jueves, diciembre 18, 2014


La amargura de algunos padres
“CRÍA CUERVOS Y TE SACARÁN LOS OJOS”
En nuestro mundo contemporáneo no son pocos los padres decepcionados por  los hijos que ellos educaron, con tanto cariño y sacrificio, durante muchos años, cuando ven que, ya mayores, les dan las espaldas viviendo desordenadamente y, en algunos casos, sin ningún gesto de gratitud o valoración hacia la educación que recibieron en casa.
Muchos papás viven con una espina atravesada en el alma por la enorme falta de correspondencia por parte de algún hijo que vive lejano sin acordarse de ellos, con una indiferencia que clama al cielo. Otros sufren por el estilo de vida de algún hijo que se coloca distante,  muy lejos de Dios y de las enseñanzas que recibió en casa.
En algunos casos los hijos se vuelven  agresivos contra sus propios padres y la familia, los atacan sin piedad y crean un ambiente de tensión muy desagradable, otros no quieren saber nada y cortan todo tipo de relación. No se sabe dónde están ni con quién viven.

¿Qué está ocurriendo con la educación de los hijos? 
Algunos padres han tirado la esponja y cuando se les advierte contestan con el antiguo refrán: “cría cuervos y te sacarán los ojos”  y así dan a entender que no vale la pena tener hijos, ni tampoco hacer el esfuerzo y sacrificarse para educarlos.
 ¿Se puede aceptar la renuncia o la jubilación de los padres para la educación de los hijos? La respuesta clara y contundente es no, pero hay que tener en cuenta la realidad de la crisis que el mundo está atravesando. En este mundo cargado de relativismo la multiplicación de los fracasos familiares aleja a los jóvenes del compromiso matrimonial y de la responsabilidad de educar hijos con unos criterios de orden y disciplina.

El miedo al compromiso
Las nuevas generaciones al ver estos conflictos familiares optan por no casarse para no amarrarse a un compromiso que les quite la “libertad” de estar tranquilos y cómodos. Y los pocos que se casan tienen miedo de tener muchos hijos, se contentan con uno y tal vez dos, y a la hora de educarlos piensan que deben dejarlos “libres” de una formación que pueda entenderse como presión o imposición.
Se origina así un círculo vicioso, que es como un cáncer que termina “matando” a la familia y corrompiendo a la sociedad. Como el norte no está claro se cae fácilmente en un desconcierto con temores, angustias y depresiones que  vuelven pesimistas y negativas a las personas.
La opción por la no intervención, tan de moda en nuestra época, fomenta un permisivismo irresponsable. Con mucha facilidad los papás, sobre todo los hombres, “soplan la pluma” y le dejan “las exigencias” a la mamá, así ellos pasan para los hijos como los comprensivos, o como los que entienden los nuevos tiempos y las costumbres (desatinadas) de la modernidad. Cuando el papá es blando la mamá aparece como la dura y autoritaria. En otras familias el papá, horrorizado por lo que les pueda pasar a sus hijos, opta por el otro extremo, se vuelve severo y exagera la nota poniendo una disciplina férrea en su casa. Los dos extremos alejan considerablemente a los hijos de la familia y de los valores imprescindibles para su educación.

