Influjo en México, en América y en el mundo entero

GUALALUPE, JUAN DIEGO Y SAN JOSEMARÍA

Hoy nadie duda del enorme influjo de la Virgen de Guadalupe con Juan Diego y San Josemaría Escrivá en México, y a través de México en muchos otros países del mundo. He querido juntar, a drede, a estos dos santos, muy distantes en el tiempo: Juan Diego del siglo XIV y San Josemaría del siglo XX, porque pienso que tienen muchas coincidencias en la historia de México y en el influjo que el cristianismo va a tener desde  México a toda América y en el resto del mundo. Si el cristianismo influyó mucho desde España y Portugal en tiempos de la evangelización, ahora se ha iniciado una nueva evangelización que dará frutos abundantes para la Iglesia. A San Juan Diego y a San Josemaría  los une la Virgen de Gualalupe y el pueblo mexicano. Los dos gozan de una gran devoción en México y en muchos países del mundo. A Juan Diego se le conoce por que fue el vidente de las apariciones de la Virgen  y a San Josemaría, el fundador del Opus Dei, por sus obras y por ser el santo de lo ordinario. San Josemaría fue a México a pedirle a la Virgen y a ofrecerle su vida por la Iglesia. Pocos años más tarde muere mirando una imagen de la Virgen de Guadalupe.
 
San Juan Diego de Cuauhtlatoatzin
La vida de Juan Diego se ha ido conociendo cada día más. Este santo indígena encarna en sí mismo una de las hermosísimas historias de amor que conmueven poderosamente. Inocencia y dulzura forman una perfecta simbiosis en su vida que instan ciertamente a perseguir la santidad y permiten comprender qué pudo ver en él la Reina del Cielo, excelso modelo de virtudes, para hacerle objeto de su dilección.
Nació en Cuauhtitlán perteneciente al reino de Texcoco, regido entonces por los aztecas, hacia el año 1474. Debía llevar escrito en su nombre, que significaba «águila que habla», la nobleza de esta majestuosa ave que vuela desafiando a las tempestades, de cara al infinito. Era un indio de la etnia chichimecas, sencillo, lleno de candor, sin doblez alguna, de robusta fe, dócil, humilde, obediente y generoso. Un hombre inocente que, cuando conoció a los franciscanos, recibió el agua del bautismo y se abrazó a la fe para siempre encarnando las enseñanzas que recibía con total fidelidad. Un digno hijo de Dios que no dudaba en recorrer 20 km. todos los sábados y domingos para ir profundizando en la doctrina de la Iglesia y asistir a la Santa Misa. Tuvo la gracia de que su esposa María Lucía compartiera con él su fe, y ambos, enamorados de la castidad, después de ser bautizados hacia 1524 o 1525 determinaron vivir en perfecta continencia. María Lucía murió en 1529, y Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino que residía en Tulpetlac, a 14 km. de la Iglesia de Tlatelolco-Tenochtitlan, lo cual suponía acortar el largo camino que solía recorrer para llegar al templo.
 
La Madre de Dios se fijó en este virtuoso indígena para encomendarle una misión. Cuatro apariciones sellan la sublime conversación que tuvo lugar entre Ella y Juan Diego, que tenía entonces 57 años, edad avanzada para la época. El sábado 9 de diciembre de 1531 se dirigió a la Iglesia. Caminaba descalzo, como hacían los de su condición social, y se resguardaba del frío con una tilma, una sencilla manta. Cuando bordeaba el Tepeyac, la tierna voz de María llamó su atención dirigiéndose a él en su lengua náuhatl: «¡Juanito, Juan Dieguito!». Ascendió a la cumbre, y Ella le dijo que era «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». Además, le encomendó que rogase al obispo Juan de Zumárraga que erigiese allí mismo una iglesia. Juan Diego obedeció. Fue en busca del prelado y afrontó pacientemente todas las dificultades que le pusieron para hablar con él, que no fueron pocas. Al transmitirle el hecho sobrenatural y el mensaje recibido, el obispo reaccionó con total incredulidad. Juan Diego volvió al lugar al día siguiente, y expuso a la Virgen lo sucedido, sugiriéndole humildemente la elección de otra persona más notable que él, que se consideraba un pobre «hombrecillo». Pero María insistió. ¡Claro que podía elegir entre muchos otros! Pero tenía que ser él quien transmitiera al obispo su voluntad: «…Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».
 
