jueves, febrero 07, 2013


El “cumplo”  y miento
LA LETRA Y EL ESPÍRITU
Cuanto daño hace la hipocresía y qué fácil es llegar a ella, basta descuidar el espíritu. El espíritu se adquiere cuando nos aman para enseñarnos a ser buenos y poco a poco,  con ellos,  aprendemos a querer. Y se pierde cuando las personas  dejan de luchar y se distraen con banalidades. Algunas personas que han sido formadas según un espíritu,  pueden haberlo perdido, si no lucharon  para mantenerlo y hacerlo crecer.
¿Qué es el espíritu? Es una realidad superior a la materia que existe en los seres humanos y debe crecer. Tener mucho espíritu es tener mucha vida (fuerza, alegría, optimismo, capacidad, ingenio). Tener espíritu es también estar en forma, conocer bien qué se debe hacer o por dónde hay que ir. Tener espíritu es obrar conforme a la verdad, o tener autenticidad. El espíritu que está lleno de vida, arrastra, convence, porque es lo auténtico, lo que tiene que ser. Deslumbra por su belleza.
El que pierde el espíritu se queda vacío, no tiene lo esencial o lo fundamental, le falta lo principal, lo que cuenta, se queda en el esqueleto o en la apariencia.  Los hombres que pierden el espíritu pierden el sentido de la vida, viven del cuento o de la apariencia. No saben por qué viven. La vida se vuelve angustiosa.

La autoridad del espíritu
Es impactante el comentario que hacen de Jesucristo algunos discípulos que lo observaban: habla como quien tiene autoridad y no como los Escribas”
La autoridad la tiene el que expresa la verdad con su vida. Hacia fuera sale el espíritu de la verdad de una manera diáfana y penetra en la intimidad de los otros para enriquecerlos. Las palabras del que tiene autoridad remueven, convencen, son claras y precisas.
En cambio el que habla como los Escribas es el que perdió el espíritu y se quedó en la letra. La “fidelidad”  solo a la letra es un voluntarismo que cansa. Los que escuchan ven una terquedad o manía nada atractiva y solo como propia de quien la utiliza. Nadie quiere ser así.  Tomarse las cosas al pie de la letra puede ser peligroso si falta el espíritu.
En la vida nos encontramos con personas que cumplen con los procedimientos y los tienen como deberes que no pueden dejar de cumplir. Han trastocado el sentido de las cosas y quizá puedan pensar que después lo recuperarán. No advierten que primero deben recuperar el espíritu para no caer en el fariseísmo que el Señor deplora.

Un suceso de la vida real
Un día me pidieron que vaya a un cementerio muy lejano para rezar un responso. No podía ir a la hora que me habían dicho porque tenía otras obligaciones. Me ofrecí para ir más temprano e hice el viaje atravesando toda la ciudad para llegar y poder salir de inmediato y sin ningún contratiempo. Al llegar al campo santo la puerta estaba cerrada, pero sí estaba el portero. Cuando me acerqué y le dije: soy sacerdote y vengo a rezar un responso, me dijo: todavía no puede entrar porque no es la hora. No hubo manera de hacerle entender que solo tenía ese tiempo para rezar  y  me tuve que retirar porque no me dejó entrar. El portero cumplía al pie de la letra el reglamento y no tuvo el tino de hacer una excepción para que pudiera pasar a rezar. Quizá no tenía la autoridad suficiente para hacerlo. Así ocurre con muchos en nuestra sociedad cuando se pierde el sentido de la letra, o cuando falta el espíritu, se actúa de un modo rutinario con una “oficialidad” que puede hacer daño.

Otra anécdota significativa
Tengo un amigo que todo el día miente, cuando conversa cuenta unas historias falsas y le pone tanto realismo que él mismo se las cree. Inventa cosas con una gran facilidad y sin ningún escrúpulo, se ha acostumbrado a ser así. Nadie le cree, no tiene prestigio porque habla como los Escribas. Lo que dice suena bonito, se ríe, parece interesante, pero es un palabreo.
Lamentablemente muchos, en nuestra sociedad, están acostumbrados a vivir en medio de mentiras y no saben decir la verdad. Viven en una burbuja que algún día reventará y causará serios estragos para ellos y para muchos otros.

Era peor el que “cumplía” y no sabía perdonar
En los Evangelios el hermano mayor del hijo pródigo era una persona fiel a los procedimientos, estaba en la casa, cumplía con todo, era correcto en las maneras, pero su corazón estaba lejos de su padre, por eso protestaba y reclamaba, además veía a su hermano como infame y perdido.  Le reclama al papá porque a él no le había dado nada por su fidelidad y buena conducta y en cambio al hermano que se había portado mal, gastándose todo el dinero, lo premiaban con una fiesta.
Este hijo, aparentemente “fiel”, estaba tan mal como el otro y tal vez peor, por la dureza de su corazón. Tal vez, su autocomplacencia le impedía darse cuenta de sus miserias, se creía el hijo correcto que siempre cumplía, pero su vida era realmente un “cumplo” y miento. Algo falso. Por eso su padre lo llama al orden y al reconocimiento.
Hoy más que nunca se debe recuperar la verdad y la honestidad en las personas. La hipocresía y la mentira hay que combatirlas decididamente fomentando la sencillez, la veracidad, la sinceridad y el perdón, virtudes necesarias para que se viva con alegría el espíritu de la verdad que la sociedad necesita con urgencia. Así muchos aprenderán a comprender y a perdonar a los que se portaron mal y están arrepentidos.

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