El afán de independencia y la huída de la casa
Cuando la casa resulta aburrida o violenta, por el mal manejo o la falta de tino de los padres, los hijos quieren salir corriendo a espacios de más libertad y comprensión.
Es importante advertir que también los hijos de los hogares bien constituidos y armoniosos  no están inmunes del influjo de una sociedad convulsionada y sucia. La diferencia está en que éstos últimos tienen un fondo bueno que tarde o temprano puede aflorar para la alegría de ellos y de toda la familia.
Es triste decir que la sociedad de hoy está liderada, en muchos ambientes, por personas que se encuentran en situaciones conflictivas y deprimentes. Hoy se puede decir, sin temor a equivocarse, que el ámbito social, casi en su totalidad, está enfermo.
Además es fácil darse cuenta que el derrumbe de la educación en los hogares ha dado lugar a una generación donde los jóvenes buscan casi compulsivamente la diversión y el pasarla bien como meta importante para poder vivir. En algunos casos sería como una droga para evadir la realidad dolorosa de los conflictos familiares. Otros hogares en cambio, se suman a ese consenso social y liberal de diversión, pensando que es el modo de adaptarse a la sociedad en la que se vive.
Es por eso que muchas personas están ahora totalmente desviadas del rumbo que deberían tener en sus vidas, sin encontrar en la familia la orientación precisa para andar por camino correcto.  
La mundanización de los hogares
Los papás que han perdido la brújula optan por hacer de su casa, si es que todavía están en ella, un lugar donde abundan las comodidades y donde se permite todo. En esos ambientes ya no se educa buscando el orden y la disciplina. Son espacios “liberales” donde vale todo; se acepta cualquier opción de vida y la casa se convierte en un local o pensión donde está la cama, la comida, el televisor, los juegos y otras comodidades para vivir sin mayores exigencias de conducta.
Y es así como muchos jóvenes de esta generación, que además están imbuidos en ambientes sociales de un exagerado relativismo banal, no tienen capacidad para entender el sentido del sacrificio; tan importante para vivir con dignidad y encontrar armonía en las relaciones humanas.
A muchos chicos de hoy el signo cristiano de la cruz solo les trae el recuerdo de un líder bueno que fue condenado injustamente: Jesucristo. Lo verán como un suceso trágico del pasado que no debería repetirse en el presente. Quieren ver el presente como un paraíso divertido para pasarla bien.
Las invitaciones de Cristo para que las personas se nieguen a si mismas y lleven la cruz de cada día, no las entienden, tampoco el significado de ser corredentores. La religión ya no sería para ellos un compromiso para el sacrificio personal de seguir a Cristo, sería solo un sentimiento de bondad y solidaridad con el necesitado, que puede ser compatible con una vida liberal ó ligth.
Esta miopía no es solo un error de cabeza, es también un error de vida, que trae con las confusiones mentales abundantes injusticias y conflictos entre los seres humanos, que viven la amargura de una vida sin sentido. No se dan cuenta que las leyes de Dios no están para saltárselas, se deben cumplir estrictamente y la educación está para eso.
A los padres les debe quedar claro que los hijos no deben optar por un camino que va contra ellos mismos.  Traicionar a la propia identidad es una traición a Dios, a la familia y a los mejores amigos. Todo incumplimiento de la ley de Dios es adversa. Elegir al margen de las leyes divinas no puede ser nunca una opción o alternativa congruente y respetable.
Está claro que siempre hay que querer y respetar a las personas. Siempre se ha dicho que los padres deben querer a sus hijos y estos a sus padres, así lo manda el cuarto mandamiento de la ley de Dios, que tiene vigencia universal, pero las ideas deben estar muy claras. No se puede decir que es verdad lo que es mentira, o que es bueno lo que es malo. Lo malo hace daño y hay que quitarlo.
Los padres, que son instrumentos de Dios para educar a sus hijos, participan de la paternidad divina y tienen gracia de estado para cumplir y tener éxito en esa misión. Si están en gracia de Dios y aman su voluntad, tendrán el mismo querer y conseguirán que sus hijos, tarde o temprano, opten por el camino correcto.
La Iglesia nos enseña que siempre se puede volver, y por lo tanto nunca se debe perder la esperanza. Los papás siempre son padres de sus hijos, aunque estos sean mayores. Está claro que son distintas etapas y distintas formas de llegar a ellos. Si perseveran en su papel de padres tendrán, tarde o temprano, la alegría del triunfo, aunque algunas veces les pareció que todo estaba perdido.
Hoy habría que decirles a muchos papás: Educa a tus hijos para que sean muy buenos ciudadanos del Cielo. Apunta alto sin miedo. No te olvides que Dios debe estar siempre en primer lugar, fundamentalmente en tu corazón y luego en el corazón de tus hijos.

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