El 12 de diciembre, diligentemente, una vez más fue a entrevistarse con el obispo. Éste le rogó que demostrase lo que estaba diciendo. Apenado, Juan Diego regresó a su casa y halló casi moribundo a su tío, quien le pedía que fuese a la capital para traer un sacerdote que le diese la última bendición. Sin detenerse, acudió presto a cumplir con este acto caritativo, saliendo hacia Tlatelolco. Pensó que no era momento para encontrarse con la Virgen y que Ella entendería su apremio; ya le daría cuenta de lo sucedido más tarde. Y así, tras esta brevísima resolución, tomó otro camino. Pero María le abordó en el sendero, y Juan Diego, impresionado y arrepentido, con toda sencillez expresó su angustia y el motivo que le indujo a actuar de ese modo. La Madre le consoló, le animó, y aseguró que su tío sanaría, como así fue. Por lo demás, enterada del empecinamiento del obispo y de su petición, indicó a Juan Diego que subiera a la colina para recoger flores y entregárselas a Ella.
En el lugar señalado no brotaban flores. Pero Juan Diego creyó, obedeció y bajó después con un frondoso ramo que portó en su tilma. La Virgen lo tomó entre sus manos y nuevamente depositó las flores en ella. Era la señal esperada, la respuesta que vencería la resistencia que acompaña a la incredulidad. Más tarde, cuando el candoroso indio logró ser recibido por el obispo, al desplegar la tilma se pudo comprobar que la imagen de la Virgen de Guadalupe había quedado impregnada en ella con bellísimos colores. A la vista del prodigio, el obispo creyó, se arrepintió y cumplió la voluntad de María. Juan Diego legó sus pertenencias a su tío, y se trasladó a vivir en una humilde casa al lado del templo. Consagró su vida a la oración, a la penitencia y a difundir el milagro entre las gentes. Se ocupaba del mantenimiento de la capilla primigenia dedicada a la Virgen de Guadalupe y de recibir a los numerosos peregrinos que acudían a ella. Murió el 30 de mayo de 1548 con fama de santidad dejando plasmada la aureola de su santidad no sólo en México sino en el mundo entero que sigue aclamando a este «confidente de la dulce Señora del Tepeyac», como lo denominó Juan Pablo II. Fue él precisamente quien confirmó su culto el 6 de mayo de 1990, y lo canonizó el 31 de julio de 2002. ( Isabel Orellana Vilchez)
 
San Josemaría Escrivá de Balaguer
San Josemaría  nació en Barbastro, España el 9 de enero de 1902, en una familia profundamente cristiana. Era un niño normal con una extraordinaria capacidad para los estudios, quiso ser arquitecto pero se dio cuenta que Dios quería algo distinto para él. Durante muchos años estuvo pidiéndo luces a Dios para poder cumplir con su voluntad, fue así como decidió ser sacerdote y al poco tiempo de estar ordenado, el 2 de Octubre de 1928, el Señor le hizo ver que todos podían ser santos en medio del mundo con la santificación del trabajo ordinario y que debía fundar el Opus Dei. A partir de ese momento se empeñó en ese propósito, a pesar de las enormes dificultades que encontró en el camino. El siempre decía que el Opus Dei había nacido para servir a la Iglesia como la Iglesia desearía ser servida. A lo largo de la historia,  el Opus Dei fue recibiendo todas las aprobaciones de la Iglesia, es ahora una Prelatura personal de la Iglesia católica. San Josemaría puso los cimientos preocupándose de la extensión del Opus Dei en el mundo, y para que sus hijos, repartidos por los cinco continentes,  pudieran servir a la Iglesia santificando su trabajo ordinario. San Josemaría, en los años posteriores al Concilio Vaticano II, sufrió mucho con algunos eclesiásticos que se apartaron de la doctrina de la Iglesia por el influjo que tuvieron algunas corrientes ideológicas contrarias al Magisterio. Por este motivo en los últimos años de su vida salió de Roma  para hacer una gran catequésis en el mundo. Antes de ese periplo hizo visitas a varios santuarios marianos. En 1970 viaja a México para ver a la Virgen de Guadalupe y pedirle fuerzas para esa misión que iba a realizar difundiendo la doctrina que la Iglesia predica por mandato de Cristo.  Una vez en México, era tan grande su dolor, que al entrar a la Villa le dijo a la Virgen: "hoy no te traigo una corona de flores, solo te puedo traer una corona de espinas"!  Como siempre, en la Virgen encontró el consuelo, el aliento y la alegría para hablar de Dios por todos los rincones por donde iba a pasar. Con un afán grande de corresponder a todo lo que la Virgen había hecho por él y por el Opus Dei, se llenó de  agradecimiento y se puso a cantar en la Villa, acompañado de sus hijos mexicanos, canciones de amor humano dirigidas a la Virgen: "conocí a una linda morenita y la quise mucho...", "gracias por haberte conocido...." . Un día tuvo un encuentro con sacerdotes en la laguna de Chapala, al terminar se fue a recostar un poco y mientras se echaba en la cama, mirándo a un cuadro de la Virgen de Gualalupe, expresó en voz alta: "a mi me gustaría morir así, mirando a la Virgen, que Ella me de un beso y me lleve al Cielo, me gustaría morir sin dar la lata" Cuando pasaron los años, el 26 de junio de 1975 a las 12 del día, a la hora del Angelus, San Josemaría partió para el Cielo de improviso mirando un cuadro de la Virgen de Guadalupe.  Antes pudo hacer una gran catequesis en España y en diversos paises europeos.
 
México ha tenido una historia difícil, los cristianos desde el primer momento fueron perseguidos y maltratados. En la época de los cristeros la persecución fue cruenta, sin embargo el pueblo siempre fue profundamente cristiano, fiel a la Virgen de Guadalupe. Son siglos de historia y de la protección de la madre del Cielo. Cuando el Papa Juan Pablo II sufrió el atentado en Roma, mientras se recuperaba en el Gemelli, Mons. Álvaro del Portillo, sucesor de San Josemaría, le llevó los discos de canciones de amor humano que San Josemaría le había cantado a la Virgen de Guadalupe. El Papa, que al año siguiente consagraría Rusia al corazón Inmaculado de la Virgen en Portugal, recuperó de sus dolencias escuchando las mismas canciones.  El mismo Papa unos años después, en el 2002, canonizó a  San Juan Diego y a San Josemaría Escrivá. Ambos deben estar pidiendo en el Cielo por la canonización del Beato Juan Pablo II. Que relación más grande hay entre los tres santos que junto a la Virgen protegieron a la humanidad de los errores y de las persecusiones contra la Iglesia y los cristianos.
 

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